El Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y las Villas, está situado en el noreste de la provincia de Jaén, y es el espacio protegido más grande de España y el segundo de Europa, así como la mayor extensión boscosa continua de toda España.

La diferencia entre las sierras de Cazorla, Segura y Las Villas, es puramente administrativa, según la estructura comarcal de la provincia. La sierra de Cazorla está en el sur del Parque y alcanza hasta la piscifactoría del río Borosa. Todo lo demás es Sierra de Segura, la más extensa, a excepción de una pequeña parte de la sierra, ubicada en la zona occidental y central, entre la carretera del valle, la A-319, y la carretera que une la presa del Tranco con Villanueva del Arzobispo, la A-6202. Esa pequeña parte del Parque es la Sierra de Las Villas.

A nivel paisajístico, así como por la fauna, flora y cultura de la zona, puede decirse que todo el Parque tiene una identidad única. Sin embargo, a día de hoy, hay grandes diferencias entre las tres sierras. La sierra de Cazorla es la más masificada y castigada por el turismo, mientras que Segura y Las Villas se conservan más vírgenes y agrestes, sobre todo esta última, en la que a día de hoy no hay hoteles ni restaurantes, y mucho menos gasolineras o empresas de servicios turísticos. Sólo hay un par de ventas y algunas casas rurales. Por la sierra de Las Villas aún puedes andar horas y horas, creo que incluso días, sin encontrarte con nadie, como en los viejos tiempos, pero eso lo contaré en otro artículo.
Las sierras de Cazorla, Segura y Las Villas, han sido siempre un punto cardinal en mi vida. Me crié a sólo 80 kilómetros del Parque, y desde muy niño he visitado y amado estas sierras. De pequeño venía con mi padre, y en verano a los campamentos. Ya adolescente venía con los amigos, en autobús, haciendo auto stop, o incluso con nuestros primeros coches, coches míticos como el Seat 850 de Luis Carlos o mi Seat 133. Eran viajes iniciáticos que me evocan mil aventuras por los paisajes de estas sierras. En este artículo revisitamos algunos de esos lugares, y recordamos algunas de esas historias.
El plan para hoy era sencillo, apenas 100 kilómetros rodando tranquilamente, y haciendo numerosas paradas entre Cazorla pueblo y la presa del pantano del Tranco, es decir, un recorrido por el valle del Guadalquivir, que es la zona más turística del Parque.
Para empezar, decidí hacer la primera parada en La Iruela, aldea situada al norte del pueblo de Cazorla, tan cerca que prácticamente están unidas, y muy conocida por su castillo. Quería subir al castillo porque nunca antes lo había hecho. Sin embargo, la calle que sube desde la iglesia está empinadisima, y desistí de meterme por ahí con mi moto de 300 kilos. La opción era aparcar y subir andando, pero no es agradable subir cuestas vestido de motorista, así que esa visita queda pendiente para otra ocasión que vaya con coche y ropa cómoda. Esta vez, opté por parar un rato en la bonita Fuente de la Iruela, que está justo debajo del castillo. Es una fuente de 4 caños que vierten sobre unas canalizaciones labradas en el suelo, que conducen a una gran pileta, y que en el pasado movía un antiguo molino, por lo que es conocida como la Fuente del Molino.


Más adelante, se pasa Burunchel, se queda atrás el ya lejano paisaje de olivar, y se asciende hasta el Puerto de Las Palomas, en el que hay sendos miradores, hacia las dos vertientes de la montaña. Yo paré en el mirador que da al valle del Guadalquivir, desde el que se divisa a la derecha la Cerrada del Utrero, donde el Guadalquivir se ha abierto camino durante miles de años, creando una profunda garganta, en la que vierten sus aguas las cascadas del arroyo de Linarejos, y a la izquierda y abajo, Arroyo Frío, pedanía de la Iruela que en los últimos años se ha convertido en uno de los centros neurálgicos del turismo del parque.

Estuve un buen rato en el mirador, paré a comer algo, y conocí a un motorista argentino, un tipo amable de verbo fácil, que viajaba en una Transalp con su perro Mingo. Era curioso ver al perro agarrado a la moto con un arnés, protegido con sus gafas de esquiador. Me explicó que el perro estaba acostumbrado y viajaba agusto, aunque me pareció que estaba un poco estresado. El argentino vivía en la zona y estaba dando un paseo. Me recomendó recorrer el puerto de La Losa en la sierra de La Sagra, que visitaría dos días después, por cierto bajo una intensa nevada.

En el año 2001 ardieron aquí, en el Puerto de las Palomas, unas 800 hectáreas de forma intencionada, y se tuvieron que desalojar las poblaciones de Burunchel y Arroyo Frío, por la proximidad de las llamas, por lo que hubo que repoblar esta parte del monte. Y da la casualidad de que yo pasé por aquí con la moto en aquellos días. Iba con mi mujer, que entonces era mi novia, y nos dirigíamos a Hornos por el interior del Parque. Recuerdo la imagen bestial desde la moto, del suelo completamente negro y aún humeante.
Todo el rato se va por la A-319, carretera de montaña muy revirada, sin pintura ni arcén, pero con una anchura suficiente y un asfalto en perfecto estado. Desde el puerto se inicia el descenso hasta un cruce donde hay un apeadero con una fuente, un arroyo y un kiosko. En este punto, me desvié para tomar la JF-7091, que conduce a varios lugares de interés, de los cuales yo había elegido tres para el día de hoy: la Fuente del Oso, la Cerrada del Utrero, y el Puente de las Herrerías.
La Fuente del Oso es uno de esos lugares que pertenece a tu propia mitología. Andando por la sierra, hace 35 o 40 años, mis amigos, con los que yo había estado hasta unos días antes, conocieron en la Fuente del Oso a Antonio, alicantino de Elche que andaba recorriendo la sierra en solitario, que, según me contó cuando nos conocimos y paró en mi casa y nos hicimos amigos, por las noches ahuyentaba el miedo recordando cómo Astérix y Obélix dominaban a los jabalíes. Era un tipo excepcional. Nos hicimos grandes amigos. Se emparejó con mi amiga Alicia. Se compró una BMW K75 y tuvieron un accidente. Se encontraron un camión parado en medio de la carretera al salir de una curva. Antonio se mató. Alicia, con tiempo y cuidados, pudo recuperarse. Han pasado casi cuatro décadas pero nunca lo olvidaré, y siempre que vengo a Cazorla, hago por venir y sentarme un rato en la Fuente de la Oso.
La fuente está situada en la margen izquierda de la carretera JF 7094, que lleva hasta el Parador Nacional de Cazorla, y el refugio del Sacejo. Es una sencilla fuente de piedra con tres caños que vierten sobre un pilón, y está situada en un llanete con mesas y asientos de piedra. Siempre ha sido un lugar solitario y tranquilo, aunque ahora tal vez menos porque han señalizado un sendero que parte de la misma fuente y lleva hasta el Puente de las Herrerías; aparte de que, actualmente en Cazorla ya no hay parajes solitarios, salvo que te metas monte adentro, claro está.


Después de un rato, volví a la moto para desandar los últimos kilómetros, y avanzar hasta la Cerrada del Utrero, una profunda garganta por la que avanza un río Guadalquivir muy joven e impetuoso, casi un niño que ha nacido a sólo 20 kilómetros de ese lugar. Se trata de un paraje fresco y pintoresco, en el que rompen las cascadas del Linarejos, uno de los muchos arroyos que nacen en la sierra y vierten en el Guadalquivir. Puedes recorrer la cerrada y contemplar la cascada desde muy cerca, por un sendero en general fácil, aunque en algunos puntos un poco exigente para personas mayores. El sendero recorre la cerrada, y luego gira a la izquierda siguiendo su trazada circular, en lo que resulta ser un mirador de dos kilómetros, desde el que se contempla todo el valle del río flanqueado por las montañas. He hecho muchas veces este sendero y es muy recomendable, teniendo claro, eso sí, que por su ubicación y accesibilidad es un sitio muy transitado, y a día de hoy, creo que es casi imposible visitarlo en solitario, ni siquiera entre semana.


Pocos kilómetros más adelante, se llega al Puente de las Herrerías, situado en las cercanías del nacimiento del río Guadalquivir, en el término de Quesada, el pueblo de Zabaleta. Es un puente de bóveda única y la luz del arco es de unos 7 metros. Está muy bien conservado, y según la leyenda fue construido por los caballeros de Isabel la Católica en una sola noche. La reina iba en campaña a la conquista de Baza y habiendo salido por la mañana de Quesada, hizo noche en el paraje donde ahora se encuentra el puente. Como el río bajaba crecido por las lluvias de otoño y siendo imposible vadearlo, los caballeros del séquito construyeron este puente durante esa noche. También se cuenta que a lo largo de esa noche, los caballeros herraron los caballos al revés para confundir el sentido de la marcha a los moros que venían persiguiendo a la Reina. La verdad es que es una leyenda extraña, porque fue la Reina católica la que bajó de la meseta y vino al sur a perseguir a los moros, a los gitanos, y a los judíos, y no al revés.
En cualquier caso, es un puente maravilloso que se integra perfectamente en el paisaje.

Remontando el río desde el puente, se puede llegar al nacimiento del Guadalquivir en coche por una pista de tierra en la margen derecha, o andando, por un sendero en la margen izquierda. Junto al puente hay mesas de merendero construidas en madera, una fuente, un kiosko que sólo abre en verano, y pequeños senderos que bajan a la orilla del río. Un río infantil de agua transparente con reflejos verdosos, que más adelante embalsado en el Tranco, dibuja esa lámina turquesa que contrasta con los bosques, y que es tan característica del Parque.

Paré a comer en una de las mesas, y aunque hacía frío y caía una lluvia fina, las otras mesas también estaban ocupadas por familias. En una había un hombre con tres adolescentes, y en otra tres o cuatro matrimonios jóvenes y ruidosos con niños pequeños. Comí, tomé café, y volví a la moto para desandar lo andado hasta el arroyo del Valle, donde retomé la A-319.
Por delante tenía los 46 kilómetros más turísticos del Parque, a lo largo del valle y hasta la central hidroeléctrica y la presa del Tranco de Beas, embalse del río Guadalquivir, el río Hornos, y todos sus arroyos afluentes, que nacen en la parte más alta de la sierra.
En primer lugar se llega a Arroyo Frío, esa pedanía de La Iruela que habíamos contemplado desde el Mirador del Puerto de Las Palomas. En Arroyo Frío puedes contratar todos los servicios turísticos de montaña que puedas imaginar: paseos a caballo, rutas en bugy, excursiones en 4×4, descenso de barrancos, paseos en piragua, rutas de senderismo, rutas con bici de montaña… Además, por supuesto, de una amplia oferta de hoteles y restaurantes. En cuanto al público, pues es bastante parecido al que puedas encontrar en las estaciones de esquí de Sierra Nevada o Formigal, familias con SUV muy caros, y parejitas muy guapas paseando a sus malinois.
Esta sobreexplotación turística es un verdadero problema, porque ha crecido la oferta turística pero no lo han hecho a la par las infraestructuras. Así, por ejemplo, la depuradora de Arroyo Frío pensada para unas 400 personas, se ve saturada todos los fines de semana al multiplicarse este número hasta por 10, causando el vertido de aguas fecales sin la suficiente depuración en el río Guadalquivir, con el consiguiente perjuicio para la fauna y flora.
Durante tres o cuatro años, mi mujer y yo pasamos la Nochevieja y el día de Año Nuevo con los niños en el Hotel Montaña, aquí en Arroyo Frío. Servían una cena de fin de año a base de productos de la sierra que era cosa seria. De aperitivos servían queso y jamón del bueno, paté de perdiz y de jabalí, aceitunas aliñás, y croquetas de boletus. Después venía una mariscada con platos individuales tan grandes que cuando trajeron el primero pensamos que era para todos. Después un asado con patatas panaderas. Dulces navideños, uvas y piñata. Barra libre de cervezas y vinos blancos y tintos con crianza, y después, fiesta con el primer cuba libre incluído. Madre mía, que buenos recuerdos. Al día siguiente desayunábamos en el hotel, dábamos un paseo por la sierra, y terminábamos comiendo y dando un paseo por el pueblo. Uno de esos días compré en una tienda “Los Hornilleros”, libro de Juan Luís González-Ripoll, en el que cuenta la historia de las primeras familias de colonos que poblaron estas sierras, y lo cuenta con una verdad y una autenticidad, que hacen de esta obra una verdadera joya. Yo lo compré porque me lo había recomendado un lugareño que trabajaba como guía de montaña, y me faltará vida para agradecérselo. De hecho, como han pasado ya algunos años, voy a releerlo y subir al blog una reseña. Este libro es único para conocer de verdad los valores y la historia de esta sierra y sus gentes.
Seguimos por la A-319 y el siguiente punto de interés es Torre Vinagre, donde hay un centro de interpretación y un jardín botánico.
En el jardín botánico pueden conocerse las plantas más representativas del parque, destacando 24 especies endémicas de este territorio, como la violeta de Cazorla o Viola Cazorlensis, para mí, el mejor emblema de estas sierras.

El centro de interpretación cuenta con varios espacios en los que se puede ver una representación de los sistemas ecológicos y fauna que hay en el Parque Natural, también hay sala de proyección, museo de caza, tienda, y zona de bar y restaurante. Es un edificio agradable, de piedra, de una sola planta, y porticado en la zona frontal con una amplia galería con bancos. Yo recuerdo este sitio desde siempre, era para nosotros como un refugio. Por fuera permanece igual, pero por dentro antes era mucho más sencillo, sólo había una sala con muchas cuernas de ciervos, gamos, cabras montesas, cabezas de jabalíes con sus colmillos, urnas con huellas, posters con la flora y la fauna del parque… y poco más. Lo mejor siempre fueron los aseos, siempre impecablemente limpios, y por supuesto las galerías porticadas con bancos, un lugar perfecto para pasar las horas al refugio de la lluvia.
Justo en frente del centro de interpretación, sale una pequeña carretera que baja y atraviesa el río por un puente, junto al que hay un kiosko y unas mesas de merendero. En el pasado había en este lugar un tejaillo con unos lavaderos. Recuerdo una vez que nos calló un auténtico diluvio y nos refugiamos un montón de amigos en ese lavadero, y allí nos quedamos un día entero con su noche, hasta que escampó. Siguiendo adelante llegas a la piscifactoría, que está junto al Río Borosa, famoso por el embalse de Aguas Negras y las lagunas de Valdeazores de donde viene, y por la cerrada de Elías, que es uno de los lugares más emblemáticos del parque. Llevaba varios años sin acercarme a este lugar, y tenía curiosidad porque me habían dicho que ahora había un centro de interpretación del río Borosa. Así que me acerqué, y la experiencia fue francamente desoladora.
El centro de visitantes del río Borosa es una especie de hipermercado de la naturaleza, con un parking que no envidia nada a un Carrefour, y una logística de accesos y servicios, propia de lo que ahora es este lugar, una especie de Torremolinos de la montaña. Aparqué con la intención de pasear un poco, pero en menos de 5 minutos me estaba largando de allí, es un espacio domesticado, urbanizado, abarrotado, y que por alguna razón, huele a pis.

Me fuí con intención de no volver nunca, pero antes me asomé al puente sobre el río, simplemente para estar allí unos minutos, escuchar el torrente del agua, y tomar alguna fotografía. Tuve que esperar unos cuantos minutos para lograr una imagen sin personas transitando por el camino porque, efectivamente, el otrora agreste sendero del río Borosa, hoy parece la vía verde de un parque periurbano.


Volvimos a la A-319 para recorrer los pocos kilómetros que separan la Torre del Vinagre de Coto Ríos, pedanía de Santiago-Pontones, que está justo en el centro de la sierra. Cuando se construyó el pantano del Tranco, sus aguas cubrieron la antigua aldea de Bujaraiza, y para reubicar a sus vecinos se construyó Coto Ríos. Es una aldeita con todo el aspecto de las colonias de repoblación, donde siempre ha habido consultorio médico, varias tiendas, bares y un camping junto al río. Nunca acampábamos aquí porque preferíamos sitios más solitarios, pero tengo mil recuerdos de momentos puntuales cuando veníamos a comprar provisiones, y alguna vez al médico. Quería comprar pan, una de esas fantásticas hogazas de la sierra, pero era Domingo y todo estaba cerrado, incluso la tienda del camping. La aldea estaba tranquila y solitaria, y mantiene intacto el aspecto que yo recordaba. Siempre he pensado que Coto Ríos es un sitio atractivo para vivir. Estás en el corazón de la sierra, pero tienes todos los servicios básicos necesarios para estar bien. Disfrutas de la sierra todo el año, y en las épocas vacacionales te marchas a algún sitio más tranquilo y ganas un dinero alquilando tu casa. La jubilación perfecta. Ya veremos. Lo único estridente que encontré fue un bar australiano. Ya indagaré otro día cómo ha llegado un bar australiano a Coto Ríos.

Desde Coto Ríos hasta la presa del Tranco, hay un sinfín de áreas recreativas, ahora algunas con campings, también hay áreas de acampada controlada, ventas, miradores, y el parque cinegético.
El primer punto de interés es la Venta La Golondrina, merecidamente famosa por sus truchas con jamón serrano y romero. Además, justo enfrente de la venta, hay una bonita fuente-lavadero de piedra, en la que he llenado muchas veces la cantimplora, aunque en esta ocasión no paré.
Unos metros más adelante, sale hacia la derecha un camino que conduce a los Llanos de Arance, que antes era una zona de acampada libre junto al río, y ahora hay un área recreativa junto a la carretera, y un camping en la otra rivera.
Siguiendo por la A-319 y antes de llegar al parque cinegético, se encuentra el camping Fuente de la Pascuala, en lo que fue un paraje clásico de acampada libre de toda la vida, y a continuación, la zona de acampada controlada Los Brígidos, que me es desconocida y debe ser una creación de los últimos años. Entiéndase de los últimos 20 o 30 años.
Y por fin se llega al Parque Cinegético Collado del Almendral, uno de los puntos más controvertidos de la nueva Cazorla turística. El parque ofrece un tren turístico con un recorrido guiado de 5 km, por un paraje natural en el que se puede observar en semilibertad a ciervos, gamos, muflones, cabras montesas y otras especies. Aunque no haya en el parque cinegético, hay que mencionar la importante presencia de jabalíes en estas sierras, así como el buitre leonado, el águila real, y el quebrantahuesos, este último en proceso de repoblación. Y entre los reptiles destacan la lagartija valverde y la víbora hocicuda. Para completar esta referencia a la fauna, hay que mencionar algunas especies que lamentablemente están actualmente extinguidas en el Parque, debido fundamentalmente a la caza y al uso de cebos envenenados; así, en estas tierras hubo y ya no hay, lobos, osos, corzos, linces, o buitres negros.
Además del recorrido en el trenecito, se puede hacer una pequeña ruta de senderismo visitando los miradores del “Castillo de Bujaraiza”, donde se pueden ver corzos moriscos, reintroducidos en este Parque y siendo los únicos ejemplares de toda la Sierra; el mirador “De las Ánimas”, con magníficas vistas al Pantano del Tranco y exposición de aves rapaces, así como instalaciones para la cría y reproducción del zorro en cautiverio; y el mirador “Garita Collado del Almendral”, donde se encuentra una antigua garita de vigilancia contra incendios dotada de un telescopio, que permite divisar alguno de los puntos más altos del Parque, como el pico de Las Banderillas, o la Peña Amusgo, entre otros.
Yo nunca he montado en el trenecito, pero he hecho varias veces el recorrido de los miradores, concretamente en nuestros paseos de Año Nuevo. Es un paseo agradable y las panorámicas merecen la pena, pero claro, es mucho mejor pasear por la sierra y contemplar a los animales en libertad, algo que en estas sierras es sencillo. Además, en el parque cinegético siempre hay gente, y al menos para mí, es mucho mejor disfrutar de la sierra en solitario, o con tu familia o amigos, pero sin compartir la experiencia con un montón de desconocidos. Por otra parte, hay quien se queja de que en este parque se han introducido especies que no son autóctonas de estas sierras, lo que es verdad que no tiene mucho sentido. En fin, es un lugar que puede servir para un paseo ligero sin mayores expectativas, y poco más. Yo en esta ocasión no paré, aunque sí lo hice en el mirador Félix Rodríguez de la Fuente, que está en la misma A-319, sólo unos metros más adelante del parque cinegético.
Este mirador ofrece una magnífica panorámica del pantano del Tranco. Este pantano recibe las aguas del río Guadalquivir y del río Hornos, y cuando se terminó de construir a mediados del siglo XX, era uno de los más grandes de España. La carretera que parte de su presa y va hacia Villanueva del Arzobispo, facilitó la comunicación de las gentes de estas sierras con otras comarcas, ya que hasta la construcción de la presa y la carretera, sólo contaban con caminos de herradura.
Desde el mirador, mirando abajo y a la derecha, se observa una isla en cuyo centro se adivina la almena de un castillo, se trata del castillo de Bujaraiza, vestigio de la antigua aldea del mismo nombre, que desapareció, junto a otras, cuando se construyó este pantano. Porque esa lámina de agua turquesa que ahora contrasta con los bosques, antes era una vega fértil llena de huertas que llegaban hasta Hornos. En el pasado, el castillo de Bujaraiza siempre estuvo rodeado de agua, ahora, como se observa en la fotografía, es perfectamente posible acceder a él dando un paseo.

Y si miramos hacia la izquierda, lo que vemos es el agua del pantano, todavía lejana, dejando al descubierto ese lecho que antes fue una vega llena de huertos, entre las montañas que rodean esa zona del embalse: la Hoya del Tamaral, el Hoyo de la Laguna, San Román, el Cerro del Robledillo, y en primer plano en la ribera contraria, el cerro Cabeza de la Viña.

Después de pasar un buen rato en el mirador, seguí bajando por la carretera del Valle en dirección a la presa. Enseguida se llega a Bujaraiza, donde están los restos del cementerio de la antigua aldea, un lavadero, y poco más. En el pasado fue también un lugar clásico de acampada libre. Ahora han habilitado la zona de acampada controlada La Huerta Vieja, que es nueva para mí.
Más adelante y ya cerca de la presa, está el Cerezuelo, lugar donde he acampado muchas veces en el pasado, y donde ahora hay un área recreativa, y un mirador al pantano. Y por último, antes de llegar a la presa, está el área recreativa Control Viejo, lugar que antes no existía como tal, o que al menos yo no recuerdo, y en el que actualmente hay aparcamiento y mesas de merendero, aunque lo mejor son las vistas, a la izquierda hacia el muro de contención y el poblado del pantano, y a la derecha hacia el pueblo de Hornos, con su impresionante castillo y el Yelmo detrás. Para acceder a este área recreativa hay que hacer una bajada por una rampa de cemento rayado.
La verdad es que hoy, Domingo de Ramos, todas las áreas recreativas entre Coto Ríos y la presa están llenas de gente, por lo que las he paseado con la moto pero no he parado en ninguna. Además, aunque siguen siendo lugares de interés por la belleza del entorno natural, cuando te has criado haciendo acampada libre en estos parajes, la verdad es que estas áreas recreativas te dejan un poco descolocado. Sin embargo, hay que reconocer que para una parada en ruta y un almuerzo al aire libre, son unos lugares magníficos.
En una de estas zonas, no recuerdo si fue en los Llanos de Arance, en Bujaraiza o en el Cerezuelo, tuvimos una vez, hace 30 o 40 años, un pequeño percance. Fuimos a la sierra en el Pimiento, que es como llamábamos al Seat 850 verde de mi amigo Luis Carlos, acampamos en uno de estos lugares, y un día, queriendo ir a Coto Ríos a por provisiones, dimos marcha atrás y destrozamos el cárter con una enorme piedra. Yo no sé si el seguro no incluía grúa o cuál fue el problema. El caso es que pasados unos días nos marchamos haciendo auto stop, y dejamos allí el coche con la idea de recuperarlo más adelante. Pero el tiempo fue pasando y Luis Carlos no encontró el momento, y el coche quedó definitivamente abandonado en la montaña, y durante muchísimos años, allí estuvo, hasta que un día desapareció. Ahora esto me parece un disparate inconcebible, pero era otra edad, y eran otros tiempos.
Siguiendo por la misma carretera, pasados 3,8 km desde la presa, se llega hasta el camping Cazorla Montillana, regentado por Maribel, donde terminó mi jornada. Es un camping sencillo y económico, donde la moto, la tienda y el kalifa, pagan sólo 11€ diarios, y te ofrece aseos limpios, duchas limpias con agua caliente, y fregaderos. Además, si quieres puedes contratar aparte línea eléctrica (4€/día), y en temporada alta, tienen bar-restaurante y tienda. Pero lo mejor del camping es su ubicación en el corazón del Parque Natural, lo que te permite desplazarte en muy poco tiempo a las tres sierras que integran el Parque, algo que yo me disponía a hacer en los días siguientes.

Para otra ocasión que venga en coche y con ropa cómoda, me dejo 3 cuentas pendientes: subir al castillo de la Iruela, ir andando hasta las ruinas del castillo medieval de Bujaraiza, y dar un paseo desde los Llanos de Arance hasta el mirador Cabeza de la Viña, en el cerro del mismo nombre, en la margen contraria del Pantano del Tranco, mirando desde la A-319, la carretera del Valle.
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