Era mi tercer día en el Camping Cazorla Montillana, junto al Embalse del Tranco, y mi plan era subir hasta Santiago de la Espada, para luego, siguiendo el curso del río Zumeta, justo en el límite nororiental de Andalucía, avanzar hasta las Juntas de Miller, y desde allí, regresar cerrando una ruta circular, siguiendo el curso del río Segura.
Toqué el techo y comprobé que estaba seco, a pesar de las 48 horas de lluvia constante. Sin embargo, al salir del saco, noté enseguida que el suelo estaba mojado. Había acampado bien, con leve pendiente para que no se estancara el agua, colocando un plástico bajo la tienda, y una manta aluminizada en el interior. Normalmente, esa triple capa aislante es suficiente para que puedas dormir seco sobre tu colchoneta. En esta ocasión no fue así. Toda la manta estaba húmeda, y en alguna zona empapada. A pesar del saco de plumas tenía frío, sin duda por haber pasado la noche sobre una colchoneta húmeda. Cuando pasado un rato salí de la tienda, comprendí el motivo: por debajo corría un curso de agua de unos dos centímetros, y contra eso, no se puede hacer nada.
Estaba indeciso y tardé mucho en salir del saco. Andar en moto con lluvia me gusta y no quería renunciar a mi plan. Sin embargo, todo estaba húmedo en el interior de la tienda, incluída mi ropa, y no quería resfriarme. Llovía tanto, que una vecina se acercó a la tienda para ver si estaba bien. Le dije que no se preocupara y me insistió en que me fuera a su caravana para tomar algo caliente. Se lo agradecí y seguí pensando. Decidí que no podía pasar una noche más en esas condiciones, y me puse a empaquetar tranquilamente. Podía coger la carretera del Tranco a Villanueva, y ahí, enchufarme a la autovía hasta Córdoba, que hubiera sido, dadas las circunstancias, lo más cómodo y sensato. Sin embargo, opté por un plan intermedio, que era hacer la ruta que tenía prevista para el día siguiente: volver a Córdoba por el este del Parque; es decir, subir hasta Santiago de la Espada, disfrutar del puerto de Pontones, seguramente con nieve, luego ir hacia Granada por el puerto de la Losa, en la Sierra de la Sagra, seguramente con nieve, y finalmente bajar a la sierra de Castril, cruzar a Pozo Alcón por el sur, y desde allí regresar a Córdoba por sierra Mágina.
María tenía su caravana perfectamente acondicionada, con un porche cerrado, estufa, nevera, televisor… Después de recoger la tienda, fue estupendo sentarme un buen rato con ella. Era sevillana, llevaba muchos años viniendo al camping, y me invitó a un buen café y unos magníficos pestiños. Estuvimos charlando más de una hora, entré en calor, pero comprendí que la lluvia no iba a parar nunca, así que le di las gracias y nos despedimos. Sin duda, pasaré a visitarla cuando vuelva por estas sierras.

Cargar y arrancar la moto sin ayuda, con un suelo blando como mantequilla, fue una aventura que afortunadamente superé con éxito. A la salida encontré a Maribel, la propietaria del camping, que me invitó a volver con mejor tiempo. Sin bajarme de la moto hablamos unos minutos y nos despedimos. Por fin arrancaba un nuevo día de ruta.
Santiago de la Espada, en el límite oriental del Parque, linda con Albacete y con Granada, está situado por encima de los 1.300 metros, y muchos inviernos se queda incomunicado por la nieve, a veces durante bastantes días.
Para llegar a Santiago desde el Tranco, hay que pasar por el puerto de Pontones, a 1.605 m. de altitud, cota frecuentemente nevada y que en ocasiones, deja incomunicada a Santiago de la Espada. Dudaba si el puerto estaría abierto, pero pensé que a las malas, bastaría con darse la vuelta y buscar un nuevo camino.
Antes de subir a Pontones hay que bordear las colas del Tranco, pasando por las inmediaciones de Hornos, pueblo encaramado a un pedestal rocoso sobre un cerro, con el caserío alrededor de su castillo, y dentro de un recinto amurallado. He estado muchas veces en Hornos, de camino hacia Río Madera, o simplemente para echar el día y comer unos buenos andrajos con conejo. Hoy, me he contentado con parar la moto, y hacer una fotografía de su icónica estampa montaraz, desde la carretera.

A continuación, la carretera avanza por la margen derecha del pantano del Tranco, e inicia el ascenso hacia el puerto de Pontones, por una carretera panorámica jalonada por numerosos apeaderos y miradores. Paré en primer lugar, muy brevemente, en el mirador del Vadillo, un humilde apeadero con bonitas vistas de sierra y olivar, antes de iniciar la subida.


Unos kilómetros después, ya en pleno ascenso, paro en el mirador Los Vallejos, que ofrece las vistas de una de las colas del tranco, con olivar en primer plano, sierra en ambos lados, y al fondo las cumbres nevadas de Las Lagunillas, sumergidas en la niebla.

El día, que empezó soleado, ya se ha nublado por completo cuando llegamos al Mirador Morra de los Canalizos, en el que definitivamente nos despedimos del valle. La vista es la misma que la anterior, pero ahora desde mayor altura. En la imagen se contemplan dos de las típicas aldeas de esta zona. La primera, a la derecha en el olivar, es el Carrascal, y más al fondo, a la izquierda a media ladera, la Platera, así llamada por su industria de la plata en la época romana.

A partir de La Platera, aparecen varias curvas de herradura combinadas con rampas importantes, la luz disminuye, la lluvia pasa a convertirse en pequeños granos de hielo. Paso sin parar por varios miradores, estoy ansioso por descubrir si hay nieve y si el puerto está abierto. Más arriba, poco antes de las Casas de Carrasco, se corona un collado, y empieza a aparecer la nieve. Paro en un apeadero y tomo la primera fotografía de esta subida.

Unas pocas curvas más arriba, el suelo ya es un manto blanco de nieve espesa. Paro en un mirador y compruebo que no se ve nada en la distancia a través de la niebla, sin embargo, es muy bella la imagen de los pinos en primer plano, con sus ramas cargadas de nieve.


El suelo está resbaladizo y la entrada y salida del mirador es algo complicada porque la nieve pisoteada se convierte en hielo. Estoy un poco intranquilo por la ausencia de tráfico, y pienso que tal vez el puerto esté cerrado.

Continuamos, y dejamos a la derecha una bella imagen de Pontones bajo la nieve, lugar donde nace el río Segura, y enseguida coronamos los 1.605 m. del puerto de Pontones, que afortunadamente, está abierto. Ahora el paisaje cambia, hay pocos árboles y escasa vegetación, como corresponde a la alta montaña.

Hay una zona de altiplanicie con grandes rectas, y puedo parar tranquilamente a hacer fotografías desde el centro de la carretera.

Poco después del puerto, llegamos a Santiago de la Espada, la nieve ha desaparecido por los 300 m. de desnivel negativo. Al llegar, paré en una gasolinera para decidir el resto de la ruta.
La primera opción, sin duda la más sensata en un día de nieve, era proseguir por la misma A-317 hasta la Puebla de Don Fadrique, y luego continuar por la A-330 hasta Huéscar.
La otra opción era abandonar la A-317 poco después de pasar el río Zumeta, y tomar A-4301, que penetra en el pinar de La Lobera, buscando el puerto de La Losa y la Sierra de la Sagra, para terminar en la Sierra de Castril.
La segunda opción era mucho más apetecible, pero también incierta, porque si el puerto de Pontones con 1.605 m. estaba nevado, el puerto de La Losa, con 1.766 m. podría estar cerrado, y obligarme a desandar muchos kilómetros.
Por una vez, decidí coger la ruta más segura, y abandoné Santiago de la Espada en dirección a la Puebla de Don Fadrique. Fue un tramo muy agradable, estaba contento por el precioso tramo nevado que acababa de cruzar, y ahora el día se abría y salía el sol, un sol potente que templaba el día y secaba un poco mi ropa mojada. Surfeaba bajo el sol escuchando a los Planetas cuando crucé el río Zumeta. Unas pocas curvas después salió a la derecha la A-4301, y de una forma imprevista y casi instintiva, cogí el desvío y puse rumbo al puerto de La Losa. Efectivamente, el día se había abierto, el sol brillaba, y era el momento perfecto para acometer un nuevo ascenso. Además, dos días antes había conocido en el Mirador de Las Palomas, a un motorista argentino que me recomendó subir al poco conocido y nada transitado puerto de La Losa.
La A-4301 es una carretera magnífica, que con algo de cuidado, se puede hacer con cualquier moto. Es estrecha, parcheada, a tramos rugosa, y a veces algo rota, sin arcén, sin pintar, sin tráfico… vaya, la carretera perfecta para un cazador de puertos de montaña. Esta carretera, puede rivalizar con la Carretera Sin Nombre, por lo agreste y solitario del entorno.
Al principio, hasta la zona del pinar de La Lobera, hay bastantes curvas, pero entonces se entra en una zona de grandes rectas en las que, por la visibilidad total y la ausencia de tráfico, puedes ir bastante rápido. Con el paso de los kilómetros el día fue perdiendo luz, y a ratos caía una débil llovizna. Conforme el ascenso se iba pronunciando, iban desapareciendo los árboles y volvíamos a entrar en un paisaje cárstico. Cuando coronas el puerto a 1.766 m, no hay ningún cartel que lo indique, pero pasas entre taludes de roca blanca, en la más absoluta soledad. No había nieve en el puerto, apenas algunas pequeñas manchas aquí y allá, pero se divisaban cumbres nevadas en el entorno, en el que la Sierra de la Sagra, alcanza los 2.400 m de altitud.


Paré unos minutos a disfrutar de las vistas: alta montaña con escasa vegetación, cumbres nevadas a lo lejos, bajo un cielo gris cargado de nubes amenazantes.


Subí a la moto para continuar la ruta. Desciendes la ladera de la montaña por una sucesión de curvas de herradura, a través de una carretera estrecha y rugosa. Después desaparecen las curvas extremas, pero el descenso es muy pronunciado.
El clima en la montaña es muy cambiante, y un día abierto puede torcerse, y levantarse una ventisca de nieve en cuestión de minutos. De repente empezó a nevar. Tengo alguna experiencia conduciendo por montañas con nieve, pero nunca antes había conducido bajo una nevada. Al principio lo festejé, después me sentí intranquilo. Cada vez nevaba más y además cayó la niebla. No veía nada a mi alrededor, y sólo podía distinguir unos metros por delante de la moto, afortunadamente provista con potentes focos leds. Iba muy despacio y fue una tranquilidad superar las curvas de herradura y entrar en una zona más baja de largas rectas. Cada vez nevaba más y tenía muchísimo frío. Llevaba unos guantes de verano porque los de invierno iban en la maleta completamente calados por la lluvia de los días previos. Los copos de nieve eran tan gordos que cada 5 segundos la visera del casco era una pared blanca que tenía que limpiar con el guante. Meter y sacar las manos en las manoplas de invierno de la moto, para limpiar la visera, durante un rato que me pareció una eternidad, fue realmente incómodo. Me dió por pensar que estaba sólo en alta montaña, en medio de una nevada, y sin ver ningún coche desde hacía horas. Pensé que si me caía o simplemente pinchaba, más me valía tener cobertura móvil para pedir ayuda, o podría morirme allí congelado. Pensé también que nunca más me metería sólo en la boca del lobo. También pensé que si llevara una cámara filmando desde la moto, esas imágenes del descenso del puerto de la Losa bajo una intensa nevada serían míticas. No me atreví a parar y hacer fotografías. Lo único que quería era salir de allí, pero aquellas largas rectas no terminaban nunca, y la nieve tampoco. Sentía que me castañeaban los dientes y me agarraba con fuerza a los puños calefactados de la moto.
Ni Arguis, ni Millevaches, ni Stella Alpina, ni Eskimós. Estaba teniendo mi experiencia invernal más extrema al lado de mi casa.
Por fin llegamos a un cruce. Hacia la derecha, una pequeña carretera conducía hasta el interior de la Sierra de Castril y desde allí a Pozo Alcón, Sierra Mágina y Córdoba. Esa era mi ruta original, pero iba muy al límite, cansado, hambriento, helado de frío, y aún seguía nevando, así que seguí recto hacia el sur, para llegar a Huéscar lo antes posible, y buscar un bar donde recuperarme.
Poco después entré en Huéscar, encontré el Bar Stop en un cruce, aparqué en la puerta, entré, y pregunté si se podía comer. Eran las 15:30h, cerraban a las 16:00h, y habían apagado las parrillas, pero si quería podía calentarme algo de lo que tenían preparado en la vitrina. Pedí dos vasos de vino seguidos para entrar en calor, después seguí con agua. Me sirvió un plato abundante, mitad albóndigas en salsa, y mitad carne con tomate, con un montón de patatas fritas caseras, y su pan. Comí y bebí como un náufrago. Cuando me senté estaba tiritando. Después, el vino y la comida hicieron su trabajo y enseguida me encontré mejor. El bar estaba atendido por cuatro personas que parecían ser el padre, la madre, y las dos hijas. Se trataban con cariño y complicidad. Yo se lo pongo. No, déjame a mí. De eso me ocupo yo…. Conmigo fueron amables, me dieron muy bien de comer, y me permitieron quedarme un rato más mientras ellos recogían. Si el Bar Stop estuviera en Córdoba, iría todos los días. Suscribo la reseña que les pone un lugareño en internet: Comidas y tapas caseras, ambiente familiar, trato excelente, muy recomendable, sencillez, inteligencia y amabilidad. Si vienes a Huéscar es visita obligada este clásico Bar.
Después de la abundante comida y los dos vinos, me tomé dos cafés, y puse un mensaje a casa, ya había salido de la sierra y llegaría en unas cuatro horas, viajando por autovía.
Efectivamente, bajé hasta Baza, donde encontré rachas de viento y manchas de nieve en las cunetas. Bordeando la Sierra de Baza, llegué hasta Guadix, y allí me incorporé a la A-92. En este tramo del viaje hasta Granada, siguió cayendo nieve, sobre todo a la altura del Puerto de la Mora en la Sierra de Huétor. También había algo de viento, pero sin llegar a ser molesto. Fue impresionante ver más de veinte camiones quitanieves parados en cada puente sobre la autovía, con los rotativos encendidos, preparados para bajar a la autovía en cualquier momento. Paré un momento en una gasolinera para repostar, y comprobé que el día allí, seguía frío, ventoso y desabrido. Poco después llegué a Granada, y a partir de ahí, se abrió el día, salió el sol, y me enchufé en vuelo rasante hacia el califato.
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