Por la mañana el campo estaba precioso, pero con una helada importante. Después de un largo desayuno cargué la moto, y a pesar de que me habían permitido aparcar debajo de un porche, como era de esperar la moto no arrancaba, por lo que tuve que tuve que conectarle el arrancador. Por delante tenía la ruta 45, después un recorrido de enlace, y finalmente la ruta 47.

La ruta 45 recorre los pueblos blancos de las sierras de Cádiz, desde Arcos de la Frontera (Cádiz) hasta Ronda (Málaga), pasando por el Bosque, Benamahoma, el Puerto del Boyar (1.103 m) y Grazalema, pero yo la hice justo a la inversa, puesto que la noche anterior había pernoctado en Ronda.

El primer sector, desde Ronda hasta Grazalema en suave ascenso, es el mejor de la ruta. Además lo recorrí extremadamente despacio, ya que a pesar de ser las 10:30h de la mañana y con el sol ya alto, hay muchos tramos de umbría con bosque cerrado y encontré bastantes puntos de hielo en la calzada. Fuí despacio y paré un par de veces a hacer fotos, la última en un parking de caravanas, justo debajo de Grazalema, con una vista espectacular. En Grazalema paré en pleno centro para comprar medio kilo de Queso Payoyo, un queso artesano típico de esta zona que está riquísimo,  Grazalema me encanta, he ido varias veces y no me canso.

Comprando queso payoyo en Grazalema.

El segundo sector atraviesa la Sierra de Grazalema, que es la primera barrera seria con la que chocan los vientos de poniente procedentes del Atlántico, motivo por el que en estas sierras llueve tanto como en Galicia, aunque en este viaje, me tocó un día despejado con un sol espléndido. Hice una parada en el Puerto del Boyar (1,103 m), donde estuve un buen rato contemplando el inmenso  Valle entre las montañas. Después la ruta continúa por carretera de montaña a través de Benamahoma y El Bosque. 

Puerto del Boyar (1.103 m.)

Finalmente en el tercer sector, desde el Bosque hasta Arcos de la Frontera, la carretera se ensancha con dos carriles pintados y curvas abiertas que te permiten relajarte. En cuanto a Arcos de la Frontera, aunque había leído que es paradigma de los pueblos blancos de Cádiz, encontré una población grande y llena de gente. Lo mejor fue el segundo desayuno, sentado en un banco, en un pequeño parque a la entrada, entre el embalse y el pueblo, con buenas vistas, mucha calma y un sol fantástico. Yo soy como los Hobbits, nunca perdono el segundo desayuno.

Segundo desayuno en Arcos de la Frontera.

Para enlazar el final de la ruta 45 (Arcos de la Frontera), con el principio de la ruta 47 (Conil de la Frontera), le pedí al Tomtom Rider que me hiciera una ruta vertiginosa, seleccionando nivel 2 en curvas y nivel 2 en montaña. El resultado fue una auténtica aventura, un recorrido formidable por un sin fin de aldeas y cortijadas: Jédula, José Antonio, La Barca de la Florida, Mesas del Corral, Torrecera, Paterna de Rivera, Huelvacar, Medina Sidonia, Cortijo de Pocasangre, Cortijo del Lobo, Cortijo El Huerto, Los Naveros, La Florida, y por fin Conil de la Frontera. Cerca de Junta de Los Ríos el Tomtom me hizo una gracia y me metió por una pista sin asfaltar, fueron 10 ó 12 kilómetros por caminos rotos entre cultivos, sin cruzarme con nadie, ni siquiera con vehículos agrícolas porque era Domingo. El paisaje estaba chulo y yendo despacio la pista no entrañaba mayor dificultad, incluso con una moto 100% de carretera como la mía, pero no lo disfruté mucho por la incertidumbre de no saber cuánto iba a durar y en qué iba a acabar aquello, y porque no paraba de pensar cómo coño le iba a explicar a la grúa dónde estaba si pinchaba, y eso contando con que tuviera cobertura móvil… Finalmente, un rato después regresé al asfalto, reconozco que con cierto alivio. No le hago ascos a un poco de caminos, pero la tierra mejor en compañía, por seguridad.

En este tramo de enlace, hice algunas fotos de Medina Sidonia en la distancia, y también de los campos eólicos, siempre me han fascinado esos mástiles con hélices gigantes, sembrados en el prado, rodeados de vacas retintas que pastan tranquilas. Una imagen muy de Cádiz.

Entre Arcos de la Frontera y Medina Sidonia.

Llegué a Conil de la Frontera cansado y hambriento, y fui derecho a buscar  la Playa de los Bateles, para comer y descansar. Me senté en un banco junto al mar, en una pequeña plaza de la que salía una pasarela que se adentraba en la arena, muy cerca de unos chicos que surcaban el cielo con ultraligeros. Comí tranquilo, café y cigarro, ratito de sol, y listos para comenzar la ruta 47.

Playa de los Bateles. Conil de la Frontera.

Esta ruta nos lleva desde Conil de la Frontera hasta Algeciras, pasando por dos sectores. El primer sector, Vejer y las Grandes Playas, comprende: Conil de la Frontera, Vejer de la Frontera, Los Caños de Meca, Barbate y Zahara de los Atunes. El segundo sector, La Carretera del Estrecho, recorre Tarifa, Puerto del Cabrito (340 m), Puerto del Bujeo (330 m), y finalmente Algeciras.

El plan original era hacerla entera y dormir en Algeciras o tal vez un poco antes en Tarifa. Sin embargo ese día, 3 de enero, un amigo me avisó de que la autoridad sanitaria había decretado el cierre perimetral de todo el Campo de Gibraltar, por la virulencia de la pandemia en esta zona, y porque se entendía que el flujo de ciudadanos ingleses a través de Gibraltar, era un riesgo para el contagio de la cepa británica del virus. En esta ruta, el último pueblo costero antes de entrar en el Campo de Gibraltar es Barbate, así que decidí hacer lo que podía, es decir, continuar con mi ruta hasta Barbate y hacer noche allí, para al día siguiente atravesar el Campo de Gibraltar sin parar, en tránsito hacia Málaga, desde donde partía la ruta prevista para el día siguiente. Así que en la sobremesa (o sobrebanco), en la Playa de los Beteles, me metí en Booking, reservé habitación en un hostalito de Barbate y arranqué la moto.

En el primer sector, están las playas más salvajes del sur de España, frecuentadas por  hippies y modernillos de ciudad (yoga, gato, bicicleta), con una importante oferta fiestera. Las mejores son las de El Palmar, Los Caños de Meca, y La Yerbabuena.

Se sale de Conil por una carretera secundaria rodando en paralelo a la Playa del Palmar, que estaba espléndida y soleada. Aunque había bastante gente, al ser una playa tan grande era fácil estar tranquilo y alejado, así que paré un buen rato a fumar y contemplar el mar. La carretera sigue hasta Los Caños de Meca, pero antes se coge un desvío a la izquierda para subir hasta Vejer, un pueblo que me encanta, por su situación elevada y su aire morisco. Hice algunas fotos desde sus miradores, y después busqué el Restaurante Trafalgar, que al menos en 2010, cuando se publicó el libro España en Moto, era propiedad de su autor, Pedro Pardo, así que quise pasar a tomar un café, saludarlo y que me firmara el libro, pero lo encontré cerrado, no sé si por la hora avanzada de la tarde o por la pandemia, y lo único que pude hacer fue tomar un par de fotos a la moto en la puerta del restaurante, que eso sí, sigue en su sitio. Volveré a intentarlo en un próximo viaje.

Restaurante Trafalgar. Vejer de la Frontera.

Después vuelta al mar buscando Los Caños de Meca. Lo encontré llenísimo de gente como si fuera verano, y con mucha más densidad urbanística de como lo recordaba, hace ya bastantes años, en un viaje anterior. Así que paré apenas 15 minutos para beber, y fumar un cigarro justo al final, donde arranca el sendero que conduce a la playa nudista. Y finalmente vuelta a la moto para hacer el último trayecto del día y sin duda uno de los mejores, a través de la pequeña carretera, estrecha pero bien asfaltada, que lleva hasta Barbate, cruzando el Parque Natural de la Breña y las Marismas de Barbate, una zona de bosque muy denso sobre la arena de una duna gigante junto al mar. En el recorrido paré un par de veces a hacer fotos, y me quedé con las ganas de pasar un rato en alguna de las áreas recreativas del parque, pero eran ya las 18h y quería llegar a Barbate de día. Cuando vuelva al Restaurante Trafalgar, también volveré al Parque de la Breña.

Parque Natural de la Breña. Entre Caños de Meca y Barbate.

Barbate es un pequeño pueblo de pescadores, famoso por la industria del salazón, las almadrabas de atún y el tráfico de hachís, y la Playa de la Yerbabuena es famosa por su belleza. Al llegar tarde, busqué el hotel para alojarme, con la idea de salir más tarde a cenar un buen atún en el puerto, y visitar la Playa de La Yerbabuena por la mañana temprano, antes de seguir viaje. La primera impresión del Hostal Barbate fué nefasta, una fachada sucia con una puerta despintada bajo unas banderas roídas, desteñidas y deshilachadas, que hicieron temerme lo peor. Además, el hostal no tenía parking y en la gasolinera me explicaron que en Barbate no había ningún parking público, por lo que tuve que dejar la moto aparcada en la calle, eso sí, al menos, en la misma puerta del hostal, lo que viendo la fachada no sabía si era una buena noticia o todo lo contrario. Como llegué después de las 17:00h no había nadie en recepción y tuve que recoger mi llave de una cajita de seguridad al más puro estilo Airbnb. Además la cafetería del hostal estaba cerrada y en general, la mayoría de bares y comercios lo estaban también. Todo un poco sobrecogedor. Sin embargo, para mi sorpresa, me encontré una habitación y un baño limpios y confortables, con una estupenda cama y una TV, calefacción y ducha, que funcionaban adecuadamente, qué más se puede pedir por 30,00€, ya empezaba a darme igual lo de las banderas.

Hostal Barbate.

Sobre las 20:00h salí a cenar, y andé el kilómetro largo que separa el hostal del puerto, a través de la Avenida del Mar, en la que todo estaba cerrado, salvo algunas tiendas pequeñas en las que se vendía de todo un poco (aproveché para comprar kleenex), se hacían bocadillos calientes y se servían bebidas bajo la luz triste y escasa de tubos fluorescentes, con un público principalmente magrebí. 

Cuando llegué al puerto no encontraba nada y me acerqué a un grupo de chicos que fumaban en la esquina de un parqué, me orientaron un poco y encontré el paseo marítimo, donde sin duda se encontraba toda la gente del pueblo que no estaba en su casa. Todo eran bares de copas y al final, una camarera me recomendó un sitio cercano para cenar, que resultó ser un gastro bar más sólo que la una, y con una carta muy rarita, pero era tarde y quería cenar, así que allí me quedé. No tenían salazones ni el atún de almadraba que yo quería, pero me sirvieron una carrillada sobre puré de patatas, de las mejores que he probado nunca, así que bien está lo que bien acaba, servido además con un excelente pan de hogaza y buen Ribera del Duero. Para el regreso, decidí evitar la aburrida Avenida del Mar y me fui callejeando por el barrio que separa la avenida de la playa, todo absolutamente vacío, y me encontré por sorpresa con la Calle Real, una preciosa calle peatonal, pequeña, con macetas en la calle en la puerta de todas las casas. Según Google Maps cerca quedaba el Riverside Jazz Bar y estuve tentado, pero al día siguiente seguía mi viaje así que me fuí al hostal, y dormí de tirón hasta las 7 de la mañana.

Calle Real. Barbate.

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