Hasta el sábado no se permitía acampar en la concentración, y no encontramos alojamiento para el viernes, así que hicimos un fin de semana corto y muy intenso. El plan era salir de Córdoba el sábado muy temprano, ir a Ogíjares y acampar en la concentración, para irnos después de ruta, rodeando la parte granadina del Parque Natural de Sierra Nevada. Llegar al campamento al anochecer, vivir el concierto, la fiesta y la noche, y regresar a Córdoba al día siguiente.
Nos vimos a las 7:00h en la gasolinera de la carretera de Granada, e hicimos un viaje tranquilo. Al entrar en Granada descubrimos tramos de autovía que eran nuevos para nosotros y también para nuestros GPS, por lo que dimos alguna vuelta de más, y finalmente llegamos a la concentración, o para ser más exactos a sus inmediaciones, porque 300 metros antes, mi moto se apagó, y no pudimos arrancarla. Parecía la batería, así que llamamos a la grúa y un tipo resuelto y simpático nos llevó a una tienda donde nos atendieron rápido y bien.


Ya con la batería nueva volvimos a la concentración, acampamos, y emprendimos el ascenso a Sierra Nevada.
El Parque Natural de Sierra Nevada, es un extenso macizo montañoso con la cima más alta de la Península Ibérica, el Mulhacén, a 3.482 metros. Integrado en la cordillera Penibética, se extiende desde el sudeste de Granada hasta el extremo occidental de Almería. Nuestra idea era dar la vuelta completa a la parte del Parque que está en la provincia de Granada.
Dicen que Sierra Nevada es dura, rebelde y misteriosa, y que ha sabido guardar los usos y elementos más significativos de culturas ancestrales. Efectivamente, Tartessos, fenicios, griegos, cartagineses y romanos poblaron estos entornos, aunque sin duda fueron los árabes los que dejaron un mayor legado, que aún perdura en la arquitectura y los sistemas de regadío, como las acequias.
Nuestro primer destino era el Mirador del Monte Ahí de Cara, a 2.100 m. de altitud. Salimos de Granada por la A-395, e hicimos una subida que se hizo larga y tediosa porque había una prueba ciclista, y estuvimos todo el rato negociando colas con muchos coches y bicicletas en una carretera sin apenas rectas. En el Centro de Visitantes el Dornajo, tomamos la A-4025, una carretera espléndida, que disfrutamos poco porque los ciclistas tenían la misma ruta que nosotros. Unos kilómetros después, por fin llegamos al Mirador. Avanzas unos 200 metros por un camino de tierra, y aparcas en un llanete, desde el que subes andando al mirador, en un par de minutos.
Desde el mirador, se divisa parcialmente la línea de cumbres de la zona de poniente del macizo de Sierra Nevada, destacando el Mulhacén.
En la siguiente imagen, se contempla abajo y a la izquierda, la zona de aparcamiento del mirador, con las dos motos. Por la parte derecha una curva de la A-4025 entra en la imagen, y por ella van escalando unos ciclistas. Al frente, como un gran vientre africano, la loma Cañadillas, tras la que apenas se asoman tres picos bajo los nubarrones, que de izquierda a derecha son: la Alcazaba (3.371 m), el Mulhacén (3.482 m), y el Veleta ( 3.394 m). Estamos ante las tierras más altas de Andalucía y de la Península Ibérica.

Junto al mirador transita el Camino de los Neveros, recorrido tradicional de los neveros, hombres de los pueblos de la zona que, durante los meses de verano, ascendían a las cumbres de Sierra Nevada para extraer nieve que más tarde distribuían y vendían como producto terapéutico y refrescante. Aprovechaban la noche para emprender el camino de regreso a la ciudad de Granada, y así evitar los rigores del calor diurno.
Cuando el sol se pone en la ciudad, Sierra Nevada aún permanece iluminada durante algunos minutos más. Por eso, en Al-Andalus conocían a la sierra con el nombre de Sulayr, Montaña del Sol.
Hacia el oeste, justo en el centro, está el Trevenque, pico de 2.079 m al que subí en los años 90, con un grupo de senderismo de la Universidad de Granada. Todavía tengo por ahí alguna fotografía de aquel día, hace más de treinta años.

En dirección noroeste, se aprecia el embalse de Canales que recoge las aguas del río Genil, y el municipio de Güéjar Sierra que tiene el término municipal más grande del Parque, abarcando todo el valle del río Genil, desde el Veleta, hasta la falda del monte.

Estuvimos un buen rato en el mirador, primero tratando de descifrar los 4 paneles explicativos, que están mal orientados respecto a la panorámica que reflejan. Y finalmente, disfrutando de las magníficas vistas y tomando algunas fotografías.
Bajamos a las motos para continuar nuestra ruta, y descubrimos que mi moto no arrancaba, a pesar de la batería nueva de esa misma mañana… Tras varios intentos, asumimos que se había averiado el alternador o el motor de arranque, y llamamos a la grúa, por segunda vez. En esta ocasión vino un gruista menos simpático, más granaino, según el arquetipo malafollá que normalmente no se cumple, pero a veces sí. Tardó mucho en llegar. Más de una hora que aprovechamos para picar algo y quemarnos la calva con el sol refulgente de Sulayr, la Montaña del Sol, en torno a las 15h.
Mientras llegaba el gruista barajamos opciones y decidimos que se llevara mi moto, y nos dejara a los dos allí, para continuar con nuestra ruta y nuestros planes, pero los dos en la moto de Juanlu.
Tengo que decir, que salvo algún breve desplazamiento urbano, nunca había viajado como paquete en una moto, y debutar ahora, con los 60 años ya en el punto de mira… me pareció una cosa graciosa. Además confío en Juanlu y en su Acorazada, una enorme y confortable BMW R 1250 RT. Eso sí, sabía que Juanlu es agresivo conduciendo, y que la experiencia iba a ser como subirse en una montaña rusa. No me defraudó. Mi primera vez como paquete, fueron 7 horas a cuchillo por Sierra Nevada. Un buen debut.

Se fue la grúa, buscamos un sitio para tomar café, y pusimos rumbo a nuestra próxima parada.
Descendimos por las laderas que poco antes contemplábamos desde el mirador, y bordeamos el embalse de Canales, que como toda la cuenca del río Genil, ofrece un paisaje abrupto de cortados y profundos cañones, por los que vas surfeando con la moto entre el agua esmeralda y las paredes rocosas. En un punto de la carretera, una pequeña vía de servicio penetra el vacío soportada por unos pilares gigantes, que la llevan hasta una torre de control en el interior del embalse, y a esa altura, en la ribera opuesta, se alza una robusta formación rocosa de aires defensivos, que se asienta en el agua con una impronta de castillo natural. Una pena no poder hacer fotografías desde la moto. Al menos no ese día, para mí el primero como acompañante.
Poco después tomamos la GR 3201, maravillosa carretera motorista y montaraz, estrecha y sin arcén, aunque no demasiado revirada, que acompaña el curso del Río de Aguas Blancas, hasta que se vierte en el Pantano de Quéntar, y tras bordear el pantano, prosigue hasta La Peza y el Embalse de Francisco Abellán, que nos era conocido porque el Motoreando de los Moteros Gaditanos, tuvo justo aquí un punto de control hace unos años. Paramos un rato y anduvimos por la presa, hicimos algunas fotos, y leímos en unos paneles informativos que estábamos en el Geoparque de Granada: depresión de una altitud media de 1000 m, rodeada por un cinturón montañoso formado por la Sierra de la Sagra, Sierra Mágina, Sierra de Arana-Huétor, Sierra Nevada, Sierra de Baza-Filabres, Sierra de las Estancias-Cúllar, y Sierra de Orce-María. Además, en el geoparque se encuentran dos valles fluviales generados durante el cuaternario, popularmente conocidos como “Hoyas”: la Hoya de Guadix, y la Hoya de Baza. La verdad es que Granada da para mucho.


Nos subimos a la moto y continuamos hasta la próxima parada, en el pequeño pueblo de Ferreira, ya dentro otra vez del Parque Natural de Sierra Nevada, del que nos salimos brevemente para bordear Guadix por la A-92, y volver enseguida a través de La Calahorra, donde volví a lamentar no poder hacer fotos desde la moto, ante ese formidable castillo-palacio que es La Calahorra, y que acapara toda tu atención desde mucho antes de llegar al pueblo.
Poco después llegamos a las inmediaciones de Ferreira, donde hay un mirador en el que teníamos previsto parar a comer. Por aquí cerca está la Venta de Ferreira, pero nos quedaba mucho viaje y no nos paramos a localizarla. Era una antigua posada ubicada en el camino, utilizada por los arrieros para intercambiar productos entre las comarcas de la Alpujarra y el Marquesado del Zenete. Ahora son sólo unas ruinas, pero aparecen localizadas en Google Maps y con más tiempo, me hubiera gustado buscarlas.
Por lo demás, el de Ferreira es un mirador astro turístico, y dispone de un panel con amplia información sobre las huellas de la astronomía árabe.

Después de comer y descansar un poco, volvimos a la carretera, ahora para subir al Puerto de la Ragua. Ya antes habíamos estado varias veces en el Puerto de la Ragua, pero siempre subiendo desde la otra vertiente, es decir, subiendo desde Laroles.
Nuestro grupo, el Komando Kalifa, está hermanado con un grupo de Granada, el Komando Kañadú. Los Kañadú tienen un par de rutas muy clásicas que hemos hecho muchas veces con ellos: la Ruta de la Cabra, y la subida al Puerto de la Ragua. Durante muchos años, Charly fue el líder de los Kañadú, un alfa de manual que organizaba y guiaba a un grupo enorme, tratando siempre con cordialidad y simpatía a todo el mundo. Tanto él como su mujer, que por cierto ella sí que hacía excelentes vídeos y fotografías desde la moto. Charly, Carlos, murió hace algunos años. Y siempre que subimos a la Ragua, tenemos un recuerdo especial para él.
La subida al puerto es imponente por ambas vertientes. Carretera estrecha sin arcén, sin pintura, y con curvas, pero de las agradables, sin llegar a ser demasiado cerradas. La carretera estaba sola y subimos rápido, conforme ganábamos altura se iba notando la bajada de temperatura. Cuando llegamos al puerto hacía frío.
El puerto de La Ragua está a 2.041 m de altitud, entre las provincias de Granada y Almería. Pedro Antonio de Alarcón, en su libro de viajes por la Alpujarra, se refería al Puerto de la Ragua, en el siglo XIX, como un puerto al que conducen escabrosísimas sendas, y por donde es algo frecuente el paso en días muy apacibles, si bien nunca en el rigor del invierno; pero, así y todo, se han helado allí, en las cuatro estaciones, innumerables caminantes, de resultas de los súbitos ventisqueros que se mueven en aquel horroroso tránsito.
Efectivamente, la subida es emocionante y arriba hace frío, si bien, ahora es un lugar civilizado, con infraestructuras para la práctica de deportes de invierno y de naturaleza como el esquí de fondo, los trineos con perros, y el esquí de travesía. Pero lo más impactante son los caballos. Nada más bajarnos de la moto, vimos como se acercaba una pequeña manada de caballos, que se dirigían hacia nosotros a paso alegre. Venían a saludarnos.

No llevaban riendas ni guarniciones y parecían salvajes, aunque por su sociabilidad estaba claro que no lo eran. Se les veía bien nutridos, brillantes y lustrosos, casi diría que felices, trotando a su aire por la montaña.

Cruzaban libremente de un lado a otro de la carretera, afortunadamente esta es una carretera poco transitada.

Pudimos acariciarlos, estaban tranquilos y parecía que hasta mimosos. Estuvimos un rato allí, contemplando a los caballos, tomando alguna fotografía, recordando a Charly y a los Kañadú, y continuamos con nuestra ruta.
Ahora tocaba bajar de la montaña en dirección al mar, para luego recorrer el límite sur de Sierra Nevada, de este a oeste, a través de la Alpujarra. Hasta este viaje, yo no sabía que la Alpujarra formaba parte del Parque Natural de Sierra Nevada, pero así es. El sol empezaba a estar bajo y la temperatura en el puerto era fría para nuestros equipos de verano. Sin embargo, una vez que culminamos el descenso el día volvió a estar templado y agradable.
La tarde estaba avanzada y nos quedaba bastante tramo, así que renunciamos a la posibilidad de subir, primero a Trevélez, y luego a Capileira y Pampaneira, y fuimos derechos hasta Lanjarón. Una pena, porque Capileira y Pampaneira son los pueblos en los que mejor se aprecia la arquitectura típica de las alpujarreñas, que tanto me gusta, con sus casas blancas empotradas en las laderas de las montañas, sus tejados planos con esbeltas chimeneas, y sus tinaos.
En los noventa, y en los primeros años de los dos mil, en la Alpujarra había tramos de carretera completamente rotos. Recuerdo un viaje en el que los torrentes de agua habían arrastrado enormes trozos de carretera, quedando útil menos de la mitad de la calzada, lo que no impedía que la carretera siguiera abierta y en funcionamiento, e incluso sin señalizar. Eran otros tiempos. Ahora la carretera está estupenda, y puedes recorrer la Alpujarra con seguridad y a buen ritmo, asumiendo por supuesto las subidas y bajadas y sobre todo, el trazado repleto de curvas. De hecho, tuve que pedirle a Juanlu que bajara el ritmo, porque me dolían los hombros de agarrarme con fuerza a los asideros, por las violentas retenciones y aceleraciones, en cada una de esas miles de curvas. Desde la moto, a la derecha y abajo, el río, y al otro lado del valle, una magnífica vista de la sierra alpujarreña recortando el cielo, abrupta, oscura, y con preciosas aldeas blancas en sus laderas. A diferencia de otras sierras como la de Málaga o la de Córdoba, en la Alpujarra los caseríos no están dispersos, sino agrupados en aldeas.
Poco antes de entrar en Lanjarón, paramos en el Mirador del Visillo, que ofrece una espléndida panorámica del pueblo al otro lado del valle. Abajo el río Lanjarón, enfrente la ladera de la montaña, preñada de huertas y frutales en los bancales, y a media altura el pueblo, blanco y derramado, siguiendo el curso del agua.

La escarpada zona de las laderas en esta parte del valle, es conocida como el “Tajo Colorao”, y por ella sube el “Camino de los Postores”, una sinuosa y escarpada senda, hoy apenas vereda, que llega hasta el Mirador del Visillo, y por el que en el pasado, entraban en el pueblo los agricultores y comerciantes que traían sus mercancías desde la zona de la costa, sierra de la Contraviesa y Alpujarra Baja.
Naturalmente, era más sencillo entrar por el puente del río, acceso principal del pueblo, pero allí la Guardia Civil cobraba un peaje dependiendo de la cantidad y tipo de la mercancía que se quería introducir en el municipio. Por tanto, el Camino de los Postores era un paso clandestino de contrabandistas, bronco y escarpado, por el que cuesta imaginar el ascenso de las bestias cargadas de mercancías.
Desde hace unos años, se ha colocado en este mirador un cañón antiaéreo FT-44 “Galileo”, donado al pueblo de Lanjarón tras varias décadas de servicio en la Artillería del Ejército de Tierra. Es extraño encontrar ahí un cañón.

Unos metros más adelante pasamos por la Venta el Buñuelo, lugar que nos trae muy buenos recuerdos, porque es el punto de encuentro donde quedamos siempre con los Kañadú para subir al Puerto de la Ragua.
Atravesamos Lanjarón sin parar, y fuimos derechos, ya con las últimas luces del día, al Puente antiguo de Tablate, construido para atravesar el río Barranco de Tablate, en el camino de Granada a la Alpujarra, por lo que tradicionalmente se ha considerado este puente como puerta de entrada a La Alpujarra, en las comunicaciones desde Granada y su costa.
El enclave es sorprendente, porque realmente hay tres puentes suspendidos en el abismo, que atraviesan el Barranco de Tablate a diferentes alturas. El más alto, que es el más moderno y el que hoy es de uso común, está en la A-348, que es la carretera que recorre el sur de la Alpujarra desde Almería. El segundo en altura, está en la vieja N-323, conocida como la Nacional Bailén-Motril, y que es una carretera formidable, en su recorrido entre la costa y la ciudad de Granada. Este es el puente al que llegamos nosotros, tras coger una pequeña variante desde la A-348. Y el tercero, es el puente histórico de Tablate, que muchas personas conocen como el Puente Nazarí, aunque su origen no está claro.
Es un puente estrecho y sencillo, de unos 20 metros de longitud, con un único arco de medio punto, y suspendido en un abismo de unos cien metros de profundidad. Como decía, no está claro su origen, aunque pudiera ser anterior a la llegada de los árabes en el siglo VIII.
Desde la N-323 se baja al puente histórico a través de una vereda perfectamente señalizada, sin embargo, en esta ocasión nosotros no pudimos bajar porque ya era completamente de noche. Sí que hicimos algunas fotos, tanto hacia arriba, capturando el puente de la carretera autonómica, como hacia abajo, donde estaba el puente histórico, y viendo las fotos, es sorprendente la capacidad de iluminación del flash, porque era completamente de noche.


En todos los viajes quedan cuentas pendientes. Sin duda, tengo que regresar a este lugar a una hora más temprana, y visitar con luz natural el cercano caserío de Tablate, actualmente despoblado, que además alberga en su entorno una torre fortaleza asociada al control y defensa del puente. También hay una iglesia abandonada. En su interior, una pintada reza: “Bienvenidos a la rave de Dios”.
Lo ideal hubiera sido continuar hasta Granada por la magnífica N-323, y parar a tomar algo en el camping que hay en el puerto del Suspiro del Moro, un paso de montaña situado en las estriberías de Sierra Nevada, que enlaza la Vega de Granada con el Valle de Lecrín.
Según la leyenda, cuando Boabdil abandonaba Granada camino de Las Alpujarras, tras la conquista de Granada por los Reyes Católicos, no osó girar la mirada hacia Granada, y sólo cuando estuvo sobre la última colina desde la que por esta ruta se divisa la capital de la Alhambra, a 12 kilómetros al sur de la ciudad, se detuvo y observando por última vez su palacio suspiró y rompió a llorar, siendo su propia madre, la sultana Aixa al-Horra quien le dijo: «Llora como mujer lo que no has sabido defender como un hombre».
Desde aquel día, este puerto de 860 m de altitud en el término de Otura, es comúnmente conocido como «El Suspiro del Moro»
El escritor Leonardo Villena sostiene en su libro El último suspiro de Boabdil que éste fue un invento del obispo Antonio Guevara para ganar crédito ante el emperador Carlos V. Vete tú a saber.
Otras veces he parado en ese camping del Suspiro del Moro, que por otra parte no tiene más interés que su ubicación, y que ofrece una alternativa de alojamiento económica muy cerca de la ciudad. Este día no paramos porque era muy tarde.
Salimos del Puente de Tablate ya noche cerrada, y tomamos la autovía que nos llevó rauda y veloz hasta Ogíjares, donde habíamos acampado por la mañana.
El Granada Raiders Club, organizaba su XVI concentración en el Parque de San Sebastián de Ogíjares, un lugar sencillamente perfecto para una reunión de motoristas, con abundante arboleda y zonas verdes que se habilitaron para acampar, aseos permanentes amplios y limpios, y una explanada con un gran escenario, que sirve como recinto ferial durante las fiestas del pueblo. Por supuesto había barra con bebidas y comidas, un amplio mercadillo, y hasta un puesto de tatuajes.

Llegamos a la concentración a las 22h, después de un largo día con 15 horas de moto y dos grúas, parecía que había pasado toda una vida desde la mañana, cuando nos habíamos visto a las 7h en la gasolinera de la Carretera de Granada.
Lo primero que hicimos fue ponernos cómodos y subir a la barra a tomar unas cervezas para descansar un poco e hidratarnos. Había buen ambiente, una reunión pequeña, en torno a unas 300 personas, prácticamente todas de moto clubs y grupos custom. Después de un rato bajamos a cenar a las tiendas, donde nos pusimos a tono con un arroz con secreto y unos vasos de vino. Y después, a la fiesta.

Algunas copas y enseguida el concierto. Una banda local de rock que hacía versiones y sonaban fenomenal, The New Band, con temas de AC-DC y otras bandas míticas de rock de todos los tiempos. Disfrutamos y el concierto se me hizo cortísimo, hubiera querido mucho más. Un niño, hijo de uno de los músicos, estuvo controlando una de las mesas, y en una canción, agarró una guitarra eléctrica y se sumó al bolo con total solvencia y competencia. Sin duda fue un momentazo para él, para el padre, y en realidad para todos.

Después del concierto vinieron muchas copas. Unos Prospect de los Hell Angels se acercaron y le pusieron algunas pegas a mi chaleco de cuero, no por los colores, sino por las bandas. Una cuestión difícil de explicar a los que no conozcáis un poco el mundo de los MotoClubs Custom. La conversación fue tranquila. Si vas a sus fiestas y reuniones, debes respetar sus reglas. Yo esto lo comprendo y lo respeto, así que no hubo problemas.

La noche fue larga. A las tantas cerraron el bar y la gente fue marchándose, pero los pocos que habíamos acampado nos juntamos en el césped, y empezamos la última parte de la noche, que fue la más divertida, y además nos dio la oportunidad de conocer a varios Raiders, nuestros anfitriones, gente con muchos kilómetros de moto, y todavía más de fiesta. Y entre copas y humo fue pasando la noche, hasta que todo se puso borroso, incluso las fotografías, y nos fuimos a dormir.




Dormimos poco, apenas tres horas, porque los jardineros municipales encendieron sus sopladoras a las 8h en punto, pero había sido un sueño profundo y reparador. Un buen desayuno, un par de cafés, coches clásicos aparcados junto a las tiendas. Mientras recogíamos varios Raideres se acercaron a saludarnos. Gente amable. El año que viene volveremos seguro.

No sé cómo pero logramos cargar en la RT las dos tiendas y todo el material de acampada y equipaje de los dos, y nos fuimos para casa. Habíamos dormido poco, así que decidimos volver por autovía. Un regreso plácido y tranquilo. Al mediodía ya estábamos en el kalifato comiendo con la familia, listos para pasar en el sofá la clásica tarde de domingo, después de 36 horas muy bien aprovechadas. Hasta el año que viene Raiders.
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