• Tresjuncos 2025

    El sábado amaneció cálido y salí de Córdoba bien entrada la mañana, con guantes de verano y una sencilla braga de algodón. Tresjuncos está a 350 kilómetros y pensaba hacerlos del tirón repostando al llegar. Rodé tranquilo por la A4, pero al cruzar Despeñaperros, frontera natural de Andalucía, la temperatura bajó y en Valdepeñas tuve que parar para ponerme guantes de invierno y una braga polar. Aproveché para repostar y tomar café, y continué por el itinerario que me había sugerido Julián: A4 hasta Manzanares, y autovía de Valencia hasta Tomelloso, donde tomas dirección noreste hasta Tresjuncos, pasando por Socuéllamos, Las Mesas, Belmonte, y Osa de la Vega.

    La reunión moto turística invernal de Tresjuncos se celebra en el Cerro Molino, en la parte más alta del pueblo, y según su organizador Julián García, “La Ardilla Rutera”, pretende rememorar las invernales de siempre. Como se lee en el cartel, es una reunión libre  y gratuita, en la que vas a encontrar hoguera, acampada, y conversación de motos y viajes. Ni más, ni menos.

    Aparqué la moto y me fui derecho para la hoguera, aún apagada, donde enseguida encontré a Julián y a otros amigos. Desde el cerro se divisa un entorno suave de horizontes lejanos, apenas quebrados por un farallón de turbinas eólicas.

    Ya había montadas un puñado de tiendas y más tarde se montarían más, aunque no tantas porque en la parte baja del pueblo, a cinco minutos andando, habían habilitado el pabellón polideportivo para que pudiésemos dormir a resguardo. Yo mismo viajé sin tienda, sólo con el aislante y el saco, suficiente para dormir bajo techo.

    Enseguida me encontré con bastantes amigos.

    Tenía bastante hambre, así que saqué las viandas y me arrimé a la candela pequeña, de la que ya iban saliendo humeantes chorizos.

    Seguí saludando y conversando con viejos y nuevos amigos.

    Todavía no los conocía, pero también estaban por allí los “Dark Ríders”, una pareja de motoristas de Beniparrell, Valencia, que viajan en dos bonitas custom. Por la mañana compartiría un café con ellos.

    No paraban de llegar motos, y las mesas y sillas que nos había puesto el Ayuntamiento, se llenaron de motoristas hambrientos.

    La luz empezó a cambiar y bajó la temperatura, había algo de viento pero se estaba bien. Antes de encender la hoguera, tuvimos unos momentos de palabras y reconocimientos.

    Este año, Julián quería rendir homenaje a Mariano Parellada y su mujer, Maite, personas muy respetadas y reconocidas como fundadores de Pingüinos y del moto club y la reunión de “La Leyenda Continúa”. Son amigos de Julián y nos acompañaron durante todo el fin de semana.

    Julián se refirió a Mariano Parellada como el padre del mototurismo en España: los que tenemos una edad como yo, que tengo sesenta  y muchos, sabemos que no ha sido sólo el creador de las invernales, ha sido el creador de una ilusión y de una vida, porque hemos pasado nuestra juventud deseando que llegara el fin de semana siguiente a Reyes para ir a Pingüinos. Hemos pasado una vida, hemos vivido aventuras, hemos hecho muchos amigos y todo eso se lo debemos a la Leyenda Continúa y a su cabeza que son Mariano y por supuesto Maite porque donde hay un hombre hay siempre una gran mujer.

    Pidió para Mariano y Maite, y para La Leyenda  Continúa, un aplauso, que todos ofrecimos con mucho gusto, y la alcaldesa, muy guapa y simpática, entregó a Mariano un detalle del Ayuntamiento de Tresjuncos y de la reunión, una pequeña placa que Mariano recibió agradecido y nos leyó: El pueblo de Tresjuncos y su Ayuntamiento al moto club La Leyenda Continúa por sus cuarenta y dos años siendo el referente nacional del mototurismo.

    A continuacíon, Julián explicó que tres compañeros, iban a entregar tres premios a tres motoristas de leyenda.

    En primer lugar, tomó la palabra Pedro Martos “Wiwi”, organizador de La Ardilla Vuelve, que con la soltura de un senador romano, agradeció a Julián, a Tresjuncos y a la alcaldesa, que estuviésemos allí otro año más. También expresó su agradecimiento a Mariano y Maite por su contribución a las reuniones invernales, y una vez más a Julián agradeciéndole que nos hubiese reunido a todos. Entonces, llamó a Ángel Ramos “Nano”, para hacerle entrega de un reconocimiento. Pedro y Ángel son amigos, y un mes antes, él también le había entregado un premio en La Ardilla Vuelve, porque, como dijo, está haciendo un gran trabajo y una gran labor por el motociclismo en Andalucía y fuera de ella.

    Como comenté en el artículo de Mas Gas 2025, Ángel es uno de los promotores de La Gran Ruta Andalusí, y uno de los pioneros de la Iron Motorbike Andalucía.

    En segundo lugar, Servando, amigo y compañero de viajes de Julián, entregó un reconocimiento a los Dark Riders de Valencia, es decir, a Jose y Carmen, afectados como tantos valencianos por la DANA, para que pongáis este premio en casa y sepáis que hay momentos buenos. Carmen lo recogió y nos dirigió unas breves palabras sinceras y emocionadas.

    Y por último, dijo Julián:  Andrés Parte biela,  que hace unos días ha llegado de Vietnam, que ha estado viajando por ahí con el sombrero ese de los chinos, un viajero inteligente por el mundo, y un rutero también de campeonato y responsable del 6% España, va a entregar otro premio.

    Y Andrés entregó el reconocimiento a Joao Penedo, al que presentó como responsable del 6% Portugal, y delegado responsable para Portugal de Arguís, un buen amigo, muy buen rutero y muy buena persona, quien lleva un año complicado con el tema de las motos.

    Cuando terminó la entrega de premios se encendió la hoguera y enseguida cayó la noche. La gran hoguera de Tresjuncos es, seguramente, la más grande que he visto en mi vida.

    Fue una sorpresa encontrarme con Madel, un amigo de Ávila al que había conocido en Arouquesas unas semanas antes. Estuvimos charlando, y me invitó a pasar la noche en una casa del pueblo, donde estaba con unos amigos y tenían una cama de sobra. Después de un rato ellos se bajaron a los bares del pueblo y yo me quedé en la hoguera.

    Estuve asando unos chorizos criollos, y pasé un rato con Benjamín, que también estaba por allí. Después de moverme un rato alrededor de la hoguera, charlando con unos y otros, busqué una zona cómoda y espaciosa para sentarme un buen rato junto a la hoguera. Fui a sentarme con Abel y con otro motorista de Jaén. Estuvimos bastante rato charlando de nuestra tierra, de nuestras motos, de reuniones, de material de acampada… Julián pasó por allí, estaba pendiente de atender a todo el mundo y estuvo un rato con nosotros. Esto es una cosa que me encanta de Julián, le dedica tiempo y afecto a todos los motoristas, da igual que seas un tipo legendario como Mariano Parellada, o un joven desconocido que asiste a su primera reunión. A él le gusta decir que aquí nadie es más que nadie. En fin, por esas cosas y por lo mucho que sabe, es por lo que todos lo consideramos un maestro.

    Con el paso de las horas la hoguera se fue despejando. El pueblo está muy cerca, por lo que puedes quedarte todo el tiempo en el cerro, o terminar la noche en los bares del pueblo. Alguien sacó una guitarra y estuvieron tocando nostálgicas canciones ochenteras. Me arrimé un rato y después, bastante cargado de vino, me despedí de Julián, cogí el saco de dormir, y me bajé al pueblo dando un paseo. La idea era parar en algún bar a ver qué me encontraba, y acabar durmiendo en la casa de Madel o en el polideportivo.

    Madel me devolvió una llamada perdida y nos encontramos en el bar Cuqui, donde estaba con sus amigos. Un bar grande con billar y buen ambiente, y una barra exterior en un patio, en el que puedes fumar al resguardo de unos toldos. El dueño me pareció un tipo particular. Echamos un buen rato, y después nos fuimos a otro bar. Al salir del Cuqui nos encontramos con Roberto que justo entraba, y nos hicimos una fotografía.

    Cien metros más arriba nos metimos en el pub del pueblo, donde estaba la gente del 6% y de La Ardilla Vuelve. Estuvimos allí apurando la noche, bebiendo y charlando, fumando en la puerta… Yo estuve mucho rato con Jaime, “Conan”. Estuvimos hablando de La Ardilla Vuelve, de viajes, de planes… de la Iron Motorbike Andalucía, de la gente del Moto club Descubridores de Huelva, y estuvimos viendo su maquinón, una preciosa S 1000 XR que tenía allí aparcada.

    Sobre las tres, nos fuimos a dormir a la casa. Un paseo tranquilo por las calles vacías de un pueblo dormido. Un último cigarro y una buena charla de camiones y rutas, de pié en la calle, antes de entrar en la casa. Ellos eran todos camioneros, además de motoristas.

    Entre el cansancio del viaje y la fiesta, y lo cómoda que era la cama, dormí largo y profundo, y me desperté muy descansado. No había nadie en la casa, y Madel no cogía el teléfono, así que recogí mis cosas y me fuí para la acampada dando un paseo.

    Ya arriba, me despedí de Joao que estaba a punto de partir con su Machibombo, y de algunos amigos más que fui encontrando. Busqué a Julián pero no estaba. Alguien había tenido un problema de salud y Julián le acompañó al hospital. Hacía una mañana espléndida y luminosa, y tomé alguna foto.

    Entonces me dispuse a partir, pero la moto no arrancó. Esto me pasa a veces, hace poco le cambié la batería y el alternador, pero creo que será el motor de arranque.

    Hice varios intentos sin éxito, y empecé a asumir que llegaría a casa en grúa. Decidí sentarme junto a la moto, sacar el camping gas y hacerme un café. Las motos se iban marchando. Me quedé sin gas y sin café. El día se estaba poniendo raro, y entonces escuché que alguien me llamaba a mis espaldas: ¿quiere usted tomar un café?, también tenemos leche y bollos. Era un grupo de 7 u 8 personas. Acepté su invitación, su café, sus bollos y su compañía. Gente estupenda, incluso les acepté un segundo café y un segundo bollo. La mayoría eran de la tierra, no de Tresjuncos, pero sí de la provincia de Cuenca. Aunque otros eran de Valencia, uno de ellos llevaba un tricker. Poco después se nos unieron José y Carmen, los Dark Ríder, y tuve la oportunidad de conocerlos brevemente y compartir ese café también con ellos. Me parecieron una gente estupenda, como todo ese grupo. Realmente, espero volver a verlos el año que viene.

    Después de un rato y un buen desayuno, me dispuse a llamar a la grúa, pero antes hice un último intento. Se vinieron conmigo varios motoristas que se ofrecieron a empujarme cuesta abajo. No hizo falta, el café y los bollos, o quizás el sol del Cerro Molino, habían cambiado el sino de la mañana y esta vez, la moto arrancó, y pude disfrutar de un feliz viaje de regreso. Saliendo del pueblo, encontré a Madel y sus amigos, y pude despedirme y agradecerles la pernocta.

    Gracias por sus fotografías a Julián, Joao, Madel, Benjamín, y los Dark Riders.

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  • Mas Gas 2025

    El viernes por la mañana me llamó Joao Penedo. Llegaba a Córdoba esa noche y quedamos para tomar unas cervezas. Nos vimos sobre las 20h en la sede de Mas Gas, un lugar perfecto para encontrarte con otros motoristas, y más aún la noche previa a su reunión invernal, porque se juntan allí muchas motos que como Joao, llegan a  Córdoba el viernes previo a la reunión. En particular, estaba allí toda la legión del Moto Clube Faro, con los que Mas Gas tiene mucha relación.

    Enseguida encontré a Joao con Andrés Partebiela. Ellos son los responsables del 6% Portugal y el 6% España, respectivamente. Hace ya años, surgió en Italia el movimiento 6% Todo el Año en Moto, que agrupa a motoristas que combinan el uso diario, las salidas y los viajes, en todas las épocas del año, y desde Italia se extendió al resto de Europa. La cifra procede de estudios de las compañías aseguradoras, que para evaluar riesgos, estiman que un 6% de los motoristas usan la moto durante todo el año.

    Me uní a ellos, saludé a algunos Mas Gas, y enseguida conocí a Lou y a Montse. Con ellas estuve bastante rato, Montse es una Mas Gas de Barcelona y había venido para la reunión. 

    Joao me pidió que llamáramos a Joaquín, un kalifa con el que hace años hicimos varios viajes y dicho y hecho, en una hora estaba allí Joaquín con su pastor alemán. Y si Mateo nos dio unos tickets para cervezas, el Greñas le puso al perro un cuenco con agua en una esquina.

    También me presentaron a un motorista que con dos amigos, había estado hace poco viajando por Asia, no recuerdo si La India, Vietnam, Sri Lanka… Lo llamativo es que estando allí, se habían sacado el permiso para conducir tuk-tuk, y habían estado un tiempo viajando con uno de esos artefactos. Yo también he tenido la oportunidad de desplazarme en tuk-tuk en La India, pero como pasajero de un moto-taxi. Recuerdo que me llevó a una librería, donde compré un ejemplar de El dios de las pequeñas cosas, de Arundhati Roy.

    Hablamos de nuestros viajes, de nuestras motos, de nuestros planes, y la noche fue pasando.

    Cuando Joaquín se marchó nos cruzamos a cenar al Monacillo, comimos dentro  y fumamos fuera. Yo había ido en moto y no quería beber más, así que los dejé allí apurando la noche y me fui a casa.

    Espiel me queda a sólo 50 km y da pereza equiparte y cargar todo el material de acampada para tan poca cosa, por eso otros años aunque me he inscrito, me he vuelto a dormir a casa, y eso es un error porque no disfrutas realmente de la reunión. Mi primer año, en 2017, sí que acampé, pero este año por primera vez he reservado cama en el vagón y me ha encantado la experiencia.

    El albergue de Espiel donde se celebra esta reunión, es una antigua estación de ferrocarril restaurada, y conserva frente a la fachada unos viejos vagones de mercancías habilitados como alojamiento. El interior está climatizado, las camas son cómodas y todo está limpio, incluso dispones de sábanas y almohada. Una opción magnífica para viajar con poco equipaje y descansar en condiciones.

    Llegué a la reunión pasado el medio día, y tras aparcar y acreditarme, me instalé en el vagón, me puse cómodo, y di una primera vuelta de reconocimiento.

    África, que es el master and comander de la hoguera, ya la tenía preparada para la noche. Una amplia hoguera rectangular, que es uno de los aspectos diferenciales de esta reunión, dando abrigo a un gran número de personas.

    También estaban preparadas las barbacoas, que África alimenta a palazos con las brasas de la hoguera.

    Enseguida encontré a Joao y a Andrés, que estaban con el resto de amigos del 6%. Conocí a Ángel Ramos, el  Nano, promotor con otras dos personas, de La Gran Ruta Andalusí, y uno de los pioneros de la Iron Motorbike Andalucía.

    En algún momento, me fui con Joao para comer algo en su furgo.

    Después regresamos al grupo y seguimos charlando y disfrutando durante toda la tarde.

    Colocamos las banderas del 6% de España y Portugal, e hicimos algunas fotos.

    Tuve la oportunidad de conocer a Abel, y otros motoristas del club Los Veloces de Bailén. Como yo me crie en Linares, siempre me gusta conocer a motoristas de aquella zona. Charlé bastante con ellos y compartimos vino de nuestras botas.

    En estas fotos, puede verse el interior de la zona común del albergue, un amplio salón con bar y chimenea. Por la noche puedes elegir entre la tranquilidad de la hoguera, o la música y las copas en el salón, que a estas horas todavía estaba despejado. Me encanta su aire ferroviario y sus formidables techos altos.

    El albergue de Espiel está junto al Embalse de Puente Nuevo, en plena Sierra Morena de Córdoba, por lo que en esta reunión el clima es templado, como corresponde a su geografía sureña. Sin embargo, al fin y al cabo estamos en la sierra y por la noche bajan las temperaturas. Entonces es el momento de arrimarte a la hoguera, al calor y el crepitar de las brasas, y beber y charlar tranquilo, hasta que el cuerpo aguante. Estuve mucho tiempo con Julián, y más tarde también con Abel, hasta que me fui al vagón a eso de las 3h.

    Dormí muy bien. Por la mañana desayuné con Joao en la cafetería, recogí mi escaso equipaje, y salí del aparcamiento un momento antes que el gran grupo de Faro que ya estaba en formación. Completé la mañana dando un pequeño paseo por la sierra, primero hasta Villaviciosa, y desde allí a Córdoba por la 3405 pasando por el Lagar de la Cruz,  la carretera de Las Ermitas, y la carretera de Medina Azahara, hasta llegar a casa después de un gran fin de semana.

    Normalmente Mas Gas cierra mi temporada de reuniones invernales, sin embargo, este año nos queda una bala en la recámara, Tresjuncos, pero de eso hablaremos otro día.

    Gracias a la organización y a Joao Penedo por sus fotografías.

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  • Arouquesas 2025

    Arouquesas es una reunìón invernal de motoristas que se celebra en el norte de Portugal, en el mes de febrero. La organizan Paulo Santos y Miguel Cerqueira, y al menos hasta ahora, ha sido siempre en el Lugar do Vidoeiro, en Cabreiros, Serra da Freita (Arouca), que está aproximadamente, a la altura de Oporto.

    En palabras de sus organizadores: «Arouquesas surge en 2022 con la voluntad de recuperar el espíritu de las concentraciones moteras invernales en un entorno de montaña. Una idea entre amigos que dio lugar a una reunión muy agradable, que muchos quisieron repetir al año siguiente. ¡Y ahora aquí estamos para la cuarta edición!«

    «¡Este año, las Arouquesas permanecen en su territorio natural: Serra da Freita! Aquí podrás explorar magníficos paisajes, atravesar pueblos perdidos en el tiempo, revivir tradiciones, probar la gastronomía y observar fenómenos geológicos únicos en todo el territorio del Geoparque de Arouca. Te invitamos a unirte a nosotros en un ambiente amigable donde podamos compartir historias y experiencias como motociclistas.«

    Aunque esta ha sido la cuarta edición, en mi caso es la segunda vez que asisto a esta reunión, si os apetece, podéis leer la crónica del año pasado en este enlace.

    Igual que el año anterior, hemos asistido dos kalifas, Juanlu y yo, pero el viaje lo hemos planteado mejor. En 2024 quisimos evitar las autovías y el tramo portugués en carretera nacional fue un infierno de travesías, infinitas líneas contínuas sin arcén, y tráfico pesado muy denso. Este año fuimos por nacional desde Córdoba hasta Badajoz, con mucho frío (para andaluces) en las primeras horas, en torno a los -2º, pero sin lluvia y con poca niebla. Sin embargo, fue entrar en Portugal y empezar la lluvia, que nos acompañó varias horas, aunque según Juanlu que tiene más memoria que yo, mucho menos que el año pasado. En Elvas abandonamos la A6 para subir por la N 246 dirección noroeste, y seguimos en esa dirección alternando nacionales con algunos tramos de autovía hasta Coimbra, donde tomamos la A1 que nos subió, paralelos al Atlántico, hasta Beduido.

    Allí, volvimos a nacionales y comarcales para hacer los últimos 50 kilómetros del trayecto, de los cuales, los últimos son impresionantes, escalando la montaña por una pequeña carretera, y después surfeando el altiplano con su niebla perpetua, de la que emergen las cruces de piedra y las turbinas eólicas, como fantasmas amenazantes.

    En total son 650 km y 9 horas de moto, un día perfecto. Llegamos sobre las 18h del viernes, hora portuguesa, bastante enteros y con ganas de ver a los amigos, así que aparcamos las motos junto al albergue, y nos instalamos en los catres que habíamos reservado en la buhardilla, un lugar confortable, con suelo y paredes de madera, buena temperatura, camas muy cómodas, y enchufes suficientes.

    Nos pusimos cómodos y nos unimos al grupo en la planta baja del albergue, alrededor de la gran mesa común junto a la chimenea, que se fue llenando de gente y también de comidas y bebidas de diferentes zonas de la península ibérica. Fue un placer reencontrarse con amigos a los que conocimos el año pasado, y por supuesto seguir haciendo amigos nuevos, algo que es muy entrañable y particular de las reuniones invernales de motoristas.

    André y María fueron en autocaravana con su niña pequeña, una bebé de meses, y Clarines, la madre de María, que nos preparó un potaje espectacular; también hubo empanadas portuguesas y gallegas, porque Portugal y Galicia, son siempre las tierras más presentes en esta reunión, chorizos de todos los lugares, variedad de panes y quesos, y en fin, mucho más de lo que nos podíamos comer.

    Conforme se agotaba la tarde, seguían llegando motoristas, algunos ya con la noche cerrada, lo cual a mi me parece una temeridad que no merece la pena, si hablamos de andar por la montaña con niebla y heladas, pero en fin, es cierto que a estas reuniones va gente muy avezada y experta, y cada uno decide los riesgos que toma. Yo desde luego, durante el invierno, nunca ando en moto de noche por la montaña. Y aún el sábado, siguieron llegando algunos motoristas más, de lugares más cercanos, hasta juntarnos un grupo de 45 personas, que es quizás, el límite máximo para estar cómodo en este lugar.

    La Casa do Vidoeiro (Casa del Abedul) es un albergue de montaña con dos plantas. La planta baja dispone de 4 dormitorios, una sala común con estufa de leña, un baño y una cocina compartida. La planta superior dispone de un amplio espacio con 10 camas individuales  y todas las habitaciones tienen calefacción central.

    En el espacio exterior hay un bloque de vestuarios masculino y femenino, compuesto por 6 duchas, 4 aseos y 4 lavabos, así como un cobertizo con barbacoa y fregaderos. También hay una piscina natural de agua, eso sí, helada.

    Además, todo el espacio está perimetrado con una puerta de acceso y es posible acampar, si ya no quedan camas disponibles, o simplemente prefieres esa modalidad de pernocta. Puedes ver el albergue, e incluso hacer reservas, en este enlace: https://www.freitacasadovidoeiro.pt/alojamento/

    Está a mil metros de altitud, y las coordenadas son estas: 40.870707 N, -8.236956 W

    En resumen, es un lugar simplemente inmejorable para una reunión de motoristas, no sólo por la comodidad, sino también por el interés del entorno, en pleno geoparque declarado de interés mundial por la UNESCO, con lugares de notable valor científico, y también turístico  y paisajístico. Además de rutas de senderismo, cascadas, y ríos como el Paiva, meca del rafting, o los ríos de Frades y Teixeira, en los que se practica descenso de cañones. El sábado por la mañana, visitaríamos algunos de estos lugares.

    La noche del viernes fue agradable y tranquila, alternando ratos en la mesa común del interior, y también en el exterior, disfrutando de una noche no muy fría y sin lluvia. 

    Miguel hizo un pequeño briefing en el que explicó las actividades previstas para el sábado.

    Y trasteando por allí y ayudando a su padre, Rui, que ha estado en las cuatros ediciones de la reunión.

    Después de algunas horas compartiendo comida y conversación, me retiré a dormir a una hora prudente, y el sábado me desperté fresco y con muchas ganas de moto. Desayunamos con calma y abundancia, y a media mañana arrancamos las motos y nos fuimos de ruta.

    Las carreteras de la Serra da Freita son magníficas para andar en moto, pequeñas y estrechas, con muchas curvas y un entorno de montaña muy particular, con campos eólicos, zonas de niebla perpetua, bellos paisajes con pequeñas aldeas tradicionales, y vacas arouquesas en libertad, que como dicen Miguel y Paulo, «a pesar de ser una raza dócil y muy acostumbrada a los humanos y a los vehículos…son vacas y tienen cuernos!!!,  y debemos conducir con calma, sin movimientos bruscos que puedan asustarlas y provocar reacciones inesperadas.«

    El paseo fue tranquilo, por las vacas y también por el estado de la carretera, muy húmeda y revirada. Hicimos la primera parada en una explanada a las afueras de la aldea de Castanheira, ubicada en el corazón de la sierra de Freita. Desde este lugar, se contempla un profundo valle, con algunas aldeas encaramadas en la sierra, y al fondo, Frecha da Mizarela, la cascada más alta del Portugal continental.

    En este lugar,  Edgar y Soraya volaron su dron, y tomaron esta foto de grupo:

    Después de un rato estirando las piernas y disfrutando de las vistas, fuimos dando un paseo hasta la aldea, muy  próxima, para visitar un afloramiento granítico recubierto de piedra caliza más blanda. Con la erosión, la caliza más blanda va dejando sueltas piedras de granito que se decantan y ruedan, como si fueran paridas por la montaña, dejando nódulos oscuros en el lugar donde antes estuvieron alojadas. Por eso, los habitantes del pueblo de Castanheira, crearon el nombre de “Piedras parideiras”, y se ha abierto un centro de interpretación para contribuir a la conservación, valoración y difusión de este patrimonio geológico.

    Sobre la aldea, hay una ladera rocosa en la que se han instalado pasarelas de madera, para que puedas contemplar de cerca las piedras parideras con sus nódulos oscuros. El fenómeno es curioso, y aunque no seas una persona interesada en la geología, el silencio, la luz, y el valor paisajístico del entorno, hacen que esta visita sea interesante.

    Justo al inicio de las pasarelas, al otro lado de la calle, está el centro de interpretación, ubicado en una casa de piedra restaurada, que ofrece desde su parte alta, una excelente panorámica de las sierras lejanas, y junto a la aldea, terrazas ganadas al monte, para la siembra.

    En la parte baja hay un importante afloramiento de piedras parideras con paneles explicativos.

    En el interior, hay un centro de interpretación pequeño y moderno, con sala de proyecciones, tienda y aseo. Juanlu y Benjamín entraron a comprar miel. Yo los esperé tomando el sol y finalmente volvimos a las motos con cierto retraso, cuando ya todo el grupo estaba listo para partir.

    El grupo principal se fue con Paulo, y los tres morosos nos quedamos con Miguel, que nos llevó a dos miradores más, desde los que tuvimos diferentes panorámicas del mismo entorno.

    Después fuimos a la aldea de Merujal, donde nos tenían preparado un aperitivo en la Mercearia da Montanha, un pequeño local con mucho encanto, que sirve bebidas  y comidas de la zona, y es atendido por personas muy amables. Además pueden aconsejarte sobre lugares de interés, y tienen tienda de productos y artesanía locales. Un lugar al que sin duda volveré. Nos sirvieron el aperitivo en una mesa en el exterior y todo estaba muy rico.

    Por supuesto, el nombre del sitio me recordó a La Mercería de Minnie, en el camino a Red Rock, de The Hateful Eight.

    Después del aperitivo, fuimos rodando tranquilamente hasta el albergue, aparcamos las motos, y nos preparamos para uno de los momentos grandes del fin de semana, la comida del sábado.

    En principio la comida era libre, pero Paulo y Miguel nos ofrecieron que una señora nos preparara un asado en horno de leña de ternera arouquesa con guarnición de patatas, y nos lo llevaran al albergue. Todos nos apuntamos y fue un éxito. Muy rica y abundante. Tanto que  sería buena idea repetirlo y convertirlo en una tradición de la reunión.

    Como éramos muchos, algunos comimos fuera, disfrutando de un buen día sin lluvia, que a diferencia del año anterior, nos permitió disfrutar mucho del exterior.

    Y como Dios manda en estas circunstancias, ya no paramos de comer, beber, hablar, reir y fumar… en todo lo que quedaba del día, y de la noche.

    Es verdad que yo llevaba días medicándome por unas molestias, y tenía unos ardores que me impidieron entregarme al exceso como la situación requería, pero aún así, disfruté mucho, y la parte buena es que me acosté más temprano y menos perjudicado de lo habitual, lo que no venía mal para el viaje de  regreso del día siguiente.

    Pero antes, tuvimos unas horas estupendas, en las que charlamos mucho, y tuve ocasión de conocer a nuevos amigos como Álvaro y José Luis, de A Coruña, Madel, de Ávila, o Joao Cid, entre otros.

    Hablé mucho con ellos, y Joao me estuvo contando su reciente viaje a Rusia, un viaje muy especial desde Portugal hasta Vladivostok, recorriendo el paralelo 50, para celebrar su 50 cumpleaños. Fueron 6 meses y algo más de 50.000 km de viaje. Enhorabuena Joao, nunca supe de un cumpleaños tan increíble. En esta foto estoy con él, con el ushanka que se trajo de Rusia.

    Joao Cid también organiza una reunión invernal en Portugal, Os Reis na Serra (Los Reyes en la Sierra), que se celebra en enero el fin de semana de Reyes, en Covão da Ponte, cerca de Manteigas, en Serra da Estrela, un lugar precioso que conocí cuando existía Eskimós, y al que espero volver en Reyes del año que viene.

    La noche fue avanzando, para cenar, una excelente parrillada mixta, e incluso una ensalada para la conciencia, cerveza, vino… e igual que el día anterior, me fui a dormir a una hora bastante prudente.

    El domingo por la mañana desayuno abundante y relajado, un par de cafés, recoger (no todo, porque nos dejamos la bandera del komando Kalifa), despedirnos de unos y otros, y regreso.

    Pero antes, tuvimos el momento picante que siempre te reserva Arouquesas, la subida por el camino de tierra, 800 metros con pendiente, alguna trialera y piedra suelta, que si está seco no es mayor problema, pero si está mojado, y siempre está mojado, es un pequeño reto para motos de carretera pesadas como la mía, y motoristas torpes fuera de asfalto como yo. El año pasado no me caí, y este año tampoco, aunque estuve realmente cerca. A  mitad de la subida quise cruzar una trialera en diagonal y la moto se me caló justo en medio del surco, llegando al suelo apenas con la punta de los pies por el desnivel. Me quedé ahí suspendido. No sabía si retroceder y replantear o intentar seguir por el mismo sitio. Arranqué y opté por lo segundo. Increíblemente salió bien y una vez más, llegué hasta arriba sin ningún incidente.

    Ya arriba, emprendimos el regreso, no por donde vinimos, sino en sentido contrario por las mismas carreteras que habíamos recorrido el sábado por la mañana. El día era lluvioso y la niebla tan densa que en algunos tramos tenías que avanzar extremadamente despacio. Pero sin problemas, nos gusta y no tenemos prisa, así que avanzamos a ritmo natural hasta que, aproximadamente una hora después, la niebla quedó atrás y ya con visibilidad, seguimos bajando de la sierra y curiosamente, paramos a repostar en la misma gasolinera del año pasado. Después todo fue fácil, con la curiosidad de que unos 300 km después volvimos a repostar, también en la misma gasolinera del año pasado… increíble, y más increíble aún que nos encontráramos allí a nuestro amigo Joao Penedo, tomando un café.

    Después otro tirón de 300 km hasta el último repostaje del día, ya en el norte de la provincia de Córdoba, donde aprovechamos para comer algo y tomar un café. Los últimos kilómetros hasta Córdoba, ya de noche y con muy buena carretera, fueron rápidos y divertidos. Llegué a casa cansado pero feliz, así es como deben terminar todos los viajes.

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  • La Ardilla Vuelve 2025

    La primera vez que estuve en esta reunión fue el último año que se celebró en La Guardia, fui sólo de visita a tomar un café con un amigo, me gustó y la apunté en la agenda. Tanto el año pasado como este 2025, ya he acampado y disfrutado de la reunión completa, en su nueva ubicación en Carchelejo.

    La reunión rememora la Concentración La Ardilla, que se celebraba en Jaén hace más de treinta años, y le rinde homenaje recuperando su nombre.

    Fotografía de la organización.

    La Ardilla Vuelve en la Sierra Sur de Jaén, y Más Gas en la Sierra Morena cordobesa, son las únicas reuniones invernales de motoristas que se celebran en Andalucía. Al menos, las únicas en su formato tradicional de hoguera y acampada. Y es que en Andalucía, por su clima meridional y su costa mediterránea, nunca ha habido mucha tradición de reuniones invernales.

    Pero la Ardilla Vuelve no es especial sólo por eso, también lo es por su ambiente ecléctico, lo que se debe sin duda al carácter innovador y fiestero del Wiwi, promotor de la reunión, con la ayuda de su mujer y su inseparable Conan.

    Y es que la Ardilla es la fusión perfecta entre una invernal tradicional, y una fiesta de pueblo. Así, hay una zona social con una gran carpa y una gran barra con escenario, se sirven comidas y bebidas, se programan conciertos de rock de grupos locales, y por la noche, se baila reggaeton y lo que haga falta, sin que falten las mozas del pueblo, y los matrimonios y grupos que bajan a disfrutar de la verbena. El resultado es una reunión única  y diferente, que a mi personalmente, me gusta. Y me gusta porque tiene un valioso secreto, una magnífica zona de acampada que está a unos doscientos metros, distancia suficiente para que cuando te apetezca, te retires a la campa y te encuentres, ahora sí, con el ambiente tradicional de las invernales, con los amigos de siempre charlando tranquilamente en las hogueras, con las tiendas entre olivos, y rodeados por las cumbres de la Sierra Sur de Jaén. De fondo, eso sí, el chunda chunda de la feria que no gusta a los más puristas. Pero amigos, el flamenco no es de los puristas, es del pueblo.

    Fotografía de Cristina Fontenla
    Fotografía de Cristina Fontenla

    Además del chunda chunda, al Wiwi le gusta organizar actividades y juegos, para que si quieres, estés de jaleo todo el día. Este año lo más loco han sido  las carreras de correpasillos: tíos como carros tirándose cuesta abajo con motos correpasillos, por un sinuoso trazado balizado con alpacas de paja, al más puro estilo de las clásicas de La Bañeza. Yo estuve un rato viendo las carreras y era divertido, incluso hubo algún que otro accidente múltiple…

    Fotografía de la organización
    Fotografía de Cristina Fontenla

    Este año La Ardilla no le cuadró a ningún kalifa, así que viajé sólo, algo que en las invernales es bastante común, porque no es fácil encontrar motoristas que quieran viajar en invierno, y menos de acampada, ni siquiera en Andalucía, donde ya sabemos que el invierno es una guasa. Pero esto no es problema, sabía que allí encontraría amigos.

    Por la mañana daban lluvia en Carchelejo y escampaba a las 15h, así que salí tarde para acampar cómodo y sin lluvia. Como está cerca y tenía tiempo, elegí una ruta larga por carreteras secundarias. No fue una buena elección. En enero, en plena campaña de la aceituna, las carreteras de Córdoba y Jaén tienen mucho barro, y es muy difícil manejar el barro con una moto de 300 kilos y neumáticos de carretera. Así que, cruzando la A4 por debajo a través de un pequeño túnel, me encontré de repente un montón de fango, y supongo que instintivamente frené, porque la moto se me cruzó y se fue al suelo despidiéndome contra la pared del túnel. Pegué un buen cabezazo y un porrazo importante, aunque a baja velocidad, por lo que no nos pasó nada ni a la moto ni a mí, más allá de un fuerte dolor en el hombro, que se fue pasando con los minutos. Cualquier motorista sabe que este tipo de caídas, de vez en cuando suceden, pero si vas bien equipado como es mi caso, lo normal es que no pase nada grave.

    El problema es que estaba en una pequeña y rota carretera, de esas que sólo usan los vehículos agrícolas, y encima en fin de semana y con lluvia, por lo que podían pasar horas sin que llegara nadie, y yo tenía claro que sólo y dolorido, no podría levantar la moto sin ayuda. Decidí quedarme en el suelo unos minutos, a ver si me tranquilizaba y se mitigaba el dolor del hombro. Después moví brazos y piernas y comprobé que no había nada roto, así que me levanté, y decidí esperar un rato antes de llamar a algún kalifa para que viniera a ayudarme. A los diez minutos pasó un coche, era un chico que iba a trabajar al campo. Entre los dos levantamos la moto y aunque mi primera reacción fue volverme a casa, lo pensé mejor y decidí seguir, ya que al fin y al cabo había sido sólo un susto y me encontraba bien, Eso sí, decidí que ya había tenido suficiente barro y busqué la autovía, por la que seguí, a ritmo muy tranquilo, hasta Carchelejo. En los últimos kilómetros que son de subida por carretera de montaña fui extremadamente despacio, me notaba torpe, y es que andando en moto, no hay nada peor que perder la confianza.

    Nada más llegar al campamento me puse a montar la tienda y en seguida llegó mi amigo Benjamín para ayudarme. Entre los dos montamos en un momento, me puse cómodo, y bajé a la carpa social para saciar la sed con un bono de cinco cervezas. Saludé al Parte Bielas y me fui para el circuito, para disfrutar de la excitante carrera de correpasillos, allí me encontré a los Mas Gas y eché muy buen rato con el Greñas, que me estuvo contando su reciente viaje a Vietnam, surcando senderos y laderas con motos de campo. Los pilotos correpasillos daban lo mejor de sí, lanzándose cuesta abajo con tanto valor y tan poco juicio, que incluso hubo alguna lesión menor. El más espectacular era el Chino Jou, entero ataviado de cuero negro y casco vintage, a los mandos de su correpasillos.

    Luego en la carpa seguimos bebiendo y charlando, con estos y otros amigos que fui encontrando. Xuancar, Sara y África, me invitaron a que pasara a verlos en el campamento, para hacer una hoguera cordobesa. Pero antes seguimos exprimiendo la tarde, también pude echar un buen rato con Luis y Julián, y seguimos apurando hasta que se fue apagando la luz.

    Fotografía de Cristina Fontenla

    Ya en la campa, cogí algo de comida de mi tienda y me fui de visita a la hoguera de Benjamín. Lo encontré dormitando junto al fuego, al igual que el resto de su grupo, que apenas hablaban, tranquilos y relajados alrededor del fuego, en el extremo de la campa más alejado de la fiesta. La hoguera de Benjamín era como un balneario, y estuve un buen rato con ellos. Después me pasé a la hoguera de Mas Gas, y allí estuve el resto de la noche con Xuancar, Sara y África. Durante la velada, se nos acercaron motoristas de varias hogueras, la mayoría desconocidos, sólo para saludar, y alguno para hacerse fotos con Xuancar (Xuancar World Trip). Fue una hoguera larga y agradable, hablando de lo divino y lo humano. Estuve agusto, aunque conforme me enfriaba, iba notándome más dolorido por la caída. De hecho, ahora me dolía todo: el hombro, la espalda, el costado, la rodilla… 

    Al final de la noche me tumbé en mi tienda y era imposible dormir. El suelo duro no ayudaba, y el chunda chunda de la feria lejana tampoco. Creo que me acosté a las tres y me dormí a las cinco, cuando se acabó el reggaetón.

    Como viajaba sólo y sin ninguna prisa dormí hasta hartarme y me levanté sobre las once, cuando ya quedaban pocas tiendas en la campa. Desmonté tranquilo, empaqueté, me despedí de Benjamín que seguía por allí, y emprendí el regreso.

    Al bajar la montaña buscando la autovía, encontré un accidente de moto, me pareció que era una chica, no me paré porque ya había muchas personas asistiéndola, miré por el retrovisor y ví que justo en ese momento llegaba Wiwi. Continué y paré a desayunar abajo junto a la gasolinera, en el Asador-Restaurante El Oasis 2, donde me sirvieron la mejor tostada que he probado en mucho tiempo, con un aceite de oliva virgen extra de aceituna picual de la zona, verde intenso y picante y fuerte como a mí me gusta. Lo vendían a 16,50€ la botella, me pareció caro y no lo compré. Todavía me estoy arrepintiendo.

    El regreso fue tranquilo, todo por autovía, con lluvia en la segunda parte del trayecto, que llegó a ser muy fuerte al entrar a Córdoba. Un fin de semana corto pero muy intenso. El año que viene volveré seguro, y ahora sí, compraré ese aceite picual de la Sierra Sur de Jaén, que no tiene nada que envidiar a la poción de Panoramix, ¡Por Tutatis!

    Águila, que te mejores.

    El Wiwi en el Pit Lane. Fotografía de Cristina Fontenla.
    El Águila, el Druida, y la Fotógrafa. Fotografía de Cristina Fontenla.

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  • Arguis 2025

    Este año he empezado la temporada con la 51 edición de Arguis, la reunión invernal de motoristas más antigua de España, y de las más antiguas de Europa. Es la segunda vez que voy y todo ha ido perfecto.

    En esta ocasión he viajado con mi amigo Fran, y allí he podido reencontrarme con viejos amigos como Joao, aunque compartimos poco tiempo porque estaba ayudando en la organización, y David y Antoni, amigos catalanes que no estaban en la reunión pero se acercaron un rato a saludar lo que fue un detalle, tenía muchas ganas de verlos. También pasé algún tiempo con Pedro “Wiwi” (organizador de La Ardilla Vuelve), al que apenas conocía de unas palabras, y con Julián, “Ardilla rutera” (organizador de la Invernal de Tresjuncos), a quien conocía del año pasado que nos presentó Manuel en Mas Gas. Y también conocí a Benjamín, un motorista rumano que habla español mejor que yo.

    El viaje desde Córdoba fue tranquilo hasta Guadalajara, a partir de ahí mi moto empezó a tironear y no sabía qué le pasaba. Como teníamos previsto hacer noche en Zaragoza llamamos a Triumph por si podían hacerme un hueco para ver la moto sobre la marcha. Era 20 de diciembre y me dijeron que no tenían tiempo hasta el 2 de enero, vamos que pasaron de mí completamente. Muy diferente de mi anterior avería en ruta, hace un par de años. En aquel caso el concesionario Triumph de Marbella me cogió la moto sobre la marcha y me atendieron super bien.

    En fin, decidimos seguir e intentar llegar a Zaragoza y ya veríamos qué hacer al día siguiente. Después de esa parada la moto hizo muy bien lo que quedaba del día. Extrañamente comprobamos que le sentaban bien las paradas, así que repostamos dos veces en unos 200 km y llegamos sin problemas.

    Hicimos checking y nos fuimos a cenar a un bar de motoristas cerca del hotel, el Motor Music 66. Realmente éramos los únicos motoristas allí, pero da igual, el bar es estupendo, un american bar en toda regla con excelente comida, buenos precios, buena música y camareras simpáticas, qué más se puede pedir…

    Además tenían un retrato de Tom Petty en el wc.

    Comimos y bebimos hasta hartarnos, nos hicimos algunas fotos, y volvimos a gatas (al menos yo), al hotel.

    Por la mañana resacón y muchas ganas de moto. Decidimos llegar a Arguis despacito y luego ya veríamos si la moto permitía el regreso o yo me volvía en una grúa, pero por lo menos, habríamos disfrutado de la reunión.

    Llegamos en un paseo con breve parada para comprar lotería en Huesca. Muchas gracias Fran por regalarme un décimo.

    Ya en Arguis nos inscribimos, y nos pusimos a acampar en la península, que es donde se acampa ahora. En mi primera visita acampé en la explanada frente al mítico Merendero Lafoz, ahora cerrado, y la verdad, mucho mejor la península, tan cerca y tan distinta, junto al agua y rodeados de montañas. El clima era suave y el ambiente excelente, animado pero sin que sobrara gente. La península es amplia y estábamos cómodos.

    Fran preparó una ensalada gourmet con un aguacate mitológico, un queso fresco francés, anchoas, alcaparras, aceitunas, salmón, sal en escamas… riquísima. La compartimos con Julián y Pedro que se acercaron a nuestro campamento, y a partir de ahí, vinieron doce horas de campa, la mayoría junto a la mítica hoguera de Arguis, charlando con los amigos, y comiendo y bebiendo sin parar.

    También tuvimos tiempo de fumarnos unos excelentes puros nicaragüenses.

    Especialmente pasé muchas horas charlando con Julián, “Ardilla Rutera”, un pozo sin fondo de sabiduría, y sobre todo un gran motorista y un gran tipo. Esta temporada iré por primera vez a su invernal en Tresjuncos, Cuenca. Una reunión sencilla y tradicional: montaña, gran hoguera de campamento y motoristas. Ni más, ni menos.

    Seis horas dan para mucho, así que entre otras cosas, le conté a Julián los problemas que me dió la moto durante el viaje, las pérdidas de potencia y los tironeos. Yo estaba preocupado pero Julián le quitó  importancia, y me dijo con seguridad que el  respiradero del depósito de gasolina estaba obstruido, y que hacía vacío, impidiendo que la gasolina bajara a la bomba y llegara a los cilindros. Yo deseé que llevara razón…

    Hicimos el viaje de regreso tranquilos, sin subir de vueltas y haciendo frecuentes paradas, porque estaba claro que las paradas hacían que la moto no tuviera pérdidas de potencia. Ese ritmo bajo hizo que llegáramos tarde, después de varias horas de conducción nocturna, algo que en invierno es mejor evitar.

    Llegamos tarde y cansados pero bien. Al día siguiente llevé la moto al taller, la revisaron, y comprobaron que la válvula antirretorno de gases del depósito de gasolina estaba obstruida en ambas direcciones, impidiendo que saliera el aire del depósito, provocando ese vacío que impedía que la gasolina bajara a la bomba y llegara a la admisión. Es decir, exactamente la misma explicación que me había dado, sin ni siquiera llegar a ver la moto, el maestro Julián. Una hora de mano de obra y la moto como nueva.

    He disfrutado mucho mi reencuentro con la hoguera de Arguis. Es verdad que ya no está Lafoz, el mítico refugio pirenaico emblema de la reunión durante 50 años, pero en cambio me ha encantado el nuevo emplazamiento en la península, acampando en un prado  junto al agua, a orillas del pantano de Arguis, y rodeado de montañas. Desde principios de los 90 había motoristas que acampaban en la península y en otros lugares cercanos, pero la mayoría se instalaba en la explanada junto a la carretera, porque allí se hacía la hoguera. Ahora la hoguera se hace en la península, y la acampada está limitada obligatoriamente a esta zona. Sin embargo es una zona amplia y las inscripciones están limitadas, por lo que se acampa con comodidad y el ambiente es relajado. Sin duda, volveré el año que viene.

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  • Entrevista a Silvia de la Vega

    Mi vecina Silvia de la Vega es, sin duda, una gran viajera. Ella dice que no lo es tanto, y que si ha viajado ha sido porque casualmente, se ha ido juntando con personas viajeras. Bueno, creo que en mayor o menor medida eso nos pasa a todos, y no es casual. Nos gustan los viajes, y nos gustan las personas viajeras.

    Yo aún no he viajado con Silvia, pero además de un par de cervezas en Madrid, he compartido con ella varias estancias en Allucant.

    El albergue de Allucant está junto a las lagunas de Gallocanta (Zaragoza), que son reserva natural de aves migratorias, donde todos los años descansan miles de grullas en su viaje hacia el cálido sur.

    Como digo, hemos coincidido varias veces en Allucant, porque desde hace 25 años organizamos allí las reuniones de vecinos, y como entre vinos y queimadas, Silvia me ha contado algunos de sus viajes, he querido invitarla a La Gira Interminable, para que la conozcáis.

    Amiga Silvia, creo que compartimos cierta fascinación por Alaska, ¿has estado allí, qué te gustaría ver y hacer en Alaska?

    No, no he estado en Alaska, desgraciadamente hasta ahora ha sido un destino un poco fuera de mis posibilidades económicas. Pero no pierdo la esperanza, la vida da muchas vueltas, ¡y la de los viajeros, más!

    Si fuera allí, me gustaría ver cualquiera de los parques naturales, Denali, Katmai, Kenai… La naturaleza es la protagonista indiscutible en Alaska. También me gustaría visitar cualquier pueblo. Una vez estuve en un pueblín de Patagonia y me encantó, las avenidas amplias, las casas… escasas, las pick ups aparcadas en cualquier lugar. Seguro que mi fascinación se dio porque me evocaba los entornos y decorados de Northern Exposure, el lazo que nos une. Por eso creo que, si estuviera en un pueblito alaskeño de verdad, me invadiría de nuevo esa sensación y estaría siempre anticipando encontrar a Joel Fleischmann o a Holling Bancoeur. Al final, los escenarios que prometen maravillas son los mejores.

    ¿Crees que los mejores viajes, son aquellos en los que acabas desviándote de lo que tenías pensado?

    Lo cierto es que, como mala viajera que soy (que somos, mi chico y yo), las más de las veces preparamos muy poco o nada los viajes, con lo cual es difícil desviarse de nada. Recuerdo el control de entrada en Canadá, que nos tocó el único tipo malencarado, y no se podía creer que llegáramos allí sin planes concretos.

    Sea como sea, incluso sin planes, supongo que es normal que cualquier viaje sea un poco (como decía John Lennon de la vida) lo que te pasa aunque tu tuvieras otros planes. Hemos visto cosas maravillosas justo por eso. En Nueva Zelanda, quisimos contratar una excursión para ver ballenas, pero estas no estaban ese día en el área permitida para hacer Whale Watching, así que nos devolvieron el dinero. La señora del staff nos dijo “pero siempre pueden ir a ver los babys”. En ningún sitio nos habían hablado de eso. Resulta que las crías de león marino, a cierta edad, se separan de sus madres, se introducen en un pequeño río y lo recorren hacia arriba hasta llegar a una pequeña laguna, donde se lo pasan pipa durante días (puedes verlas jugar allí), hasta que, supongo, tienen hambre y regresan con sus progenitoras. Inesperado y mágico.

    Crías de león marino en Nueva Zelanda

    ¿Cómo preparas tus viajes, utilizas guías de viaje?

    Me temo que, como digo más arriba, soy una terrible preparadora de viajes, y mi pareja también. Normalmente porque llegamos a las vacaciones cargados de trabajo, a veces sin saber si podremos ir o no. En ocasiones hemos decidido dónde ir, la mañana del viaje. Cuando podemos prepararlo, debo confesar que las guías no me gustan mucho, suelen ser frustrantes para mí. Suelo tirar de internet, consejos de amigos si es que han estado. Y a Jaime (que sí que le gustan las guías), le gusta mucho preguntar en tourist informations, siempre tenemos una divertida discusión por esto.

    Pero alguna vez que sí que he preparado un viaje, ha sido más a nivel emocional, leyendo libros o viendo películas que te den una impresión emocional del sitio, de manera que cuando llegas, es como si reencontraras o reconocieras cosas que te resultan, de alguna manera, familiares, aunque sea en lo emocional. Por ejemplo, para ir a la India, recuerdo haber visto la trilogía de Deepa Mehta Agua, Tierra y Fuego. O para ir a Patagonia, me leí en el vuelo “Patagonia Express” de Luis Sepúlveda

    Agua, Tierra y Fuego en La India.

    Generalmente, los libros incitan a viajar, ¿Cuál es el libro que más te ha movido a iniciar un viaje?

    Supongo que no cuentan los libros que leo cuando ya se que voy a un lugar. Creo que de los libros que más pueden haberme transportado a un lugar sean los de Gerald Durrell sobre su infancia en Corfú. Todavía no he visitado Corfú, pero Grecia me encanta.

    ¿Cuál es el viaje más aventurero que has hecho?

    Es que…yo soy muy poco aventurera, aquí donde me ves! No es que necesite tenerlo todo controlado (con este plan de vida lo llevaba crudo), ni disfrutar de comodidades,  pero soy poco de turismo de aventura como tal. Prácticamente todas las personas con las que he viajado son más aventureras que yo. Para mí, y parafraseando a Chris Stevens, la aventura puede estar en coger una carretera secundaria, o subirte a un autobús sólo con plaza hasta mitad del trayecto.

    Del mundo que conoces, ¿Qué zona recomendarías para encontrar zonas poco concurridas y naturaleza virgen?

    Finlandia por encima del círculo polar ártico, Patagonia argentina y el extremo sur de la isla Boa Vista, en Cabo Verde

    ¿Recuerdas alguna visión en particular que te haya impactado especialmente?

    Las auroras boreales. La primera vez que las vimos, estaban a nuestra espalda al salir de un B&B, al detectarlas nos pusimos nerviosos como chiquillos.

    Aurora Borealis

    Creo que alguna vez has navegado a vela, ¿Qué tal la experiencia?

    Fantástica, pero teniendo en cuenta que la navegación la hacían otros. En lo que he podido ver es un trabajo constante, supongo que como volar en ala delta. Pero a mí la experiencia me encanto, la convivencia en el barco, también, y la cercanía al mar (y no marearme casi!), aun más.

    Permíteme una pregunta inevitable, ¿Cuál ha sido el mejor de tus viajes, nos lo cuentas?

    Wau, eso es imposible. Hay tantas cosas que me dejan su huella.. el año pasado me han regalado un viaje a Finlandia entre muchos amigos. Ese fue muy especial, por la belleza del viaje, pero también por el cariño con el que había sido gestado. Pero también la India, Canadá/Maine (con sus bosques infinitos), Nueva Zelanda, Argentina (fui a una boda en un rancho patagónico y también fue una experiencia singular), Irlanda y Escocia (porque yo algún gen celta debo tener)…

    Bosques en Maine (EUA), junto a la Golden Road de los madereros.

    Siento no poder elegir, supongo que es lo que tiene ser de tipo “asombrable”.

    Y ya para terminar, ¿Cuál es tu gran viaje pendiente, algún proyecto a la vista?

    Pues… además de Alaska, nunca he pisado África Continental, y eso habrá que subsanarlo tarde o temprano!

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  • Ruta por la dura, rebelde y misteriosa Sierra Nevada, y Fiesta Custom en la XVI Concentración del Granada Raiders Club

    Hasta el sábado no se permitía acampar en la concentración, y no encontramos alojamiento para el viernes, así que hicimos un fin de semana corto y muy intenso. El plan era salir de Córdoba el sábado muy temprano, ir a Ogíjares y acampar en la concentración, para irnos después de ruta, rodeando la parte granadina del Parque Natural de Sierra Nevada. Llegar al campamento al anochecer, vivir el concierto, la fiesta y la noche, y regresar a Córdoba al día siguiente.

    Nos vimos a las 7:00h en la gasolinera de la carretera de Granada, e hicimos un viaje tranquilo. Al entrar en Granada descubrimos tramos de autovía que eran nuevos para nosotros y también para nuestros GPS, por lo que dimos alguna vuelta de más, y finalmente llegamos a la concentración, o para ser más exactos a sus inmediaciones, porque 300 metros antes, mi moto se apagó, y no pudimos arrancarla. Parecía la batería, así que llamamos a la grúa y un tipo resuelto y simpático nos llevó a una tienda donde nos atendieron rápido y bien. 

    Ya con la batería nueva volvimos a la concentración, acampamos, y emprendimos el ascenso a Sierra Nevada.

    El Parque Natural de Sierra Nevada, es un extenso macizo montañoso con la cima más alta de la Península Ibérica, el Mulhacén, a 3.482 metros. Integrado en la cordillera Penibética, se extiende desde el sudeste de Granada hasta el extremo occidental de Almería. Nuestra idea era dar la vuelta completa a la parte del Parque que está en la provincia de Granada.

    Dicen que Sierra Nevada es dura, rebelde y misteriosa, y que ha sabido guardar los usos y elementos más significativos de culturas ancestrales. Efectivamente, Tartessos, fenicios, griegos, cartagineses y romanos poblaron estos entornos, aunque sin duda fueron los árabes los que dejaron un mayor legado, que aún perdura en la arquitectura y los sistemas de regadío, como las acequias. 

    Nuestro primer destino era el Mirador del Monte Ahí de Cara, a 2.100 m. de altitud. Salimos de Granada por la A-395, e hicimos una subida que se hizo larga y tediosa porque había una prueba ciclista, y estuvimos todo el rato negociando colas con muchos coches y bicicletas en una carretera sin apenas rectas. En el Centro de Visitantes el Dornajo, tomamos la A-4025, una carretera espléndida, que disfrutamos poco porque los ciclistas tenían la misma ruta que nosotros. Unos kilómetros después, por fin llegamos al Mirador. Avanzas unos 200 metros por un camino de tierra, y aparcas en un llanete, desde el que subes andando al mirador, en un par de minutos.

    Desde el mirador, se divisa parcialmente la línea de cumbres de la zona de poniente del macizo de Sierra Nevada, destacando el Mulhacén.

    En la siguiente imagen, se contempla abajo y a la izquierda, la zona de aparcamiento del mirador, con las dos motos. Por la parte derecha una curva de la A-4025 entra en la imagen, y por ella van escalando unos ciclistas. Al frente, como un gran vientre africano, la loma Cañadillas, tras la que apenas se asoman tres picos bajo los nubarrones, que de izquierda a derecha son: la Alcazaba (3.371 m), el Mulhacén (3.482 m), y el Veleta ( 3.394 m). Estamos ante las tierras más altas de Andalucía y de la Península Ibérica.

    Junto al mirador transita el Camino de los Neveros, recorrido tradicional de los neveros, hombres de los pueblos de la zona que, durante los meses de verano, ascendían a las cumbres de Sierra Nevada para extraer nieve que más tarde distribuían y vendían como producto terapéutico y refrescante. Aprovechaban la noche para emprender el camino de regreso a la ciudad de Granada, y así evitar los rigores del calor diurno.

    Cuando el sol se pone en la ciudad, Sierra Nevada aún permanece iluminada durante algunos minutos más. Por eso, en Al-Andalus conocían a la sierra con el nombre de Sulayr, Montaña del Sol.

    Hacia el oeste, justo en el centro, está el Trevenque, pico de 2.079 m al que subí en los años 90, con un grupo de senderismo de la Universidad de Granada. Todavía tengo por ahí alguna fotografía de aquel día, hace más de treinta años.

    El Trevenque, justo en el centro de la imagen.

    En dirección noroeste, se aprecia el embalse de Canales que recoge las aguas del río Genil, y el municipio de Güéjar Sierra que tiene el término municipal más grande del Parque, abarcando todo el valle del río Genil, desde el Veleta, hasta la falda del monte.

    Estuvimos un buen rato en el mirador, primero tratando de descifrar los 4 paneles explicativos, que están mal orientados respecto a la panorámica que reflejan. Y finalmente, disfrutando de las magníficas vistas  y tomando algunas fotografías.

    Bajamos a las motos para continuar nuestra ruta, y descubrimos que mi moto no arrancaba, a pesar de la batería nueva de esa misma mañana… Tras varios intentos, asumimos que se había averiado el alternador o el motor de arranque, y llamamos a la grúa, por segunda vez. En esta ocasión vino un gruista menos simpático, más granaino, según el arquetipo malafollá que normalmente no se cumple, pero a veces sí. Tardó mucho en llegar. Más de una hora que aprovechamos para picar algo y quemarnos la calva con el sol refulgente de Sulayr, la Montaña del Sol, en torno a las 15h.

    Mientras llegaba el gruista barajamos opciones y decidimos que se llevara mi moto, y nos dejara a los dos allí, para continuar con nuestra ruta y nuestros planes, pero los dos en la moto de Juanlu.

    Tengo que decir, que salvo algún breve desplazamiento urbano, nunca había viajado como paquete en una moto, y debutar ahora, con los 60 años ya en el punto de mira… me pareció una cosa graciosa. Además confío en Juanlu y en su Acorazada, una enorme y confortable BMW R 1250 RT. Eso sí, sabía que Juanlu es agresivo conduciendo, y que la experiencia iba a ser como subirse en una montaña rusa. No me defraudó. Mi primera vez como paquete, fueron 7 horas a cuchillo por Sierra Nevada. Un buen debut.

    Se fue la grúa, buscamos un sitio para tomar café, y pusimos rumbo a nuestra próxima parada.

    Descendimos por las laderas que poco antes contemplábamos desde el mirador, y bordeamos el embalse de Canales, que como toda la cuenca del río Genil, ofrece un paisaje abrupto de cortados y profundos cañones, por los que vas surfeando con la moto entre el agua esmeralda y las paredes rocosas. En un punto de la carretera, una pequeña vía de servicio penetra el vacío soportada por unos pilares gigantes, que la llevan hasta una torre de control en el interior del embalse, y a esa altura, en la ribera opuesta, se alza una robusta formación rocosa de aires defensivos, que se asienta en el agua con una impronta de castillo natural. Una pena no poder hacer fotografías desde la moto. Al menos no ese día, para mí el primero como acompañante.

    Poco después tomamos la GR 3201, maravillosa carretera motorista y montaraz, estrecha y sin arcén, aunque no demasiado revirada, que acompaña el curso del Río de Aguas Blancas, hasta que se vierte en el Pantano de  Quéntar, y tras bordear el pantano, prosigue hasta La Peza y el Embalse de Francisco Abellán, que nos era conocido porque el Motoreando de los Moteros Gaditanos, tuvo justo aquí un punto de control hace unos años. Paramos un rato y anduvimos por la presa, hicimos algunas fotos, y leímos en unos paneles informativos que estábamos en el Geoparque de Granada: depresión de una altitud media de 1000 m, rodeada por un cinturón montañoso formado por la Sierra de la Sagra, Sierra Mágina, Sierra de Arana-Huétor, Sierra Nevada, Sierra de Baza-Filabres, Sierra de las Estancias-Cúllar, y Sierra de Orce-María. Además, en el geoparque se encuentran dos valles fluviales generados durante el cuaternario, popularmente conocidos como “Hoyas”: la Hoya de Guadix, y la Hoya de Baza. La verdad es que Granada da para mucho.

    Nos subimos a la moto y continuamos hasta la próxima parada, en el pequeño pueblo de Ferreira, ya dentro otra vez del Parque Natural de Sierra Nevada, del que nos salimos brevemente para bordear Guadix por la A-92, y volver enseguida a través de La Calahorra, donde volví a lamentar no poder hacer fotos desde la moto, ante ese formidable castillo-palacio que es La Calahorra, y que acapara toda tu atención desde mucho antes de llegar al pueblo.

    Poco después llegamos a las inmediaciones de Ferreira, donde hay un mirador en el que teníamos previsto parar a comer. Por aquí cerca está la Venta de Ferreira, pero nos quedaba mucho viaje y no nos paramos a localizarla. Era una antigua posada ubicada en el camino, utilizada por los arrieros para intercambiar productos entre las comarcas de la Alpujarra y el Marquesado del Zenete. Ahora son sólo unas ruinas, pero aparecen localizadas en Google Maps y con más tiempo, me hubiera gustado buscarlas.

    Por lo demás, el de Ferreira es un mirador astro turístico, y dispone de un panel con amplia información sobre las huellas de la astronomía árabe.

    Después de comer y descansar un poco, volvimos a la carretera, ahora para subir al Puerto de la Ragua. Ya antes habíamos estado varias veces en el Puerto de la Ragua, pero siempre subiendo desde la otra vertiente, es decir, subiendo desde Laroles.

    Nuestro grupo, el Komando Kalifa, está hermanado con un grupo de Granada, el Komando Kañadú. Los Kañadú tienen un par de rutas muy clásicas que hemos hecho muchas veces con ellos: la Ruta de la Cabra, y la subida al Puerto de la Ragua. Durante muchos años, Charly fue el líder de los Kañadú, un alfa de manual que organizaba y guiaba a un grupo enorme, tratando siempre con cordialidad y simpatía a todo el mundo. Tanto él como su mujer, que por cierto ella sí que hacía excelentes vídeos y fotografías desde la moto. Charly, Carlos, murió hace algunos años. Y siempre que subimos a la Ragua, tenemos un recuerdo especial para él.

    La subida al puerto es imponente por ambas vertientes. Carretera estrecha sin arcén, sin pintura, y con curvas, pero de las agradables, sin llegar a ser demasiado cerradas. La carretera estaba sola y subimos rápido, conforme ganábamos altura se iba notando la bajada de temperatura. Cuando llegamos al puerto hacía frío.

    El puerto de La Ragua está a 2.041 m de altitud, entre las provincias de Granada y Almería. Pedro Antonio de Alarcón, en su libro de viajes por la Alpujarra, se refería al Puerto de la Ragua, en el siglo XIX, como un puerto al que conducen escabrosísimas sendas, y por donde es algo frecuente el paso en días muy apacibles, si bien nunca en el rigor del invierno; pero, así y todo, se han helado allí, en las cuatro estaciones, innumerables caminantes, de resultas de los súbitos ventisqueros que se mueven en aquel horroroso tránsito.

    Efectivamente, la subida es emocionante y arriba hace frío, si bien, ahora es un lugar civilizado, con infraestructuras para la práctica de deportes de invierno y de naturaleza como el esquí de fondo, los trineos con perros,  y el esquí de travesía. Pero lo más impactante son los caballos. Nada más bajarnos de la moto, vimos como se acercaba una pequeña manada de caballos, que se dirigían hacia nosotros a paso alegre. Venían a saludarnos.

    No llevaban riendas ni guarniciones y parecían salvajes, aunque por su sociabilidad estaba claro que no lo eran. Se les veía bien nutridos, brillantes y lustrosos, casi diría que felices, trotando a su aire por la montaña.

    Cruzaban libremente de un lado a otro de la carretera, afortunadamente esta es una carretera poco transitada.

    Pudimos acariciarlos, estaban tranquilos y parecía que hasta mimosos. Estuvimos un rato allí, contemplando a los caballos, tomando alguna fotografía, recordando a Charly y a los Kañadú, y continuamos con nuestra ruta.

    Ahora tocaba bajar de la montaña en dirección al mar, para luego recorrer el límite sur de Sierra Nevada, de este a oeste, a través de la Alpujarra. Hasta este viaje, yo no sabía que la Alpujarra formaba parte del Parque Natural de Sierra Nevada, pero así es. El sol empezaba a estar bajo y la temperatura en el puerto era fría para nuestros equipos de verano. Sin embargo, una vez que culminamos el descenso el día volvió a estar templado y agradable.

    La tarde estaba avanzada y nos quedaba bastante tramo, así que renunciamos a la posibilidad de subir, primero a Trevélez, y luego a Capileira y Pampaneira, y fuimos derechos hasta Lanjarón. Una pena, porque Capileira y  Pampaneira son los pueblos en los que mejor se aprecia la arquitectura típica de las alpujarreñas, que tanto me gusta, con sus casas blancas empotradas en las laderas de las montañas, sus tejados planos con esbeltas chimeneas, y sus tinaos.

    En los noventa, y en los primeros años de los dos mil, en la Alpujarra había tramos de carretera completamente rotos. Recuerdo un viaje en el que los torrentes de agua habían arrastrado enormes trozos de carretera, quedando útil menos de la mitad de la calzada, lo que no impedía que la carretera siguiera abierta y en funcionamiento, e incluso sin señalizar. Eran otros tiempos. Ahora la carretera está estupenda, y puedes recorrer la Alpujarra con seguridad y a buen ritmo, asumiendo por supuesto las subidas y bajadas y sobre todo, el trazado repleto de curvas. De hecho, tuve que pedirle a Juanlu que bajara el ritmo, porque me dolían los hombros de agarrarme con fuerza a los asideros, por las violentas retenciones y aceleraciones, en cada una de esas miles de curvas. Desde la moto, a la derecha y abajo, el río, y al otro lado del valle, una magnífica vista de la sierra alpujarreña recortando el cielo, abrupta, oscura, y con preciosas aldeas blancas en sus laderas. A diferencia de otras sierras como la de Málaga o la de Córdoba, en la Alpujarra los caseríos no están dispersos, sino agrupados en aldeas.

    Poco antes de entrar en Lanjarón, paramos en el Mirador del Visillo, que ofrece una espléndida panorámica del pueblo al otro lado del valle. Abajo el río Lanjarón, enfrente la ladera de la montaña, preñada de huertas y frutales en los bancales, y a media altura el pueblo, blanco y derramado, siguiendo el curso del agua.

    La escarpada zona de las laderas en esta parte del valle, es conocida como el “Tajo Colorao”, y por ella sube el “Camino de los Postores”, una sinuosa y escarpada senda, hoy apenas vereda, que llega hasta el Mirador del Visillo, y por el que en el pasado, entraban en el pueblo los agricultores y comerciantes que traían sus mercancías desde la zona de la costa, sierra de la Contraviesa y Alpujarra Baja. 

    Naturalmente, era más sencillo entrar por el puente del río, acceso principal del pueblo, pero allí la Guardia Civil cobraba un peaje dependiendo de la cantidad y tipo de la mercancía que se quería introducir en el municipio. Por tanto, el Camino de los Postores era un paso clandestino de contrabandistas, bronco y escarpado, por el que cuesta imaginar el ascenso de las bestias cargadas de mercancías.

    Desde hace unos años, se ha colocado en este mirador un cañón antiaéreo FT-44 “Galileo”, donado al pueblo de Lanjarón tras varias décadas de servicio en la Artillería del Ejército de Tierra. Es extraño encontrar ahí un cañón.

    Unos metros más adelante pasamos por la Venta el Buñuelo, lugar que nos trae muy buenos recuerdos, porque es el punto de encuentro donde quedamos siempre con los Kañadú para subir al Puerto de la Ragua.

    Atravesamos Lanjarón sin parar, y fuimos derechos, ya con las últimas luces del día, al Puente antiguo de Tablate, construido para atravesar el río Barranco de Tablate, en el camino de Granada a la Alpujarra, por lo que tradicionalmente se ha considerado este puente como puerta de entrada a La Alpujarra, en las comunicaciones desde Granada y su costa.

    El enclave es sorprendente, porque realmente hay tres puentes suspendidos en el abismo, que atraviesan el Barranco de Tablate a diferentes alturas. El más alto, que es el más moderno y el que hoy es de uso común, está en la A-348, que es la carretera que recorre el sur de la Alpujarra desde Almería. El segundo en altura, está en la vieja N-323, conocida como la Nacional Bailén-Motril, y que es una carretera formidable, en su recorrido entre la costa y la ciudad de Granada. Este es el puente al que llegamos nosotros, tras coger una pequeña variante desde la A-348. Y el tercero, es el puente histórico de Tablate, que muchas personas conocen como el Puente Nazarí, aunque su origen no está claro.

    Es un puente estrecho y sencillo, de unos 20 metros de longitud, con un único arco de medio punto, y suspendido en un abismo de unos cien metros de profundidad. Como decía, no está claro su origen, aunque pudiera ser anterior a la llegada de los árabes en el siglo VIII.

    Desde la N-323 se baja al puente histórico a través de una vereda perfectamente señalizada, sin embargo, en esta ocasión nosotros no pudimos bajar porque ya era completamente de noche. Sí que hicimos algunas fotos, tanto hacia arriba, capturando el puente de la carretera autonómica, como hacia abajo, donde estaba el puente histórico, y viendo las fotos, es sorprendente la capacidad de iluminación del flash, porque era completamente de noche.

    El puente histórico de Tablate

    En todos los viajes quedan cuentas pendientes. Sin duda, tengo que regresar a este lugar a una hora más temprana, y visitar con luz natural el cercano caserío de Tablate, actualmente despoblado, que además alberga en su entorno una torre fortaleza asociada al control y defensa del puente. También hay una iglesia abandonada. En su interior, una pintada reza: “Bienvenidos a la rave de Dios”.

    Lo ideal hubiera sido continuar hasta Granada por la magnífica N-323, y parar a tomar algo en el camping que hay en el puerto del Suspiro del Moro, un paso de montaña situado en las estriberías de Sierra Nevada, que enlaza la Vega de Granada con el Valle de Lecrín. 

    Según la leyenda, cuando Boabdil abandonaba Granada camino de Las Alpujarras, tras la conquista de Granada  por los Reyes Católicos, no osó girar la mirada hacia Granada, y sólo cuando estuvo sobre la última colina desde la que por esta ruta se divisa la capital de la Alhambra, a 12 kilómetros al sur de la ciudad, se detuvo y observando por última vez su palacio suspiró y rompió a llorar, siendo su propia madre, la sultana Aixa al-Horra quien le dijo: «Llora como mujer lo que no has sabido defender como un hombre». 

    Desde aquel día, este puerto de 860 m de altitud en el término de Otura, es comúnmente conocido como «El Suspiro del Moro»

    El escritor Leonardo Villena sostiene en su libro El último suspiro de Boabdil que éste fue un invento del obispo Antonio Guevara para ganar crédito ante el emperador Carlos V. Vete tú a saber.

    Otras veces he parado en ese camping del Suspiro del Moro, que por otra parte no tiene más interés que su ubicación, y que ofrece una alternativa de alojamiento económica muy cerca de la ciudad. Este día no paramos porque era muy tarde.

    Salimos del Puente de Tablate ya noche cerrada, y tomamos la autovía que nos llevó rauda y veloz hasta Ogíjares, donde habíamos acampado por la mañana.

    El Granada Raiders Club, organizaba su XVI concentración en el Parque de San Sebastián de Ogíjares, un lugar sencillamente perfecto para una reunión de motoristas, con abundante arboleda y zonas verdes que se habilitaron para acampar, aseos permanentes amplios y limpios, y una explanada con un gran escenario, que sirve como recinto ferial durante las fiestas del pueblo. Por supuesto había barra con bebidas y comidas, un amplio mercadillo, y hasta un puesto de tatuajes.

    Llegamos a la concentración a las 22h, después de un largo día con 15 horas de moto y   dos grúas, parecía que había pasado toda una vida desde la mañana, cuando nos habíamos visto a las 7h en la gasolinera de la Carretera de Granada.

    Lo primero que hicimos fue ponernos cómodos y subir a la barra a tomar unas cervezas para descansar un poco e hidratarnos. Había buen ambiente, una reunión pequeña, en torno a unas 300 personas, prácticamente todas de moto clubs  y grupos custom. Después de un rato bajamos a cenar a las tiendas, donde nos pusimos a tono con un arroz con secreto y unos vasos de vino. Y después, a la fiesta.

    Algunas copas y enseguida el concierto. Una banda local de rock que hacía versiones y sonaban fenomenal, The New Band, con temas de AC-DC y otras bandas míticas de rock de todos los tiempos. Disfrutamos y el concierto se me hizo cortísimo, hubiera querido mucho más. Un niño, hijo de uno de los músicos, estuvo controlando una de las mesas, y en una canción, agarró una guitarra eléctrica y se sumó al bolo con total solvencia y competencia. Sin duda fue un momentazo para él, para el padre, y en realidad para todos.

    Después del concierto vinieron muchas copas. Unos Prospect de los Hell Angels se acercaron y le pusieron algunas pegas a mi chaleco de cuero, no por los colores, sino por las bandas. Una cuestión difícil de explicar a los que no conozcáis un poco el mundo de los MotoClubs Custom. La conversación fue tranquila. Si vas a sus fiestas y reuniones, debes respetar sus reglas. Yo esto lo comprendo y lo respeto, así que no hubo problemas.

    La noche fue larga. A las tantas cerraron el bar y la gente fue marchándose, pero los pocos que habíamos acampado nos juntamos en el césped, y empezamos la última parte de la noche, que fue la más divertida, y además nos dio la oportunidad de conocer a varios Raiders, nuestros anfitriones, gente con muchos kilómetros de moto, y todavía más de fiesta. Y entre copas y humo fue pasando la noche, hasta que todo se puso borroso, incluso las fotografías, y nos fuimos a dormir.

    Dormimos poco, apenas tres horas, porque los jardineros municipales encendieron sus  sopladoras a las 8h en punto, pero había sido un sueño profundo y reparador. Un buen desayuno, un par de cafés, coches clásicos aparcados junto a las tiendas. Mientras recogíamos varios Raideres se acercaron a saludarnos. Gente amable. El año que viene volveremos seguro. 

    No sé cómo pero logramos cargar en la RT las dos tiendas y todo el material de acampada y equipaje de los dos, y nos fuimos para casa. Habíamos dormido poco, así que decidimos volver por autovía. Un regreso plácido y tranquilo. Al mediodía ya estábamos en el kalifato comiendo con la familia, listos para pasar en el sofá la clásica tarde de domingo, después de 36 horas muy bien aprovechadas. Hasta el año que viene Raiders.

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  • Huyendo de la borrasca Nelson por la Sierra de Segura, la Sierra de la Sagra, y la Sierra de Castril

    Era mi tercer día en el Camping Cazorla Montillana, junto al Embalse del Tranco, y mi plan era subir hasta Santiago de la Espada, para luego, siguiendo el curso del río Zumeta, justo en el límite nororiental de Andalucía, avanzar hasta las Juntas de Miller, y desde allí, regresar cerrando una ruta circular, siguiendo el curso del río Segura.

    Toqué el techo y comprobé que estaba seco, a pesar de las 48 horas de lluvia constante. Sin embargo, al salir del saco, noté enseguida que el suelo estaba mojado. Había acampado bien, con leve pendiente para que no se estancara el agua, colocando un plástico bajo la tienda,  y una manta aluminizada en el interior. Normalmente, esa triple capa aislante es suficiente para que puedas dormir seco sobre tu colchoneta. En esta ocasión no fue así. Toda la manta estaba húmeda, y en alguna zona empapada. A pesar del saco de plumas tenía frío, sin duda por haber pasado la noche sobre una colchoneta húmeda. Cuando pasado un rato salí de la tienda, comprendí el motivo: por debajo corría un curso de agua de unos dos centímetros, y contra eso, no se puede hacer nada.

    Estaba indeciso y tardé mucho en salir del saco. Andar en moto con lluvia me gusta y no quería renunciar a mi plan. Sin embargo, todo estaba húmedo en el interior de la tienda, incluída mi ropa, y no quería resfriarme. Llovía tanto, que una vecina se acercó a la tienda para ver si estaba bien. Le dije que no se preocupara y me insistió en que me fuera a su caravana para tomar algo caliente. Se lo agradecí y seguí pensando. Decidí que no podía pasar una noche más en esas condiciones, y me puse a empaquetar tranquilamente. Podía coger la carretera del Tranco a Villanueva, y ahí, enchufarme a la autovía hasta Córdoba, que hubiera sido, dadas las circunstancias, lo más cómodo y sensato. Sin embargo, opté por un plan intermedio, que era hacer la ruta que tenía prevista para el día siguiente: volver a Córdoba por el este del Parque; es decir, subir hasta Santiago de la Espada, disfrutar del puerto de Pontones, seguramente con nieve, luego ir hacia Granada por el puerto de la Losa, en la Sierra de la Sagra, seguramente con nieve, y finalmente bajar a la sierra de Castril, cruzar a Pozo Alcón por el sur, y desde allí regresar a Córdoba por sierra Mágina.

    María tenía su caravana perfectamente acondicionada, con un porche cerrado, estufa, nevera, televisor… Después de recoger la tienda, fue estupendo sentarme un buen rato con ella. Era sevillana, llevaba muchos años viniendo al camping, y me invitó a un buen café y unos magníficos pestiños. Estuvimos charlando más de una hora, entré en calor, pero comprendí que la lluvia no iba a parar nunca, así que le di las gracias y nos despedimos. Sin duda, pasaré a visitarla cuando vuelva por estas sierras.

    Cargar y arrancar la moto sin ayuda, con un suelo blando como mantequilla, fue una aventura que afortunadamente superé con éxito. A la salida encontré a Maribel, la propietaria del camping, que me invitó a volver con mejor tiempo. Sin bajarme de la moto hablamos unos minutos y nos despedimos. Por fin arrancaba un nuevo día de ruta.

    Santiago de la Espada, en el límite oriental del Parque, linda con Albacete y con Granada, está situado por encima de los 1.300 metros, y muchos inviernos se queda incomunicado por la nieve, a veces durante bastantes días. 

    Para llegar a Santiago desde el Tranco, hay que pasar por el puerto de Pontones, a 1.605 m. de altitud, cota frecuentemente nevada y que en ocasiones, deja incomunicada a Santiago de la Espada. Dudaba si el puerto estaría abierto, pero pensé que a las malas, bastaría con darse la vuelta y buscar un nuevo camino.

    Antes de subir a Pontones hay que bordear las colas del Tranco, pasando por las inmediaciones de Hornos, pueblo encaramado a un pedestal rocoso sobre un cerro, con el caserío alrededor de su castillo, y dentro de un recinto amurallado. He estado muchas veces en Hornos, de camino hacia Río Madera, o simplemente para echar el día y comer unos buenos andrajos con conejo. Hoy, me he contentado con parar la moto, y hacer una fotografía de su icónica estampa montaraz, desde la carretera.

    A continuación, la carretera avanza por la margen derecha del pantano del Tranco, e inicia el ascenso hacia el puerto de Pontones, por una carretera panorámica jalonada por numerosos apeaderos y miradores. Paré en primer lugar, muy brevemente, en el mirador del Vadillo, un humilde apeadero con bonitas vistas de sierra y olivar, antes de iniciar la subida.

    Unos kilómetros después, ya en pleno ascenso, paro en el mirador Los Vallejos, que ofrece las vistas de una de las colas del tranco, con olivar en primer plano, sierra en ambos lados, y al fondo  las cumbres nevadas de Las Lagunillas, sumergidas en la niebla.

    El día, que empezó soleado, ya se ha nublado por completo cuando llegamos al Mirador Morra de los Canalizos, en el que definitivamente nos despedimos del valle. La vista es la  misma que la anterior, pero ahora desde mayor altura. En la imagen se contemplan dos de las típicas aldeas de esta zona. La primera, a la derecha en el olivar, es el Carrascal, y  más al fondo, a la izquierda a media ladera, la Platera, así llamada por su industria de la plata en la época romana.

    A partir de La Platera, aparecen varias curvas de herradura combinadas con rampas importantes, la luz disminuye, la lluvia pasa a convertirse en pequeños granos de hielo. Paso sin parar por varios miradores, estoy ansioso por descubrir si hay nieve y si el puerto está abierto. Más arriba, poco antes de las Casas de Carrasco, se corona un collado, y empieza a aparecer la nieve. Paro en un apeadero y tomo la primera fotografía de esta subida.

    Unas pocas curvas más arriba, el suelo ya es un manto blanco de nieve espesa. Paro en un mirador y compruebo que no se ve nada en la distancia a través de la niebla, sin embargo, es muy bella la imagen de los pinos en primer plano, con sus ramas cargadas de nieve.

    El suelo está resbaladizo y la entrada y salida del mirador es algo complicada porque la nieve pisoteada se convierte en hielo. Estoy un poco intranquilo por la ausencia de tráfico, y pienso que tal vez el puerto esté cerrado.

    Continuamos, y dejamos a la derecha una bella imagen de Pontones bajo la nieve, lugar donde nace el río Segura, y enseguida coronamos los 1.605 m. del puerto de Pontones, que afortunadamente, está abierto. Ahora el paisaje cambia, hay pocos árboles y escasa vegetación, como corresponde a la alta montaña.

    Hay una zona de altiplanicie con grandes rectas, y puedo parar tranquilamente a hacer fotografías desde el centro de la carretera.

    Poco después del puerto, llegamos a Santiago de la Espada, la nieve ha desaparecido por los 300 m. de desnivel negativo. Al llegar, paré en una gasolinera para decidir el resto de la ruta.

    La primera opción, sin duda la más sensata en un día de nieve, era proseguir por la misma A-317 hasta la Puebla de Don Fadrique, y luego continuar por la A-330 hasta Huéscar.

    La otra opción era abandonar la A-317 poco después de pasar el río Zumeta, y tomar A-4301, que penetra en el pinar de La Lobera, buscando el puerto de La Losa  y la Sierra de la Sagra, para terminar en la Sierra de Castril.

    La segunda opción era mucho más apetecible, pero también incierta, porque si el puerto de Pontones con 1.605 m. estaba nevado, el puerto de La Losa, con 1.766 m. podría estar cerrado, y obligarme a desandar muchos kilómetros.

    Por una vez, decidí coger la ruta más segura, y abandoné Santiago de la Espada en dirección a la Puebla de Don Fadrique. Fue un tramo muy agradable, estaba contento por el precioso tramo nevado que acababa de cruzar, y ahora el día se abría y salía el sol, un sol potente que templaba el día y secaba un poco mi ropa mojada. Surfeaba bajo el sol escuchando a los Planetas cuando crucé el río Zumeta. Unas pocas curvas después salió a la derecha la A-4301, y de una forma imprevista y casi instintiva, cogí el desvío y puse rumbo al puerto de La Losa. Efectivamente, el día se había abierto, el sol brillaba, y era el momento perfecto para acometer un nuevo ascenso. Además, dos días antes había conocido en el Mirador de Las Palomas, a un motorista argentino que me recomendó subir al poco conocido y nada transitado puerto de La Losa.

    La A-4301 es una carretera magnífica, que con algo de cuidado, se puede hacer con cualquier moto. Es estrecha, parcheada, a tramos rugosa, y a veces algo rota, sin arcén, sin pintar, sin tráfico… vaya, la carretera perfecta para un cazador de puertos de montaña. Esta carretera, puede rivalizar con la Carretera Sin Nombre, por lo agreste  y solitario del entorno.

    Al principio, hasta la zona del pinar de La Lobera, hay bastantes curvas, pero entonces se entra en una zona de grandes rectas en las que, por la visibilidad total y la ausencia de tráfico, puedes ir bastante rápido. Con el paso de los kilómetros el día fue perdiendo luz, y a ratos caía una débil llovizna. Conforme el ascenso se iba pronunciando, iban desapareciendo los árboles y volvíamos a entrar en un paisaje cárstico. Cuando coronas el puerto a 1.766 m, no hay ningún cartel que lo indique, pero pasas entre taludes de roca blanca, en la más absoluta soledad. No había nieve en el puerto, apenas algunas pequeñas manchas aquí y allá, pero se divisaban cumbres nevadas en el entorno, en el que la Sierra de la Sagra, alcanza los 2.400 m de altitud.

    Paré unos minutos a disfrutar de las vistas: alta montaña con escasa vegetación, cumbres nevadas a lo lejos, bajo un cielo gris cargado de nubes amenazantes. 

    Subí a la moto para continuar la ruta. Desciendes la ladera de la montaña por una sucesión de curvas de herradura, a través de una carretera estrecha y rugosa. Después desaparecen las curvas extremas, pero el descenso es muy pronunciado.

    El clima en la montaña es muy cambiante, y un día abierto puede torcerse, y levantarse una ventisca de nieve en cuestión de minutos. De repente empezó a nevar. Tengo alguna experiencia conduciendo por montañas con nieve, pero nunca antes había conducido bajo una nevada. Al principio lo festejé, después me sentí intranquilo. Cada vez nevaba más y además cayó la niebla. No veía nada a mi alrededor, y sólo podía distinguir unos metros por delante de la moto, afortunadamente provista con potentes focos leds. Iba muy despacio y fue una tranquilidad superar las curvas de herradura y entrar en una zona más baja de largas rectas. Cada vez nevaba más y tenía muchísimo frío. Llevaba unos guantes de verano porque los de invierno iban en la maleta completamente calados por la lluvia de los días previos. Los copos de nieve eran tan gordos que cada 5 segundos la visera del casco era una pared blanca que tenía que limpiar con el guante. Meter y sacar las manos en las manoplas de invierno de la moto, para limpiar la visera, durante un rato que me pareció una eternidad, fue realmente incómodo. Me dió por pensar que estaba sólo en alta montaña, en medio de una nevada, y sin ver ningún coche desde hacía horas. Pensé que si me caía o simplemente pinchaba, más me valía tener cobertura móvil para pedir ayuda, o podría morirme allí congelado. Pensé también que nunca más me metería sólo en la boca del lobo. También pensé que si llevara una cámara filmando desde la moto, esas imágenes del descenso del puerto de la Losa bajo una intensa nevada serían míticas. No me atreví a parar y hacer fotografías. Lo único que quería era salir de allí, pero aquellas largas rectas no terminaban nunca, y la nieve tampoco. Sentía que me castañeaban los dientes y me agarraba con fuerza a los puños calefactados de la moto.

    Ni Arguis, ni Millevaches, ni Stella Alpina, ni Eskimós. Estaba teniendo mi experiencia invernal más extrema al lado de mi casa. 

    Por fin llegamos a un cruce. Hacia la derecha, una pequeña carretera conducía hasta el interior de la Sierra de Castril y desde allí a Pozo Alcón, Sierra Mágina y Córdoba. Esa era mi ruta original, pero iba muy al límite, cansado, hambriento, helado de frío, y aún seguía nevando, así que seguí recto hacia el sur, para llegar a Huéscar lo antes posible, y buscar un bar donde recuperarme.

    Poco después entré en Huéscar, encontré el Bar Stop en un cruce, aparqué en la puerta, entré, y pregunté si se podía comer. Eran las 15:30h, cerraban a las 16:00h, y habían apagado las parrillas, pero si quería podía calentarme algo de lo que tenían preparado en la vitrina. Pedí dos vasos de vino seguidos para entrar en calor, después seguí con agua. Me sirvió un plato abundante, mitad albóndigas en salsa, y mitad carne con tomate, con un montón de patatas fritas caseras, y su pan. Comí y bebí como un náufrago. Cuando me senté estaba tiritando. Después, el vino y la comida hicieron su trabajo y enseguida me encontré mejor. El bar estaba atendido por cuatro personas que parecían ser el padre, la madre, y las dos hijas. Se trataban con cariño y complicidad. Yo se lo pongo. No, déjame a mí. De eso me ocupo yo…. Conmigo fueron amables, me dieron muy bien de comer, y me permitieron quedarme un rato más mientras ellos recogían. Si el Bar Stop estuviera en Córdoba, iría todos los días. Suscribo la reseña que les pone un lugareño en internet: Comidas y tapas caseras, ambiente familiar, trato excelente, muy recomendable, sencillez, inteligencia y amabilidad. Si vienes a Huéscar es visita obligada este clásico Bar.

    Después de la abundante comida y los dos vinos, me tomé dos cafés, y puse un mensaje a casa,  ya había salido de la sierra y llegaría en unas cuatro horas, viajando por autovía. 

    Efectivamente, bajé hasta Baza, donde encontré rachas de viento y manchas de nieve en las cunetas. Bordeando la Sierra de Baza, llegué hasta Guadix, y allí me incorporé a la A-92. En este tramo del viaje hasta Granada, siguió cayendo nieve, sobre todo a la altura del Puerto de la Mora en la Sierra de Huétor. También había algo de viento, pero sin llegar a ser molesto. Fue impresionante ver más de veinte camiones quitanieves parados en cada puente sobre la autovía, con los rotativos encendidos, preparados para bajar a la autovía en cualquier momento. Paré un momento en una gasolinera para repostar, y comprobé que el día allí, seguía frío, ventoso y desabrido. Poco después llegué a Granada, y a partir de ahí, se abrió el día, salió el sol, y me enchufé en vuelo rasante hacia el califato.

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  • La ruta más salvaje del Parque de Cazorla, Segura y Las Villas: desde el Tranco hasta el Aguascebas, por la Carretera Sin Nombre.

    No había parado de llover en 16 horas, y yo aún no sabía que era el comienzo de la borrasca Nelson, y que iba a disfrutarla durante varios días en plena naturaleza. Llevaba mucho rato despierto, sintiendo caer las gotas de agua sobre la tienda de campaña, como una nana lisérgica que me impedía salir del saco de dormir. Llevaba horas esperando que escampara para salir de la tienda y empezar el día. Sobre las 9h miré la predicción del tiempo y comprobé que la lluvia no iba a parar. Así que me vestí, me subí a la moto, e inicié lo que terminaría siendo un día magnífico, una ruta circular con inicio y fin en el Camping Cazorla Montillana, junto a la presa del pantano del Tranco, recorriendo el corazón de la Sierra de las Villas.

    A pesar de su cercanía al valle turístico, del que está separada por apenas una franja de tierra que se cruza andando en un día, es una sierra mucho más virgen y solitaria que sus vecinas Cazorla y Segura, con las que integra el Parque Natural. El motivo, sin duda, es la escasez de vías de comunicación. Hasta hace unos años, sólo había en estas sierras caminos de tierra.

    Recuerdo perfectamente la primera vez que anduve por esos caminos. Fue en el año 1995. Mi amigo Miguel estaba casado con una chica de Villanueva del Arzobispo, me presentaron a su hermana, y aquel verano Miguel y yo estuvimos saliendo con las dos hermanas, y andamos bastante por la sierra de Las Villas, con un Nissan Patrol que tenía Miguel. Tanto él como su mujer eran olivareros, tenían buenas fincas con cortijos y las trabajaban ellos mismos. Recuerdo alguna noche muy lorquiana celebrando en una ermita, con vino y matanza, el feliz final de la cosecha de la aceituna, arreglados de fiesta, bailando bajo la luna rodeados de las cuadrillas y las familias de los cortijos cercanos. Ahora todo aquello me parece un sueño muy lejano. Unos años después Miguel murió en el olivar. El olivar de montaña es peligroso. Iba en el remolque del tractor, sentado sobre la aceituna. Bajaban una ladera, iban al molino. El remolque volcó y allí debajo se quedó Miguel. Fue un helicóptero del 061, pero no pudieron hacer nada.

    Miguel, hasta que se casó vivió con sus padres en Linares, pero tenían la finca familiar en Villanueva del Arzobispo. Amaba estas sierras y yo empecé a andarlas con él, y con las dos hermanas, en su Nissan Patrol.

    La A-6202, es la carretera que une el pantano del Tranco con Villanueva del Arzobispo, siguiendo en todo momento el curso sinuoso del río Guadalquivir, que tras fundirse con otros caudales en el embalse del Tranco, después continúa su camino por la Sierra de las Villas, saliendo ya del Parque Natural en Villanueva del Arzobispo, a cuyo término municipal pertenecen parte de estas sierras. Esta carretera, magnífica para recorrerla en moto, se construyó a mediados del siglo pasado, y fue muy importante para comunicar con otras comarcas a las gentes de la sierra, que hasta entonces sólo disponían de caminos de herradura.

    Tomando esta carretera desde el pantano en dirección Villanueva, muy al principio se encuentra el Mirador Fuente Negra, en el que hice la primera parada del día.

    El mirador debe su nombre al Poblado de Fuente Negra, que está situado cerca de la rivera del Guadalquivir, justo debajo del mirador, y al que se puede acceder desde el Charco del Aceite, al que llegaríamos poco después. El poblado se construyó para albergar a los obreros que construyeron la presa del Tranco, y hace unos años se rehabilitó para el turismo rural. En el río, a la altura del poblado, está el manantial de la Fuente Negra, que vierte su agua en el Guadalquivir por seis grandes caños. En este lugar hubo hace años una zona recreativa y de acampada libre, ya abandonada.

    Desde el mirador, se contempla el paisaje de las repoblaciones de pino carrasco, el que mejor se adapta a la escasez de suelo de estas pronunciadas laderas.

    También puede verse, un poco a lo lejos, olivar de montaña, tan característico de estas sierras, situado en pendientes algo menores, para evitar que la lluvia arrastre el suelo fértil. Es muy andaluz el contraste del verde oscuro de los olivos, con la claridad del suelo calizo.

    Hacia el otro lado, de donde venimos, puede verse la presa del Tranco de Beas, con 92 metros de altura. Actualmente este pantano es el de mayor volumen de la provincia de Jaén. 

    A pesar de la incesante lluvia, la niebla cubría las zonas más altas, y sólo las gotas de agua rompían un profundo silencio. Después de un rato en el mirador, continuamos la marcha.

    Unos pocos kilómetros más adelante, se abandona la A-6202 para tomar la carretera sin nombre, que nos lleva a la ruta más salvaje del Parque Natural de Cazorla, Segura y Las Villas. Salvaje no por el estado de la carretera, sino porque recorre los parajes más agrestes y solitarios de estas sierras, por los que puedes rodar y rodar sin cruzarte con nadie, y desde luego no hay bares, ni tiendas, ni ningún tipo de establecimiento, más allá de alguna casa rural diseminada. Tan salvaje es, que la carretera no tiene nombre, o si lo tiene, aún no aparece en Google Maps, y no es de extrañar, porque hasta hace muy poco se trataba de una pista forestal de tierra. Pista que de jovencillo yo recorrí en el Nissan Patrol de mi amigo Miguel, y que ahora es una carretera recién hecha, aunque afortunadamente, estrecha, revirada y sin pintar. Una carretera de montaña integrada en el paisaje, por la que no hay apenas tráfico. Yo estuve varias horas recorriéndola, haciendo largas paradas, y sólo me crucé con la C15 de un lugareño, con el rostro curtido de un pastor, o maestro  de rehala.

    Esta carretera empieza en el Charco de la Pringue, y discurre completamente en paralelo a la carretera del valle turístico. La carretera turística va desde el Tranco a Arroyo Frío, y esta va, en paralelo, desde el Charco del Aceite hasta Chilluevar, ya en las inmediaciones del pueblo de Cazorla. Ambas carreteras están separadas por una franja montañosa de tan sólo unos kilómetros de anchura, que se recorre a pie en un sólo día. Yo lo hice una vez, de joven, con el grupo Scout Hellanes de Linares.  Nos hizo de guía un pastor, y fue uno de los mejores raids que he hecho en estas montañas.

    Tan cerca pues, pero tan distintas. La carretera del valle, jalonada por hoteles, restaurantes, gasolineras, empresas turísticas, campings… La carretera sin nombre silenciosa y solitaria, hoy rojiza y acristalada bajo una niebla densa que en las zonas más altas llegaría a ser una pared de humo.

    Como decía más arriba, el primer punto de interés de la carretera sin nombre, es el Charco del Aceite, que la gente de Jaén también conocemos como Charco de la Pringue. Bajas desde la carretera hasta el río, y antes de cruzar el puente, tomas un carril que te conduce a este lugar.

    Se trata de un área recreativa ubicada en un lugar magnífico para darse un baño, ya que tiene un remanso de agua encajado en el mismo cauce del río Guadalquivir, y pinares en sus laderas. Eso sí, el agua está muy fría, aunque la gente es valiente y se baña. El verano pasado estuve aquí visitando a mis hijos que estaban en un campamento Scout, y todos se bañaban. Para mí, personalmente, está demasiado fría.

    Este sitio es de una gran belleza, una piscina natural rodeada de escarpadas montañas rocosas, con los pinos agarrados a las paredes. Abajo, junto al agua, hay mesas de piedra, asientos de madera, y un kiosko bar que sólo abre en verano.

    Además, hay una gran oquedad en la pared rocosa, que sin llegar a ser cueva, sí que te cobija completamente de la lluvia. Así que sin dudarlo, hice allí mi desayuno: pan, queso, y un excelente café recién hecho. Estuve casi una hora con mi café, disfrutando de la soledad y el silencio, viendo caer la lluvia sobre el Charco del Aceite.

    Después, anduve un poco por el entorno, hay una pequeña fuente cuajada de musgo, junto a una bonita escalera de piedra.

    Luego crucé la pasarela que sortea el río, y tomé algunas fotos del joven Guadalquivir, renacido en el embalse del Tranco, sólo unos kilómetros antes.

    Al ir a coger la moto, llegaron tres hombres en un todo terreno y aparcaron a mi lado. Uno de ellos se me acercó amistoso, también era motorista, me dijo que tenía una GS, y que vaya día de perros para coger la moto. Yo le dije que a mí me gustaba. Se rió con cordialidad, y nos despedimos.

    Después de cruzar el río, se inicia el ascenso, y se entra enseguida en una gincana de doce curvas seguidas de 180º, al más puro estilo alpino, por lo que alguien ha bautizado este lugar en Google Maps, como el Stelvio Jienense. Tengo que decir que a mí este tipo de curvas alpinas no me gustan nada, pero de tan despacio como vas, ni siquiera notas la exigencia del trazado. Y vas tan despacio por varios motivos. En primer lugar porque el paisaje es realmente imponente, y sería un desperdicio pasar por aquí demasiado rápido. Pero además, en segundo lugar, te ves obligado a ir despacio porque es una carretera estrecha y revirada, y sobre todo, porque está totalmente cubierta de gravilla suelta, imagino que a consecuencia de su reciente construcción.

    A continuación del Stelvio, la carretera empieza a descender con suavidad, y va fluyendo hasta llegar al Arroyo Martín, en cuyas inmediaciones está la Fuente de los Cerezos.

    Precisamente en este paraje, es donde mis hijos estuvieron de campamento con su Grupo Scout, el Brownsea 624, el verano pasado. Un campamento que recordaré siempre, no sólo porque a mi hijo Máximo lo despertó una noche un zorro mordisqueándole el pelo, sino principalmente porque a mitad del campamento tuve que ir a recoger a Germán, el mayor, para llevarlo a Madrid, al Hospital Central de la Defensa, a hacer las pruebas médicas para el ingreso en la Academia General Militar, donde hoy es Caballero Cadete. Subimos y bajamos a Madrid, en un viaje fugaz, divertido y satisfactorio, y volví a dejarlo en el campamento. Fue entonces cuando quedé fascinado por esta carretera y estas sierras, que llevaba tantos años sin recorrer, y decidí volver con la moto y rodar  por allí con toda la pausa del mundo, en cuanto tuviera ocasión.

    Ubicada en la Sierra de Las Villas, el paisaje de esta zona de acampada controlada, se compone de antiguos pinares de repoblación, y los alrededores presentan grandes atractivos para hacer senderismo, y para disfrutar de magníficas panorámicas de la Sierra de las Villas.

    Además, las instalaciones ponen a disposición del visitante un amplio espacio cubierto para cobijarse del sol y de la lluvia, fuente, barbacoas, y depósitos para los residuos, por lo que es un lugar perfecto para acampar, siempre previa autorización.

    Este paraje debe su nombre a una bonita fuente que hay junto al camino. La fuente es de piedra y consta de un pilón en el que vierten dos generosos caños de agua clara de la sierra. La fuente está situada sobre una pequeña lonja, levemente por debajo del nivel del camino, y dotada en su contorno, de poyetes de piedra, en los que puedes sentarte a descansar, recostado en el arrullo del agua. A su vez, la lonja de la fuente está flanqueada por dos magníficos cerezos, y un venerable olivo, que te recuerda que estás en la prodigiosa sierra de Jaén.

    El lugar queda afeado por unos palés de madera que te marcan el camino hasta el pilón de la fuente. Supongo que si se han tomado la molestia de traerlos hasta aquí, será por que hacen falta.

    A partir de la Fuente de los Cerezos, la carretera sigue siendo extrema por sus dimensiones y por la soledad y virulencia del entorno, pero el trazado se vuelve más sereno, ya ha quedado atrás la zona del Stelvio. Ahora, la sensación de soledad es cada vez mayor, sin duda aumentada por la niebla, que va siendo más densa conforme vamos ganando altura. Desde la Fuente de los Cerezos hasta las proximidades del Embalse del Aguascebas, es el tramo más agreste y solitario. Al coronar una subida, encontré junto al camino, dos hermosos mastines tumbados bajo la  lluvia. Sentí inquietud, porque estos animales tienen un fuerte instinto protector de sus cortijos y sus rebaños, sin embargo no movieron ni un músculo, apenas me siguieron con la mirada. Pensé que debían ser perros de rehala, feroces con los jabalíes, pero muy dóciles con los humanos. El mastín de pastoreo marca su territorio y te pone en apuros. Y efectivamente, esta zona no parece muy ganadera, y sin embargo, sí que te vas encontrando, cada trecho y con frecuencia, tablillas rojas que indican a los cazadores que están en una zona de seguridad, donde no pueden disparar por haber una servidumbre de paso. Y es que en efecto, esta zona es “reserva de caza”, es decir, un área protegida para el mantenimiento de la vida salvaje, con el propósito de la caza. En general, yo no soy anti caza, siempre que se respete la ley, sin embargo cazar en un lugar como este es una idea que me produce rechazo. Más que reserva de caza, estas sierras deberían ser reserva de la humanidad. Y de hecho lo son. Estas sierras están declaradas no sólo Parque Natural, sino también Reserva de la Biosfera (U.N.E.S.C.O.), Zona de Especial Conservación (Z.E.C.), y Zona de Especial Protección de las Aves (Z.E.P.A.). 

    La cuestión es que se permite la caza controlada de animales, con el objetivo de pagar gastos del parque,​ y claro, por el camino se asumen los daños para el ecosistema.

    No escuché disparos, pero algo más adelante me encontré otro mastín, andando sólo por el camino. Me venía de frente y al yo aproximarme, se paró en seco, se me quedó mirando, y me dejó pasar. Poco después me crucé con la única persona que vi en todo el recorrido, un hombre que conducía una C15, iba tan despacio que pude verlo perfectamente, era pequeño, de piel oscura, muy curtido por el aire libre. Como dije antes, bien podría ser un pastor, o más bien, un maestro rehalero.

    Tras un descenso suave, la carretera vuelve a subir, hacia el costado derecho, siguiendo la ladera de la montaña, salían algunos caminos, que conducían a la espesura del bosque. Deseé llevar una moto ligera para poder recorrerlos, aunque ese día tampoco hubiera sido posible, porque toda la sierra era un barrizal después de tanta lluvia.

    Cuando coronamos la subida, la niebla era esponjosa y había poca visibilidad, entonces encontramos a la derecha del camino, el siguiente punto que íbamos buscando, el Mirador del Tapadero.

    Desde el Mirador del Tapadero, hoy sólo puede verse un abismo de humo, pero en días abiertos, este mirador ofrece una impresionante panorámica de la Sierra de Las Villas, con sus paredones verticales, y olivar de montaña en las pendientes más suaves de las zonas bajas, donde hay suelo más fértil para la agricultura y la ganadería y por tanto, con más presencia humana.

    A su vez, las laderas de roca caliza, que son refugio y criadero de aves rapaces, contienen las alineaciones de pinos repoblados, y en las zonas más inaccesibles, los últimos reductos del bosque mediterráneo original. Y generalmente, es posible contemplar el vuelo de buitres y alimoches, ascendiendo con las corrientes de aire caliente, desde el fondo del valle.

    Hoy sin embargo, lo que puede verse es un enigmático abismo de tinieblas, que emerge del valle húmedo y silencioso.

    El mirador, a pesar de lo imponente del lugar, no está dotado de ningún equipamiento. Contrasta con los miradores del valle turístico. Aquí no hay muretes de piedra, ni balizas de madera, ni paneles explicativos, ni mucho menos mesas y asientos. Sólo hay unos escalones de hormigón empotrados en la roca, que dan acceso a un podio voladizo que cuelga en el abismo, con la única protección de una barandilla de obra en mal estado, y unos alambres. Por si quedaba alguna duda: estamos en la carretera sin nombre, en la ruta más salvaje del Parque.

    La carretera continúa y la lluvia también, sin embargo conforme vamos descendiendo la niebla se va disipando. No nos cruzamos con nadie, pero pasamos junto a dos casas forestales. El descenso acaba por finalizar en un espléndido valle en el que tenemos prevista nuestra próxima parada. Estamos en el Área recreativa de La Cueva del Peinero.

    Recuerdo vívidamente cuando Miguel me habló de este lugar por primera vez, pero nunca antes había venido hasta aquí.

    Estamos en un profundo valle rodeados por abruptas montañas rocosas, hoy coronadas por la niebla, y por el valle discurre el río Aguascebas entre sauces y chopos.

    Es fácil imaginar a Walt Whitman en un lugar como este. Un lugar perfecto para venir en una época más templada, pasar el día con la familia, y andar el corto sendero que lleva hasta el refugio La Cueva del peinero, rincón de gran belleza que ofrece un paisaje con profundos tajos, abruptas crestas rocosas, frondosa vegetación y agua abundante. En los roquedales, además, es fácil encontrar la preciosa viola cazorlensis,  endémica de estas sierras.

    El refugio de montaña antiguamente utilizado por cazadores, hoy se ha convertido en una casa rural con tres dormitorios y capacidad para hasta 10 personas, a un precio que oscila los 20€ por persona y día. Me parece un lugar increíble para hacer una reunión invernal de motoristas, o para ir con la familia. De hecho, pienso hacer las dos cosas.

    Por lo demás, este paraje debe su nombre a una tradición local: se dice que una cueva cercana estuvo habitada en verano por un artesano que fabricaba utensilios de madera de boj, destacando especialmente los peines para el cabello. Que yo sepa, la cueva del peinero no está particularmente identificada. Un motivo más para explorar e imaginar. Recuerdo ahora cuando era niño, y acompañaba a mi padre al campo a ver cultivos. Cada casa abandonada era un misterio. Siempre íbamos buscando la casa de Orzowei.

    Bajamos al río para sentir el rumor del agua, y paseamos unos minutos por el valle, solitario y húmedo.

    Después continuamos la ruta, ahora en ascenso, entrando en la última parte del recorrido, que conduce al Embalse del Aguascebas. Pero antes, hicimos una parada, a la altura del Collado del Pocico, donde nos tomamos algún tiempo para contemplar las montañas sumergidas en la niebla. En los días claros, desde aquí deben verse picos de en torno a los 1.800 m. como El Blanquillo, El Cubo, o Los Hermanillos.

    La carretera avanza, ahora en un suave descenso, y poco a poco vamos abandonando la zona más recóndita de esta ruta. Poco antes de llegar al embalse, encuentro a una pareja que se hace fotos junto a la carretera, y ya en la presa, me cruzo con una apresurada furgoneta de reparto.

    El embalse del Aguascebas es uno de los más pequeños, escondidos y bellos de la provincia de Jaén. Si en el Tranco el agua es de un verde turquesa, aquí el agua es fría y azul.

    Al fondo y en el centro, el embalse tiene un estrecho que da paso a dos pequeñas colas.

    En este entorno hay varios senderos interesantes. Uno de ellos rodea el embalse por el este, pasando por la Cascada del Chorrogil, con una caída de unos 45 metros, en el Arroyo de las Aguascebas del Chorro Gil. 

    Y hacia el oeste, otro sendero nos lleva hasta la Cascada de la Osera. Poco después de abandonar el Embalse, el río Aguascebas se despeña 130 metros en el Salto de la Osera. Se trata de la cascada más alta de Andalucía y la segunda de España.

    Ambos senderos son asequibles y muy recomendables, pero imposibles de realizar vestido de motorista. Mucho mejor venir en coche, alojarse en el Refugio de La Cueva del Peinero,  y pasar dos o tres días recorriendo estos parajes. Además, encontraremos antiguos cortijos y eras, recuerdo de la época de los hornilleros.

    A pocos kilómetros del embalse, la carretera gira bruscamente a la derecha, y se llega a un cruce desde el cual, sale una carretera que nos lleva hasta Chilluévar y después se abre en dos direcciones, una hacia Cazorla, y otra hacia Santo Tomé. Yo opté por continuar en la carretera sin nombre en dirección a Mogón, siguiendo el perímetro occidental de la Sierra de Las Villas. Poco después del cruce, pude ver un ciervo adulto, enorme, majestuoso, muy cerca de la carretera, que al verme dio un gran salto y se alejó corriendo hacia la espesura. Algo después, un cartel te da las gracias por tu visita y te informa de que estás saliendo del Parque. Pero el paisaje sigue siendo bello, aunque cada vez menos montaraz, más domeñado por el hombre. El olivar va irrumpiendo hasta que de pronto, estás en un mar de olivos, pero un mar encrespado de violento oleaje. Mar de montaña, con explosiones de luz amarilla.

    Estaba hambriento  y algo cansado, y tenía que buscar una tienda para comprar pan y fruta, y también una ferretería porque necesitaba piquetas. Llevaba dos días acampado en la montaña y la lluvia no cesaba, estaba en Cazorla en plena borrasca Nelson, y temía que mi tienda terminara calando. Afortunadamente llevaba en la moto un gran toldo de plástico, pero necesitaba piquetas para colocarlo. Así que el plan era acercarme hasta Villanueva del Arzobispo, comer allí, hacer mis compras, y luego completar mi ruta circular por la carretera del Tranco.

    Para ir a Villanueva del Arzobispo desde Mogón, tienes dos opciones, la más civilizada, que es por Villacarrillo, o coger la vieja y rota JV-7042, que te lleva por medio de un paisaje quebrado de olivar, que es el límite exterior de la Sierra de las Villas, por su parte occidental. Por supuesto, elegimos la 7042 y fue un acierto, porque disfruté muchísimo del trayecto. Ya en Villanueva del Arzobispo, fui derecho al Santuario de la Fuensanta. Los santuarios son siempre lugares bonitos con espacios sombreados perfectos para comer y descansar al aire libre. Y desde luego la elección fue correcta, se trata de un lugar amplio, ordenado y opulento, con jardines y algo de arboleda, no mucha, pero sí la suficiente para refugiarte del sol o de la lluvia. Llegué un poco al límite. La braga del cuello la llevaba empapada, y los guantes, a pesar de las manoplas de la moto, también iban empapados. Tenía las manos entumecidas, blanquecinas, acartonadas, y un poco quemadas, de agarrarme con fuerza a los puños calefactados para vencer el frío. Llevaba más de cinco horas andando en moto bajo una lluvia que no era muy fuerte pero sí muy constante. Me tiritaban los labios, así que saqué el camping gas y mientras se calentaban unas albóndigas con tomate, le pegué unos buenos tientos a la bota. El vino, y luego la comida caliente, me ayudaron a sentirme mejor. Después el café terminó de ponerlo todo en su sitio, y en aproximadamente una hora, estaba preparado para continuar.

    Busqué un supermercado que no cerrara al mediodía y lo encontré. Compré el pan y la fruta. El día se puso recio y la lluvia se volvió diluvio. Las pocas personas que había en el interior del súper me vieron entrar embutido en mi impermeable, chorreando, dejando tras de mí un reguero de agua. Me miraron un poco alucinados. Yo hice mi compra y le pregunté al cajero por una ferretería. Tenía suerte, había una justo en frente del súper, pero quedaba más de una hora para que abriera. El cajero era un chico joven muy agradable, nos caímos bien y estuvimos un rato charlando, de la sierra, de la moto, de la lluvia. Después metí la compra en las maletas y me aposté en el techadillo de la entrada, junto a los carros, dispuesto a aguantar allí, de pie, viendo caer la lluvia, viendo como algunas personas entraban y salían, hasta que abriera la ferretería.

    Para mi sorpresa, ví que una persona entraba en la ferretería media hora antes de la hora prevista. Crucé y efectivamente, me atendieron. Había una mujer y un hombre. La mujer era claramente la propietaria. Joven, rellenita, simpática y atractiva. Estuvimos un rato hablando, estaba alucinada de que yo estuviera en la sierra en una tienda de campaña. Conocía muy bien la sierra y el camping donde yo estaba. No tenía piquetas, ni tampoco clavos o alcayatas gigantes, pero quería ayudarme. Le planteó al hombre que había con ella, la posibilidad de que me las fabricara con la máquina, doblando unas varillas. El hombre no quiso oponerse, pero la miró con cara de válgame el señor la que me van a liar. Les dije que no quería molestar y que buscaría en otra tienda. Entonces el hombre se subió a la planta de arriba a ver qué encontraba, y me ofreció unas piquetas de unos 15 cm, de plástico pero muy robustas, de las que se usan para fijar las mangueras del riego por goteo. Les di las gracias y me llevé unas cuantas. Después reposté en la gasolinera, y por fin, volví a subirme a la moto.

    Ya quedaba sólo la parte final de la ruta, recorriendo la A-6202, la carretera del Tranco, que se construyó a la vez que el gran pantano, y que desde entonces comunica el centro del Parque con el resto de la comarca, y actualmente con la A-32, que une Andalucía con Albacete, alternando tramos de autovía y carretera nacional.

    Durante el recorrido, hice una breve parada en uno de los apeaderos de la carretera, para contemplar y fotografiar el olivar de montaña, ahora mucho más escarpado que el que vimos en las inmediaciones de Mogón, porque aquel estaba fuera del Parque, entre las lomas, y este está dentro del Parque, encaramado a la montaña, bajo paredes de roca, vertiginosamente agarrado a pendientes acaso excesivas para cualquier cultivo.

    Más adelante, pasamos por el punto donde por la mañana habíamos iniciado el recorrido por la carretera sin nombre, en el Charco del Aceite, y algo más adelante, por el mirador de Fuente Negra. Finalmente, llegamos a la presa del Tranco, y allí aparcamos, para pasear un rato por la estrecha carretera de la presa, contemplando a un lado, la central hidroeléctrica y el valle por el que se aleja el Guadalquivir, tras su paso por el pantano; y al otro, la inmensidad del pantano del Tranco bajo la niebla, con su embarcadero, hoy sin ningún movimiento.

    Junto a la presa, está el pequeño poblado del Tranco, en el que hay varios bares y restaurantes. Normalmente es un sitio muy animado, siempre lleno de excursionistas comiendo y bebiendo en sus bares y terrazas. Hoy estaba tranquilo, vacío, apenas dos o tres personas que como yo, paseaban y contemplaban el pantano, bajo la lluvia.

    Después de un rato, hice los tres o cuatro kilómetros que separan el camping de la presa, aparqué la moto en un llano, al resguardo de la caseta de los aseos, cubrí la tienda con el toldo de plástico y mal que bien, las piquetas hicieron su trabajo. Después me metí en la tienda de campaña para no salir hasta el día siguiente. Me quité la equipación. La ropa interior estaba muy fría pero seca, sin embargo el forro térmico estaba mojado en los puños y el cuello. Volver a salir al barro y a la lluvia, para darme una ducha caliente, me pareció una aventura inasequible, así que me desnudé, me sequé, y me puse ropa interior térmica limpia y seca. Bebí vino tinto, y encendí el camping gas para calentar la tienda y preparar la cena. Me hice unos espaguetis con salchichas y tomate frito que me supieron a gloria. Después de cenar me sentía muy bien, estaba cansado, me acurruqué en mi saco de plumas sintiendo la letanía de la lluvia sobre la tienda, y me dormí pensando en la ruta del día siguiente, hacia lo más recóndito de la Sierra de Segura, siguiendo el curso del río Zumeta hasta las Juntas de Miller, para luego regresar al Tranco remontando el curso del río Segura.

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  • Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas: un paseo por el valle del Guadalquivir

    El Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y las Villas, está situado en el noreste de la provincia de Jaén, y es el espacio protegido más grande de España y el segundo de Europa, así como la mayor extensión boscosa continua de toda España.

    Municipios del Parque Natural

    La diferencia entre las sierras de Cazorla, Segura y Las Villas, es puramente administrativa, según la estructura comarcal de la provincia.  La sierra de Cazorla está en el sur del Parque y alcanza hasta la piscifactoría del río Borosa. Todo lo demás es Sierra de Segura, la más extensa, a excepción de una pequeña parte de la sierra, ubicada en la zona occidental y central, entre la carretera del valle, la A-319, y la carretera que une la presa del Tranco con Villanueva del Arzobispo, la A-6202. Esa pequeña parte del Parque es la Sierra de Las Villas.

    Ubicación de las diferentes sierras en el Parque Natural

    A nivel paisajístico, así como por la fauna, flora y cultura de la zona, puede decirse que todo el Parque tiene una identidad única. Sin embargo, a día de hoy, hay grandes diferencias entre las tres sierras. La sierra de Cazorla es la más masificada  y castigada por el turismo, mientras que Segura y Las Villas se conservan más vírgenes y agrestes, sobre todo esta última, en la que a día de hoy no hay hoteles ni restaurantes, y mucho menos gasolineras o empresas de servicios turísticos. Sólo hay un par de ventas y algunas casas rurales. Por la sierra de Las Villas aún puedes andar horas y horas, creo que incluso días, sin encontrarte con nadie, como en los viejos tiempos, pero eso lo contaré en otro artículo.

    Las sierras de Cazorla, Segura y Las Villas, han sido siempre un punto cardinal en mi vida. Me crié a sólo 80 kilómetros del Parque, y desde muy niño he visitado y amado estas sierras. De pequeño venía con mi padre, y en verano a los campamentos. Ya adolescente venía con los amigos, en autobús, haciendo auto stop, o incluso con nuestros primeros coches, coches míticos como el Seat 850 de Luis Carlos o mi Seat 133. Eran viajes iniciáticos que me evocan mil aventuras por los paisajes de estas sierras. En este artículo revisitamos algunos de esos lugares, y recordamos algunas de esas historias.

    El plan para hoy era sencillo, apenas 100 kilómetros rodando tranquilamente, y haciendo numerosas paradas entre Cazorla pueblo y la presa del pantano del Tranco, es decir, un recorrido por el valle del Guadalquivir, que es la zona más turística del Parque.

    Para empezar, decidí hacer la primera parada en La Iruela, aldea situada al norte del pueblo de Cazorla, tan cerca que prácticamente están unidas, y muy conocida por su castillo. Quería subir al castillo porque nunca antes lo había hecho. Sin embargo, la calle que sube desde la iglesia está empinadisima, y desistí de meterme por ahí con mi moto de 300 kilos. La opción era aparcar y subir andando, pero no es agradable subir cuestas vestido de motorista, así que esa visita queda pendiente para otra ocasión que vaya con coche y ropa cómoda. Esta vez, opté por parar un rato en la bonita Fuente de la Iruela, que está justo debajo del castillo. Es una fuente de 4 caños que vierten sobre unas canalizaciones labradas en el suelo, que conducen a una gran pileta, y que en el pasado movía un antiguo molino, por lo que es conocida como la Fuente del Molino.

    La fuente del Molino, bajo el castillo de La Iruela
    La fuente del Molino II

    Más adelante, se pasa Burunchel, se queda atrás el ya lejano paisaje de olivar, y se asciende hasta el Puerto de Las Palomas, en el que hay sendos miradores, hacia las dos vertientes de la montaña. Yo paré en el mirador que da al valle del Guadalquivir, desde el que se divisa a la derecha la Cerrada del Utrero, donde el Guadalquivir se ha abierto camino durante miles de años, creando una profunda garganta, en la que vierten sus aguas las cascadas del arroyo de Linarejos, y a la izquierda y abajo, Arroyo Frío, pedanía de la Iruela que en los últimos años se ha convertido en uno de los centros neurálgicos del turismo del parque.

    Panorámica de la cerrada del Utrero desde el puerto de Las Palomas

    Estuve un buen rato en el mirador, paré a comer algo, y conocí a un motorista argentino, un tipo amable de verbo fácil, que viajaba en una Transalp con su perro Mingo. Era curioso ver al perro agarrado a la moto con un arnés, protegido con sus gafas de esquiador. Me explicó que el perro estaba acostumbrado y viajaba agusto, aunque me pareció que estaba un poco estresado. El argentino vivía en la zona y estaba dando un paseo. Me recomendó recorrer el puerto de La Losa en la sierra de La Sagra, que visitaría dos días después, por cierto bajo una intensa nevada.

    Mingo, el perrito motorista, en el Puerto de las Palomas

    En el año 2001 ardieron aquí, en el Puerto de las Palomas, unas 800 hectáreas de forma intencionada, y se tuvieron que desalojar las poblaciones de Burunchel y Arroyo Frío, por la proximidad de las llamas, por lo que hubo que repoblar esta parte del monte. Y da la casualidad de que yo pasé por aquí con la moto en aquellos días. Iba con mi mujer, que entonces era mi novia, y nos dirigíamos a Hornos por el interior del Parque. Recuerdo la imagen bestial desde la moto, del suelo completamente negro y aún humeante.

    Todo el rato se va por la A-319, carretera de montaña muy revirada, sin pintura ni arcén, pero con una anchura suficiente y un asfalto en perfecto estado. Desde el puerto se inicia el descenso hasta un cruce donde hay un apeadero con una fuente, un arroyo y un kiosko. En este punto, me desvié para tomar la JF-7091, que conduce a varios lugares de interés, de los cuales yo había elegido tres para el día de hoy: la Fuente del Oso, la Cerrada del Utrero, y el Puente de las Herrerías.

    La Fuente del Oso es uno de esos lugares que pertenece a tu propia mitología. Andando por la sierra, hace 35 o 40 años, mis amigos, con los que yo había estado hasta unos días antes, conocieron en la Fuente del Oso a Antonio, alicantino de Elche que andaba recorriendo la sierra en solitario, que, según me contó cuando nos conocimos y paró en mi casa y nos hicimos amigos, por las noches ahuyentaba el miedo recordando cómo Astérix y Obélix dominaban a los jabalíes. Era un tipo excepcional. Nos hicimos grandes amigos. Se emparejó con mi amiga Alicia. Se compró una BMW K75 y tuvieron un accidente. Se encontraron un camión parado en medio de la carretera al salir de una curva. Antonio se mató. Alicia, con tiempo y cuidados, pudo recuperarse. Han pasado  casi cuatro décadas pero nunca lo olvidaré, y siempre que vengo a  Cazorla, hago por venir y sentarme un rato en la Fuente de la Oso.

    La fuente está situada en la margen izquierda de la carretera JF 7094, que lleva hasta el Parador Nacional de Cazorla, y el refugio del Sacejo. Es una sencilla fuente de piedra con tres caños que vierten sobre un pilón, y está situada en un llanete con mesas y asientos de piedra. Siempre ha sido un lugar solitario y tranquilo, aunque ahora tal vez menos porque han señalizado un sendero que parte de la misma fuente y lleva hasta el Puente de las Herrerías; aparte de que, actualmente en Cazorla ya no hay parajes solitarios, salvo que te metas monte adentro, claro está.

    La fuente del Oso
    La fuente del Oso II

    Después de un rato, volví a la moto para desandar los últimos kilómetros, y avanzar hasta la Cerrada del Utrero, una profunda garganta por la que avanza un río Guadalquivir muy joven e impetuoso, casi un niño que ha nacido a sólo 20 kilómetros de ese lugar. Se trata de un paraje fresco y pintoresco, en el que rompen las cascadas del Linarejos, uno de los muchos arroyos que nacen en la sierra y vierten en el Guadalquivir. Puedes recorrer la cerrada y contemplar la cascada desde muy cerca, por un sendero en general fácil, aunque en algunos puntos un poco exigente para personas mayores. El sendero recorre la cerrada,  y luego gira a la izquierda siguiendo su trazada circular, en lo que resulta ser un mirador de dos kilómetros, desde el que se contempla todo el valle del río flanqueado por las montañas. He hecho muchas veces este sendero y es muy recomendable, teniendo claro, eso sí, que por su ubicación y accesibilidad es un sitio muy transitado, y a día de hoy, creo que es casi imposible visitarlo en solitario, ni siquiera entre semana.

    Letrero del río Guadalquivir, en el puente sobre la cerrada del Utrero
    Principio de la cerrada del Utrero, antes de la cascada

    Pocos kilómetros más adelante, se llega al Puente de las Herrerías, situado en las cercanías del nacimiento del río Guadalquivir, en el término de Quesada, el pueblo de Zabaleta. Es un puente de bóveda única y la luz del arco es de unos 7 metros. Está muy bien conservado, y según la leyenda fue construido por los caballeros de Isabel la Católica en una sola noche. La reina iba en campaña a la conquista de Baza y habiendo salido por la mañana de Quesada, hizo noche en el paraje donde ahora se encuentra el puente. Como el río bajaba crecido por las lluvias de otoño y siendo imposible vadearlo, los caballeros del séquito construyeron este puente durante esa noche. También se cuenta que a lo largo de esa noche, los caballeros herraron los caballos al revés para confundir el sentido de la marcha a los moros que venían persiguiendo a la Reina. La verdad es que es una leyenda extraña, porque fue la Reina católica la que bajó de la meseta y vino al sur a perseguir a los  moros, a los gitanos, y a los judíos, y no al revés.

    En cualquier caso, es un puente maravilloso que se integra perfectamente en el paisaje. 

    El puente de las Herrerías

    Remontando el río desde el puente, se puede llegar al nacimiento del Guadalquivir en coche por una pista de tierra en la margen derecha, o andando, por un sendero en la margen izquierda. Junto al puente hay mesas de merendero construidas en madera, una fuente, un kiosko que sólo abre en verano, y pequeños senderos que bajan a la orilla del río. Un río infantil de agua transparente con reflejos verdosos, que más adelante embalsado en el Tranco, dibuja esa lámina turquesa que contrasta con los bosques, y que es tan característica del Parque.

    El río Guadalquivir en el puente de las Herrerías, a 15 km de su nacimiento

    Paré a comer en una de las mesas, y aunque hacía frío y caía una lluvia fina, las otras mesas también estaban ocupadas por familias. En una había un hombre con tres adolescentes, y en otra tres o cuatro matrimonios jóvenes y ruidosos con niños pequeños. Comí, tomé café, y volví a la moto para desandar lo andado hasta el arroyo del Valle, donde retomé la A-319.

    Por delante tenía los 46 kilómetros más turísticos del Parque, a lo largo del valle y hasta la central hidroeléctrica y la presa del Tranco de Beas, embalse del río Guadalquivir, el río Hornos, y todos sus arroyos afluentes, que nacen en la parte más alta de la sierra. 

    En primer lugar se llega a Arroyo Frío, esa pedanía de La Iruela que habíamos contemplado desde el Mirador del Puerto de Las Palomas. En Arroyo Frío puedes contratar todos los servicios turísticos de montaña que puedas imaginar: paseos a caballo, rutas en bugy, excursiones en 4×4, descenso de barrancos, paseos en piragua, rutas de senderismo, rutas con bici de montaña… Además, por supuesto, de una amplia oferta de hoteles y restaurantes. En cuanto al público, pues es bastante parecido al que puedas encontrar en las estaciones de esquí de Sierra Nevada o Formigal, familias con SUV muy caros, y parejitas muy guapas paseando a sus malinois. 

    Esta sobreexplotación turística es un verdadero problema, porque ha crecido la oferta turística pero no lo han hecho a la par las infraestructuras. Así, por ejemplo, la depuradora de Arroyo Frío pensada para unas 400 personas, se ve saturada todos los fines de semana al multiplicarse este número hasta por 10, causando el vertido de aguas fecales sin la suficiente depuración en el río Guadalquivir, con el consiguiente perjuicio para la fauna y flora.

    Durante tres o cuatro años, mi mujer y yo pasamos la Nochevieja y el día de Año Nuevo con los niños en el Hotel Montaña, aquí en Arroyo Frío. Servían una cena de fin de año a base de productos de la sierra que era cosa seria. De aperitivos servían queso y jamón del bueno, paté de perdiz y de jabalí, aceitunas aliñás, y croquetas de boletus. Después venía una mariscada con platos individuales tan grandes que cuando trajeron el primero pensamos que era para todos. Después un asado con patatas panaderas. Dulces navideños, uvas y piñata. Barra libre de cervezas y vinos blancos y tintos con crianza, y después, fiesta con el primer cuba libre incluído. Madre mía, que buenos recuerdos. Al día siguiente desayunábamos en el hotel, dábamos un paseo por la sierra, y terminábamos comiendo y dando un paseo por el pueblo. Uno de esos días compré en una tienda “Los Hornilleros”, libro de Juan Luís González-Ripoll, en el que cuenta la historia de las primeras familias de colonos que poblaron estas sierras, y lo cuenta con una verdad y una autenticidad, que hacen de esta obra una verdadera joya. Yo lo compré porque me lo había recomendado un lugareño que trabajaba como guía de montaña, y me faltará vida para agradecérselo. De hecho, como han pasado ya algunos años, voy a releerlo y subir al blog una reseña. Este libro es único para conocer de verdad los valores y la historia de esta sierra y sus gentes.

    Seguimos por la A-319 y el siguiente punto de interés es Torre Vinagre, donde hay un centro de interpretación y un jardín botánico. 

    En el jardín botánico pueden conocerse las plantas más representativas del parque, destacando 24 especies endémicas de este territorio, como la violeta de Cazorla o Viola Cazorlensis, para mí, el mejor emblema de estas sierras.

    Viola Cazorlensis

    El centro de interpretación cuenta con varios espacios en los que se puede ver una representación de los sistemas ecológicos y fauna que hay en el Parque Natural, también hay sala de proyección, museo de caza, tienda, y zona de bar y restaurante. Es un edificio agradable, de piedra, de una sola planta, y porticado en la zona frontal con una amplia galería con bancos. Yo recuerdo este sitio desde siempre, era para nosotros como un refugio. Por fuera permanece igual, pero por dentro antes era mucho más sencillo, sólo había una sala con muchas cuernas de ciervos, gamos, cabras montesas, cabezas de jabalíes con sus colmillos, urnas con huellas, posters con la flora y la fauna del parque… y poco más. Lo mejor siempre fueron los aseos, siempre impecablemente limpios, y por supuesto las galerías porticadas con bancos, un lugar perfecto para pasar las horas al refugio de la lluvia.

    Justo en frente del centro de interpretación, sale una pequeña carretera que baja y atraviesa el río por un puente, junto al que hay un kiosko y unas mesas de merendero. En el pasado había en este lugar un tejaillo con unos lavaderos. Recuerdo una vez que nos calló un auténtico diluvio y nos refugiamos un montón de amigos en ese lavadero, y allí nos quedamos un día entero con su noche, hasta que escampó. Siguiendo adelante llegas a la piscifactoría, que está junto al Río Borosa, famoso por el embalse de Aguas Negras y las lagunas de Valdeazores de donde viene, y por la cerrada de Elías, que es uno de los lugares más emblemáticos del parque. Llevaba varios años sin acercarme a este lugar, y tenía curiosidad porque me habían dicho que ahora había un centro de interpretación del río Borosa. Así que me acerqué, y la experiencia fue francamente desoladora.

    El centro de visitantes del río Borosa es una especie de hipermercado de la naturaleza, con un parking que no envidia nada a un Carrefour, y una logística de accesos y servicios, propia de lo que ahora es este lugar, una especie de Torremolinos de la montaña. Aparqué con la intención de pasear un poco, pero en menos de 5 minutos me estaba largando de allí, es un espacio domesticado, urbanizado, abarrotado, y que por alguna razón, huele a pis. 

    Aparcamiento del centro de visitantes del río Borosa

    Me fuí con intención de no volver nunca, pero antes me asomé al puente sobre el río, simplemente para estar allí unos minutos, escuchar el torrente del agua, y tomar alguna fotografía. Tuve que esperar unos cuantos minutos para lograr una imagen sin personas transitando por el camino porque, efectivamente, el otrora agreste sendero del río Borosa, hoy parece la vía verde de un parque periurbano.

    Río Borosa
    Río Borosa II

    Volvimos a la A-319 para recorrer los pocos kilómetros que separan la Torre del Vinagre de Coto Ríos, pedanía de Santiago-Pontones, que está justo en el centro de la sierra. Cuando se construyó el pantano del Tranco, sus aguas cubrieron la antigua aldea de Bujaraiza, y para reubicar a sus vecinos se construyó Coto Ríos. Es una aldeita con todo el aspecto de las colonias de repoblación, donde siempre ha habido consultorio médico, varias tiendas, bares y un camping junto al río. Nunca acampábamos aquí porque preferíamos sitios más solitarios, pero tengo mil recuerdos de momentos puntuales cuando  veníamos a comprar provisiones, y alguna vez al médico. Quería comprar pan, una de esas fantásticas hogazas de la sierra, pero era Domingo y todo estaba cerrado, incluso la tienda del camping. La aldea estaba tranquila y solitaria, y mantiene intacto el aspecto que yo recordaba. Siempre he pensado que Coto Ríos es un sitio atractivo para vivir. Estás en el corazón de la sierra, pero tienes todos los servicios básicos necesarios para estar bien. Disfrutas de la sierra todo el año, y en las épocas vacacionales te marchas a algún sitio más tranquilo y ganas un dinero alquilando tu casa. La jubilación perfecta. Ya veremos. Lo único estridente que encontré fue un bar australiano. Ya indagaré otro día cómo ha llegado un bar australiano a Coto Ríos.

    Bar australiano en Coto Ríos

    Desde Coto Ríos hasta la presa del Tranco, hay un sinfín de áreas recreativas, ahora algunas con campings, también hay áreas de acampada controlada, ventas, miradores, y el parque cinegético.

    El primer punto de interés es la Venta La Golondrina, merecidamente famosa por sus truchas con jamón serrano y romero. Además, justo enfrente de la venta, hay una bonita fuente-lavadero de piedra, en la que he llenado muchas veces la cantimplora, aunque en esta ocasión no paré.

    Unos metros más adelante, sale hacia la derecha un camino que conduce a los Llanos de Arance, que antes era una zona de acampada libre junto al río, y ahora hay un área recreativa junto a la carretera, y un camping en la otra rivera.

    Siguiendo por la A-319 y antes de llegar al parque cinegético, se encuentra el camping Fuente de la Pascuala, en lo que fue un paraje clásico de acampada libre de toda la vida, y a continuación, la zona de acampada controlada Los Brígidos, que me es desconocida y debe ser una creación de los últimos años. Entiéndase de los últimos 20 o 30 años.

    Y por fin se llega al Parque Cinegético Collado del Almendral, uno de los puntos más controvertidos de la nueva Cazorla turística. El parque ofrece un tren turístico con un  recorrido guiado de 5 km, por un paraje natural en el que se puede observar en semilibertad a ciervos, gamos, muflones, cabras montesas y otras especies. Aunque no haya en el parque cinegético, hay que mencionar la importante presencia de jabalíes en estas sierras, así como el buitre leonado, el águila real, y el quebrantahuesos, este último en proceso de repoblación. Y entre los reptiles destacan la lagartija valverde y la víbora hocicuda. Para completar esta referencia a la fauna, hay que mencionar algunas especies que lamentablemente están actualmente extinguidas en el Parque, debido fundamentalmente a la caza y al uso de cebos envenenados; así, en estas tierras hubo y ya no hay, lobos, osos, corzos, linces, o buitres negros.

    Además del recorrido en el trenecito, se puede hacer una pequeña ruta de senderismo visitando los miradores del “Castillo de Bujaraiza”, donde se pueden ver corzos moriscos, reintroducidos en este Parque y siendo los únicos ejemplares de toda la Sierra; el mirador “De las Ánimas”, con  magníficas vistas al Pantano del Tranco  y exposición de aves rapaces, así como instalaciones para la cría y reproducción del zorro en cautiverio; y el mirador “Garita Collado del Almendral”, donde se encuentra una antigua garita de vigilancia contra incendios dotada de un telescopio, que permite divisar alguno de los puntos más altos del Parque, como el pico de Las Banderillas, o la Peña Amusgo, entre otros.

    Yo nunca he montado en el trenecito, pero he hecho varias veces el recorrido de los miradores, concretamente en nuestros paseos de Año Nuevo. Es un paseo agradable y las panorámicas merecen la pena, pero claro, es mucho mejor pasear por la sierra y contemplar a los animales en libertad, algo que en estas sierras es sencillo. Además, en el parque cinegético siempre hay gente, y al menos para mí, es mucho mejor disfrutar de la sierra en solitario, o con tu familia o amigos, pero sin compartir la experiencia con un montón de desconocidos. Por otra parte, hay quien se queja de que en este parque se han introducido especies que no son autóctonas de estas sierras, lo que es verdad que no tiene mucho sentido. En fin, es un lugar que puede servir para un paseo ligero sin mayores expectativas, y poco más. Yo en esta ocasión no paré, aunque sí lo hice en el mirador Félix Rodríguez de la Fuente, que está en la misma A-319, sólo unos metros más adelante del parque cinegético.

    Este mirador ofrece una magnífica panorámica del pantano del Tranco. Este pantano recibe las aguas del río Guadalquivir y del río Hornos, y cuando se terminó de construir a mediados del siglo XX, era uno de los más grandes de España. La carretera que parte de su presa y va hacia Villanueva del Arzobispo, facilitó la comunicación de las gentes de estas sierras con otras comarcas, ya que hasta la construcción de la presa y la carretera, sólo contaban con caminos de herradura.

    Desde el mirador, mirando abajo y a la derecha, se observa una isla en cuyo centro se adivina la almena de un castillo, se trata del castillo de Bujaraiza, vestigio de la antigua aldea del mismo nombre, que desapareció, junto a otras, cuando se construyó este pantano. Porque esa lámina de agua turquesa que ahora contrasta con los bosques, antes era una vega fértil llena de huertas que llegaban hasta Hornos. En el pasado, el castillo de Bujaraiza siempre estuvo rodeado de agua, ahora, como se observa en la fotografía, es perfectamente posible acceder a él dando un paseo.

    Isla y castillo de Bujaraiza, en el lecho del pantano del Tranco

    Y si miramos hacia la izquierda, lo que vemos es el agua del pantano, todavía lejana, dejando al descubierto ese lecho que antes fue una vega llena de huertos, entre las montañas que rodean esa zona del embalse: la Hoya del Tamaral, el Hoyo de la Laguna, San Román, el Cerro del Robledillo, y en primer plano en la ribera contraria, el cerro Cabeza de la Viña.

    Pantano del Tranco II

    Después de pasar un buen rato en el mirador, seguí bajando por la carretera del Valle en dirección a la presa. Enseguida se llega a Bujaraiza, donde están los restos del cementerio de la antigua aldea, un lavadero, y poco más. En el pasado fue también un lugar clásico de acampada libre. Ahora han habilitado la zona de acampada controlada La Huerta Vieja, que es nueva para mí.

    Más adelante y ya cerca de la presa, está el Cerezuelo, lugar donde he acampado muchas veces en el pasado, y donde ahora hay un área recreativa, y un mirador al pantano. Y por último, antes de llegar a la presa, está el área recreativa Control Viejo, lugar que antes no existía como tal, o que al menos yo no recuerdo, y en el que actualmente hay aparcamiento y mesas de merendero, aunque lo mejor son las vistas, a la izquierda hacia el muro de contención y el poblado del pantano, y a la derecha hacia el pueblo de Hornos, con su impresionante castillo y el Yelmo detrás. Para acceder a este área recreativa hay que hacer una bajada por una rampa de cemento rayado.

    La verdad es que hoy, Domingo de Ramos, todas las áreas recreativas entre Coto Ríos y la presa están llenas de gente, por lo que las he paseado con la moto pero no he parado en ninguna. Además, aunque siguen siendo lugares de interés por la belleza del entorno natural, cuando te has criado haciendo acampada libre en estos parajes, la verdad es que estas áreas recreativas te dejan un poco descolocado. Sin embargo, hay que reconocer que para una parada en ruta y un almuerzo al aire libre, son unos lugares magníficos.

    En una de estas zonas, no recuerdo si fue en los Llanos de Arance, en Bujaraiza o en el Cerezuelo, tuvimos una vez, hace 30 o 40 años, un pequeño percance. Fuimos a la sierra en el Pimiento, que es como llamábamos al Seat 850 verde de mi amigo Luis Carlos, acampamos en uno de estos lugares, y un día, queriendo ir a Coto Ríos a por provisiones, dimos marcha atrás y destrozamos el cárter con una enorme piedra. Yo no sé si el seguro no incluía grúa o cuál fue el problema. El caso es que pasados unos días nos marchamos haciendo auto stop, y dejamos allí el coche con la idea de recuperarlo más adelante. Pero el tiempo fue pasando y Luis Carlos no encontró el momento, y el coche quedó definitivamente abandonado en la montaña, y durante muchísimos años, allí estuvo, hasta que un día desapareció. Ahora esto me parece un disparate inconcebible, pero era otra edad, y eran otros tiempos.

    Siguiendo por la misma carretera, pasados 3,8 km desde la presa, se llega hasta el camping Cazorla Montillana, regentado por Maribel, donde terminó mi jornada. Es un camping sencillo y económico, donde la moto, la tienda y el kalifa, pagan sólo 11€ diarios, y te ofrece aseos limpios, duchas limpias con agua caliente, y fregaderos. Además, si quieres puedes contratar aparte línea eléctrica (4€/día), y en temporada alta, tienen bar-restaurante y tienda. Pero lo mejor del camping es su ubicación en el corazón del Parque Natural, lo que te permite desplazarte en muy poco tiempo a las tres sierras que integran el Parque, algo que yo me disponía a hacer en los días siguientes.


    Para otra ocasión que venga en coche y con ropa cómoda, me dejo 3 cuentas pendientes: subir al castillo de la Iruela, ir andando hasta las ruinas del castillo medieval de Bujaraiza, y dar un paseo desde los Llanos de Arance hasta el mirador Cabeza de la Viña, en el cerro del mismo nombre, en la margen contraria del Pantano del Tranco, mirando desde la A-319, la carretera del Valle.

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