La ruta 50 de España en Moto, está planteada en 5 sectores de sur a norte: el primero es Huelva capital, en el segundo sales de Huelva y entras en Portugal por Ayamonte; en el tercero recorres el Algarve, en el cuarto el Alentejo, y finalmente en el quinto vuelves a España por Rosal de la Frontera.
Yo hice la ruta completa pero en sentido inverso, ya que venía de hacer la ruta 49 por la Sierra de Aracena, que termina precisamente en Rosal de la Frontera, y que te cuento en este otro artículo.
Por tanto, entré en Portugal por Rosal de la Frontera, con la idea de hacer el Alentejo por la mañana y el Algarve por la tarde, haciendo noche en Tavira, para regresar a Córdoba al día siguiente. Iba un poco apurado porque había quedado para comer en ruta con unos amigos portugueses, y para los portugueses, es cosa de religión que se come a la una y con mesa y mantel, cosa seria.
La idea para la mañana era avanzar por la IP8, con paradas en Serpa y Beja, para luego bajar a Mértola por la N122, y comer allí con mis amigos.
La IP8, algo deteriorada, discurre por un terreno poco abrupto con grandes dehesas de encinas y olivar.
Serpa es una pequeña población con todo el encanto de las villas alentejanas, con sus casas blancas y sus calles adoquinadas. Entré en Serpa con la idea de parar un rato y tomar un café en la Praça da República. Como no la encontraba en el Tomtom, busqué el casco histórico y paré en una pequeña plaza para mirar Google Maps en el teléfono. Entonces descubrí que estaba sin internet, y por más que tenía activada la itinerancia de datos, no conseguía conectarme, y así siguió la cosa durante todo el día y el siguiente, hasta mi vuelta a España, pudiendo conectarme sólo en las zonas wifi. Después de perder mucho tiempo trasteando la conexión, descubrí que el teléfono me daba una hora y el Tomtom otra, y ya no sabía ni la hora que era, así que, apurado por no llegar tarde a la comida, allí mismo me senté a tomar un café.
Justo a mi derecha había un pequeño café, tenía un aire demasiado sofisticado para mi, que disfruto más en los sitios populares, pero entré. El sitio se llamaba Bazar conceqt siore (algo así como Bazar tienda conceptual), y era realmente bonito. El dueño era un señor de pelo blanco, alto, elegante y muy cordial, con un innegable aire de arquitecto. Estuvimos charlando un buen rato en inglés. Me comentó que acababa de abrir el negocio hacía una semana, que por ahora servía desayunos, y que más adelante también daría comidas, pero que quería ir easy (tranquilo), y me hizo gracia porque desde que entré en Serpa, todo me pareció muy easy. Era un sábado que parecía un domingo, con poca gente en las calles, nada de tráfico, y un silencio atronador que lo inundaba todo. Me sirvió un excelente café Delta en tazita pequeña, y me cobró 35 céntimos. Si sigue así de easy no sé cómo le va a ir el negocio, pero desde luego el sitio es especial y cuando vuelva por allí pasaré a saludarlo y tomar algo.

El siguiente destino debía ser Beja, la ciudad más importante y capital de este distrito del Bajo Alentejo, uno de los mayores municipios de Portugal con unos 25.000 habitantes. Sin embargo, mi amigo Joao es de Beja y hemos quedado en que iré por allí en mayo, para rodar a fondo por el Alentejo, así que decidí bajar directamente hacia Mértola, donde habíamos quedado para comer.
Para bajar a Mértola tomé la N265, atravesando varias aldeas y embalses, sobre todo Mina de Sao Domingos, zona minera que según Joao, merece una visita más pausada. La carretera es secundaria pero relajada.
Mértola es el pueblo más morisco del Alentejo, y su puerto fluvial fue importante en el comercio entre el Alentejo y otras partes de Al-Andalus y el Norte de África. Tiene además un castillo encaramado sobre el Guadiana, que según he leído ofrece una amplia vista sobre el curso del río y el paisaje rivereño, pero me faltó tiempo para subir a verlo.
Habíamos quedado para comer en el Restaurante A Esquina, situado a la entrada del pueblo a orillas del río Guadiana. Se trata de un sitio popular con platos regionales del Alentejo. Yo llegué el primero del grupo, pregunté por una reserva a nombre de Joao, y me sentaron en una mesa exterior para 7 personas. Pregunté la hora y había llegado una hora antes, así que me senté tranquilo en nuestra mesa exterior, a tomar una coca-cola con unas aceitunas y fumar un cigarro. Los camareros hablaban un poco español, conocían Córdoba y apreciaban el lechón de Cardeña. Eran buenos síntomas.
El tiempo voló y algo antes de la una llegó Joao con su DR 600 del pleistoceno. Tiene 3 DR y él mismo las arregla y las restaura. Venía de hacer campo, y unos minutos después llegaron 2 amigos más, también con motos de campo. Y luego llegaron en dos motos una pareja con una peque de unos 9 ó 10 años que estaba disfrutando de su primera salida en moto, aunque ellos por carretera, y ya estábamos los 7 para comer. Joao habla bien español, y de sus amigos, dos hablaban también lo suficiente para charlar un poco. De todas formas, la mayor parte del tiempo Joao y yo estuvimos hablando en español de nuestros viajes pasados y futuros, y los demás, como es natural, estuvieron hablando en portugués de sus cosas portuguesas.

Elegí un poco al azar, Migas de Alho Com Entrecosto (migas de ajo con costillas de cerdo fritas), un plato tradicional alentejano que cumplió todas mis expectativas. Me pareció un poco caro, pero estaba muy rico y me dió energía y sed para todo el día. Comimos muy easy, unas tres horas charlando y disfrutando de la comida, el café y la compañía. Joao quería que viera mil cosas, pero en esta ocasión yo ya llevaba mi plan de viaje hecho, así que quedamos en vernos en mayo o junio, y pasar un fin de semana completo recorriendo sus sitios favoritos del Alentejo. Al menos, aquellos a los que se puede acceder con una moto de carretera como la mía. Para estas ocasiones, Joao tiene una GS.
Sobre las 15:30h nos hicimos unas fotos con las motos, nos despedimos, y cada uno siguió su ruta, los camperos por su sitio, la familia motorista por otro, y yo por el mío, camino de mi próximo destino que era Alcoutim.
Desde Mértola, tomé la N-122 hacia el sur, una carretera muy relajada y en perfecto estado. A los pocos kilómetros te encuentras un gran cartel que te avisa de tu llegada al Algarve, y poco después tomé hacia el este buscando Alcoutim por la EM-507, más pequeña y revirada, que se aproxima al Guadiana por un paisaje boscoso. Este tramo me gustó mucho.
Alcoutim es un pueblo pequeño, de unos 1.100 habitantes, a orillas del Guadiana, que hace de frontera natural con España. Justo en la otra orilla del río está Sanlúcar del Guadiana: un pueblo andaluz y un pueblo portugués, tan cercanos y tan diferentes, separados sólo por el río, y los dos con su pequeño puerto fluvial, en el que había atracados barcos veleros que ofrecían paseos por el Guadiana.

En el lado Portugués donde yo estaba, en la misma orilla del río, había una curiosa escultura, Estatua Do Contrabandista, en homenaje a los contrabandistas del guadiana. Al día siguiente, en Tavira, conocería a una pareja, ella italiana él alemán, que me contaron que en Alcoutim hay incluso un festival del contrabando, en el que ambos pueblos, pueblos gemelos como los llama Saramago, se unen por un puente flotante sobre el río, y celebran juntos el recuerdo de aquellas personas que durante siglos, retaron a la muerte en el río, y perdieron muchas veces, tratando de burlar la miseria pasando café o almendras entre ambos países. Esos días además de la pasarela, hay teatro de calle, gastronomía, música y fiesta. Por lo que he leído después, el festival no se celebra desde 2020, pero espero que se recupere y poder revisitar entonces este lugar.

Antes de marcharme, estuve un buen rato trasteando el Tomtom. Preparando el viaje había visto en Google Maps que se podía trazar una diagonal entre Alcoutim y Tavira, por carreteras de montaña, pero seguía sin internet y en el GPS no conseguía trazar la ruta que yo quería, así que acabé por pedirle ruta vertiginosa nivel 1, y acabó bajándome por la IC27, una carretera amplia y rápida con un bonito paisaje, hasta poco antes del mar, donde tomas al oeste por la N125 hasta Tavira. Este último tramo, con muchos núcleos de población, mucho tráfico y escaso interés.
Llegué a Tavira sobre las 18h y fuí directo al hotel. Había reservado en Residencial Marés, un bonito hotel en la rua José Pires Padinha, una ubicación inmejorable, a orillas del río Gilao, con un muelle justo en la puerta, donde podías coger el barco para ir a la isla de Tavira; y a sólo 500 metros de la rua da Liberdade y el puente romano en una dirección, y del mar en la otro. El personal muy amable y la habitación estupenda. En esta ocasión no había parking pero pude dejar la moto en la misma puerta del hotel y sin problemas.

Me dí una ducha, ropa cómoda, y salí a dar un paseo por la rivera del río hasta el centro. En la acera del hotel la rua José Pires Padinha ofrece innumerables bares y restaurantes con terraza. La otra acera se abre a un amplio boulevard con todo el aire de un paseo marítimo, desde el que tomé algunas fotos del río con los puentes iluminados en las primeras horas de la anochecida.


Para ser un sábado por la noche había pocas personas paseando y sentados en las terrazas. Desde el centro volví al hotel paseando por bonitas calles adoquinadas llenas de escaparates que no miraba nadie. Tal vez serían las 21h, no sé si muy tarde para los portugueses que comen y cenan tan temprano.
Al llegar al hotel me acerqué al muelle y estuve mirando la información de horas y precios de los barcos. No tenía pensado ir a la Isla de Tavira, pero ya que me había encontrado el embarcadero en la puerta de mi hotel, decidí sobre la marcha visitar la isla al día siguiente.
El Domingo era el último día de mi viaje, y mi idea original era ir hasta Vila Real de Santo Antonio, subir con la moto en el transbordador y cruzar el Guadiana navegando, para entrar en España por Ayamonte. Después ir hasta Huelva por carreteras secundarias parando en el Mirador Flecha del Rompido y el Portil. Y desde Huelva, enlace hasta Córdoba otra vez por secundarias, esta vez por el sur de Sevilla, por Utrera.
Así que el domingo madrugué porque quería tomar tres barcos, visitar varias playas, y hacer muchos kilómetros. A las 8h bajé a desayunar y me gustó mucho el comedor, con una gran cristalera que lo inundaba todo de luz natural. Desayuné contemplando el boulevard y la rivera del río. Como siempre, café sólo y tostadas con aceite y tomate, y también unos pastelillos de Belém de los mejores que he tomado nunca. Después hice el equipaje y lo cargué todo en la moto, dejando en la habitación sólo el traje de moto y una bolsa para guardar la ropa que iba a llevar a la isla.

Era un precioso día sin sol, perfecto para navegar bajo un cielo cargado de nubes grises. El primer barco partía a las 9:30h. Un viejo transbordador de unas 100 plazas que en verano seguro irá muy lleno, pero esa mañana íbamos a bordo 4 tripulantes y 6 pasajeros. Embarqué de los primeros y tomé algunas fotos desde la popa de la primera cubierta.

Los tripulantes eran gente simpática, marinos de cierta edad con aire de aceituneros, de jornaleros del mar. Gente amable pero pésimos fotógrafos. Salimos del embarcadero con mucha energía, haciendo casi un trompo en un vigoroso giro de 180 grados, y empezamos a navegar rumbo a la desembocadura, por un canal sin más barcos que el nuestro, en una mañana gris y con viento. Me quedé en la cubierta disfrutando de las vistas. La borda de estribor daba a las Salinas de Tavira en el Parque Natural da Ría Formosa, y todo el rato las aves marinas estuvieron volando a nuestro alrededor, y picoteando la playa, supongo que buscando almejas y otros moluscos. Me llamaron la atención los flamencos, esa especie de patos menudos, estilizados y elegantes, montados sobre unas largas patas. Y había muchas más especies que yo, lamentablemente, no sabía distinguir. Me acordé de mis amigos pajareros que seguro, habrían disfrutado mucho de este paseo en barco.

Hicimos una parada en la misma desembocadura, donde subió a bordo otra pareja, y poco después llegamos a la isla.
La isla de Tavira está muy concurrida en verano, pero visitarla en invierno es una delicia. Son 11 km de isla, con dunas y pinares en el centro, y magníficas playas. Cerca del embarcadero hay un gran camping cerrado en invierno, pero que en verano puede albergar a más de 1.000 campistas. También hay restaurantes y chiringuitos, ahora también cerrados.

La isla tiene cuatro playas: Praia de Illha Tavira (Playa de Isla Tavira), Praia da Terra Estreita (Playa de la Tierra Estrecha), Praia do Barril (Playa del Barril) y Praia do Homem Nu (Playa del Hombre Desnudo). Esta última es una playa desierta, salvaje, y específicamente nudista, aunque en toda la isla se tolera el nudismo.

Tenía por delante una hora y cuarto para pasear. En unos instantes, los 7 u 8 pasajeros nos dispersamos por la isla. Yo eché a andar al azar y acabé en Praia do Barril, una playa amplísima, ahora desierta, con un mar muy bravío.

Andé por la arena hasta la zona húmeda y caminé un buen rato junto al mar, disfrutando de la brisa y del sonido de las olas. Al cabo de una media hora empezaron a caer algunas gotas, y me refugié a fumar en el porche de un chiringuito vacío. Después volví caminando, ahora por el interior, junto al pinar, con el mar a mi derecha, bajo una lluvia que poco a poco iba a más.

A pesar del chubasquero con capucha y el calzado impermeable, tuve que acabar refugiándome en las instalaciones del camping desierto, en un merendero bajo un cobertizo de madera, con grandes mesas y bancos también de madera. Se estaba bien allí, sentado a cubierto, con el sonido de la lluvia, entre los pinos y las dunas. Poco después llegó una de las parejas que habían venido en el barco, y se sentaron conmigo. Creo que nos caímos bien enseguida. Eran gente tranquila y amigable, ella italiana y él alemán, hablaban bien español, además por supuesto de inglés, pero llevaban tres años en Tavira y curiosamente, entre ellos hablaban portugués, lo que resultaba divertido. De todas formas, el tiempo que compartimos el resto de la mañana estuvimos hablando en español. Me ofrecieron té de un termo, y charlamos de todo un poco en aquel refugio. La lluvia no cesaba pero un rato después tuvimos que marcharnos para embarcar y volver a Tavira.

El barco disponía de una zona interior cerrada con ventanas acristaladas, una pequeña cubierta exterior en la zona de popa, sin ninguna protección, y una cubierta superior abierta, pero protegida de la lluvia por un techado. Todos nos metimos en la parte de abajo, en la zona cerrada, donde nos sentamos los tres juntos y seguimos charlando, incluso le pedí a un señor que nos tomara una foto.

Sin embargo, quería disfrutar de esa breve travesía bajo la lluvia, así que me subí a la cubierta superior, y allí, completamente sólo, hice el corto trayecto viendo como llovía sobre el mar, sintiendo en silencio, el runrun del motor del barco.
Llegué al hotel con el tiempo justo de subir a la habitación, ponerme el traje de moto, y hacer el check out a las 12:00h en punto.

La lluvia seguía, así que decidí dejar para otra ocasión el transbordador de Vila Real de Santo Antonio, y pasar a España por tierra firme a través del puente internacional de Ayamonte. Cada vez llovía más y más y crucé la frontera bajo una gran manta de agua. Tomé la N-431 para ir hasta Cartaya y allí bajar a la costa, para estar un rato y fumar un cigarro en el Portil y en el Rompido, y retomar la N-431 hasta Huelva. Sin embargo, era tanta el agua que caía que a la altura de Lepe tuve que parar. Lamentablemente no llevaba montadas las manoplas con las que viajo siempre en invierno y que son infalibles para el agua y el frío. No las llevaba y por más que me ajusté los guantes, el agua me entraba y llevaba las manos y todo el interior de los guantes mojados. Además es una zona muy poblada y llena de actividad por lo que había mucho tráfico. Paré y sobre la marcha decidí simplificar el resto del viaje y buscar la autovía, mucho más rápida y segura en esas condiciones. Por la autovía aligeré, deseando salir cuanto antes de ese fuerte chubasco, que sin embargo, me acompañó todo el camino hasta pasada Sevilla. Entre Huelva y Sevilla, paré en una estación de servicio para comer algo a la altura de Trigueros. Aparqué a resguardo, bajo los lineales de aparcamientos cubiertos de la gasolinera. Seguía lloviendo y allí coincidimos haciendo picnic dos coches de chavales que viajaban juntos, otro motorista, y yo. Como siempre, saqué mi camping gas y en un momento me calenté unos callos y un café con leche, que calentitos me arreglaron el cuerpo un poco estragado por tanta agua. Poco después continué viaje con nueva parada para repostar y fumar un cigarro en “Los Potros”, ya cerca de Córdoba. Llegué a casa sobre las 17:30h, me dí una larguísima ducha de agua caliente, me tomé un gramo de paracetamol, y ya con ropa seca y bien abrigado, me senté a ver el Sevilla Real Sociedad, pensando que había sido un viaje magnífico, pero que es una estupidez viajar en invierno, aunque sea ya a finales de marzo, con las manoplas guardadas en el armario.
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