No había parado de llover en 16 horas, y yo aún no sabía que era el comienzo de la borrasca Nelson, y que iba a disfrutarla durante varios días en plena naturaleza. Llevaba mucho rato despierto, sintiendo caer las gotas de agua sobre la tienda de campaña, como una nana lisérgica que me impedía salir del saco de dormir. Llevaba horas esperando que escampara para salir de la tienda y empezar el día. Sobre las 9h miré la predicción del tiempo y comprobé que la lluvia no iba a parar. Así que me vestí, me subí a la moto, e inicié lo que terminaría siendo un día magnífico, una ruta circular con inicio y fin en el Camping Cazorla Montillana, junto a la presa del pantano del Tranco, recorriendo el corazón de la Sierra de las Villas.

A pesar de su cercanía al valle turístico, del que está separada por apenas una franja de tierra que se cruza andando en un día, es una sierra mucho más virgen y solitaria que sus vecinas Cazorla y Segura, con las que integra el Parque Natural. El motivo, sin duda, es la escasez de vías de comunicación. Hasta hace unos años, sólo había en estas sierras caminos de tierra.

Recuerdo perfectamente la primera vez que anduve por esos caminos. Fue en el año 1995. Mi amigo Miguel estaba casado con una chica de Villanueva del Arzobispo, me presentaron a su hermana, y aquel verano Miguel y yo estuvimos saliendo con las dos hermanas, y andamos bastante por la sierra de Las Villas, con un Nissan Patrol que tenía Miguel. Tanto él como su mujer eran olivareros, tenían buenas fincas con cortijos y las trabajaban ellos mismos. Recuerdo alguna noche muy lorquiana celebrando en una ermita, con vino y matanza, el feliz final de la cosecha de la aceituna, arreglados de fiesta, bailando bajo la luna rodeados de las cuadrillas y las familias de los cortijos cercanos. Ahora todo aquello me parece un sueño muy lejano. Unos años después Miguel murió en el olivar. El olivar de montaña es peligroso. Iba en el remolque del tractor, sentado sobre la aceituna. Bajaban una ladera, iban al molino. El remolque volcó y allí debajo se quedó Miguel. Fue un helicóptero del 061, pero no pudieron hacer nada.

Miguel, hasta que se casó vivió con sus padres en Linares, pero tenían la finca familiar en Villanueva del Arzobispo. Amaba estas sierras y yo empecé a andarlas con él, y con las dos hermanas, en su Nissan Patrol.

La A-6202, es la carretera que une el pantano del Tranco con Villanueva del Arzobispo, siguiendo en todo momento el curso sinuoso del río Guadalquivir, que tras fundirse con otros caudales en el embalse del Tranco, después continúa su camino por la Sierra de las Villas, saliendo ya del Parque Natural en Villanueva del Arzobispo, a cuyo término municipal pertenecen parte de estas sierras. Esta carretera, magnífica para recorrerla en moto, se construyó a mediados del siglo pasado, y fue muy importante para comunicar con otras comarcas a las gentes de la sierra, que hasta entonces sólo disponían de caminos de herradura.

Tomando esta carretera desde el pantano en dirección Villanueva, muy al principio se encuentra el Mirador Fuente Negra, en el que hice la primera parada del día.

El mirador debe su nombre al Poblado de Fuente Negra, que está situado cerca de la rivera del Guadalquivir, justo debajo del mirador, y al que se puede acceder desde el Charco del Aceite, al que llegaríamos poco después. El poblado se construyó para albergar a los obreros que construyeron la presa del Tranco, y hace unos años se rehabilitó para el turismo rural. En el río, a la altura del poblado, está el manantial de la Fuente Negra, que vierte su agua en el Guadalquivir por seis grandes caños. En este lugar hubo hace años una zona recreativa y de acampada libre, ya abandonada.

Desde el mirador, se contempla el paisaje de las repoblaciones de pino carrasco, el que mejor se adapta a la escasez de suelo de estas pronunciadas laderas.

También puede verse, un poco a lo lejos, olivar de montaña, tan característico de estas sierras, situado en pendientes algo menores, para evitar que la lluvia arrastre el suelo fértil. Es muy andaluz el contraste del verde oscuro de los olivos, con la claridad del suelo calizo.

Hacia el otro lado, de donde venimos, puede verse la presa del Tranco de Beas, con 92 metros de altura. Actualmente este pantano es el de mayor volumen de la provincia de Jaén. 

A pesar de la incesante lluvia, la niebla cubría las zonas más altas, y sólo las gotas de agua rompían un profundo silencio. Después de un rato en el mirador, continuamos la marcha.

Unos pocos kilómetros más adelante, se abandona la A-6202 para tomar la carretera sin nombre, que nos lleva a la ruta más salvaje del Parque Natural de Cazorla, Segura y Las Villas. Salvaje no por el estado de la carretera, sino porque recorre los parajes más agrestes y solitarios de estas sierras, por los que puedes rodar y rodar sin cruzarte con nadie, y desde luego no hay bares, ni tiendas, ni ningún tipo de establecimiento, más allá de alguna casa rural diseminada. Tan salvaje es, que la carretera no tiene nombre, o si lo tiene, aún no aparece en Google Maps, y no es de extrañar, porque hasta hace muy poco se trataba de una pista forestal de tierra. Pista que de jovencillo yo recorrí en el Nissan Patrol de mi amigo Miguel, y que ahora es una carretera recién hecha, aunque afortunadamente, estrecha, revirada y sin pintar. Una carretera de montaña integrada en el paisaje, por la que no hay apenas tráfico. Yo estuve varias horas recorriéndola, haciendo largas paradas, y sólo me crucé con la C15 de un lugareño, con el rostro curtido de un pastor, o maestro  de rehala.

Esta carretera empieza en el Charco de la Pringue, y discurre completamente en paralelo a la carretera del valle turístico. La carretera turística va desde el Tranco a Arroyo Frío, y esta va, en paralelo, desde el Charco del Aceite hasta Chilluevar, ya en las inmediaciones del pueblo de Cazorla. Ambas carreteras están separadas por una franja montañosa de tan sólo unos kilómetros de anchura, que se recorre a pie en un sólo día. Yo lo hice una vez, de joven, con el grupo Scout Hellanes de Linares.  Nos hizo de guía un pastor, y fue uno de los mejores raids que he hecho en estas montañas.

Tan cerca pues, pero tan distintas. La carretera del valle, jalonada por hoteles, restaurantes, gasolineras, empresas turísticas, campings… La carretera sin nombre silenciosa y solitaria, hoy rojiza y acristalada bajo una niebla densa que en las zonas más altas llegaría a ser una pared de humo.

Como decía más arriba, el primer punto de interés de la carretera sin nombre, es el Charco del Aceite, que la gente de Jaén también conocemos como Charco de la Pringue. Bajas desde la carretera hasta el río, y antes de cruzar el puente, tomas un carril que te conduce a este lugar.

Se trata de un área recreativa ubicada en un lugar magnífico para darse un baño, ya que tiene un remanso de agua encajado en el mismo cauce del río Guadalquivir, y pinares en sus laderas. Eso sí, el agua está muy fría, aunque la gente es valiente y se baña. El verano pasado estuve aquí visitando a mis hijos que estaban en un campamento Scout, y todos se bañaban. Para mí, personalmente, está demasiado fría.

Este sitio es de una gran belleza, una piscina natural rodeada de escarpadas montañas rocosas, con los pinos agarrados a las paredes. Abajo, junto al agua, hay mesas de piedra, asientos de madera, y un kiosko bar que sólo abre en verano.

Además, hay una gran oquedad en la pared rocosa, que sin llegar a ser cueva, sí que te cobija completamente de la lluvia. Así que sin dudarlo, hice allí mi desayuno: pan, queso, y un excelente café recién hecho. Estuve casi una hora con mi café, disfrutando de la soledad y el silencio, viendo caer la lluvia sobre el Charco del Aceite.

Después, anduve un poco por el entorno, hay una pequeña fuente cuajada de musgo, junto a una bonita escalera de piedra.

Luego crucé la pasarela que sortea el río, y tomé algunas fotos del joven Guadalquivir, renacido en el embalse del Tranco, sólo unos kilómetros antes.

Al ir a coger la moto, llegaron tres hombres en un todo terreno y aparcaron a mi lado. Uno de ellos se me acercó amistoso, también era motorista, me dijo que tenía una GS, y que vaya día de perros para coger la moto. Yo le dije que a mí me gustaba. Se rió con cordialidad, y nos despedimos.

Después de cruzar el río, se inicia el ascenso, y se entra enseguida en una gincana de doce curvas seguidas de 180º, al más puro estilo alpino, por lo que alguien ha bautizado este lugar en Google Maps, como el Stelvio Jienense. Tengo que decir que a mí este tipo de curvas alpinas no me gustan nada, pero de tan despacio como vas, ni siquiera notas la exigencia del trazado. Y vas tan despacio por varios motivos. En primer lugar porque el paisaje es realmente imponente, y sería un desperdicio pasar por aquí demasiado rápido. Pero además, en segundo lugar, te ves obligado a ir despacio porque es una carretera estrecha y revirada, y sobre todo, porque está totalmente cubierta de gravilla suelta, imagino que a consecuencia de su reciente construcción.

A continuación del Stelvio, la carretera empieza a descender con suavidad, y va fluyendo hasta llegar al Arroyo Martín, en cuyas inmediaciones está la Fuente de los Cerezos.

Precisamente en este paraje, es donde mis hijos estuvieron de campamento con su Grupo Scout, el Brownsea 624, el verano pasado. Un campamento que recordaré siempre, no sólo porque a mi hijo Máximo lo despertó una noche un zorro mordisqueándole el pelo, sino principalmente porque a mitad del campamento tuve que ir a recoger a Germán, el mayor, para llevarlo a Madrid, al Hospital Central de la Defensa, a hacer las pruebas médicas para el ingreso en la Academia General Militar, donde hoy es Caballero Cadete. Subimos y bajamos a Madrid, en un viaje fugaz, divertido y satisfactorio, y volví a dejarlo en el campamento. Fue entonces cuando quedé fascinado por esta carretera y estas sierras, que llevaba tantos años sin recorrer, y decidí volver con la moto y rodar  por allí con toda la pausa del mundo, en cuanto tuviera ocasión.

Ubicada en la Sierra de Las Villas, el paisaje de esta zona de acampada controlada, se compone de antiguos pinares de repoblación, y los alrededores presentan grandes atractivos para hacer senderismo, y para disfrutar de magníficas panorámicas de la Sierra de las Villas.

Además, las instalaciones ponen a disposición del visitante un amplio espacio cubierto para cobijarse del sol y de la lluvia, fuente, barbacoas, y depósitos para los residuos, por lo que es un lugar perfecto para acampar, siempre previa autorización.

Este paraje debe su nombre a una bonita fuente que hay junto al camino. La fuente es de piedra y consta de un pilón en el que vierten dos generosos caños de agua clara de la sierra. La fuente está situada sobre una pequeña lonja, levemente por debajo del nivel del camino, y dotada en su contorno, de poyetes de piedra, en los que puedes sentarte a descansar, recostado en el arrullo del agua. A su vez, la lonja de la fuente está flanqueada por dos magníficos cerezos, y un venerable olivo, que te recuerda que estás en la prodigiosa sierra de Jaén.

El lugar queda afeado por unos palés de madera que te marcan el camino hasta el pilón de la fuente. Supongo que si se han tomado la molestia de traerlos hasta aquí, será por que hacen falta.

A partir de la Fuente de los Cerezos, la carretera sigue siendo extrema por sus dimensiones y por la soledad y virulencia del entorno, pero el trazado se vuelve más sereno, ya ha quedado atrás la zona del Stelvio. Ahora, la sensación de soledad es cada vez mayor, sin duda aumentada por la niebla, que va siendo más densa conforme vamos ganando altura. Desde la Fuente de los Cerezos hasta las proximidades del Embalse del Aguascebas, es el tramo más agreste y solitario. Al coronar una subida, encontré junto al camino, dos hermosos mastines tumbados bajo la  lluvia. Sentí inquietud, porque estos animales tienen un fuerte instinto protector de sus cortijos y sus rebaños, sin embargo no movieron ni un músculo, apenas me siguieron con la mirada. Pensé que debían ser perros de rehala, feroces con los jabalíes, pero muy dóciles con los humanos. El mastín de pastoreo marca su territorio y te pone en apuros. Y efectivamente, esta zona no parece muy ganadera, y sin embargo, sí que te vas encontrando, cada trecho y con frecuencia, tablillas rojas que indican a los cazadores que están en una zona de seguridad, donde no pueden disparar por haber una servidumbre de paso. Y es que en efecto, esta zona es “reserva de caza”, es decir, un área protegida para el mantenimiento de la vida salvaje, con el propósito de la caza. En general, yo no soy anti caza, siempre que se respete la ley, sin embargo cazar en un lugar como este es una idea que me produce rechazo. Más que reserva de caza, estas sierras deberían ser reserva de la humanidad. Y de hecho lo son. Estas sierras están declaradas no sólo Parque Natural, sino también Reserva de la Biosfera (U.N.E.S.C.O.), Zona de Especial Conservación (Z.E.C.), y Zona de Especial Protección de las Aves (Z.E.P.A.). 

La cuestión es que se permite la caza controlada de animales, con el objetivo de pagar gastos del parque,​ y claro, por el camino se asumen los daños para el ecosistema.

No escuché disparos, pero algo más adelante me encontré otro mastín, andando sólo por el camino. Me venía de frente y al yo aproximarme, se paró en seco, se me quedó mirando, y me dejó pasar. Poco después me crucé con la única persona que vi en todo el recorrido, un hombre que conducía una C15, iba tan despacio que pude verlo perfectamente, era pequeño, de piel oscura, muy curtido por el aire libre. Como dije antes, bien podría ser un pastor, o más bien, un maestro rehalero.

Tras un descenso suave, la carretera vuelve a subir, hacia el costado derecho, siguiendo la ladera de la montaña, salían algunos caminos, que conducían a la espesura del bosque. Deseé llevar una moto ligera para poder recorrerlos, aunque ese día tampoco hubiera sido posible, porque toda la sierra era un barrizal después de tanta lluvia.

Cuando coronamos la subida, la niebla era esponjosa y había poca visibilidad, entonces encontramos a la derecha del camino, el siguiente punto que íbamos buscando, el Mirador del Tapadero.

Desde el Mirador del Tapadero, hoy sólo puede verse un abismo de humo, pero en días abiertos, este mirador ofrece una impresionante panorámica de la Sierra de Las Villas, con sus paredones verticales, y olivar de montaña en las pendientes más suaves de las zonas bajas, donde hay suelo más fértil para la agricultura y la ganadería y por tanto, con más presencia humana.

A su vez, las laderas de roca caliza, que son refugio y criadero de aves rapaces, contienen las alineaciones de pinos repoblados, y en las zonas más inaccesibles, los últimos reductos del bosque mediterráneo original. Y generalmente, es posible contemplar el vuelo de buitres y alimoches, ascendiendo con las corrientes de aire caliente, desde el fondo del valle.

Hoy sin embargo, lo que puede verse es un enigmático abismo de tinieblas, que emerge del valle húmedo y silencioso.

El mirador, a pesar de lo imponente del lugar, no está dotado de ningún equipamiento. Contrasta con los miradores del valle turístico. Aquí no hay muretes de piedra, ni balizas de madera, ni paneles explicativos, ni mucho menos mesas y asientos. Sólo hay unos escalones de hormigón empotrados en la roca, que dan acceso a un podio voladizo que cuelga en el abismo, con la única protección de una barandilla de obra en mal estado, y unos alambres. Por si quedaba alguna duda: estamos en la carretera sin nombre, en la ruta más salvaje del Parque.

La carretera continúa y la lluvia también, sin embargo conforme vamos descendiendo la niebla se va disipando. No nos cruzamos con nadie, pero pasamos junto a dos casas forestales. El descenso acaba por finalizar en un espléndido valle en el que tenemos prevista nuestra próxima parada. Estamos en el Área recreativa de La Cueva del Peinero.

Recuerdo vívidamente cuando Miguel me habló de este lugar por primera vez, pero nunca antes había venido hasta aquí.

Estamos en un profundo valle rodeados por abruptas montañas rocosas, hoy coronadas por la niebla, y por el valle discurre el río Aguascebas entre sauces y chopos.

Es fácil imaginar a Walt Whitman en un lugar como este. Un lugar perfecto para venir en una época más templada, pasar el día con la familia, y andar el corto sendero que lleva hasta el refugio La Cueva del peinero, rincón de gran belleza que ofrece un paisaje con profundos tajos, abruptas crestas rocosas, frondosa vegetación y agua abundante. En los roquedales, además, es fácil encontrar la preciosa viola cazorlensis,  endémica de estas sierras.

El refugio de montaña antiguamente utilizado por cazadores, hoy se ha convertido en una casa rural con tres dormitorios y capacidad para hasta 10 personas, a un precio que oscila los 20€ por persona y día. Me parece un lugar increíble para hacer una reunión invernal de motoristas, o para ir con la familia. De hecho, pienso hacer las dos cosas.

Por lo demás, este paraje debe su nombre a una tradición local: se dice que una cueva cercana estuvo habitada en verano por un artesano que fabricaba utensilios de madera de boj, destacando especialmente los peines para el cabello. Que yo sepa, la cueva del peinero no está particularmente identificada. Un motivo más para explorar e imaginar. Recuerdo ahora cuando era niño, y acompañaba a mi padre al campo a ver cultivos. Cada casa abandonada era un misterio. Siempre íbamos buscando la casa de Orzowei.

Bajamos al río para sentir el rumor del agua, y paseamos unos minutos por el valle, solitario y húmedo.

Después continuamos la ruta, ahora en ascenso, entrando en la última parte del recorrido, que conduce al Embalse del Aguascebas. Pero antes, hicimos una parada, a la altura del Collado del Pocico, donde nos tomamos algún tiempo para contemplar las montañas sumergidas en la niebla. En los días claros, desde aquí deben verse picos de en torno a los 1.800 m. como El Blanquillo, El Cubo, o Los Hermanillos.

La carretera avanza, ahora en un suave descenso, y poco a poco vamos abandonando la zona más recóndita de esta ruta. Poco antes de llegar al embalse, encuentro a una pareja que se hace fotos junto a la carretera, y ya en la presa, me cruzo con una apresurada furgoneta de reparto.

El embalse del Aguascebas es uno de los más pequeños, escondidos y bellos de la provincia de Jaén. Si en el Tranco el agua es de un verde turquesa, aquí el agua es fría y azul.

Al fondo y en el centro, el embalse tiene un estrecho que da paso a dos pequeñas colas.

En este entorno hay varios senderos interesantes. Uno de ellos rodea el embalse por el este, pasando por la Cascada del Chorrogil, con una caída de unos 45 metros, en el Arroyo de las Aguascebas del Chorro Gil. 

Y hacia el oeste, otro sendero nos lleva hasta la Cascada de la Osera. Poco después de abandonar el Embalse, el río Aguascebas se despeña 130 metros en el Salto de la Osera. Se trata de la cascada más alta de Andalucía y la segunda de España.

Ambos senderos son asequibles y muy recomendables, pero imposibles de realizar vestido de motorista. Mucho mejor venir en coche, alojarse en el Refugio de La Cueva del Peinero,  y pasar dos o tres días recorriendo estos parajes. Además, encontraremos antiguos cortijos y eras, recuerdo de la época de los hornilleros.

A pocos kilómetros del embalse, la carretera gira bruscamente a la derecha, y se llega a un cruce desde el cual, sale una carretera que nos lleva hasta Chilluévar y después se abre en dos direcciones, una hacia Cazorla, y otra hacia Santo Tomé. Yo opté por continuar en la carretera sin nombre en dirección a Mogón, siguiendo el perímetro occidental de la Sierra de Las Villas. Poco después del cruce, pude ver un ciervo adulto, enorme, majestuoso, muy cerca de la carretera, que al verme dio un gran salto y se alejó corriendo hacia la espesura. Algo después, un cartel te da las gracias por tu visita y te informa de que estás saliendo del Parque. Pero el paisaje sigue siendo bello, aunque cada vez menos montaraz, más domeñado por el hombre. El olivar va irrumpiendo hasta que de pronto, estás en un mar de olivos, pero un mar encrespado de violento oleaje. Mar de montaña, con explosiones de luz amarilla.

Estaba hambriento  y algo cansado, y tenía que buscar una tienda para comprar pan y fruta, y también una ferretería porque necesitaba piquetas. Llevaba dos días acampado en la montaña y la lluvia no cesaba, estaba en Cazorla en plena borrasca Nelson, y temía que mi tienda terminara calando. Afortunadamente llevaba en la moto un gran toldo de plástico, pero necesitaba piquetas para colocarlo. Así que el plan era acercarme hasta Villanueva del Arzobispo, comer allí, hacer mis compras, y luego completar mi ruta circular por la carretera del Tranco.

Para ir a Villanueva del Arzobispo desde Mogón, tienes dos opciones, la más civilizada, que es por Villacarrillo, o coger la vieja y rota JV-7042, que te lleva por medio de un paisaje quebrado de olivar, que es el límite exterior de la Sierra de las Villas, por su parte occidental. Por supuesto, elegimos la 7042 y fue un acierto, porque disfruté muchísimo del trayecto. Ya en Villanueva del Arzobispo, fui derecho al Santuario de la Fuensanta. Los santuarios son siempre lugares bonitos con espacios sombreados perfectos para comer y descansar al aire libre. Y desde luego la elección fue correcta, se trata de un lugar amplio, ordenado y opulento, con jardines y algo de arboleda, no mucha, pero sí la suficiente para refugiarte del sol o de la lluvia. Llegué un poco al límite. La braga del cuello la llevaba empapada, y los guantes, a pesar de las manoplas de la moto, también iban empapados. Tenía las manos entumecidas, blanquecinas, acartonadas, y un poco quemadas, de agarrarme con fuerza a los puños calefactados para vencer el frío. Llevaba más de cinco horas andando en moto bajo una lluvia que no era muy fuerte pero sí muy constante. Me tiritaban los labios, así que saqué el camping gas y mientras se calentaban unas albóndigas con tomate, le pegué unos buenos tientos a la bota. El vino, y luego la comida caliente, me ayudaron a sentirme mejor. Después el café terminó de ponerlo todo en su sitio, y en aproximadamente una hora, estaba preparado para continuar.

Busqué un supermercado que no cerrara al mediodía y lo encontré. Compré el pan y la fruta. El día se puso recio y la lluvia se volvió diluvio. Las pocas personas que había en el interior del súper me vieron entrar embutido en mi impermeable, chorreando, dejando tras de mí un reguero de agua. Me miraron un poco alucinados. Yo hice mi compra y le pregunté al cajero por una ferretería. Tenía suerte, había una justo en frente del súper, pero quedaba más de una hora para que abriera. El cajero era un chico joven muy agradable, nos caímos bien y estuvimos un rato charlando, de la sierra, de la moto, de la lluvia. Después metí la compra en las maletas y me aposté en el techadillo de la entrada, junto a los carros, dispuesto a aguantar allí, de pie, viendo caer la lluvia, viendo como algunas personas entraban y salían, hasta que abriera la ferretería.

Para mi sorpresa, ví que una persona entraba en la ferretería media hora antes de la hora prevista. Crucé y efectivamente, me atendieron. Había una mujer y un hombre. La mujer era claramente la propietaria. Joven, rellenita, simpática y atractiva. Estuvimos un rato hablando, estaba alucinada de que yo estuviera en la sierra en una tienda de campaña. Conocía muy bien la sierra y el camping donde yo estaba. No tenía piquetas, ni tampoco clavos o alcayatas gigantes, pero quería ayudarme. Le planteó al hombre que había con ella, la posibilidad de que me las fabricara con la máquina, doblando unas varillas. El hombre no quiso oponerse, pero la miró con cara de válgame el señor la que me van a liar. Les dije que no quería molestar y que buscaría en otra tienda. Entonces el hombre se subió a la planta de arriba a ver qué encontraba, y me ofreció unas piquetas de unos 15 cm, de plástico pero muy robustas, de las que se usan para fijar las mangueras del riego por goteo. Les di las gracias y me llevé unas cuantas. Después reposté en la gasolinera, y por fin, volví a subirme a la moto.

Ya quedaba sólo la parte final de la ruta, recorriendo la A-6202, la carretera del Tranco, que se construyó a la vez que el gran pantano, y que desde entonces comunica el centro del Parque con el resto de la comarca, y actualmente con la A-32, que une Andalucía con Albacete, alternando tramos de autovía y carretera nacional.

Durante el recorrido, hice una breve parada en uno de los apeaderos de la carretera, para contemplar y fotografiar el olivar de montaña, ahora mucho más escarpado que el que vimos en las inmediaciones de Mogón, porque aquel estaba fuera del Parque, entre las lomas, y este está dentro del Parque, encaramado a la montaña, bajo paredes de roca, vertiginosamente agarrado a pendientes acaso excesivas para cualquier cultivo.

Más adelante, pasamos por el punto donde por la mañana habíamos iniciado el recorrido por la carretera sin nombre, en el Charco del Aceite, y algo más adelante, por el mirador de Fuente Negra. Finalmente, llegamos a la presa del Tranco, y allí aparcamos, para pasear un rato por la estrecha carretera de la presa, contemplando a un lado, la central hidroeléctrica y el valle por el que se aleja el Guadalquivir, tras su paso por el pantano; y al otro, la inmensidad del pantano del Tranco bajo la niebla, con su embarcadero, hoy sin ningún movimiento.

Junto a la presa, está el pequeño poblado del Tranco, en el que hay varios bares y restaurantes. Normalmente es un sitio muy animado, siempre lleno de excursionistas comiendo y bebiendo en sus bares y terrazas. Hoy estaba tranquilo, vacío, apenas dos o tres personas que como yo, paseaban y contemplaban el pantano, bajo la lluvia.

Después de un rato, hice los tres o cuatro kilómetros que separan el camping de la presa, aparqué la moto en un llano, al resguardo de la caseta de los aseos, cubrí la tienda con el toldo de plástico y mal que bien, las piquetas hicieron su trabajo. Después me metí en la tienda de campaña para no salir hasta el día siguiente. Me quité la equipación. La ropa interior estaba muy fría pero seca, sin embargo el forro térmico estaba mojado en los puños y el cuello. Volver a salir al barro y a la lluvia, para darme una ducha caliente, me pareció una aventura inasequible, así que me desnudé, me sequé, y me puse ropa interior térmica limpia y seca. Bebí vino tinto, y encendí el camping gas para calentar la tienda y preparar la cena. Me hice unos espaguetis con salchichas y tomate frito que me supieron a gloria. Después de cenar me sentía muy bien, estaba cansado, me acurruqué en mi saco de plumas sintiendo la letanía de la lluvia sobre la tienda, y me dormí pensando en la ruta del día siguiente, hacia lo más recóndito de la Sierra de Segura, siguiendo el curso del río Zumeta hasta las Juntas de Miller, para luego regresar al Tranco remontando el curso del río Segura.

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2 respuestas a “La ruta más salvaje del Parque de Cazorla, Segura y Las Villas: desde el Tranco hasta el Aguascebas, por la Carretera Sin Nombre.”

  1. Avatar de asantiagocfd2d048b8
    asantiagocfd2d048b8

    Maravilloso, Germán. Gracias por llevarnos en el asiento trasero en tus rutas

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