Aunque me gusta viajar sólo y también con amigos, como más me gusta viajar es en familia, algo que hasta ahora hemos hecho poco por distintos motivos, pero principalmente por el deseo de los niños de ir siempre a la playa. Sin embargo, los años pasan y los niños crecen, y empiezan a desear otros viajes y otros lugares. Este viaje de una semana a París, lo teníamos planeado para 2020, pero llegó la pandemia y lo aplazamos. Ahora la pandemia sigue, pero nos hemos acostumbrado a convivir con ella, así que recuperamos este plan para las vacaciones de Semana Santa.

Para preparar el viaje, tomé como punto de partida este artículo del blog El  Viaje me Hizo a Mi, que te ofrece una propuesta de sitios que visitar y cosas que hacer en París en cinco días. Es un blog que me gusta, porque combina lugares de interés artístico y cultural, con un turismo callejero que te lleva a los barrios y te permite conocer las ciudades y las gentes, tal como son de verdad, más allá de ese parque temático para turistas que es el centro de las ciudades, que a nosotros también nos gusta visitar, pero sin quedarnos en eso.

En cuanto a la organización del viaje, por primera vez he usado un planificador de viajes; una tarjeta bancaria específica con la que no pagas comisiones en el extranjero, para viajar sin efectivo; y un seguro de viaje, principalmente para tener garantizada la cobertura sanitaria fuera de España. Son pequeñas cosas que vas incorporando poco a poco y que merecen la pena.

Por otra parte, el reto de este viaje iniciático, era comprobar mi teoría de que una familia de cuatro personas, no necesita un gran presupuesto para viajar y disfrutar, si se organiza bien. ¿Cómo puedes organizar una semana en París para cuatro personas sin arruinarte?. El combo avión, hotel, restaurante, está muy bien para viajar sólo o en pareja, pero viajando en familia no salen las cuentas, así que… ¿qué hicimos?, pues organizar el viaje como si nos fuéramos una semanita a un apartamento a la playa: el día antes de la partida hice un súper con todas las comidas para 9 días, y con ayuda de hielo y dos neveras, lo transportamos todo en nuestro maletero tan ricamente y nos fuimos en coche, planteando 2 días de ida con pernocta y paseo en San Sebastián, 5 días/6 noches en un apartamento en París, y 2 días de regreso con pernocta en el País Vasco Francés, en Urrugne.

Nos levantamos temprano y a las 08:30h ya estábamos en ruta, con algo más de 800 km por delante hasta San Sebastián. Subimos hasta Madrid por la A4 con la carretera totalmente despejada y eso sí, un tráfico muy denso en sentido contrario, con frecuentes retenciones, parecía que España entera venía a pasar la Semana Santa a Andalucía.

Paramos para hacer el segundo desayuno y descansar un poco ya cerca de Ocaña, y cuando salimos del coche nos sorprendió el frío y el viento, siempre que salimos de Andalucía pasamos frío…

Superamos Madrid, y ya en la A1 tuvimos algo de tráfico denso aunque mejoró pronto, y paramos a comer, ya cerca de las 16h, pasado Burgos. Después de descansar un rato y tomar un café en la estación de servicio seguimos viaje y llegamos a San Sebastián sobre las 18h. Fue un viaje tranquilo, del que recuerdo una larguísima entrevista a Leiva en Radio 3, en la que hablaron de su último disco “Cuando te muerdes el labio”, en el que cada canción está escrita pensando en una artista latinoamericana, con la que canta a dúo en el disco. Contaba que hay ahora una generación de jovencísimas artistas en latinoamérica muy precoces y creativas. Me dió curiosidad y por la noche busqué el disco, pensé que tal vez sería la banda sonora de nuestro viaje, pero no lo fue del todo.

Habíamos reservado un bungalow en el Camping Igueldo de San Sebastián y fuimos directos al alojamiento. Nos gustó el camping porque estaba en la montaña pero muy cerca de la ciudad, y el bungalow estaba bien. El checking fue muy lento, sólo atendía una chica, y dedicaba a cada viajero todo el tiempo que necesitara, sin que pareciera afectarle la cola que se le iba formando. Recordé El Río de la Desolación de Javier Reverte, en el que cuenta como, en algunos hoteles del Amazonas, encontraba servicios de recepción precapitalistas; es decir, con cuatro personas atendiendo el trabajo que en Europa, por ejemplo en el Camping Igueldo, haría sólo una. Con todo, la espera mereció la pena y cuando nos tocó, nos atendió muy bien.

Camping Igueldo, en San Sebastián

Descargamos rápido y nos fuimos corriendo a la parada del autobús, yo quería andar despreocupado del tráfico y el aparcamiento, y tomarme unas cervezas cuando me diera la gana. El chico se quedó sólo en el camping, porque tenía que terminar y entregar un trabajo de matemáticas, y quedamos en que él bajaría luego y nos veríamos en la ciudad.

El Camping Igueldo está en la misma San Sebastián, pero fuera de la ciudad, en una zona alta y muy verde con el mar a un lado y la ciudad al otro. El camping es la última parada de la línea 16 del bus urbano, por lo que pudimos cogerlo en la misma puerta del camping, y en quince minutos estábamos en la ciudad.

El mar Cantábrico, desde el bus.

Disponíamos de tres horas hasta el regreso del último bus, y lo primero que hicimos fue dirigirnos a la estación del funicular para subir al Monte Igueldo y disfrutar de las vistas. Como indica su propia web, el funicular es la forma más popular para subir al Monte Igueldo,  y con más de 100 años de historia, puedes subir en sus vagones de madera  tal y como lo hacían los asistentes al casino y al salón de bailes hace un siglo.

El funicular fue inaugurado en 1912, coincidiendo con el estreno del parque de atracciones en lo alto del monte Igueldo, cuyos miradores ofrecen impresionantes vistas panorámicas de la bahía de La Concha. El recorrido son sólo 312 m. que se recorren en apenas 3 minutos, pero eso sí, el desnivel supera el 50% y el sistema de tracción es por polea con cable, por lo que de hecho, hubo que convencer a la chica de que ese trenecito de madera que escalaba por la montaña era seguro, y aunque con algunas dudas, se subió.

Por supuesto tomamos algunas fotos del funicular.

Funicular del Monte Igueldo. San Sebastián.

Una vez arriba, las vistas de la bahía y la isla de Santa Clara son magníficas.

Bahía de La Concha desde el Monte Igueldo. San Sebastián.

Ya abajo, tomamos también alguna foto del edificio de la estación del funicular, que también es interesante.

Estación del Funicular del Monte Igueldo. San Sebastián.

Desde allí, bajamos al Paseo de Eduardo Chillida, y en apenas 10 minutos caminando hacia el exterior de la bahía, llegamos al Peine del Viento. En ese paseo, nos llamó mucho la atención la Isla de Santa Clara, cuyos acantilados parecen recostarse, cediendo al fuerte viento del mar. También nos fijamos en un surfista, que desafiaba al frío en medio de las olas.

Isla de Santa Teresa, recostada por el viento. San Sebastián.

El Peine del Viento, es un conjunto de tres esculturas de acero ancladas a las rocas en los acantilados del Monte Igueldo, en un lugar fuertemente azotado por las olas y el viento. Al final del paseo que lleva hasta la escultura, hay una zona empedrada con una enorme grada de roca, donde merece la pena sentarse y disfrutar de la magia, sintiendo ese viento, húmedo y recién peinado por Chillida.

El Peine del Viento es muy especial, para mí lo mejor de esta breve visita a San Sebastián.

El Peine del Viento de Eduardo Chillida. San Sebastián.
El Peine del Viento de Eduardo Chillida. San Sebastián II.

Además, en el suelo de piedra hay unos ojos de buey por los que, cuando el oleaje es fuerte, suben a presión grandes chorros  de espuma de mar. Os dejo aquí un enlace externo a un breve vídeo del Peine del Viento con oleaje, merece la pena.

 Nos demoramos allí un buen rato, nos dió hambre, y pensamos picar algo en el paseo marítimo. Cuando desandamos el Paseo de Eduardo Chillida, encontramos al surfista en pelota picada entre dos coches, vistiéndose con ayuda de una toalla, con una temperatura que a nosotros nos parecía bien fresquita.

Bajamos a la playa de Ondarreta para caminar un poco por la arena.

Playa de Ondarreta. San Sebastián.

 Luego continuamos por el paseo marítimo junto a la Playa de la Concha, unos dos kilómetros junto al mar, que a mi mujer y a la chica les gustaron mucho, sobre todo por la arquitectura. 

Playa de la Concha. San Sebastián.

Sin embargo, tuvimos mala suerte porque el paseo estaba en obras y habían subido el carril bici al paseo, teníamos que transitar amontonados por dos estrechas franjas paralelas las personas y las bicicletas, flanqueados por las obras a un lado, y la arena de la playa al otro. La verdad es que mi primera visita al famoso Paseo de la Concha fue un poco decepcionante, demasiada gente, demasiadas bicicletas, y demasiadas obras. Habrá que volver por allí en otro momento más tranquilo. Por otra parte, para un andaluz es inconcebible un paseo marítimo de dos kilómetros sin un sólo puesto con bebidas y algo de picoteo. A esas alturas del día ya estábamos cansados y hambrientos.

Llegamos al final del paseo, y decidimos subir a la Plaza de Gipuzkoa para sentarnos en algún bar a descansar y reponer fuerzas. El chico terminó tarde sus tareas, pero insistió en bajar a la ciudad, aunque fuera para darse un paseo en autobús y poco más. Llegamos a la plaza exhaustos y nos sentamos en la terraza del bar Legarda, en Camino Kalea, una de las bocacalles que dan a la Plaza de Gipuzkoa. Nos tomamos unas cervezas y unas chapatas de tortilla de patatas con pimientos verdes que nos sentaron como Dios, luego llegó el chico y estuvimos un ratito más descansando y charlando, hasta que a las 22h, tuvimos que coger el último bus de regreso al camping. La parada estaba muy cerca, en la calle Okendo.

Cuando llegamos al camping, terminamos de cenar con un poco de vino, yo puse el disco de Leiva, y aunque a mí algunas canciones me gustaron, resultó que no iba a ser la banda sonora del viaje. Y nos acostamos muy cansados, había sido un primer día de viaje estupendo.

Al día siguiente nos levantamos temprano y seguimos viaje hacia París. En la parte francesa del viaje, lo que más nos llamó la atención fueron las áreas de descanso, son realmente fantásticas, siempre muy sombreadas y a menudo rodeadas de auténticos bosques, con cómodas mesas de madera u obra en las que comer al aire libre, con aseos amplios, limpios y gratuitos, con agua caliente, y con contenedores para reciclar. Todas estas áreas eran muy agradables, amplias, bonitas y limpias, con una parte para los camiones y otra separada para coches y motos. Sería fantástico tener en España áreas de descanso como las francesas.

Hicimos una breve parada para café y segundo desayuno a la altura de Burdeos. Después una segunda parada más larga para comer, en un área de descanso tan chula, que el chico comentó, con razón, que perfectamente podía uno irse allí a hacer una barbacoa y echar el día. Y para las 18:30h estábamos en las afueras de París, si bien los últimos 10 ó 15 kilómetros fueron muy pesados con tráfico denso y retenciones.

El GPS nos llevó directos a nuestro alojamiento. Era un apartamento que había reservado en Booking, con dormitorio de matrimonio y amplio salón con sofá cama, perfecto para 4 personas durante una semana. La verdad es que lo reservé un poco al tun-tun, es decir, me gustaron las fotos, me cuadró el precio, y lo contraté, sin darle más importancia a la ubicación, porque tenía asumido que iríamos al extrarradio, y todos los días cogeríamos un transporte para movernos.

Cuando llegamos, la primera impresión no fue nada buena, eran unos bloques de pisos con un entorno muy degradado, sucio, con botellas vacías tiradas por las esquinas, y unos amplios soportales repletos de chavales que bebían, fumaban, y escuchaban rap. Y además, los únicos blancos de todo el barrio éramos nosotros, algo que yo imaginaba, pero no de forma tan extrema: en París, en el extrarradio son todos negros, y en el centro son todos  blancos (excepto los empleados de seguridad del metro y las tiendas que son todos negros).

Dejé a mi mujer y a los chicos en el coche y les pedí que me esperaran, mientras buscaba el apartamento. Lo encontré rápido, y dentro estaba Ceryll, nuestro anfitrión, también francoafricano, que hablaba un inglés tan malo como el mío por lo que nos entendimos perfectamente y conversamos un buen rato con fluidez. Me enseñó el apartamento, me dió la clave wifi, y cuando salimos a la calle, le pregunté si el barrio era seguro, porque habría días que volveríamos tarde de París. Me dijo que sí, que era seguro, que los soportales siempre estaban llenos de chicos jóvenes pasando el rato, pero que eran vecinos que vivían allí y que todo ok. Yo le creí. 

Aparcamos en el hueco que dejó Ceryll, muy cerca del apartamento, y nos pusimos a descargar. Mi chico me miraba guasón, con cara de “joder papá, pero dónde nos has metido…”, dejamos el coche allí aparcado con bastante aprensión y serias dudas por su seguridad y futuro… y nos pusimos a instalarnos.

Y la verdad es que si bien el entorno era de coco y huevo, el interior del apartamento era incluso mejor de lo que esperábamos: moderno, funcional y elegante, con suelo de madera, camas cómodas, baño enorme, cocina completa integrada, wifi, netflix….

Cenamos en el apartamento, el chico se puso a estudiar, las chicas se pusieron cómodas, y yo me fui a la calle a fumar, andurrear un poco y ver cómo era aquello de noche. Justo a la izquierda de nuestro apartamento había un pasaje comercial que era una auténtica torre de babel: 2 kebab turcos, 1 pizzería también tuca, 1 carnicería musulmana, 1 panadería asiática, una tienda de alimentación de la india, indostánica, del magreb… y en la esquina, un barbero. En el extremo más alejado del pasaje, junto a los contenedores, entre la barbería y la pizzería, había unos bancos reservados para los borrachos y los sin hogar, que según vimos en los días siguientes, tenían sus chabolas en la mediana de la carretera, a unos 500 metros de nuestro apartamento. Aquella noche, un par de ellos estaban sentados en el suelo pegando voces, y no sé si cantando algo.

Les Fresneries. Nuestro suburbio parisino.

La verdad es que la mala impresión de aquel primer cigarro nocturno en nuestro suburbio musulmán no se correspondió con la realidad. En los seis días siguientes frecuentamos todas las tiendas del barrio y todo el mundo nos trató bien, eso sí, a veces notaba que nos miraban un poco guasones, como diciendo, ¿qué coño hacen aquí estos turistas despistados?, tenía la impresión de que por ese pasaje no había pasado un turista en décadas. Pero nos fue bien, la última noche cenamos un fantástico kebak con cherry coke en el turco, y la última mañana, compramos en la carnicería musulmana un juego de vasitos de té y unos tarros de miel de semilla negra, como recuerdo de nuestro suburbio parisino.

En los próximos artículos, os contaré todo lo que hicimos y todo lo que vimos, en 5 días en París, agotadores y muy felices.

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Una respuesta a “Viaje Córdoba París y un paseo por San Sebastián”

  1. Avatar de David Morales
    David Morales

    Muy buena crónica

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