Desayunamos en casa muy temprano, y nos fuimos dando un paseo hasta la estación de La Croix de Berny, donde se coge el cercanías en nuestro barrio, y que durante toda la semana sería principio y final de nuestras excursiones. Media hora de paseo, en la que me llamaron la atención las chabolas de personas de sin hogar, en la Avenida de la División Leclerc.

Llevábamos preparadas foto carnets para sacarnos el PASSE NAVIGO, un bono de transporte que te da acceso a todo el transporte urbano de París durante una semana, y que sale tan sólo por 28€ por persona, y doy fe que lo amortizamos. En la estación sólo había cajeros automáticos y necesitábamos un ser humano al que contarle nuestra vida y darle nuestras foto carnets, así que preguntamos a una señora de rasgos asiáticos, que muy amable nos explicó que para eso, teníamos que ir a otra estación, y nos explicó como llegar dando un corto paseo en línea recta, hasta la estación de Antony. En Antony, una estupenda funcionaria nos hizo los carnets a los cuatro y nos entregó un mapa de París, que no nos sirvió para nada, porque nos movimos todo el tiempo con una app que se llama Citymapper y que es fantástica: te geolocaliza, le dices donde quieres ir, y te da la mejor opción posible en tiempo, combinando todos los medios de transporte.

Con nuestros flamantes PASSES NAVIGO y nuestro Citymapper cruzamos París entera de sur a norte, primero en RER (así se llaman allí los cercanías), y luego en metro, hasta llegar al Mercado de las Pulgas.

Aunque lo normal es empezar por el centro, decidimos aprovechar que era lunes para visitar el mítico Mercado de las Pulgas, que entre semana sólo abre ese día.

Este mercado callejero está formado en realidad por nada menos que 15 mercados repartidos por un enjambre de callejones, cerca de la salida del metro de Ponte de Clignancourt, en el barrio de Saint Ouen, al norte de París, y es el mayor mercado callejero de Europa.

Según la Guía Nómada de París, la denominación de “mercado de las pulgas” viene de finales del XIX, cuando unos cuantos comerciantes dedicados al mercadeo de objetos de lo más variopinto (y no siempre de procedencia legal) se fueron juntando, como quien no quiere la cosa, en esta zona periférica de París que era entonces la localidad de Saint Ouen; un lugar no muy recomendable pero que les evitaba pagar los impuestos que requería la ciudad para poder vender en la zona interior de la muralla.

Les Puces de Saint-Ouen no fue bien visto por la burguesía de la época, que miraba con desdén a quienes acudían allí y pronto hizo correr el rumor de que la mercancía que en él se encontraba estaba plagada de pulgas (como pulgosos eran los que la vendían).

Más allá de estas historias de veracidad dudosa, lo cierto es que el mercado se quedó con ese nombre, y un siglo y pico después, se ha convertido en ese tipo de mercado callejero entre bohemio y glamuroso, tan típicamente parisino.

Mercado de las Pulgas de París.

Por allí merodean turistas, amantes del arte y de las antigüedades, coleccionistas, mochileros y famosos, en busca de algún tesoro. Y es que en el Mercado de las Pulgas se venden desde discos y libros usados a trajes de época, obras de arte, objetos decorativos y muebles (en muebles verdaderas joyas, aunque no muy económicas), ropa vintage, bolsos de grandes firmas de segunda mano (pero no gangas, saben muy bien lo que venden), viejas radios y televisores, juguetes y muñecas antiguas… la lista es interminable.

Los primeros puestos que encontramos no diferían mucho de cualquiera de los mercadillos callejeros que encuentras en cualquier ciudad española, o al menos andaluza. Claramente no habíamos llegado, tenía que haber algo más, y sin embargo mi mujer y los chicos se agarraron a los puestos de camisetas y zapatillas de deporte y no había manera de salir de allí, a los diez minutos ya me estaba preguntando si aquello había sido buena idea…

Al fin avanzamos, siguiendo las indicaciones de algunos chicos a los que íbamos preguntando por la calle, y por fin, a sólo una manzana, la cosa mejoró. Empezamos andando por el centro de una ancha acera, flanqueados por dos líneas de puestos, en los que se alternaba ropa chony, deportiva, raperilla, etc, con puestos muy interesantes de ropa de segunda mano. Recuerdo especialmente una tienda con cazadoras de piel de aviador, de motorista, de marinero… de todos los tipos y tallas, fantásticas y muy bien conservadas, a 50€. Si no fuera porque soy un pésimo comprador, de buena gana me hubiera llevado una de esas chaquetas de aviador.

De esta avenida, partían hacia el interior de la manzana pequeños callejones , algunos engalanados en toda su extensión con alfombras rojas por las que ibas caminando. Los callejones se entrecruzan en un caos de tiendecitas en las que se vendía todo lo imaginable, pero sobre todo obras de arte y antigüedades, de muy diverso pelaje e interés; si bien había un cierto orden, con zonas de quincallería, zonas de anticuarios glamurosos, de dibujos y pintura…

Mercado de Pulgas. Entre semana con poca gente.

Con todo, tengo que decir que yo personalmente no lo encontré para tanto, me gustó conocerlo y visitar esa parte de París, aunque en mi caso, con una visita he tenido bastante. A mí mujer y a los chicos les gustó más, tanto por la ropa, como por los muebles antiguos, que a mí, sin embargo, me parecían todos demasiado barrocos, demasiado dorados…

Después de un buen rato deambulando buscamos un jardín para hacer un picnic. Volvimos a la avenida principal y andamos un rato sin éxito, hasta que decidimos acomodarnos en una pequeña zona ajardinada, donde descansamos y comimos algo. Después volvimos por la acera del otro lado de la avenida, donde los puestos parecían tener menos interés, y finalmente volvimos al metro y nos fuimos al centro.

Mercado de las Pulgas. Con puestos cerrados entre semana.

Salimos a la superficie en la Plaza de la Concordia, donde está el Obelisco de Ramses II, que según creo haber leído, es la obra de arte más antigua de la ciudad, aunque no pudimos disfrutarlo, porque estaba en obras, completamente rodeado de andamios. Pero aún sin obelisco, es una plaza impresionante por sus dimensiones, y por la monumentalidad del entorno. De esta plaza parte la famosa Avenida de los Campos Elíseos, que para la gente de mi edad, es famosa por los 5 tours de Miguel Indurain en los años 90.

Estábamos cansados, así que nos fuimos a los jardines de los Campos Elíseos, que acompañan a la avenida en la mitad de su recorrido, y allí nos sentamos en un banco al sol y pasamos un buen rato, yo descalzado, fumando, y viendo pasar gente, todos blancos, casi todos europeos, muchos españoles. Alba y el chico se fueron a buscar un aseo público, y entre la distancia y la cola tardaron una inmensidad, que disfruté en mi banco sin ninguna prisa.

Ya juntos los cuatro paseamos por los jardines, recuerdo que vimos un curioso hotel de insectos y le hicimos una foto.

Hotel de insectos, en los Jardines de los Campos Elíseos.

Paseamos todo el parque, y luego seguimos por el segundo tramo de la Avenida, hasta su final, en el Arco del Triunfo. Este segundo tramo de los Campos Elíseos tiene unas aceras tan anchas que parecen bulevares, con terrazas, restaurantes, y muchas marcas caras como Mont Blanc, Louis Voutton, Dior, etc. Había una auténtica riada de gente caminando por allí, en más de un momento me pareció agobiante. En algunas tiendas, había en la puerta grandes colas de 40 o 50 personas, ordenadas detrás de unas catenarias, esperando que, poco a poco, les fuesen permitiendo el acceso a la tienda… de locos. Cuando me jubile, en verano, Navidad y Semana Santa, me quedaré en mi casa, y viajaré el resto del año.

Edificios de Louis Vuitton y Dior, en la Avenida de los Campos Elíseos.

Por fin llegamos a la plaza del Arco del Triunfo, desde la que parten los 12 grandes bulevares de París. Accedimos al centro de la plaza por un pasadizo subterráneo, y fuimos a salir justo debajo del arco, que es un lugar impresionante por la vista interior de las bóvedas, y donde además está el Monumento al Soldado Desconocido, que honra al más de millón de franceses muertos en la Primera Guerra Mundial.

Arco del Triunfo de París.

Este arco es, probablemente, el arco de triunfo más célebre del mundo, y fue construido por Napoleón a principios del XIX,  para conmemorar la victoria en la batalla de Austerlitz, tras prometer a sus hombres que volverían a casa “bajo arcos triunfales”. Y hay que decir que cumplió con el plural, porque como vimos unos días después, junto al Louvre, a la entrada del Jardín de las Tullerías, hay otro arco del triunfo, de menor tamaño pero similar estructura, conocido como el Arco de Triunfo de Carrusel, que es el nombre de la plaza donde está ubicado. Y lo curioso, es que desde Carrusel, mirando por el interior del arco, ves al fondo, en línea recta, a varios kilómetros de distancia, el segundo y gran, Arco del Triunfo.

El otro Arco del Triunfo de París, en los Jardines de las Tullerías.

Volviendo al más conocido y monumental Arco del Triunfo, está inspirado en el Arco de Tito de Roma,  y tiene unas dimensiones de 49 metros de alto y 45 de ancho.

A sus pies se encuentra la Tumba del Soldado Desconocido de la Primera Guerra Mundial, en cuya superficie hay una inscripción: ICI REPOSE UN SOLDAT FRANÇAIS MORT POUR LA PATRIE 1914-1918 («Aquí yace un soldado francés muerto por la Patria 1914-1918») y una llama continuamente encendida, que las asociaciones de antiguos combatientes o de víctimas de la guerra, reavivan cada día, a las seis y media de la tarde, conmemorando su recuerdo.

Monumento al Soldado Desconocido, con su llama perpetua.

Es un lugar que impresiona, y aunque había gente, no era tanta como para estar incómodos, así que estuvimos un buen rato disfrutando del lugar, rodeando varias veces el arco, contemplándolo desde abajo, por dentro. Y por supuesto, también prestamos atención a la Tumba del Soldado Desconocido, con sus flores frescas y su llama perpetua. Es un sitio que merece la pena visitar, tanto es así, que después de 30 ó 40 minutos allí, quise seguir, y los chicos nos pidieron un rato más. Y desde luego, imprescindible acceder al centro de la plaza y ver el arco desde abajo.

Vista interior de las rosas esculpidas en los techos abovedados del arco.

Finalmente, desde una de las 12 avenidas que parten de la plaza, tomamos un autobús que nos llevó hasta la calle Albert de Mun, desde donde fuimos caminando hasta los jardines del Trocadero. Cuando caminábamos por el jardín, alguno de nosotros miró a la izquierda, y quedó petrificado ante la vista imponente de la Torre Eiffel, emergiendo entre los árboles como un bello artiodáctilo metálico. Nos quedamos los cuatro absortos, por más que te hayan contado, encontrarte frente a ella por primera vez, es toda una experiencia.

La Torre Eiffel desde los Jardines de Trocadero.

Hicimos alguna foto y seguimos caminando hasta la Fuente del Jardín de Trocadero, desde cuya parte más elevada se pueden tomar unas fotos fantásticas. En esta zona el ambiente era simpático, con multitud de turistas muy jóvenes que hacían los posados más inverosímiles frente a sus teléfonos, con indios y paquistaníes vendiendo de todo, cervezas, souvenirs, y no sé si algunas cosas más, por el tono callado y el semblante esquivo, con el que algunos te ofrecían su mercancía.

La Torre Eiffel desde la Fuente de los Jardines de Trocadero.

Después de muchas fotos en todas las composiciones familiares posibles, nos decidimos a cruzar el Sena por el Pont d’lena (Puente de Jena) hasta situarnos a los mismos pies de la torre. Habíamos contratado un paseo en barco de una hora por el Sena, así que bajamos al embarcadero, pero yo llevaba las entradas en el móvil y por desgracia, descubrí que me había quedado sin batería. Esto fue una faena para los chicos, que estaban deseando navegar por el Sena, pero afortunadamente los tickets eran válidos para toda la semana, y pudimos hacerlo otro día.

La Torre Eiffel desde el Pont d’lena.

Para entonces, yo estaba ya bastante cansado porque llevábamos 9 horas en la calle y además, no había manera de encontrar un wc… sin embargo, los chicos querían que nos fuésemos a los Jardines de la Torre Eiffel, querían tumbarse en el cesped a los pies de la torre y estar allí un rato, y en fin, son días que hay que aprovechar al máximo, así que, preguntando, localizamos un wc en el embarcadero, y previo pago del eurito de rigor, me quedé descansando y listo para lo que hiciera falta.

Los Jardines de la Torre Eiffel, y el Campo de Marte del que son prolongación, son una inmensa extensión de césped, a la espalda de la torre conforme la ves desde el Sena. Había en el cesped cientos y cientos de grupos de jóvenes, allí tirados, tomando el sol, descansando, contemplando los jardines, a pesar de todo limpios, bajo un cielo azul, roto por fogatas y ángeles alados de nubes blancas. Los paquistaníes seguían a lo suyo, se nos acercó un chico muy simpático con una cubeta metálica llena de botellas muy frías de cerveza, vino, y champán, y yo estaba tan agusto allí, tumbado en el cesped, contemplando desde abajo la inmensidad de la Torre Eiffel, que pensé que el momento se merecía unas cervezas frías: criforten, criforten, criforten… No me enteraba, y al final, – papá, que te vende tres cervezas por diez euros… Se las pagué. Un atraco porque eran quintos de la marca más barata, pero se las pagué y nos las bebimos tan agusto. Al rato vino la competencia con otra cubeta de cervezas, criforten, y le dije que no. Entonces me dijo forforten, forforten, y comprendí que había hecho al tonto. Decidí que al próximo, le diría yo, faifforten¡¡ En fin, fue un rato estupendo, en un sitio bestial, y todos tenemos un gran recuerdo de aquella tarde. 

Tumbados en los Jardines de la Torre Eiffel

Después de más de una hora en los jardines nos dirigimos al metro, pero nos equivocamos y cruzamos innecesariamente el Sena por el Pont d’lena (Puente de Jena), para volver un buen tramo más abajo, a la misma rivera, por el Pont de Bir Hakeim, para por fin, coger el metro y luego el RER, hasta nuestro apartamento en Fresnes. El paseo por el Sena fue agradable, y también lo fue cruzar el Pont de Bir Hakeim, un puente en el que los dos carriles de circulación, están separados por una zona peatonal, cubierta por una estructura metálica, por cuya parte superior circula el RER (el tren cercanías). Tiene además, en las aceras, unas barandillas metálicas, y en el centro, un viaducto de piedra con un mirador, que ofrece unas vistas espléndidas de la Torre Eiffel, sobre el Sena.

La Torre Eiffel sobre el Sena. Vista desde el Pont de Bir Hakeim

El transporte a casa fue extenuante, no tanto por la distancia, como por la cantidad de personas que había en el metro. Fuimos de pié todo el trayecto, como sardinas en lata, luchando contra los cuerpos de los demás. Recuerdo que miré a aquellas personas con pena, yo no soportaría una experiencia así cada día para ir al trabajo. También me preocupé pensando que fuera así todos los días, yo contaba con los tiempos del transporte, que si vas sentado, relajado y en superficie, puede ser incluso agradable, pero no había contado con ese nivel de masificación y me preocupé. Afortunadamente sólo fue ese día, y después siempre pudimos viajar tranquilos y sentados.

Ya en el barrio, fuimos a un súper a comprar pan y de paso un brioche con pepitas de chocolate. Cuando llegamos al apartamento llevábamos casi doce horas seguidas en la calle, y habíamos andado no sé cuántos kilómetros… Los chicos estaban como nuevos, pero mi mujer y yo, cincuentañeros sedentarios, estábamos molidos y nos preguntábamos, tumbados en la cama, agarrados a nuestras copas de vino, si aguantaríamos toda la semana a ese ritmo. Ahora puedo decir que no sólo la aguantamos, sino que además la disfrutamos muchísimo.

Tras el carrusel de duchas cenamos tranquilamente en familia, unos espagueti de estudiantes y nuestro brioche, y después, el chico se puso a estudiar, y los demás nos abandonamos a la procastinación y el descanso, hasta un nuevo e ilusionante día parisino.

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