Estábamos alojados en Cádiz y el plan para el día era coger un barquito hasta el Puerto de Santa María, pasar allí todo el día, y regresar a última hora de la tarde. En el Puerto, queríamos visitar por la mañana la Fundación Rafael Alberti, luego hacer una visita guiada en unas bodegas, hacer una cata de vinos y comer en las bodegas, y dar un paseo por los lugares de interés del pueblo por la tarde, antes de volver a coger el barquito para regresar a Cádiz.
El día estaba espléndido, desayunamos camino del puerto, y cogimos un catamarán que nos llevó al Puerto de Santa María en 30 ó 40 minutos de navegación. Por supuesto, viajamos todo el rato en la cubierta superior, disfrutando del mar y el sol, contemplando todo el litoral de la bahía, desde Rota hasta Puerto Real. Ya en el Puerto, el barco remontó por la desembocadura del río Guadalete hasta la terminal, en la Avenida de la Bajamar.

Desde la terminal, dimos un pequeño paseo hasta el número 25 de la calle Santo Domingo, donde está la Fundación Rafael Alberti. Es una casa de tres plantas, en la que el poeta vivió de niño. En ella están depositados la donación que junto a su primera esposa, María Teresa León, hizo en 1978 a su ciudad natal, así como nuevas aportaciones que cada día van llegando para completar la intensa biografía y obra de Rafael Alberti.

El museo ofrece una infografía excelente, que permite hacer un recorrido por su vida a través de innumerables fotografías con texto explicativo, con exposición de algunas de las ediciones de sus libros como Marinero en tierra, La arboleda perdida, su Poemario, o la carpeta «Maravillas con variaciones acrósticas en el jardín de (Joan) Miró«. También se pueden ver algunas de las mejores colecciones de grabados como la serie sobre el abecedario.

Al ser un día festivo, los horarios de los barcos estaban reducidos, por lo que contamos con poco más de una hora para ver el museo, tiempo que es totalmente insuficiente, pero aún así Alba y yo lo disfrutamos mucho. Los niños no tanto pero se portaron bien, echaron un vistazo general, y luego se sentaron en unos cómodos sillones en la segunda planta, a esperar sin meternos prisa.

El señor que trabaja en el museo es muy amable y bastante guasón. A la vuelta de la esquina del museo hay una pequeña papelería-librería, y Alba dio uno de sus característicos trotecillos para comprar, ya sobre la campana, “Memoria de la Melancolía”, de María Teresa León (‘Memoria de la melancolía’ | Crítica Lo que le debemos a María Teresa León (diariodesevilla.es)),y el señor del museo le estampó en las primeras páginas el sello de la Fundación, como un bonito recuerdo.

Para las 14:30h, habíamos reservado una visita a una bodega. Nuestros amigos de El Viaje me hizo a mí, nos habían recomendado las bodegas Osborne, sin embargo, en esos días de Reyes no ofrecían visitas, así que como plan b reservamos en bodegas Caballero, que además tienen su sede en el Castillo de San Marcos, emblema de la compañía, y organizan visitas guiadas en las que puedes probar varios vinos mientras que te explican toda la historia del Castillo y su relación con las bodegas. La cuestión es que el día anterior me enviaron un correo anulando la reserva y devolviéndome el dinero, por un problema en obras de mantenimiento. Tuve que improvisar y con sólo 24h reservé, como plan c, una visita guiada con cata marinada, en las bodegas Gutiérrez-Colosía, en el número 40 de la Avenida de la Bajamar.
Tuvimos que andar rápido para no llegar tarde y hacía calor, así que llegamos algo sofocados y un poco sudorosos. Nos recibieron en la puerta 4 personas, que según nos explicaron eran los propietarios y únicos trabajadores de la bodega, y sin más dilación, entramos a la visita.

Se quedó con nosotros la chica más aparente de los cuatro, que imagino se ocupaba de la parte comercial, y también de guiar las visitas. La visita me pareció breve y un poco acelerada, aún así, para los niños fue un buen primer acercamiento al mundo del vino de Jerez y al Brandy. Para ser una bodega familiar me pareció muy grande, aunque seguramente nada que ver con la bodega de Osborne, que la llaman la catedral de las bodegas por su altura.

Aprendimos las diferencias en la crianza, color, aroma y gusto, de Fino y Amontillado, ambos muy secos; Oloroso, seco; Cream, semi dulce; Moscatel Soleado, dulce; y Pedro Ximénez, muy dulce; con uvas Palomino, Moscatel, y Pedro Ximénez.
En la última parte de la visita, nos mostraron las barricas donde hacen el brandy, el Amerigo Vespucci, Solera Reserva, y Elcano, Solera Gran Reserva.

Después de la visita, fuimos a hacer la cata marinada al restaurante Bespoke, que es propiedad de la bodega y se encuentra a apenas 100 metros de distancia. Tanto la sala como la comida del Bespoke no tienen mayor interés, pero la cata fue estupenda y la disfrutamos mucho, descansando y reponiendo fuerzas para el resto del día. Naturalmente el peque se tomó un refresco, pero el mayor se reía entusiasmado delante de sus seis catavinos, aunque como es normal en las catas, tenían sólo un dedito de vino.

Teníamos por delante toda la tarde para andar a fondo por el Puerto de Santa María, y nos proponíamos visitar, como lugares imprescindibles, el Palacio de Araníbar, el Castillo de San Marcos, la Basílica de Nuestra Señora de los Milagros, la plaza de toros, la antigua lonja, y la Fuente de las Galeras.
Así que fuimos derechos al Palacio de Araníbar, que es un excelente punto de partida para visitar la ciudad, ya que alberga la oficina de turismo, sin embargo estaba cerrado. En realidad todo lo encontramos cerrado aquella tarde, pero no nos importó, porque más que visitar monumentos lo que queríamos era callejear, conocer un poco la ciudad, y al menos contemplar desde fuera los lugares de mayor interés.

Nos hicimos una foto en la puerta del Palacio de Araníbar, a la japonesa, y andamos los 30 metros que separan el palacio del Castillo de San Marcos, una hermosa fortaleza del siglo XII erigida sobre la base de una antigua mezquita árabe, que conforma el escudo de la ciudad, y que, como dijimos antes, ahora es propiedad y emblema de las bodegas Caballero. Tal vez en otro viaje, podamos visitarlo junto a las bodegas Caballero y las bodegas Osborne.

Pero sin duda, el lugar más imprescindible del Puerto, es la Basílica de Nuestra Señora de los Milagros, por la monumentalidad del conjunto, con su gran lonja de piedra para verla en perspectiva, la torre del reloj, el campanario…


Subimos hasta la plaza de toros, que no nos llamó mucho la atención, y desde allí, bajamos nuevamente al mar, para visitar la Fuente de las Galeras, que se construye a mediados del S XVIII para proveer de agua a las Galeras Reales, que invernaban en el Puerto de Santa María desde mediados del S XVI. En algunas fotos aparece parcialmente encalada (para mi gusto más bonita), y en otras en piedra vista. Este día estaba totalmente en piedra vista. El problema es que justo al lado de la fuente hay un local de copas, había mucha gente bebiendo y charlando en la puerta del local, junto a la fuente, y fue imposible tomar una buena fotografía, sin sacar a estas personas. Es un sitio agradable, una bonita fuente junto al mar, aunque seguramente, mejor entre semana, o por la mañana.

Desde allí, fuimos dando un paseo por la Avenida de la Bajamar hasta el muelle del catamarán. En el camino, pasamos a ver la antigua lonja, que ahora es, en parte, un local de copas. Para evitar los coches, tuve que hacerle una fotografía esquinada.


En el regreso, la navegación fue excitante, al menos para personas de interior como nosotros. Había un fuerte viento, y al igual que en la ida, nos subimos a la cubierta superior para disfrutarlo.

Al alejarnos del Puerto y salir al mar de la bahía, el oleaje se hizo fuerte en un mar picado que mecía el barco levantando la proa y luego cayendo con violencia. Los niños se reían agarrados a la baranda de babor, y Alba se dedicaba a surfear en la cubierta.

Yo, estuve un rato contemplando el Puente de La Pepa, colosal, conforme nos íbamos acercando al puerto de Cádiz, y llevado por mi natural prudente, no disfruté especialmente tanto meneo náutico, así que me senté para hacer cómodamente la breve travesía.

Antes de desembarcar pregunté a uno de los marineros si ese oleaje era normal, me dijo que a veces sí, y que lo más probable era que para el día siguiente se suspendiera el servicio hasta que amainara.

Para entonces llevábamos doce horas seguidas en la calle, así que nos acercamos a la plaza de San Francisco a comprar unos molletes, y nos fuimos al apartamento a cenar, descansar, y prepararnos para nuestro último día en Cádiz.

Efectivamente, era Domingo, último día de vacaciones antes de volver a la rutina de los trabajos y las clases, y el plan era pasar la mañana andando por los paseos marítimos de Cádiz: el principal, que arranca en la Peña Flamenca La Perla de Cádiz, y recorre las playas de Santa María del Mar y la Victoria; y el Paseo de la Bahía, que da hacia la bahía al este de la ciudad, y discurre entre el puente de Carranza y el puente de la Pepa. Finalmente, queríamos despedirnos de la ciudad comiendo pescaito frito en un kiosko de barrio, alejado del turismo y 100% gaditano.
Desde el apartamento, fuimos callejeando por el centro y la Merced hasta aparecer al inicio del paseo marítimo, donde nos encontramos un mar muy bravo y un viento que para cualquier persona sería muy fuerte, aunque para la gente de Cádiz no tanto.


Nos hicimos las primeras fotos, y enseguida llegamos a la playa de Santa María del Mar, la playa más pequeña y recogida de Cádiz, con dos diques de piedra que le dan forma de concha, y que es la preferida cuando sopla fuerte el levante. Enseguida llegamos a la playa de La Victoria, que es la playa principal de Cádiz, con casi tres kilómetros de arena fina y dorada, hasta llegar a la playa del Trocadero.


Max, como hace siempre que tiene ocasión, se bajó y fue todo el rato caminando por la arena, y parando a cada rato para jugar y hacer figuras.


Durante el paseo, me llamó la atención una pintura mural de un barco, cuyo casco estaba hecho con auténticos maderos que además, tenían toda la pinta de proceder de un barco real. El resultado es increíble, realmente me encantó, está en un muro en la acera interior del paseo marítimo, creo recordar que a la altura de la playa de Santa María del Mar.


Caminamos por la playa de la Victoria hasta llegar a la altura del Hospital Puerta del Mar, y cruzamos la ciudad de costa a costa para comer, ya cerca del Paseo de la Bahía, en el Kiosko Los 12 Hijos de Juan. No vas a encontrar un lugar más popular y desenfadado para comer pescaito frito rodeado de gente de Cádiz en un ambiente de barrio, concretamente en el barrio Segunda Aguada, el barrio con más población de Cádiz. Son dos kioskos, Los 12 Hijos de Juan I y II, separados por apenas 200 metros, y puedes llevarte el pescaito en cartuchos o comerlo en raciones sentado en la terraza. Nosotros comimos en la terraza y la experiencia estuvo regular, porque pedimos un surtido gaditano que estaba bien, pero viendo las raciones que servían en otras mesas, podíamos haber pedido mejor. También pedimos unas patatas alioli que estaban riquísimas y muy abundantes. Para Alba y los niños fue una comida funcional, a mí sin embargo me encantó.

Después de comer, terminamos de cruzar la ciudad hasta el Paseo de la Bahía, mucho menos concurrido que el otro Paseo Marítimo de la ciudad, sin hoteles ni playa ni chiringuitos, pero por eso mismo ideal para dar un tranquilo paseo contemplando los barquitos en la bahía, con el impresionante puente de La Pepa al fondo.


Andamos el paseo completo hasta el puente, y subimos a la Avenida de Las Cortes de Cádiz. Desde allí nuestro apartamento estaba a 3 kilómetros, y después teníamos que cargar el coche y viajar hasta Córdoba, así que decidimos coger un taxi, y nos llevó una simpática gaditana.
Fueron 4 días magníficos disfrutando de Cádiz en familia, ciudad tri milenaria, gamberra y luminosa, paraíso cercano al que volveremos pronto, porque se nos han quedado algunos planes pendientes, como asistir a un espectáculo en el Centro Municipal de Arte Flamenco La Merced; ir al estadio Nuevo Mirandilla a ver un partido del Cádiz CF; visitar las Bodegas Osborne en el Puerto de Santa María, y por último, ir a comer y a ver un espectáculo flamenco en la legendaria Venta de Vargas en San Fernando, el templo de Camarón de la Isla.
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