A las 7h salí a la calle bien abrigado, aún vestido de civil, buscando un buen café, y a fé mía que lo encontré. A unos 200 metros del Hotel Baviera, cruzando la Avenida Ricardo Soriano y hacia abajo, encontré, aún de noche, una pequeña cafetería con terraza, en la que servían churros. Yo preferí unas tostadas con aceite y tomate, y dos cafés sólos, servidos en tazita, oscuros, fuertes, densos y cremosos, el mejor inicio posible para un largo día.

La ruta 44 arranca en Málaga y yo pernocté en Marbella, así que decidí cubrir esa pequeña distancia por la Autovía del Mediterráneo, para empezar mi ruta cuanto antes.

No sólo yo había descansado bien, también la moto, que agradecida por el confort del garaje del hotel arrancó a la primera con sólo mirarla.

El trayecto de Marbella a Málaga son 60 kilómetros, que si los haces por la Autovía del Mediterráneo en dirección este, vas totalmente pegado al mar, sobre todo en el primer tramo hasta Fuengirola, a diferencia de la Autopista AP7 que va por el interior. Aunque son pocos kilómetros, son unos 50 minutos de trayecto por el límite de velocidad, un delicioso paseo, a primera hora de la mañana, con un cielo limpio y soleado y un mar en calma. Los malagueños estarán acostumbrados, pero para los que somos de interior, resulta un espectáculo formidable.

Desayuno en Marbella.

La ruta 44 son más de 4.000 curvas, a lo largo de 4 provincias. Poco más de 200 kilómetros que dan para 8 horas de moto, cruzando la Cordillera Penibética, con 3 sectores: primero Los Montes de Málaga, con el Puerto del León (960 m.), la Axerquía, y el Puerto de los Alazores (1.028 m.). Después, Un olivar gigante,  por Loja (Granada), Puerto de Ventorros de Zagra (900 m.), y Alcalá la Real (Jaen). Y finalmente, La Sierra Sur  de Jaén.

El primer sector sale de la ciudad de Málaga por la A-7000, enseguida comienzas a coger altura por una carretera de montaña, sinuosa pero sin curvas demasiado cerradas, ancha y con firme perfecto, una carretera que si quieres, te permite ir bastante rápido. Yo fui tranquilo, disfrutando del paisaje con la montaña a un lado y el mar al otro. Hice la primera parada en el Puerto del León (960 m.), donde hice un pequeño vídeo. Vistas  increíbles del mar, a lo lejos y abajo, el mar confundido con el cielo, y un poco a la derecha la gran ensenada con la ciudad de Málaga. En el puerto hay una cortijada y creo que una Venta, aunque yo sólo paré unos minutos en la carretera.

Puerto del León (900 m). Abajo a la derecha la ensenada de Málaga.

Después, la carretera continúa igual, el mar se va dejando atrás, y el paisaje de montaña es muy bello, llegando unos 40 km después al Puerto de los Alazores (1.028 m.). Este puerto está justo en el límite entre las provincias de Málaga y Granada, en plena Axerquía. A pesar de su elevación no tiene grandes vistas, porque la carretera se encuentra flanqueada por dos montañas. Sin embargo es un lugar agradable, por lo que paré allí a tomar un café de camping gas y comer alguna fruta, estuve charlando un rato con un ciclista que coronó el puerto unos minutos después que yo, y pude saludar a un par de mozas que corrían por allí.

Nubes bíblicas. Entre el Puerto del León (900 m) y el Puerto de los Alazores (1.028 m).
Puerto de los Alazores (1.028 m) en la Axarquía. Justo en el límite entre Málaga y Granada.

Un olivar gigante, es el siguiente sector, que nos lleva, en primer lugar, hasta Loja, aún por zona montañosa. Loja me  gustó, un pueblo grande con mucho frío, cuestas y bonitas vistas. Sales de Loja por la A-4154, y vas buscando el Puerto de los Ventorros de Zagra (900 m). Me costó localizar el puerto, a la altura de Zagra paré en medio del campo, donde había un apeadero de bus con dos señores mayores que tomaban el sol y charlaban. De fondo se oía el barear de la cosecha de la aceituna. Me fumé un cigarro con ellos, me dijeron que ya había pasado el puerto, y al yo preguntarles, me aclararon que seguramente no estaba señalizado. Dudé unos instantes si volver sobre mis pasos, un lujo que te puedes permitir cuando viajas por placer, pero ante el panorama de la ausencia de señalización, decidí seguir mi camino.

Buscando (inútilmente), el Puerto de los Ventorros de Zagra (900 m).

Poco después la ruta te conduce al oeste, entrando en la provincia de Córdoba a través de Almedinilla. Sin embargo, como buen cordobés he estado muchas veces en Almedinilla, por lo que decidí continuar por la GR-3410 hasta Montefrío, y desde allí entrar en la provincia de Jaen por Alcalá La Real, con su impresionante Castillo de La Mota, en todo lo alto. Los castillos no me atraen especialmente, pero este, contemplado desde abajo en toda su inmensidad, es una imagen muy poderosa, e incluso le tomé varias fotos desde distintos lugares.

Castillo de la Mota, en Alcalá La Real (Jaén)

Toda esta zona, Zagra, Montefrío, Almedinilla, Alcalá La Real, es, en efecto, un olivar gigante, que además atravesé a principios de enero, es decir, en plena campaña de la aceituna, con profusión de tractores y vehículos con remolques entrando y saliendo de los olivares, para llevar la aceituna a los molinos. Además del tráfico lento, la calzada está embarrada y con restos de aceituna machacada, por lo que se debe circular despacio y concentrado. Cosa que yo hice, parando además con cierta frecuencia para tomar fotos del olivar nevado, un espectáculo poco frecuente.

Olivos con nieve.

Y después de Alcalá La Real, se va entrando poco a poco en el último sector de la ruta, La Sierra Sur de Jaén, una sierra formidable y poco conocida, al igual que otras sierras jiennenses como Sierra Mágina o la parte andaluza del Parque de Despeñaperros, sierras todas mucho menos conocidas que el gran monumento natural de Jaén, la Sierra de Cazorla, Segura y Las Villas. Desde Alcalá La Real hasta Castillo de Locubín, está bien, pero nada del otro mundo, monte bajo y olivar de montaña. Después, desde Castillo de Locubín hasta Valdepeñas de Jaén la zona va siendo poco a poco más montañosa.

Aproximándonos a la Sierra Sur de Jaén

Llegué a Valdepeñas de Jaén sobre las 15:30 ó 16:00h y paré a comer en el campo, cerca de la entrada del pueblo, aprovechando unos bancos de madera en un pequeño mirador, junto a una vía verde por la que de rato en rato, pasaban las mujeres del pueblo, paseando en grupo. Camping gas, lata de albóndigas, café con leche, frutita y cigarrillo. Mi habitual rancho de combate. En media hora estaba como nuevo y con más ganas de moto, además de que me quedaba por delante la parte más montañosa del sector y en realidad de toda la ruta 44, por lo que recogí rápido y seguí la marcha.

Parada para comer en Valdepeñas de Jaén

Nada más salir de Valdepeñas de Jaén, la carretera se vuelve mucho más extrema, carretera estrecha y revirada y sin pintar. El paisaje era agreste y con grandes montañas y mucha roca. No había nada de tráfico y no paraba de subir por esa pequeña carretera, flanqueada, cada vez a menos distancia, por rocas y nieve. La nieve se fue acercando y acercando, hasta que llegó un momento en que la carretera transcurría por zona completamente nevada. Hubiese querido parar a hacer fotos, pero yendo sólo, siendo más de las 17h y sin nada de sol, no quise apurar la tarde por miedo a las heladas, y seguí adelante, prometiéndome que tendría que volver pronto por esas carreteras, con más tiempo y más horas de luz por delante.

En la zona de Valdepeñas de Jaén.

A partir de un punto se inicia un leve  descenso y después llaneando, te vas aproximando a la ciudad de Jaén, entonces la carretera se ensancha y ahora sí, sabiendo que había pasado la parte montañosa, paré a tomar un par de fotos de la sierra sur de Jaén, imponente bajo la nieve, con las últimas luces de la tarde.

Entre Valdepeñas de Jaén y Jaén. La Sierra Sur al fondo.
Entre Valdepeñas de Jaén y Jaén. La Sierra Sur al fondo.
Sierra Sur de Jaén.

Poco después llegué a la ciudad y fui directo a la zona más alta, el Castillo de Santa Catalina, que ofrece las mejores vistas de la ciudad, desde la altura del castillo, en el que hay además un parador nacional. Allí grabé un pequeño vídeo contándole la ruta a mis compañeros del Komando Kalifa, y después entré en el parador para descansar un poco, tomar un café, y entrar en booking para reservar hotel.

Jaén desde el Castillo de Santa Catalina.

Ya había estado antes en el parador, varias veces, la primera en los años 90, acompañando a mi amigo Alesdair Fotheringam, periodista deportivo que iba a entrevistar a Manolo Sáiz, entonces director del equipo ciclista ONCE. Siempre que voy al parador de Jaén me acuerdo de aquel día. Encontré el parador algo inhóspito, había coches y algunos clientes, pero en los salones de la cafetería, impresionantes como siempre, no había casi nadie, y tuve que esperar un buen rato hasta que apareció un camarero. Además, siento decir que no olía bien en el parador, extraño pero cierto. Me tomé el café en la terraza, fumando y buscando hotel, elegí el Hotel Xauen, reservé, pagué mi café, y rumbo al hotel.

Navidad en el Parador Nacional de Jaén.

Llegar al hotel fue una auténtica tortura. El Xauen está en pleno casco histórico, en una plaza peatonal muy cerca de la catedral, y además era día de reyes y las calles estaban repletas de gente, sin ningún miedo al virus, y con muchas ganas de comprar garrapiñada en los puestecillos y beber cuba-libres en las terrazas, con unas estufas enormes que estaban por todas partes. Llegar al Xauen fue una odisea, y llegar al hotel sin infligir las normas de tráfico, después de tres intentos (con sus correspondientes vueltas a la ciudad hasta volver al mismo sitio), me pareció imposible, por lo que acabé parando junto a un grupo de policías locales que muy amables, me explicaron como llegar al parking de mi hotel, que como imaginaba, estaba a 200 metros en plena zona peatonal, con acceso prohibido, pero permitido a clientes.

Del Hotel Xauen, lo siento, pero no puedo hablar bien, no es que me estafaran, tampoco es eso, pero no recuerdo ni un detalle especialmente agradable, creo que el Hotel Baviera de Marbella había dejado el listón demasiado alto. Por lo pronto, el parking no estaba en el hotel, sino que se trataba de unas plazas reservadas en un parking privado, al otro lado de la plaza. Además, en vez de darme una tarjeta de acceso que es lo normal, me dieron un mando y una llave que colgaban de un llavero de dos kilos, no vaya a ser que se me olvidara devolverlo… Después de aparcar la moto y cruzar la plaza cuatro veces para traer mi equipaje, el señor de recepción, me sometió a un checking de un cuarto de hora, que aguanté ahí, sin protestar, de pié, cansado, sin entender muy bien porqué no me dejaba de una vez en paz para irme a la ducha. Finalmente me dió las llaves de mi habitación, y me explicó que la calefacción realmente funcionaba, que parecía que no, pero que era que sí, sólo que desde que yo le daba al botón del mando hasta que empezaba a funcionar, pasarían unos quince minutos. En fin, para que no me impacientara. Ya en la primera planta me encontré con un pasillo largo y estrecho  con las paredes empapeladas a todo color, con imágenes fluorescentes, refrescantes, juveniles… fresas estallando de frescor, manzanas ácidas y jugosas, gotas de agua empapándolo todo de juventud y optimismo. Entre fresa y manzana una puerta castellana y dentro, una habitación pequeña y estrecha, un cuarto de baño de piso de estudiantes sin reformar, eso sí, limpísimo, todo hay que decirlo. Un mueble bar sin nevera, sólo el mueble. Un mando de tv del mundial 82, y creo que incluso moqueta. Reconozco que estaba un pelín de mala leche por lo mal que había elegido el hotel, pero bueno, eso no iba a torcerme el día. Me dí una ducha, y me tumbé a ver el Linares – Sevilla FC de Copa del Rey. Después salí a la calle para buscar un súper en el que compré algo de pan, leche y fruta, y me volví al hotel. Cené en la habitación pan con queso payoyo y fruta, y subí a la terraza del hotel a fumar contemplando la catedral iluminada en la noche. El hotel tiene un solarium con 4 ó 5 hamacas y una ducha en la esquina.

La Catedral de Jaén, desde el lunarium del hotel Xauen.

Después bajé a la habitación y estuve eligiendo la ruta para el día siguiente. Tardé un buen rato en decidirme así que salí otra vez a fumar antes de acostarme. Esta vez bajé a la calle, ahora desierta, con camareras que recogían las mesas y las sillas que unas horas antes llenaban la plaza, convirtiéndola en un bulevar, ahora vacío, con las estufas de butano como piezas de ajedrez de un tablero gigante. Volví a la habitación y me dormí.

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