Escribir sobre la obra de Javier Reverte es una temeridad, porque sabes que no vas a estar a la altura. Javier nos dejó en octubre de 2.020, pero nunca se irá del todo si nos seguimos emocionando con su obra.

J. Reverte es conocido por sus libros de viajes, aunque como él recordaba en las entrevistas, también escribía novela y poesía, y lo recordaba con cierto apuro, se sentía maltratado por la crítica en su faceta de novelista, decía que la crítica no aceptaba de buen grado que un autor hiciese cosas distintas… ,seguramente tenía razón. Yo no he leído sus novelas, pero sí puedo afirmar que en sus libros de viajes, el poeta que hay en él se asoma constantemente, sobre todo en sus descripciones de la naturaleza, de un gran lirismo y plasticidad. También en su prospección del alma humana, desde una mirada humanista, inteligente y sensible, también humorística, y siempre comprensiva con todas las personas y situaciones.

Javier Reverte

Algo muy particular de Javier era su forma de preparar los viajes: siempre buscaba lugares habitados por sus grandes autores. Sus viajes tienen, pues, un impulso literario, y en este en concreto, sigue los pasos de Jack London. Así, “El Río de la luz: un viaje por Alaska y Canadá”, transcurre por los lugares que andaron Jack London y muchos miles de norteamericanos con motivo de la fiebre del oro, el Gold Rush, a finales del XIX y principios del XX, cuando se descubrió oro en el Klondike (Alaska).

El libro consta de cinco partes, que se corresponden con las cinco grandes etapas del viaje:

La primera parte cubre el trayecto de Vancouver a Skagway y cuenta el descubrimiento de oro en el Klondike, el origen del Gold Rush, los preparativos del viaje de London, la locura colectiva que llevó a miles de personas a abandonar sus casas y sus familias y embarcarse en una aventura que en muchos casos terminó en la ruina y en no pocos, en la muerte. Se viajaba desde San Francisco y Seattle en cualquier embarcación que pudiera flotar, con pasajes sobre excedidos y numerosos naufragios, en el peligroso mar del Paso del Interior.

Klondike Gold Rush

«Vancouver es una bella ciudad, crecida en las orillas de la bahía de Burrard, en el Canadá occidental, y la ciudad más grande de la Columbia Británica«, sin embargo, Skagway, en el extremo sur de Alaska, aparece como una ciudad de escaso interés.

Aunque el motor principal sea Jack London, Javier también visita los lugares del escritor Malcolm Lowry, que vivió unos años en la Columbia Británica, y dedica una tarde a buscar, sin éxito, la casa en que vivió.

«Malcolm Lowry, el novelista inglés autor de Bajo el Volcán, una de las obras literarias del siglo XX que más admiro (…) «el epitafio que Lowry escribió para sí mismo y que a mí me suena mitad a tragedia y mitad a burla: Malcolm Lowry, un paria del Bowery. Su prosa florida fue vehemente y transida. Vivió por las noches y bebió todo el día y murió tocando el ukelele.”

Klondike Gold Rush II

La segunda parte cubre el trayecto de Skagway a Whitehorse, y es la parte más western, las crónicas de Javier Reverte no sólo contienen referencias constantes a la historia y la literatura, también aparecen trufadas de referencias cinematográficas. Son tierras duras incluso en verano. Para llegar a las tierras del Yukón había que superar un paso de montaña de máxima dificultad, el Chilkoot Pass, entre Skagway y Whitehorse. Se ascendía a pié cargado con unos 50 kg de provisiones, que la Real Policía Montada del Canadá examinaba en la cima, para garantizar una mínima posibilidad de supervivencia en el invierno de Alaska. 

El Chilkoot Pass

Superado el Chilkoot Pass, los caminos eran tan duros y se cargaba tanto a las bestias, que los caballos se suicidaban. Así lo cuenta Reverte:

“Un miembro de la Real Policía Montada señaló que muchos animales intentaban suicidarse y que él mismo había visto a un buey intentando arrojarse por un precipicio. En ese mismo sentido, el periodista Tappan Adney escribía una crónica fechada el 25 de agosto de 1897: Ayer, deliberadamente, un caballo se arrojó desde la colina de Porcupine. Un hombre que lo vió me dijo: «Señor, me pareció verdaderamente un suicidio. Creo que un caballo puede suicidarse y hay muchos que lo hacen; creo que les importan menos los precipicios que el camino lleno de agujeros de cieno. Y yo no sé qué es mejor: si suicidarse o ser conducido por los hombres a través de esta senda.”

Ese camino se conoció como el Sendero de los Caballos Muertos, y sólo dejó de utilizarse cuando en febrero de 1899, las obras del ferrocarril, iniciadas en mayo del año anterior, llegaron al White Pass.

En los primeros años del Gold Rush, no había ley en los asentamientos mineros, más allá de la que impartían las asambleas de mineros. Estos asentamientos tomaban su nombre de los arroyos en los que buscaban oro, y estos a su vez, de la distancia a la que estaban del Klondike. Uno de estos asentamientos fue el Fortymile, y sus habitantes los fortymilers, gente dura, pero que se ayudaba mutuamente: «otro de los hábitos de los fortymilers era dejar sus cabañas siempre abiertas (como en Cicely) para cualquiera que llegase y tuviese necesidad de alojamiento: simplemente entraba y podía dormir en la cama que encontrara vacía. Las primitivas nobles reglas de la hospitalidad y la autarquía reinaban en la nueva ciudad”.

En esas tierras sin ley y con oro, surgieron hoteles, saloons, burdeles, salas de juego… en fin, todo lo que imaginamos cuando pensamos en una ciudad del oeste americano, puro western, en el que forjaron su leyenda pistoleros como Wyatt Earp, famoso Marshall en varias ciudades estadounidenses, y  uno de los protagonistas del tiroteo en OK Corral en Tombstone, Arizona, junto con Doc Holliday, Virgil Earp y Morgan Earp. Wyatt forma parte de las figuras legendarias del Oeste estadounidense cuya vida ha inspirado numerosos westerns, estuvo en Alaska en estos años y Javier también sigue sus pasos.

Wyatt Earp

La tercera parte, cubre el trayecto de Whitehorse a Dawson City, sector que Reverte realiza en canoa navegando el Yukón, durante siete días, con jornadas de diez horas diarias de remo, en una pequeña expedición de 6 personas en 3 canoas. Javier navegó el Yukón en canoa con 62 años.

Esta parte es bellísima por la descripción del entorno, la fauna y la vegetación, la vida de campamento, y los breves encuentros con otros expedicionarios y con los indios nativos. Es un trayecto peligroso en el que muchos murieron en el Gold Rush, y ellos mismos pasaron algún momento de seria dificultad que pudieron superar por la pericia de los guías. Sobre todo estuvieron en dificultades en el Laberge, un gran lago en el curso del Yukón, encajonado en muchos sectores por farallones de rocas que impiden salir del agua, además de un clima duro y cambiante en apenas minutos.

En una entrevista en la que Reverte contestaba preguntas a los lectores de El País, le preguntaron cómo se podía hacer su travesía por el Yukón, aquí os dejo su respuesta, por si os animáis: Puedes mirar en la web de la agencia «Tierras Polares», una agencia que organiza el viaje. Pregunta por Jaime Barrallo -mi amigo, que sale en el libro- él es el guía. Te encantará. O llámale de mi parte: . Van en junio, creo.

Justo antes de publicar este libro, había publicado “El Río de la Desolación: un viaje por el Amazonas”, viaje en el que contrajo la malaria y estuvo grave, tardó mucho en recuperarse y le afectó a todos los niveles, según él mismo contó en varias entrevistas. Después de esa experiencia, la travesía del Yukón fue para él una experiencia que le devolvería la vitalidad, y escribiría: «Porque el Yukon me insufló torbellinos de luz en el alma»…. Hablamos de un río salvaje, que entre mediados de octubre y mediados de mayo se hiela por completo, y que en sus últimos mil kilómetros, supera los tres kilómetros de anchura.

El río Yukón

La cuarta parte cubre el trayecto de Dawson City a Vancouver, pero haciendo un gigantesco triángulo, subiendo en sucesivos vuelos en avioneta hasta el norte de Alaska, hacia lo salvaje, con paradas en St. Michael y Nome, ya en las costas del mar de Bering, desde donde hace dos excursiones al interior para ver osos, hasta encontrarlos a sólo unos metros de distancia.

En esta parte del viaje, escribe sobre Jack London: 

London fue el último escritor que, en la estela de Twain y de Melville, nos cautivó con su esfuerzo por construir una épica propia del Nuevo Continente. Pese a la tragedia que a menudo empapa las páginas de los tres grandes escritores, todos ellos, en mi opinión, transmiten un optimismo vital muy americano: la tersa voluntad de enfrentarse a la naturaleza adversa. 

En su novela John Barleycorn, en buena parte autobiográfica, el protagonista —su alter ego—,  dice sobre la experiencia del Yukón: «Lo único que me traje desde las tierras del Klondike fue el escorbuto». No era del todo cierto, porque también viajaban con él las historias escuchadas en la cabaña de la isla de Split-up, su orgullo por el esfuerzo derrochado en el paso del Chilkoot y en los rápidos del White Horse, el aprendizaje del esfuerzo físico y la experiencia de la fuerza de la voluntad del alma humana. Como admitió tiempo después: «Fue en el Klondike en donde me encontré a mí mismo. Allí nadie hablaba y todo el mundo pensaba. Allí recogías la verdadera perspectiva de ti mismo. Y yo recogí la mía”.

Años después escribió: «Nunca gané un centavo en el Yukon. Sin embargo, la fuerza que me dio aquel viaje siempre me ha permitido ganarme la vida». En enero de 1900, tras arduos intentos por editar sus relatos, consiguió que una revista aceptase publicar su narración «La odisea del Gran Norte». De inmediato, la crítica y el público quedaron fascinados ante aquella forma épica de narrar, tan poderosa como sencilla. Y comenzó a ser conocido como «el Kipling del frío». Desde aquel cuento, publicó sin cesar numerosos relatos y novelas, llegando a ser el autor más leído de su tiempo. Murió famoso, alcoholizado, rico y joven en su hacienda californiana de Beauty Ranch, a la que en alguna ocasión llamó «el rancho de los sueños rotos». Era un día de noviembre de 1916

Jack London

La quinta y última parte, cubre el trayecto de Vancouver a Liverpool.

Para cruzar Canadá de oeste a este, «había comprado billete en el coche-cama de un tren de la compañía VIA Rail, que realiza el mismo recorrido que el antiguo Canadian Railway entre Vancouver y Toronto, con una extensión a Montreal y Quebec«.

En el este, se embarcó en un carguero, “El nombre de mi barco, Eilbek, correspondía al de un barrio de Hamburgo. Era una nave perteneciente a la compañía Wappen-Reederei, botada en el año 2005, de 15.600 toneladas, 169 metros de eslora y 27,20 de manga”.

En la misma entrevista de El País a la que me refería más arriba, una lectora le preguntó cómo se podía conseguir un pasaje en un carguero, y Javier, como siempre, contestó amablemente:

En verano se viaja muy bien por el Atlántico. Le aconsejo que busque un «freighter» (carguero) en la web de www. thecruisepeople.can y pinche en «more», debajo de la lista de ofertas de cruceros de lujo. Hay un montón de ofertas y buenos precios.

He buscado esa web y no he conseguido localizarla, pero he encontrado otras páginas que ofrecen viajes en cargueros por todo el mundo, una aventura que me parece muy apetecible.

El relato de la travesía transatlántica es muy interesante, como único pasajero en el buque, conociendo de cerca el día a día a bordo, en el puente de mando, en la sala de máquinas, en el comedor de los oficiales… con profusas descripciones del mar y el cielo, reflexiones sobre sus lecturas, y diálogos muy jugosos con los marineros. El viaje termina en Liverpool, paseando por la calle, silbando “yellow submarine”.

“El río de la luz. Un viaje por Alaska y Canadá” – Javier Reverte. Plaza & Janes Editores. Año 2009 – 528 páginas. ISBN: 9788401389740

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