Como todos los años, he ido a pasar parte del verano a Linares (Jaén), pueblo en el que me crie, y donde seguimos conservando una bonita casa en el campo. Y estando en Linares, tuvo lugar el II Festival Flamenco en la Calle de La Carolina, que nos queda a sólo 20 minutos de casa, así que, aunque el cartel era modesto, nos acercamos a ver el espectáculo del último día del festival, y en los siguientes días, volvimos para caminar y conocer a fondo este pueblo de Jaén, en el que por cierto, mi madre dio clases de filosofía durante varios años, en el Instituto de Bachillerato Martín Halaja.
El Festival Flamenco en la calle, nació el año pasado impulsado por el Ayuntamiento, para acercar el flamenco a la calle, sacarlo de las peñas y conectarlo con la gente, a través de espectáculos de acceso gratuito en plazas y calles.
Este II Festival se ha celebrado en los dos fines de semana centrales del mes de agosto, siendo preludio del Festival de la Peña Flamenca Puerta de Andalucía, que tuvo lugar en su sede del recinto ganadero el último fin de semana de agosto, y al que lamentablemente no pude asistir, porque me había comprometido con mi hijo a llevarlo a Fuengirola a ver un concierto de Louis Tomlinson.
El festival se desarrolló en tres escenarios distintos: el recinto ganadero, sede como hemos dicho de la Peña Flamenca Puerta de Andalucía; la calle Las Posadas; y la Plaza de la Iglesia.
En total, 5 días de flamenco que arrancaron el primer viernes con la actuación de Alfredo Tejada, ganador del concurso de la Unión (cante), y Antonio de la Luz (guitarra); y se cerraron el segundo sábado con Miriam Cantero (cante), Rodrigo Fernández (guitarra) y Pedro Calero (piano).
Este último fue el espectáculo que nosotros vimos, en la Plaza de la Iglesia, un lugar increíble para disfrutar de un recital al aire libre en una noche de verano. Detrás del escenario el Palacio del Intendente y la Iglesia Colonial de la Inmaculada, y la plaza llena de público, con muchas personas mayores y niños pequeños jugando por la plaza al son de la copla española y los quejios flamencos.

Efectivamente, estos tres artistas extremeños presentaron un repertorio variado, abriendo y cerrando con copla española, y con flamenco en la parte central de la actuación. A mi mujer y a mi nos gustaron mucho, a mi padre que es flamenco viejo no les gustaron, creo que porque no eran tan flamencos como él esperaba, y mi hijo se portó bien, tolerando sin rechistar una música que por ahora no le interesa.
Miriam Cantero, extremeña de Cáceres y de familia de cantaores, es una artista versátil que interpreta desde boleros hasta temas de soul y jazz, además de copla española y flamenco. Me gustó especialmente su forma de cantar el bolero Volver, y la Baladilla de los Tres Ríos, de Lorca.

En cuanto al guitarrista, Rodrigo Fernández, le sonaba muy bien la guitarra y me pareció muy buen músico. Guitarrista y compositor de flamenco y clásica, y con formación de conservatorio. Volveré a verlo siempre que tenga ocasión.
Por último el pianista Pedro Calero, también con formación de conservatorio, discípulo del pianista portugués Filipe Melo, ha actuado en importantes festivales de jazz y lidera su propio trío de jazz. Estuvo muy correcto pero creo que no brilló especialmente, habría que verlo tocando jazz.

En definitiva, tres artistas interesantes que nos hicieron pasar una agradable velada en la Plaza de la Iglesia, si bien es cierto que seguramente, escogimos al azar la noche menos flamenca del festival.
Aunque había estado varias veces en La Carolina, nunca antes había estado en la Plaza de la Iglesia, y es sin duda, una plaza espléndida, por su monumentalidad, por su lonja despejada esa noche llena de vida, y por su posición elevada, desde la que parte una larguísima calle peatonal, que en una recta infinita, recorre todo el centro del pueblo, para terminar en el Paseo Molino de Viento.

Para después del recital, había elegido en internet el Bar Diego, que estaba cerca y tenía terraza y buenas reseñas. El tabernero nos recibió con hostilidad, porque eran las 23:30h y tenía ganas de cerrar, me dijo que a esas horas ya no había cocina. Finalmente, nos sentamos a tomar unas cervezas y nos sorprendió con unas tapas al más puro estilo de Andalucía oriental: primero con un enorme bollo con beicon, y luego con unas enormes patatas bravas. El bar era grande y desvencijado, con calaveras heavy metal y posters de Iron Maiden, entre sillas viejas de Cruzcampo y calendarios de santos. El hombre se fue relajando y al irnos, se me presentó por su nombre, me dio la mano, y nos invitó a volver otro día más temprano, que habría más tapas de cocina.
Volvimos a La Carolina unos días después, aparcamos en la Plaza de la Iglesia, y desde allí empezamos a caminar, primero al oeste para visitar la ermita de San Juan de la Cruz, después al norte para ver las Torres de la Aduana y el Monumento a la Batalla de las Navas de Tolosa, desde allí al este para visitar las Torres de la Fundación, luego al sur para ver la Torre de la Munición (o de Los Perdigones), el Ayuntamiento y la antigua cárcel, y finalmente de nuevo al centro, para terminar en la Plaza de la Iglesia donde visitamos, o quisimos visitar, la Iglesia Colonial de la Inmaculada, el monumento a San Juan de la Cruz, el Palacio del Intendente Olavide, y el Museo Minero de las Nuevas Poblaciones.
Era temprano, la mañana estaba fresca y el paseo era agradable. En diez minutos llegamos a la Ermita de San Juan de la Cruz

La ermita estaba cerrada, pero había en la puerta un señor muy amable, Julián, que se acercó a la sacristía a pedir la llave, nos abrió la ermita para que pudiéramos visitarla, y él se puso a orar.

La ermita data del siglo XVIII, si bien según los testimonios e informes de los intendentes de las Nuevas Poblaciones, en el siglo XVI los frailes del monasterio Carmelita de La Peñuela, ya poseían una pequeña capilla-oratorio en este mismo lugar. Por tanto, en el siglo XVIII se erige esta ermita como ampliación de la antigua capilla, a petición de Doña Juana de Nava y Vozmediano, que donó tierras al rey Carlos III para la implantación de las Nuevas Colonias, con la condición de que construyese esta ermita en honor a San Juan de la Cruz. Además se construyó el primer cementerio de la ciudad, encontrándose una cripta y un osario bajo la ermita.

La ermita es un edificio sencillo de tamaño medio, encalado, con piedra en las esquinas y tejado a dos aguas. En su interior, un pequeño oratorio y un altar. En el altar, un pañito de crochet, y al fondo, presidiendo, un gran lienzo con San Juan de la Cruz, de Sánchez Sola.

A los tres nos interesó mucho esta visita, siempre me han encantado las ermitas, por su sencillez y recogimiento, para mí mucho más atractivas que las grandes iglesias y catedrales.

Desde allí, nos fuimos caminando hasta la Plaza de la Aduana, para visitar las Torres de la Aduana. En nuestro paseo, pasamos por la calle Cervantes, donde tomé una fotografía de la Asamblea Local de Cruz Roja.

Aunque ya lo habíamos advertido desde el inicio de la mañana, en nuestro paseo pudimos observar como la ciudad muestra un plano cuadriculado formado por sus calles paralelas y perpendiculares. Una ordenada trama urbana que le ha valido el apelativo de Joya Urbanística de Andalucía, y que se debe a las ideas racionalistas de La Ilustración. La verdad es que a mí me gusta más el enjambre de la judería cordobesa o del albaicín granadino, pero sí que es curioso caminar por un pueblo tan ordenado en el que todas las esquinas son ángulos rectos a escuadra y cartabón.

Avanzamos por la calle Madrid, que es la calle más comercial del pueblo, hasta llegar a las Torres de la Aduana, que separan la Plaza de las Delicias de la Plaza de la Aduana.
Estas torres datan del s. XVIII y se construyeron para flanquear el acceso a la plaza de la aduana, donde se cobraban los impuestos y peajes. En 1792, fueron trasladadas para guarecer la entrada norte de la ciudad.
En el plano original de la ciudad se diseñó levantar una torre por cada vértice de la ciudad para dar una arquitectura señorial a la Capital de las Nuevas Poblaciones, revolucionando el urbanismo de la época. Sin embargo, entiendo que este proyecto quedó en papel, porque actualmente las torres son dos, no cuatro.

En 1996 se anexaron al monumento placas grabadas con imágenes y texto, que según un cartel con información turística que hay en la plaza, hacen mención a los bandoleros de Sierra Morena y a la entrega del Fuero de las Nuevas Poblaciones de 1767.
La placa del fuero, escrita con una letra irregular, reza así: REAL CÉDULA DE SU MAGESTAD Y SEÑORES DE SU CONSEJO, QUE CONTIENE LA INSTRUCCIÓN y fuero de población, que se debe observar en las que se tomen de nuevo en la Sierra Morena con naturales y extranjeros católicos. Año 1767.

Respecto a la otra placa, no entiendo bien porqué el cartel hace referencia a los bandoleros, porque tanto la imagen como el texto grabados, recogen la entrega a los colonos de cédulas, supongo que con sus derechos como colonos. En esta placa, las letras son más bonitas y cuidadas.

Ya hacía algo de calor, así que nos sentamos a descansar unos minutos a la sombra, en la Plaza de las Delicias. En esta plaza hay un monolito conmemorativo de la batalla de las Navas de Tolosa, sin embargo, caminando hacia el norte, ya hacia la salida del pueblo, donde la calle Madrid pasa a denominarse Avenida de Madrid, hay otro monumento conmemorativo de la batalla de las Navas de Tolosa, mucho más interesante, y por supuesto fuimos a verlo.
Caminando por la Avenida de Madrid, pasamos por la puerta del instituto de secundaria Martín Halaja, donde como dije al principio, mi madre dio clase durante varios cursos en los años ochenta. Ella guarda muy buen recuerdo de este centro, así que me colé por la puerta que estaba abierta por obras, y robé una fotografía fugaz.

Un poco más adelante está el imponente monumento a la batalla de las Navas de Tolosa, que data de 1981, y es obra del arquitecto Manuel Millán López y el escultor Antonio González Orea, para conmemorar la victoria cristiana, con Alfonso VIII al mando, sobre los Almohades de Al-Nasir en 1212, en el antiguo lugar conocido como Navas de Tolosa.
En primer lugar aparece la figura en bronce de Martín Halaja, pastor que mostró el camino a las tropas cristianas para llegar a la zona del enfrentamiento sin ser descubiertos, y que da nombre al instituto de mi madre y a otros muchos espacios en el pueblo. En segundo lugar aparecen esculpidos en piedra dispuestos de derecha a izquierda: Pedro II rey de Aragón “El Católico”, Alfonso VIII, rey de Castilla “El Batallador”, Sancho II rey de Navarra “El Fuerte”, el arzobispo de Toledo D. Rodrigo Jiménez de Rada, y al señor de Vizcaya D. Diego López de Haro. Las figuras están flanqueadas por unos grandes muros, que representan los angostos y duros caminos de Sierra Morena.

El monumento realmente impresiona por sus dimensiones y disposición elevada. Está enclavado a la entrada norte del pueblo, en una plazoleta con bancos que lamentablemente, estaba muy sucia y deteriorada, supongo que por su ubicación tan periférica. Creo que este monumento, sin ser ni mucho menos lo que más me interesó de La Carolina, sí merecería un entorno más cuidado.
Aunque la mañana seguía fresca, el sol ya estaba alto y empezaba a hacer calor, así que compramos unas bebidas frías en el bar que hay frente al monumento, y seguimos nuestra ruta, ahora en dirección a las Torres de la Fundación.
Estas torres están ubicadas al principio del Paseo Molino de Viento, paseo agradable y de precioso nombre, en el que nos sentamos un buen rato a la sombra para descansar y fumar un cigarro. Como decía al principio, desde la Plaza de la Iglesia en el oeste, hasta el Paseo Molino de Viento en el este, La Carolina está recorrida por una larguísima calle peatonal, que es muy agradable de pasear.

Las Torres de la Fundación fueron construidas en 1768 para conmemorar la fundación de La Carolina y las Nuevas Poblaciones así como a su fundador Carlos III. Su estructura se divide en paneles dedicados al rey con su escudo real y el de su imperio ultramarino, así como escenas de los trabajos de la colonización, y también motivos religiosos. Los paneles están en el lado interior de las torres, con tres paneles en cada torre, si bien, en ambas torres, se ha perdido el panel inferior. Esta visita merece la pena, por el valor histórico de las torres, y porque el conjunto de las torres y el paseo resulta atractivo. Lamentablemente, había un camión municipal haciendo algún mantenimiento frente al paseo, y me quedé con las ganas de hacer una foto en la que apareciesen las Torres de la Fundación al principio, la larga y recta calle peatonal, y al fondo, muy arriba, la plaza de la Iglesia. Lo volveré a intentar cuando vuelva a La Carolina.

Después de descansar un rato, seguimos caminando hasta la cercana calle Ondeanos, donde se encuentra la Torre de los Perdigones, o Torre de la Munición, que era parte de una antigua fábrica que suministraba armamento al ejército español, y rinde tributo a los soldados que participaron en la guerra de Cuba.
Fue construida en 1825 por la compañía minera de D. Luis Figueroa y D. Bernardo Casamayor, que hacia 1850 alcanzó gran apogeo con la fabricación de municiones de plomo.
La fabricación se llevaba a cabo mediante la fundición del plomo en una caldera en lo alto de la torre, el plomo fundido bajaba a través de un casco agujereado para adquirir la forma de balín, en la base de la torre se enfriaba en cubas de agua y pasaba por unas tablas para darle el toque final. Se mantuvo en funcionamiento hasta 1882.

Junto a la Torre de la Munición, hay un centro de interpretación, pero no pudimos visitarlo porque estaba cerrado. En La Carolina, igual que en Córdoba y en toda la Andalucía interior, agosto es temporada baja. Sin embargo, intentaremos visitarlo en otra ocasión.
Por otra parte, en el museo encontramos una maqueta que reproduce fielmente la Torre de la Munición, o de Los Perdigones, que de ambas formas aparece mencionada en distintas guías.

En el segundo cuerpo de la torre hay una placa del año 1902 que homenajea a D. Luis Figueroa, por su ayuda en la Guerra de Cuba. El texto de la placa, es el siguiente:
A la memoria del Excmo señor D. Ignacio Figueroa y Mendieta. Ilustre prócer que con su talento, iniciativa y laboriosidad constante, impulsó la industria siendo el sostén de innumerables familias, y con su gran corazón y desprendido patriotismo, contribuyó a los gastos de la guerra con los Estados Unidos de la América del norte donando 250.000 pesetas. Dedica este recuerdo su hijo D. Ignacio Figueroa y Hernández. 15 de mayo de 1902.
Esta torre no presenta mayor interés arquitectónico, sin embargo, sí que es interesante conocer su historia y su funcionamiento, así como su vinculación con la industria de la minería, que es tan importante en esta zona.
Después seguimos paseando hasta la plaza del Ayuntamiento, plaza amplia y agradable con bares y terrazas, en cuyo lado norte está el edificio del Ayuntamiento, y anexo a él, la antigua cárcel de La Carolina.

La antigua cárcel es un edificio neoclásico de sillares, con almohadillados en la portada, ventanas y esquinas. La entrada se abre bajo un gran arco abocinado, con una lápida que recoge la fecha de su fundación, en 1779.
Teníamos interés en visitar esta antigua cárcel, porque en uno de sus calabozos fue retenido, antes de ser enviado a Madrid para su ejecución, el general Riego, quien en 1820 había obligado al rey Fernando VII a aceptar la Constitución de Cádiz, y luego se había opuesto mediante las armas a la intervención francesa destinada a restaurar el absolutismo real. Sin embargo, la puerta estaba cerrada, así que entramos al Ayuntamiento a preguntar, y nos explicaron que actualmente no se podía visitar, pero que en el museo podríamos preguntar por esta visita.

Después de hacer algunas fotos, nos sentamos en la terraza del bar Jarra y Sedal, al inicio de la Calle Jardines. Ese gran paseo que recorre La Carolina de este a oeste, se llama calle Jardines entre la plaza de la Iglesia y la plaza del Ayuntamiento; y calle Real entre la plaza del Ayuntamiento y el Paseo Molino de Viento. Nos sirvieron un buen café y unas enormes tostadas, un perfecto segundo desayuno que nos dio fuerzas para seguir viendo cosas el resto de la mañana. Aproveché para preguntarle al camarero por el recinto ganadero, donde se ubica la Peña Flamenca Puerta de Andalucía, pero me dijo que sólo abre para actividades y recitales.

Seguimos caminando hasta la plaza de la Iglesia, donde habíamos aparcado el coche al principio de la mañana, y que era la penúltima estación de nuestra visita.
En la plaza de la Iglesia hay mucho que ver. En primer lugar, en el número 5 de la plaza, la Iglesia Colonial de la Inmaculada Concepción. Llamada antiguamente de San Juan de la Cruz, data de la segunda mitad del s. XVI. Pudimos contemplar y fotografiar su portada, y según he leído, en su interior hay imágenes de San Carlos y San Juan de la Cruz, obras de Sabatini, pero no pudimos verla por dentro porque estaba cerrada.

En la misma puerta de la iglesia, hay un monumento a San Juan de la Cruz, realizado en mármol por Merino y colocado en la plaza en 1961.

Por tanto, visitamos la ermita y el monumento a San Juan de la Cruz, pero también hay un Pozo de San Juan de la Cruz y una Fuente de San Juan de la Cruz, que quedarán para otro viaje.
Todos estos lugares, lienzos y monumentos, conmemoran la presencia del santo en La Carolina en el siglo XVI. Efectivamente, hacia 1578 llegó al convento de La Peñuela de los Carmelitas Descalzos, y estableció un gran vínculo con este lugar, donde permaneció hasta su muerte en Úbeda, en 1591.
Poco antes de su muerte, dijo a Doña Ana de Peñalosa, en La Carolina:
Mañana me voy a Úbeda a curar de unas calenturillas, que (como ha más de ocho días que me dan cada día y no se me quitan) paréceme habré menester ayuda de medicina, pero con intento de volverme luego aquí, que, cierto, en esta santa soledad me hallo muy bien.
Junto a la Iglesia de la Inmaculada, donde estuvo el monasterio de La Peñuela, se alza el Palacio del Intendente Olavide. La Carolina fue establecida como capital de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, fundadas por Carlos III en 1767 con el objetivo de repoblar la sierra con colonos extranjeros (principalmente procedentes de Francia y Alemania), y también españoles, dotándolos de tierra y de un estatuto de derechos muy avanzado para la época.
Las Nuevas Poblaciones de Andalucía y Sierra Morena, fueron las siguientes:
En la Baja Andalucía: La Carlota (capital de las Nuevas Poblaciones de la Baja Andalucía), La Luisiana, Fuente Palmera, San Sebastián de los Ballesteros, y la aldea de San Calixto en el término de Hornachuelos.
En Sierra Morena: La Carolina (capital de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena), Aldeaquemada, Arquillos, Carboneros, Guarromán, Miranda del Rey, Montizón, Navas de Tolosa, El Rumblar y Santa Elena.
Pues bien, todas estas colonias fundadas por Carlos III, eran regidas por un intendente o superintendente, y uno de los más importantes fue Pablo de Olavide, al que todos conocemos, al menos, por dar nombre a una de las universidades públicas de Sevilla.
El Palacio del Intendente fue sede de la Superintendencia de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía. Su construcción de estilo Neoclásico y su portada coronada por el escudo de Carlos III, hacen de este edificio el emblema de La Carolina como Capital de Las Nuevas Poblaciones.
Fue construido en 1775, y como hemos dicho, está ubicado junto a la Iglesia de la Inmaculada Concepción, sobre el antiguo convento de la Peñuela.
Ha tenido múltiples usos a lo largo de los siglos XIX y XX: escuela, oficinas, sede de la Guardia Civil, sede del Ayuntamiento, teatro, sede del Servicio Nacional del Trigo… Actualmente es propiedad del Ayuntamiento, y no sé si es visitable, porque estaba cerrado e igual que la iglesia, nos conformamos con contemplar su fachada y tomar algunas fotos.

En la misma Plaza de la Iglesia, junto al Palacio del Intendente, está el Museo de La Carolina: centro de interpretación de la minería de las Nuevas Poblaciones, que afortunadamente, estaba abierto.
Este centro está dividido en tres áreas: prehistoria, minería y fundación. El museo permite conocer tanto las características del territorio como su entorno natural y paisajístico, así como la historia del territorio y sus comunidades desde los primeros vestigios humanos hasta la actualidad, y el trabajo de la minería.

Este museo es mucho más completo e interesante de lo que esperábamos, y además nos dieron una atención exquisita, nos lo explicaron todo muy bien, resolvieron todas nuestras consultas, e incluso nos regalaron una guía turística de La Carolina que es perfecta: completa y clara, breve, y muy bien presentada.
En el museo pudimos ver cerámica ibera, objetos fabricados en plomo por los romanos, piezas de la Batalla de Las Navas de Tolosa, armas de la guerra contra Napoleón, maquetas de Las Nuevas Poblaciones y de instalaciones mineras, una recreación a escala real de una galería de una mina de plomo, herramientas y objetos de los mineros, minerales y fósiles… en definitiva, una experiencia muy recomendable.





También vimos en la zona de minería del museo, un mural y varias fotografías en blanco y negro de mineros de la zona.

Como curiosidad, mi hijo identificó entre ellos a Julián, el señor que unas horas antes nos abrió la ermita, y la persona que atendía el museo nos confirmó que efectivamente, Julián no sólo había sido minero, sino que además cuando se abrió el museo, colaboró aportando algunos objetos, fotografías y documentos.

Además de atendernos muy bien, el señor del museo se ofreció a enseñarnos la antigua cárcel y el centro de interpretación de la Torre de Los Perdigones, si volvíamos por allí, algo que sin duda haremos.
Salimos del museo encantados, y ya algo cansados porque llevábamos casi cinco horas sin parar de ver cosas. Sin embargo, quisimos apurar la mañana y salir al campo para ver algo del patrimonio minero de La Carolina, así que cogimos el coche y nos acercamos al Poblado Los Guindos, en el Km 8 de la JA-6100
Se trata de un conjunto de viviendas localizadas en torno a los caminos de acceso a los pozos El Guindo y La Manzana, y las viviendas de los mineros aún conservan su estructura original, aunque como siguen habitadas, han sufrido fuertes remodelaciones.

Naturalmente, no pudimos acceder a las viviendas, pero sí pudimos contemplar el conjunto del poblado con su configuración diseminada, así como cabrias y chimeneas de antiguas minas del S XIX o comienzos del XX, parte del rico patrimonio minero de La Carolina. Y es que la actividad minera en La Carolina está documentada desde la Edad del Cobre, hace 4.000 años, siendo más intensa en la época romana.
Desde la altura, tomamos una interesante foto de la cuenca minera, y terminamos nuestra visita haciéndonos una foto junto a un trenecito minero con unas vagonetas, que hay a la entrada del poblado.

Y con esto terminó nuestra visita a La Carolina, bonito pueblo de la Andalucía interior que tiene un aire señorial, sin duda vestigio de su pasado como capital de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena.

Espero que os haya interesado este artículo, y desde luego os recomiendo la visita.
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