• Encuentro Invernal Las Arouquesas 2024, Serra da Freita, Portugal

    Aunque llevo toda la vida en moto, comencé a ir a reuniones invernales muy tarde. Fue mi amigo Fran Márquez, quien en 2017, cuando regentaba el Motor Soul, el mejor bar de motoristas que ha habido en Córdoba, me habló de Eskimós, una reunión invernal que el Moto Clube do Vila do Conde organizaba en Serra da Estrela, Portugal. Aquella fue mi primera invernal y tengo de ella un gran recuerdo. En 2019 volví a ir a Eskimós, a la que resultó ser la última edición de aquella reunión. Desde entonces he echado de menos una buena reunión invernal en Portugal, así que pregunté a los amigos, y me invitaron al III Encontro Invernal Das Arouquesas, una pequeña invernal en el norte de Portugal, que surgió como una reunión de amigos y este año ha celebrado su tercera edición. No se publicita ni se anuncia en internet, se accede por invitación, y reúne un grupo de entre 20 y 30 motos en Serra da Freita.

    Yo pensaba ir sólo porque mi club, el Komando Kalifa, es un grupo magnífico, pero son unos comodones con más afición a hoteles y restaurantes que a campamentos y fogatas. Sin embargo, igual que Juanmi me acompañó hace poco a La Ardilla Vuelve, en esta ocasión fue Juanlu quien quiso acompañarme a Las Arouquesas, fue una grata sorpresa, parece que poco a poco vamos abriendo brecha en el club con las invernales.

    Como corresponde a principios de febrero, daban muy mal tiempo y lluvia intensa y mi madre estaba, Dios la bendiga, indignada con el viaje. En fin, en esta ocasión las predicciones lo clavaron y tuvimos agua incesante durante los tres días.

    Cuando salí de la cochera a las 7:45h el día estaba negro y la lluvia era fuerte, creo que para cualquiera, pero sobre todo para un cordobés de clima sahariano. Llegué puntual a la gasolinera y allí estaba Juanlu embutido en un súper mono de agua. Hablamos unos minutos, acordamos que yo guiaba, tomamos un café rápido, y nos hicimos una foto antes de partir, con la mala suerte de que mi móvil se escurrió con la lluvia, se cayó al suelo y murió.


    El viaje empezaba raro, tenía por delante 3 días de moto sin música, sin fotos, y sin poder conectarme al whatsapp familiar. En fin, lo de la música no tuvo remedio, lo demás sí, con el teléfono de Juanlu, y este artículo montado con fotos de todo el mundo, Joao, Juanlu, Alfredo…

    Teníamos por delante 700 kms de lluvia que resultó intensa y continua, con una breve tregua en la frontera. Con el primer depósito subimos hasta Badajoz, donde paramos a repostar, y una simpática moza extremeña nos sirvió un buen café. En seguida cruzamos la frontera y entramos en Portugal, subiendo hasta Portalegre primero y luego hasta Coimbra, siempre por carreteras secundarias estrechas y sin pintar, pero con buen asfalto y poco tráfico, lo que nos permitía viajar relajados y ligeros, disfrutando de la ruta, y de un paisaje ganadero y norteño, con muchas vacas, mucho pasto, bosque bajo y mucha, mucha agua.

    Como buenos andaluces nos revienta pagar peajes, y tomamos la nefasta decisión de subir desde Coimbra hasta Arouca por la N-1. Esos 130 kms fueron lo peor de todo el fin de semana. Dos horas y media en caravana con un montón de camiones, por una carretera con línea continua permanente, sin parar de hacer travesías con retenciones, en las que ni siquiera podías hacer el gamberro porque no había arcenes. Una pesadilla, pero tengo que decir que lo tomamos con calma, incluso nos reímos mucho en las retenciones comentando chorradas.

    Ya en Arouca dejamos ese infierno y entramos en una carretera de montaña que enseguida se puso interesante.

    En un punto tomamos la M-511 que arranca con una prometedora rampa y enseguida empieza a girar y girar por un paisaje de bosque maderero con maquinaria de serrería y mucha bruma.

    Pusimos los anti nieblas y nos sumimos en unos kilómetros de densa oscuridad grisácea, sobre un suelo empapado de lluvia. Seguimos escalando despacio y a los pocos kilómetros, llegamos a un altiplano árido y cárstico en el que cruces de piedra de entre uno y dos metros de altura, emergían de la bruma aquí y allá, dándole al paisaje un aire surrealista. Yo, tan cerca ya de Galicia, me acordé enseguida de mi tocayo Copini y su Santa Compaña.

    Durante varios kilómetros surfeamos en la bruma por el altiplano, flanqueados por las monstruosas hélices de un campo eólico, y poco después, justo en la cima, rodeados de una absoluta nada, lloviendo, con un fuerte viento, y cayendo la noche, el cachondo del Tomtom me dijo que habíamos llegado a nuestro destino. La noche en la montaña con esas condiciones climatológicas no es cosa de broma para circular en moto, y sentí un pellizco en el estómago, porque no tenía ni puta idea donde estaba el refugio al que nos dirigíamos. Hablamos un minuto y decidimos retroceder, porque 400 metros antes salía un camino de tierra y teníamos la intuición de que ese podría ser nuestro camino. Llegamos y paramos, yo me  bajé de la moto para echar un vistazo. Anocheciendo, lloviendo, y con motos de 300 kilos íbamos a meternos cuesta abajo por un camino de tierra, así que no quería equivocarme. Y en esas estábamos cuando salieron de la bruma nuestros amigos portugueses para indicarnos que les siguiéramos. Confieso que sentí un gran alivio porque aunque no me tengo por miedoso, a la tierra mojada le tengo mucho respeto.

    Y así, relajados y tranquilos, nos tiramos cuesta abajo detrás de los portugueses, por una pista de tierra que en algunos tramos tenía piedra suelta y en otros, agua y fango.

    Fue sólo un kilómetro, pero me encantó llegar y bajarme de la moto. Llevábamos 9 horas bajo la lluvia, lluvia sin descanso que caía en todas las direcciones posibles y se colaba por todas partes.

    Descargamos las motos y entramos en el refugio. Dentro había fuego encendido, comida caliente, orujo, cachaça, y muchos amigos.

    El alojamiento tenía una pinta excelente, la Casa do Vidoeiro es una antigua casa forestal transformada en un acogedor alojamiento de montaña en Serra da Freita, a 1.020 metros de altitud, en medio de la meseta de Freita. Nos instalamos en nuestro dormitorio en unas literas, nos pusimos cómodos, y nos sentamos junto a la chimenea para entrar en calor.

    Poco a poco fuimos conociendo al grupo, unas 25 personas, mitad por mitad portugueses y gallegos, motoristas avezados, gente amable que tienen amistad desde hace tiempo, y que nos acogieron en su grupo de la mejor manera posible.

    Y ahí empezó una estancia que resultó cojonuda, aunque muy distinta a lo que habíamos planeado, porque la lluvia no paró en todo el fin de semana. La idea era rutear el sábado y visitar los lugares de mayor interés paisajístico de Serra da Freita, comer por ahí en algún restaurante, y luego completar el día en los exteriores del alojamiento, que son preciosos, con piscina natural, barbacoa, y un bonito prado con vistas panorámicas a la montaña.

    Pero la lluvia no cesó, así que nos atrincheramos en el refugio, y allí nos quedamos, sin parar de comer, beber, charlar y reír, durante todo el fin de semana. En fin, la dura vida del motorista invernal.

    Los portugueses habían llevado algunos coches para poder transportar las provisiones, así que, el viernes hicieron una escapada para comer en un restaurante, pero nosotros aún no habíamos llegado.

    Después, el sábado, también hubo un paseo en coche para visitar algunos puntos de interés, como la Casa de las Piedras Parideras, o la cascada más alta de Portugal. A mi me pilló tumbado y mis amigos, que me conocen, decidieron acertadamente no despertarme. No hay que ser agonías, ya veremos esa cascada el año que viene.

    El sábado transcurrió tranquilo y entretenido, charlando con unos y otros, comiendo y bebiendo junto a la chimenea, mientras afuera seguía lloviendo e iban llegando los últimos rezagados. Entre ellos Manu el Druida, que por la noche nos hizo una queimada, y con el que había coincidido unos días antes en La Ardilla Vuelve, aunque todavía no nos conocíamos.

    Nuestros anfitriones portugueses prepararon una estupenda barbacoa, además del mítico caldo verde que te sirven en todas las invernales portuguesas, un caldo de verduras que te hace entrar en calor y pone en su sitio todas las cosas del mundo. Fue un buen día. No me atreví con la cachaça, pero sí que exploré a fondo el orujo que llevó el amigo Guerra, por cierto uno de los tipos que organiza en Galicia la Motoxeada. Llevó orujo de café destilado y preparado por él, que como muchos gallegos tiene su propio alambique, y orujo de caña de azúcar preparado por su vecino. Muchas gracias Guerra. Gloria bendita. Gracias también al Druida por la queimada, a Joao por invitarnos, y muy especialmente a José Paulo y Miguel, los organizadores, que junto con su familia, nos hicieron pasar un fin de semana estupendo.

    A la mañana siguiente, el día amaneció brumoso y con mucha lluvia, y yo estaba preocupado pensando en la subida por el camino enfangado. Recogimos y desayunamos tranquilos, la típica torta de maíz de Galicia, bizcochos portugueses, y un par de cafés. Por fin cogimos las motos y empezamos a subir muy despacio, yo con muy pocas ganas de caerme y tener que levantar del suelo 300 kilos de moto. Llegamos arriba sin problemas.

    Joao se bajaba con nosotros y de 3 que éramos, Juanlu llevaba Garmin, yo llevaba Tomtom, y Joao que es un romántico, sus mapas de papel.

    Optamos por que guiara Joao, que nos llevó muy bien hasta la A1, donde iniciamos el descenso. Teníamos mucho tajo por delante, así que le pedí al Tomtom la ruta más rápida a casa y poco después nos separamos. Llegamos a Córdoba completamente empapados, cansados y hambrientos, como hay que llegar a casa después de un buen fin de semana en moto.

    Ducha caliente, buena cena, ropa y equipo a secar, y a descansar. Esa noche el Sevilla le ganó 1 a 0 al Atlético de Madrid. Domingo perfecto. Fin de semana perfecto, y hasta el año que viene, que esperamos volver a esta estupenda reunión.

    Antes de terminar quiero enviarle un fuerte abrazo a Juanlu, que ayer hizo una volada de 20 metros con su acorazada de 300 kg. Mucho plástico que reparar pero kalifa ileso. Todo en regla, y a seguir rodando, pendejos!

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  • La Ardilla Vuelve 2024

    En enero de 2023 el amigo Joao me envió un mensaje para que me acercara a La Ardilla Vuelve, reunión invernal de motoristas en la Sierra Sur de Jaén. Por supuesto me acerqué a saludarlo, me acompañó Juanlu, otro kalifa, y echamos un buen día. Joao me presentó a su amigo Manuel, del Puerto de Santa María, me encontré con Luís y otros amigos del norte, y echamos un buen rato en la hoguera de los Mas-Gas. A la caída de la tarde nos volvimos al kalifato. Habíamos echado un gran día y decidimos que en 2024 volveríamos y acamparíamos todo el fin de semana.

    En principio íbamos a ir tres kalifas, pero a Juanlu le surgió un problema de trabajo y fuimos Juanmi y yo, aunque por la tarde nos visitaría Joaquín, y el Domingo se acercarían Raúl y Rafalin.

    Quedamos el sábado por la mañana en la Plaza de Andalucía y el Carpin se acercó para traernos la bandera del Komando. Salimos puntuales y viajamos tranquilos por la A-306 hasta Torredonjimeno. Desde allí un pequeño tramo de autovía hasta Jaén, y luego serpenteando por la vieja N-323 hasta la altura de Carchelejo, a donde subes por una carretera estrecha y emocionante, pero con buen firme, la JA-3206.

    Llegamos a la reunión y fuimos directamente a montar las tiendas, saludamos a algunos amigos, montamos en un buen lugar, y bajamos con las motos a la zona de la carpa social, para comer y beber algo antes de irnos a rutear.

    Echamos unas cervezas, un bocata de lomo (con mucho pan y poco lomo, todo hay que decirlo), llegó Joaquín, y nos fuimos a dar una vuelta. El plan era rutear un rato por la Sierra Sur y volver al campamento, donde por la tarde había una exhibición de motocross, y algunas charlas de viajeros en la carpa social.

    Nos volvimos a montar en el tiovivo de la JA-3206 y cruzamos a la JA-3207, preciosa carretera que escala entre olivares de montaña, flanqueada por viejas canalizaciones de regadío, y algunos muretes bajos de piedra. El día estaba soleado y templado, de hecho era una tarde primaveral. Llegamos hasta Arbuniel, donde tomamos la JA-3204 hasta Cambil, siempre subiendo, para luego descender hasta la autovía, cruzarla, y volver a subir a Carchelejo. Un paseo breve, pero por unas carreteras muy, muy bonitas.

    Ya en el campamento, por fin nos quitamos el traje de romano, y ya cómodos, bajamos a la carpa y empezamos con la dura tarea del motorista invernal, comer, beber, hablar con amigos, comer, beber, hablar con amigos…

    En algún momento nos acercamos al Coviran del pueblo a comprar pan y agua, y una magnífica torta casera que por alguna razón nos regalaron. La demostración de motocross fue sencilla, unos adolescentes dando vueltas en un circuito anejo al campamento, a un ritmo prudente, lo que hay que celebrar visto que junto al circuito había un buen barranco. Echamos un buen rato viendo a los chavales. La tarde avanzaba, así que subimos a las tiendas para abrigarnos un poco, y aprovechamos para comernos nuestra torta y descansar un ratillo.

    Bajamos a las 18:30h, que según el programa era cuando empezaban las charlas de los viajeros, pero joder, cuando llegamos estaban justo acabando, se ve que se adelantaron, pero bueno, el plato fuerte era el amigo Xuarcar y ya lo conocemos porque somos paisanos, sí que me quedé con las ganas de ver la presentación de la Ruta Andalusí, que era otra de las presentaciones previstas, otra vez será.

    A partir de esa hora la carpa social se fue llenando cada vez más, no sólo con los motoristas, también con las chicas del pueblo que bajaban a la fiesta arregladitas y guerreras como si fueran las fiestas del pueblo, y también sus padres y madres, que festejaban y bebían con motoristas y viajeros en un ambiente realmente diferente y espectacular. Nunca antes he estado en una invernal tan popular y cercana, tan mezclada con la gente del pueblo. En el campamento, turbas de chiquillos iban de hoguera en hoguera bacilándole a los motoristas con simpatía, haciendo gala del orgullo local, para que sude el músico ambulante su condición de vagabundo. 

    Las cervezas y la fiesta siguieron, pude saludar y charlar con viejos amigos.

    La música estaba muy alta, así que nos instalamos en unas cómodas sillas a unos cuantos metros fuera de la carpa, bebiendo cerveza y viendo pasar a las mozas bajo las estrellas. Muchos motoristas se marcharon para dar un paseo en moto con antorchas por el pueblo. Nosotros preferimos seguir en nuestra baranda, y al rato los vimos regresar al campamento, iluminando la noche con sus llamaradas. Después vino el concierto, con un grupo tributo a Héroes del Silencio. Nosotros seguimos afuera, bebiendo y mirando como las mozas bailaban con sus hijos y sobrinos, una auténtica fiesta country, Jaén version.

    Cuando el hambre apretó nos fuimos a las tiendas a por las viandas, y nos arrimamos a la hoguera de los vecinos, un gran grupo de valencianos entreverao de argentinos. Gente muy maja, nos dieron asientos y nos invitaron a asado argentino, pan con chimichurri y café. Nosotros pudimos ofrecerles queso artesano de Rocío, la mujer de Juanmi, que sus padres son ganaderos y hacen un queso muy rico.

    Estiramos la noche en la hoguera hasta que el sueño y las cervezas nos tumbaron, y nos echamos a dormir en nuestras tiendas, a unos 20 metros del fuego. Yo dormí súper bien y me levanté el domingo descansado y con ganas de moto. El plan era desmontar el campamento, desayunar en la churrería de la carpa social, y a las 11h, encontrarnos con otros 2 kalifas, y hacer juntos ruta de regreso por la Sierra Sur, comiendo por el camino.

    Recogimos y nos despedimos de alguno de los amigos valencianos, y como la churrería estaba hasta la bola, nos fuimos a desayunar a un bar del pueblo, allí con los abuelos, que miraban con curiosidad nuestras motos, pertrechadas con las maletas y el material de acampada. Desayunamos como auténticos kalifas, al sol y despacio, unas enormes tostadas y un buen café. Nuestros amigos se habían dormido, así que en vez de esperarlos en Carchelejo, nos fuimos a Jaén y nos encontramos en todo lo alto del Castillo de Santa Catalina, donde las vistas de Jaén son verdaderamente increíbles. Eso sí, la subida al castillo merecería una crónica aparte, ya que el TomTom hizo de las suyas y nos metió por todo el casco histórico, alcanzando momentos de dificultad en las calles Parrilla y Buenavista, calles adoquinadas, estrechas, empinadas y con giros imposibles, por las que moverse con una moto de 300 kilos (cargada) es ciertamente difícil.

    Ya en el castillo, aparcamos las motos y en diez minutos llegaron nuestros amigos, disfrutamos de las vistas y dimos un paseo bajo el tórrido sol de enero hasta la Cruz del Castillo de Santa Catalina, que te ofrece unas vistas formidables de Jaén y sus sierras en 360º.

    Estuvimos por allí un buen rato, le pedimos a un ruso muy simpático que nos hiciera una fotografía, y nos fuimos de ruta.

    El plan era volver por la A-6050 a través de  Jabalcuz, Los Villares, Valdepeñas de Jaén y Castillo de Locubín, hasta enlazar con la N-432 que viene de Granada dirección Córdoba, y así lo hicimos. La A-6050 es una de las mejores rutas entre Jaén y Córdoba, junto con la A-420 que enlaza Cardeña con Marmolejo.

    Intentamos comer en Castillo de Locubín, pero tuvimos mala suerte y paramos en un bar que no servía comidas. Nos dieron alguna recomendación que no encontramos, y seguimos avanzando para acabar comiendo en Ventas del Carrizal. Y tardíos pero certeros, porque dimos con el Restaurante el Comienzo, que a pesar de estar hasta la bola y ser las tres y pico nos dieron una mesa estupenda al sol, y tanto el hombre de las brasas como la camarera eran gente muy agradable, y la camarera además simpática y guapísima. Nos pusieron unos estupendos platos alpujarreños, cerveza y buen café.

    Echamos allí un par de horas, comiendo al sol en manga corta. Después, vuelo rasante hasta el kalifato y final de una nueva invernal, soleada y cercana, pero invernal de todas todas, y con un punto popular muy genuino y auténtico, que la hace especial. En 2025 volveremos, e iremos desde el viernes, ¡¡Gasolina y Escarcha, Wiwi!!

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  • Las playas del desembarco de Normandía

    Un día cualquiera me levanté de la siesta y Max me dijo en el pasillo – Papá, ¿me llevas a Normandía a ver a un amigo?. Creo que ni le contesté. Estos niños viven en una nube. Él apenas insistió, sin embargo, a mí la idea se me quedó ahí dando vueltas, porque, ¿Cuántas veces he hecho viajes de miles de kilómetros para pasar un fin de semana con amigos en tal o cual sitio? Al final, lo único que un motorista necesita es un motivo, a veces cualquiera, para bajar a la cochera y subirse a la moto, así que… ¿Qué mejor motivo que llevar a tu hijo a ver a un amigo, por qué no…?

    Y así fue como se fraguó un viaje de 11 días y 4.600 kilómetros, el primer gran viaje en moto de mi peque de 15 años, que nunca se cansó ni se quejó, salvo para pedirme una y otra vez que corriera más, menudo elemento, espero que no nos llegue ninguna receta.

    Dejé a Max en la casa de su amigo Liam en Hérouvillette, junto a Caen, y yo me instalé en el hotel Premiere Classe Caen Est – Mondeville. La cadena hotelera Premiere Classe está en Francia por todas partes y son unos hoteles económicos y muy recomendables para alojamientos de una noche, cuando vas en ruta.

    Tenía por delante varios días para rodar en solitario, y para el primer día, elegí la ruta de las playas del desembarco de Normandía. Busqué por internet a ver si encontraba alguna crónica con una propuesta apetecible, pero lo que encontré no me gustó, así que basándome en Google Maps, en los puntos de interés que indica, y en las reseñas de la gente, tracé mi propia ruta. Nunca antes lo hice así y tengo que decir que el resultado fue bastante bueno. Tenía lo que quería, una ruta de 150 kilómetros por los lugares míticos del desembarco, con 12 puntos de interés para visitar, terminando en Cherburgo.

    Pero antes de contaros cómo fue mi jornada visitando estos lugares, traigo aquí un breve resumen de lo que supuso la Campaña de Normandía, para tener alguna dimensión del interés de estas playas.

    El asalto aliado masivo en la costa de Normandía el 6 de junio de 1944, estaba dirigido a liberar Francia y avanzar hacia la Alemania nazi. Antes del amanecer del 6 de junio, tres divisiones aerotransportadas, dos estadounidense y una británica, fueron lanzadas en paracaídas en las cercanías de las playas designadas para el desembarco. Las fuerzas navales aliadas transportaron fuerzas de asalto a través del Canal de la Mancha. Comenzando a las 6:30h, seis divisiones estadounidenses, británicas y canadienses, desembarcaron en las playas de Utah, Omaha,  Gold, Juno y Sword, en el asalto anfibio más grande de la historia.

    La cuarta división de infantería estadounidense se desplazó tierra adentro desde la playa  de Utah. Al este, en la playa de Omaha, las divisiones 1ª y 29ª de la infantería estadounidense, batallaron la resistencia alemana sobre una playa cubierta de obstáculos. Para llegar a la meseta localizada en frente de la playa, las tropas lucharon a lo largo de un área abierta de 180 metros, y atacaron subiendo una loma empinada. Al finalizar el día los norteamericanos tenían un ligero control sobre la playa de Omaha.

    En las playas Gold, Juno, y Sword, las divisiones británica y canadiense avanzaron implacablemente. En menos de una semana los aliados unieron las varias cabeceras de playa y se impulsaron hacia delante. 

    Durante los próximos tres meses los aliados batallaron contra las tropas alemanas a través de Normandía. Los británicos y canadienses liberaron Caen. Los norteamericanos liberaron Cherburgo y rompieron la línea Alemana cerca de St. Lô. Las tropas aliadas junto con las  francesas y polacas, rodearon y aniquilaron las tropas alemanas en Falaise, mientras que las unidades alemanas supervivientes huían hacia el este. Ahora el camino estaba abierto para avanzar hacia París, donde esperaba el teniente Aldo Raine y sus Malditos Bastardos, y luego hacia Alemania.

    Pues bien, hoy iba a visitar alguna de esas playas y otros puntos de interés, y mi primer destino fue Colleville-Sur-Mer, muy cerca ya de la costa, para visitar el Overlord Museum y el Cementerio Americano de Normandía.

    Mi otro hijo, el mayor, que es militar, estuvo hace años con el instituto en el Overlord Museum y vino fascinado, me trajo de regalo un Zippo conmemorativo del DÍA D, y una preciosa gorra de la AIRBORNE DIVISION, de la BRITISH ARMY. Así que tenía que ir allí. 

    El edificio es un cubo de cemento con un perímetro ajardinado en el que puedes ver varios carros de combate, una batería de artillería y un puente portátil de esos que montan los zapadores. Todo piezas con especial relevancia en la segunda guerra mundial, y en particular en el desembarco de Normandía. Cada carro, cada batería, tiene un panel informativo con su descripción e historia. Eso sí, en francés y en inglés, el español, a pesar de ser vecinos, no se ve en Francia por ninguna parte y no lo habla casi nadie, salvo los chicos de origen africano que trabajan en la hostelería, que se defienden un poco. Curiosamente, uno de ellos me dijo que lo estudiaba porque le fascinaba latino americana. También el padre de Liam, nuestro amigo, estudiaba español.

    En fin, mi modesto inglés me dio de sobra para entender los paneles y comprobar que muchos de esos carros y baterías eran alemanes, y estuvieron también en España, con la División Cóndor, combatiendo contra la República Española. Una pena que no vinieran también a España los aliados…

    El carro ligero Sexton fue desarrollado para proporcionar a los británicos un arma autopropulsada que llevara el cañón de campaña de 25 libras.
    El cañón de 88 mm o Flak 88 fue un arma alemana de doble propósito desplegada con funciones tanto antiaéreas como antitanques en la Segunda Guerra Mundial.

    Cuando terminé con el perímetro entré en el edificio. Lo primero que encuentras es la tienda, que la verdad, tiene cosas muy muy chulas. De todo, ropa, mochilas, libros, papelería, cerámica… encontré allí mi gorra y mi zippo, que conservo y uso con orgullo. Me gustaron especialmente las cazadoras de piel, réplicas exactas de primera calidad de las chaquetas de los aviadores. Por supuesto, fiel a mi política espartana, no compré nada, pero eché un buen rato. También había libros y carteles muy interesantes. Y finalmente, decidí no entrar propiamente en el museo. No era caro, pero en un viaje así el tiempo es oro, y mi interés por el armamento, los uniformes, los audiovisuales con los detalles tácticos del desembarco… en fin, mi interés por esos detalles es limitado, y preferí, como siempre me pasa, priorizar los espacios abiertos, los lugares donde está y estuvo la gente, donde ocurrieron las cosas. Comprendo que es una idea un poco rara, pero los museos siempre me han parecido una especie de cárceles donde se aprisiona la vida. La vida viva.

    A pocos kilómetros del museo estaba el Cementerio Americano de Normandía. Nunca he estado en EE.UU, pero es un país que me encanta. Una de las cosas que más me gusta de los americanos es su sentido tribal. Una amiga mía comparte casa con una estadounidense, y me cuenta que cuando se mudó a su casa informó a su embajada, y de vez en cuando la llaman para ver cómo se encuentra. Eso me parece muy gringo. Los americanos se toman muy a pecho la protección de los suyos, y el culto a su memoria.

    Lo primero al llegar al Cementerio Estadounidense de Normandía son unos enormes aparcamientos asfaltados con jardines, que terminan en el acceso al Edificio para Visitantes, donde dos jóvenes empleados blancos, amables y uniformados, te dan la bienvenida con una sonrisa. Cien metros más adelante te esperan 4 empleados fuertes y serios que no sonríen, estos son negros, te cachean, te preguntan si llevas algún cuchillo (sic), y te hacen pasar por el detector de metales. Ya estás dentro, y 50 metros más adelante vuelves a encontrarte con azafatas uniformadas, blancas y sonrientes. Las dos plantas del museo las pasé, como suelo, bastante rápido, pero no pude evitar pararme al final de la planta baja, justo antes de salir al exterior. Allí hay una zona llamada Final Sacrifice. Es una sala despejada y luminosa. En las paredes puedes ver grandes fotografías en blanco y negro de soldados. Al pie de las imágenes se explican sus sacrificios, ese último esfuerzo que les costó la vida, para hacer posible el éxito de la operación. Y de fondo, rompe el silencio una tenue y tranquila letanía, en bucle infinito, con sus apellidos y nombres. Cuando sales de esta sala, estás anímicamente predispuesto para ver el cementerio con el respeto debido.

    Al salir del centro de visitantes, opté por tomar un sendero que sale a la derecha, y avanza en paralelo entre el costado del cementerio y la playa, llegando enseguida a un bonito mirador, desde el que puedes contemplar la playa de Omaha, esos 180 metros al descubierto, en los que los americanos recibieron una lluvia de metralla antes de empezar a luchar en la loma, que hoy está justo en la falda del cementerio. Ese combate es el que abre la gran película de Steven Spielberg, Salvar al Soldado Ryan, por cierto basada en la historia real de los hermanos Niland, enterrados en este cementerio.

    Panel informativo en el mirador
    Omaha Beach y el Canal de la Mancha, desde el mirador.

    Las 9.387 lápidas están ubicadas en un gran campo central dividido en diez solares, que a su vez, están agrupados en cuatro grupos, entre los que discurren los senderos para los paseantes. Yo opté por seguir en mi sendero, por la derecha y hasta el fondo. Había pocas personas y mucho silencio, en el que una campana marcaba las horas. El paseo era agradable.

    Al final y a la izquierda, justo en el centro de los solares de tumbas, hay dos grandes estatuas de granito que representan a Estados Unidos y a Francia.

    Desde allí, emprendí el regreso por el sendero central, caminando ahora muy cerca de las tumbas con sus cruces latinas blancas, cuando rompió a llover con bastante fuerza, y tuve que refugiarme bajo la copa de uno de los árboles que rodean los solares de las tumbas.

    Desde allí, se veía cien metros más adelante, en el centro, el edificio de La Capilla, cuyo techo en mosaico representa, según el tríptico que entonces llevaba en la mano, a América bendiciendo a sus hijos, según partían por mar y aire, y a una Francia agradecida otorgando una corona de laurel sobre los norteamericanos fallecidos. El arte y el simbolismo es lo que tiene, que si quieres te puedes pegar mil páginas explicando una imagen. La verdad es que yo, por más que miro el mosaico, no veo nada de eso. En realidad, La Capilla no tiene demasiado interés, más allá, claro, de su valor religioso.

    La capilla del cementerio, muy americana, con aire de Capitolio.
    El mosaico cenital con toda su narrativa.

    Seguimos caminando entre las tumbas, aproximándonos a una especie de templete de columnas, completamente abierto por detrás y por arriba. Este espacio se denomina El Monumento, y en su centro se alza una gran estatua que mira hacia las lápidas, y representa, volvemos al tríptico, el Espíritu de la Juventud Americana emergiendo de las olas.

    La lluvia llegó a hacerse intensa y la gente se amontonó en los espacios cubiertos que hay a ambos lados del monumento. Había también un par de motoristas, Harlystas que lucían orgullosamente su marca hasta en las gafas. La lluvia arreciaba sin parar.

    Tenía pensado terminar mi visita paseando por El Jardín de los Desaparecidos, que está justo a la espalda del Monumento, donde pueden verse placas grabadas en honor a los desaparecidos en acción, y se marca, con una escarapela en bronce, aquellos cuyos restos fueron recobrados, identificados, y sepultados. Quería verlo porque me recordó a Los Muros de la Memoria, erigidos en los cementerios de la Salud y San Rafael, en homenaje a las víctimas del franquismo en Córdoba, y que inauguró Alba, mi mujer, siendo entonces concejala y presidenta de la Empresa Municipal de Cementerios de Córdoba.

    Sin embargo, ahora ya diluviaba, por lo que busqué corriendo los senderos arbolados para cubrirme bajo las copas, y finalmente volver, mojándome bastante, hasta el aparcamiento. Había pasado una hora y media, y ahora el parking de motos estaba atestado por un grupo de más de 50 motoristas, que se apiñaban bajo los árboles viendo como se empapaban sus motos, casi todas BMW. Yo tenía mucho tajo por delante y llevaba puesto el forro impermeable, así que me puse el casco y a la carretera, después de una visita que me gustó muchísimo. Es verdad que en mi opinión, ni el Monumento, ni La Capilla, ni Las Estatuas Simbólicas, tienen mayor interés, pero eso es lo de menos. El lugar, como espacio conmemorativo, es perfecto. La inmensa amplitud del campo central; la pulcritud de las miles de cruces latinas, y también algunas Estrellas de David, blancas, limpias y perfectamente alineadas; la proximidad del mar inmenso, y el absoluto silencio, con sólo el tañido de las campanas marcando las horas… te hacen sentir que estás en un lugar especial y que debes ser respetuoso y agradecido con las 9.387 personas allí enterradas. Personas que, seguramente, muchas lucharon contra Hitler porque no les quedó más remedio, porque estaban obligados o por la mera necesidad de sobrevivir. Pero la realidad es que hicieron posible que se avanzara hasta París y luego hacia Alemania hasta derrotar a los nazis.

    Había contemplado Omaha Beach desde el mirador del cementerio, y ahora recorría en moto unos pocos kilómetros para visitarla y pisar su arena, en la que el día D, se había producido el desembarco de la infantería de EE.UU. En concreto, visité la zona identificada como Sector Charlie & Dog Green, y Sector Dog White.

    Omaha Beach

    Hacía viento y el día estaba nublado y en ese momento, ligeramente lluvioso. Paré la moto en una esplanada y bajé a dar un breve paseo por la arena, recuerdo un intenso olor a mar, y la presencia ortopédica de este fragmento de puente que aparece en la foto. En esta playa se construyó en la II guerra mundial un gran puerto artificial llamado Mulberry, se construyó en menos de dos semanas y se utilizó 6 meses, durante los cuales pasaron por él más de 24.000 hombres y 3500 vehículos militares. Ahora, estos restos de una de sus pasarelas, son frecuentados por los pescadores, cuando la marea está alta.

    La playa es amplia y profunda, la arena tiene un tono tostado que me recordó a las playas de Isla Canela en Huelva, y en la zona sur hay unos acantilados.

    A la espalda del parking hay una loma verde, y a media altura en dirección a los acantilados, puede verse en la pared una oquedad perfectamente geométrica, como si fuera la entrada de un túnel. Se trata del WN73, construido por los soldados alemanes para controlar la playa de Vierville. Incluía un cañón de 75 mm, morteros y ametralladoras, y fue tomado por los americanos el mismo Día D.

    Al otro lado del aparcamiento había un chiringuito con terraza empotrado en una mole de cemento que yo juraría que era un búnker, y en sus inmediaciones, un banco para contemplar el mar, y una escultura titulada Ever Forward, en conmemoración de los soldados de la 29 División del 116 Regimiento de Infantería, que tomó tierra en esta playa de Omaha, donde comenzó la liberación de Europa.

    Tras unos tranquilos kilómetros por la costera D514, llegué a los acantilados de La Pointe du Hoc, donde tenía la idea de hacer un picnic dentro de un búnker. Se trata de un acantilado en forma de flecha que penetra en el mar, con varios bunkers, emplazamientos de artillería, cráteres de bombas, un monumento conmemorativo a los Rangers americanos, y un centro de interpretación.

    Según se explica en un panel, durante la guerra las fuerzas alemanas ocuparon Pointe du Hoc, y transformaron este tranquilo lugar en una fortaleza, para proteger una batería de artillería pesada. En la mañana del día D, los Rangers americanos escalaron los acantilados de 28 metros para tomar esta posición fuertemente defendida, y finalmente mantenerla tras repetidos contraataques. Su heroica acción ayudó a establecer un punto de apoyo Aliado en Francia, y comenzar la liberación de Europa.

    La  visita comienza en un centro de interpretación que cuenta con cafetería, aseos limpios y fuente de agua potable. Todo muy útil para un moto mochilero como yo, salvo los carteles que prohibían hacer picnic en los exteriores, algo verdaderamente inusual en Francia. No me paré en el centro de interpretación, e inicié la visita siguiendo un sendero balizado del que no te puedes salir, pero que es suficientemente ancho y extenso como para verlo todo sin problemas. Eso sí, tal vez por ser agosto había demasiada gente, y sin duda, hubiera preferido una visita más tranquila y solitaria. Lo primero que encuentras son cráteres de bombas cubiertos de hierba, y enseguida, llegas a las primeras construcciones defensivas. Los bunkers impresionan por su solidez, como si hubiesen sido construidos para permanecer allí toda la vida hasta el final de los tiempos.

    Cráter de bomba.
    Búnker

    Igualmente impresionan los emplazamientos de la artillería, auténticas cápsulas de hormigón.

    Cuando sigues caminando te aproximas al mar, a ese profundo acantilado que escalaron los Rangers pagando un alto precio en vidas humanas, y que me hizo recordar esas películas medievales en las que los guerreros escalan las murallas de los castillos, mientras desde arriba les arrojan piedras y aceite hirviendo, o incluso fuego valyrio. Y frente al acantilado, se observa esa caprichosa punta de flecha que le da nombre a este lugar.

    A lo largo del sendero, junto a los bunkers y sobre ellos, vas encontrando distintos paneles que informan sobre todo lo que sucedió en este lugar en el día D, lo recojo a continuación:

    Para defender el avance de los Rangers, los alemanes confiaron en armas pequeñas, ametralladoras y cañones antiaéreos de 37 mm, así como en artillería pesada emplazada  más tierra adentro. La mayoría de las defensas miraban hacia el interior, ya que los alemanes no habían pensado que los aliados intentarían un asalto desde el acantilado. El lugar contaba con un anillo de campos minados y alambre de púas, así como una red de trincheras que unían búnkeres y posiciones de tiro.

    La toma de Pointe du Hoc fue una de las máximas prioridades del Día D porque los cañones alemanes K-418 de 155 mm podrían devastar barcos y personal en las playas de Omaha y Utah. Después de que los bombardeos aliados dañaran uno de los cañones, los alemanes movieron las armas y las reemplazaron con muñecos hechos con postes de madera. Los Rangers encontraron las armas reales, apuntando a la playa de Utah, pero aún no habían sido utilizadas, en la mañana del día D.

    El Día D, el cañón de 37 mm del búnker resultó ser un obstáculo mortal, matando a muchos Rangers e hiriendo a otros. Además, las ametralladoras y fusileros alemanes disparaban desde las estrechas rendijas en las gruesas paredes del búnker, contra los Rangers que avanzaban, mientras los artilleros del 32.º Batallón Antiaéreo de la Luftwaffe proporcionaban fuego de cobertura a los soldados alemanes que contraatacaban desde el laberinto de búnkeres y trincheras.

    Los Rangers atacaron con granadas y bazucas, pero el búnker siguió siendo una amenaza hasta que sus defensores se rindieron el 7 de junio. Y a pesar de los intentos de los Rangers, la posición no fue tomada hasta que llegaron refuerzos el 8 de junio.

    Pude como quería, visitar el interior de los bunkers, pero no pude hacer allí mi picnic, por el permanente trasiego de personas. El bunker es como un pisito de hierro y hormigón, con su pasillo, sus habitaciones y distribuidores, con rendijas estrechas para los fusileros, e impactos de bala en las paredes.

    En una de las paredes del búnker, pueden contemplarse unas placas de bronce “En memoria de aquellos Rangers que tan valientemente dieron su vida en este sitio y en el área de la playa de Omaha”. A continuación, puede leerse el nombre y apellidos de 80 Rangers, en 4 placas verticales.

    En el exterior, justo delante de Le Pont Du Hoc, sobre el acantilado frente al mar, se alza un monumento conmemorativo dedicado a los Rangers. Se trata de un auténtico menhir, como aquellos con los que trajinaba Obélix.

    En su base, presenta a ambos lados una especie de testículos poliédricos, en los que se lee la siguiente inscripción: A LOS HEROICOS COMANDOS RANGER D2RN E2RN F2RN DEL 116.° INF QUE BAJO EL MANDO DEL CORONEL JAMES E. RUDDER DE LA PRIMERA DIVISIÓN AMERICANA ATACARON Y TOMARON POSESIÓN DE LA PUNTA DU HOC.

    Yo creo que el monumento es muy merecido, pero parece que no estuvieron muy inspirados, los hay de mucho más interés tanto en Omaha como en Utah Beach. Desde allí, encaramado sobre el Canal de la Mancha, lo más valioso son las vistas de los acantilados, hacia el norte y hacia el sur.

    Cuando terminé mi paseo estaba verdaderamente hambriento, y no fui capaz de encontrar un simple banco donde sentarme a comer, y el suelo estaba húmedo, así que me senté de lado en el amplio y mullido asiento de mi moto, y con los pies en las estriberas, me comí un buen bocata de salchichón y un poco de vino tinto, que puso en orden todas las cosas del mundo.

    Llegamos a Utah Beach tras un tranquilo paseo de unos 40 kilómetros, bordeando la bahía que el Canal de la Mancha dibuja en esta zona del litoral.

    La Playa de Utah, en inglés Utah Beach, es el nombre en clave que recibió este tramo de costa durante el desembarco. Se trata de la más occidental de las 5 playas normandas, situada entre las poblaciones de Pouppeville y La Madeleine, al oeste de la Playa de Omaha.

    Utah fue la playa que tuvo menos bajas el Día D. A diferencia de lo que ocurrió en la Playa de Omaha, en Utah el bombardeo aliado preliminar había sido altamente efectivo. Aun así, las defensas alemanas lograron infligir numerosas bajas a los americanos al destruir o hundir varias unidades de transporte anfibio, con la pérdida de 750 hombres.

    Dejé la moto en una amplia explanada de tierra llena de coches y caminé hacia una loma verde coronada por una escultura conmemorativa con banderas americanas y francesas. Detrás de aquella loma estaba la playa.

    Antes, en la explanada, frente a un museo, podía verse un carro de combate, y en medio de la explanada, entre la hierba, una pieza de artillería sin restaurar ni conservar, con óxido, sin perímetro… como si estuviera allí abandonada desde el Día D.

    Justo a los pies de la loma, había una de las barcazas utilizadas en el desembarco anfibio, una de esas en las que murieron unos 750 hombres, conocidas como lanchas Higgins, o LCVP (Landing Craft Vehicle Personnel). De ella salían unos marines de bronce.

    A la popa de la barcaza, se encuentra la escultura El marinero solitario en Normandía. A sus pies, una plancha de bronce con la siguiente leyenda: 

    El Día D, el 6 de junio de 1944, la Marina de los EE. UU. y los marineros aliados, operando desde barcos en el mar, desempeñaron un papel crucial en el éxito de la Batalla de Normandía, permitiendo a las fuerzas aliadas entrar y moverse a través de Europa para liberar al mundo del Eje de la tiranía.

    Durante las primeras horas del Día D, 175 Unidades de Combate Naval de Demolición «Hombres Rana» penetraron en las playas de Utah y Omaha para despejar obstáculos antes del desembarco anfibio. De los 175 marineros, 91 murieron o resultaron heridos, una tasa de bajas del 52%, una de las más altas sufridas por cualquier unidad de las fuerzas armadas estadounidenses durante el Día D.

    Esta estatua del marinero solitario sirve como tributo a aquellos «hombres rana», los antepasados de los NAVY SEAL de EE. UU. de hoy, y a todos los marineros aliados que hicieron inmortal la Batalla de Normandía. Sus valientes acciones forjaron relaciones internacionales con el ciudadano de Francia y Sainte Marie du Mont, una de las primeras ciudades liberadas en Europa, durante la Segunda Guerra Mundial.

    Hoy la playa, profunda y despejada bajo un cielo cargado de nubes, estaba tranquila y silenciosa, con algunas personas sentadas o paseando por la arena.

    Justo antes de entrar en la playa, se encuentra una fortificación alemana que fue capturada al enemigo el 6 de junio de 1944 y utilizada por la 1ª Brigada Especial de Ingenieros como cuartel general desde donde dirigir las operaciones durante el desembarco de las fuerzas estadounidenses en esta playa. En las paredes del emplazamiento están inscritos los nombres de los soldados que dieron sus vidas en este lugar, en el que hoy en día, puede contemplarse una pieza de artillería alemana y un monolito conmemorativo, erigido, según se lee: En memoria orgullosa de nuestros muertos de la 1ª Brigada Especial de Ingenieros, el Día-D en la Hora-H. A nuestros libertadores, la Comuna de Sainte Marie du Mont, agradecida.

    Además del desembarco anfibio, también tuvo lugar el lanzamiento de un gran número de paracaidistas sobre la retaguardia alemana, durante la madrugada del 6 de junio. Dos horas después de su lanzamiento, la 82ª División Aerotransportada ya había logrado capturar varios cruces de caminos importantes en Sainte-Mèrie-Église, donde tuvo lugar una de las batallas más duras de la campaña de Normandía, en defensa del puente de La Fière. Y allí me dirigí.

    A unos 20 kilómetros hacia el interior, en Sainte-Mèrie-Èglise, junto al puente de La Fière, se encuentra el Monumento al Paracaidista – Monumento a Iron Mike, y me acerqué a visitarlo.  Unos kilómetros antes, el TomTom me metió hacia la derecha por una carretera estrecha y embarrada, que acabó convirtiéndose en camino junto al río, flanqueado por cultivos de heno.

    Al final del camino, el puente de La Fière sobre el río Merderet.

    Unos metros antes de llegar al puente, está el monumento conmemorativo a los paracaidistas. En la zona de aparcamiento junto al memorial, encontré a dos señores con dos señoras, todos en torno a los 60 años. Ellos vestían uniforme militar, y ellas permanecían junto al coche, con el maletero abierto, vendiendo DVDs y merchandising conmemorativo. Los dejé allí y subí por un sendero los escasos 50 metros que hay hasta el monumento.

    Según explica un panel informativo, el puente de La Fiére era una zona estratégica controlada por los alemanes. Este puente, junto con el de Chef du Pont, eran los dos principales puntos de acceso que podrían aislar «Le Cotentin» y permitir así la toma de Cherburgo, el único puerto de aguas profundas. Durante la noche del 5 al 6 de junio, los americanos enviaron tropas con la orden de tomar el control de este puente y defenderlo a cualquier precio. La misión se cumplió a pesar de las muchas pérdidas causadas por los ataques alemanes.

    A unos metros del monumento, en un pequeño hito de piedra, se lee: Este sitio conmemorativo fue creado por A.V.A. Asociación para honrar la memoria de los paracaidistas estadounidenses que lucharon en 1944 para liberar Normandía.

    Y más arriba, en una gran placa de mármol y en mayúsculas con letras doradas:

    LA ASOCIACIÓN DE AMIGOS DE VETERANOS AMERICANOS, LA CIUDAD DE SAINTE MERE EGLISE Y LA LEGIÓN AMERICANA, SE UNIERON EN UN COMPROMISO FIRMADO EL 5 DE JUNIO DE 2016, PARA GARANTIZAR QUE ESTE SITIO CONMEMORATIVO NO SIRVA A OTRO PROPÓSITO QUE EL DE RECORDAR ETERNAMENTE EL PRECIO PAGADO AQUÍ EN SANGRE POR LA LIBERTAD Y LA PAZ. EN PERPETUO HONOR A AQUELLOS QUE CREYERON QUE NO HABÍA MEJOR LUGAR PARA MORIR (Teniente «RED» DOLAN) QUE EL PUENTE LA FIERE, NI MEJOR RAZÓN QUE LA LIBERACIÓN DE NORMANDÍA. 

    Existen más placas en el lugar, en recuerdo y homenaje a los servicios médicos militares, y a las distintas Divisiones y Regimientos que participaron en esta batalla, en la que murieron 254 soldados, y 525 fueron heridos. Hay más información en la base de la escultura en que consiste el monumento, pero no voy a traducirlo todo. La escultura es interesante. Un paracaidista, con su equipo y su fusil, apoyando un pie en una roca, está parado oteando el horizonte.

    Los señores vestidos de uniforme, quizás de la Asociación de Amigos de Veteranos Americanos, justo subían al monumento cuando yo bajaba, y al cruzarnos me dedicaron una amplia sonrisa, tal vez de gratitud por pararme a visitar su monumento.

    De vuelta a la moto, andé 15 kms en dirección noreste hasta el siguiente destino, la Batterie d’Azeville. Carreteras estrechas, pocos coches, paisaje agrícola y ganadero, pocas curvas, pero agradable de conducir.

    En 20 minutos estaba en destino. A mitad de camino paré  para hacer una foto a una iglesia. Hay muchas así en esta zona de Francia, iglesias humildes con su cementerio al lado, rodeadas de un murete bajo de piedra. Si hubiese estado abierta habría entrado a visitarla.

    La batería de Azeville, fue construida por la Organización Todt entre 1941 y 1944, y fue un elemento importante del Frente Atlántico. 

    Está situada a 7 kilómetros al norte de Sainte Mere Eglise y a 5 kilómetros de la playa,  y  es una de las principales fortificaciones de la Muralla Atlántica. Fue construida tierra adentro, para proteger brechas de la costa oriental de la península de Cotentin.

    Dotada de un impresionante complejo subterráneo de hormigón, 4 casamatas con cañones de 4,13 pulgadas y una guarnición alemana con 170 hombres, fue uno de los objetivos prioritarios de los aliados el 6 de junio de 1944.

    Esta batería participó en los combates desde el inicio del Desembarco, bombardeando  todas las zonas de Utah Beach durante más de tres días y medio.

    Su acción frenó significativamente a las fuerzas aliadas que acabaron teniendo que rodear la batería. La posición finalmente cayó el 9 de junio después de intensos combates y varios contraataques.

    Se ofrece una visita guiada que recorre parte de los 650 m de galerías subterráneas que unen fortines, zonas habitacionales fortificadas, la fábrica, el hospital, etc., mostrando la historia de la construcción de esta batería, cómo las casamatas se camuflaron como cabañas en ruinas,  la increíble red de salas subterráneas y 300 metros de túneles. Además, una exposición permanente evoca la construcción de la fortificación alemana en Azeville, la vida de la guarnición, y su relación con los habitantes del pueblo.

    Ya eran casi las 17h y a esa hora cerraba el complejo, por lo que no pude ni plantearme hacer una visita guiada. Sin embargo, sí que di un tranquilo paseo por toda la parte de la batería que está en superficie.

    Pude acceder al interior de las casamatas.

    A las estancias fortificadas y los emplazamientos de la artillería.

    Y pude subir al techo de la fortificación, desde donde se contemplaba un apacible paisaje, con vacas pastando.

    A sólo tres kilómetros en dirección a la costa, estaba  la Batterie de Crisbecq, última visita programada del día. Se trata de una descomunal batería subterránea que contaba con una dotación de 400 soldados, con 22 bloques, actualmente rehabilitados, de las baterías de artillería más capaces de las playas del desembarco el día D, con cañones antiaéreos, los famosos cañones de Saint-Marcouf, búnkeres de municiones, además de cocinas y dormitorios.

    Lamentablemente, cuando llegué faltaba menos de una hora para el cierre, y ya no permitían el acceso a nuevos visitantes, por lo que tuve que conformarme con hacer alguna foto desde el perímetro del recinto.

    Pero tengo que confesar que no me importó, llevaba diez horas seguidas ruteando con la moto, visitando los lugares más emblemáticos de las playas del desembarco, varias horas bajo la lluvia, y estaba a gusto pero cansado, deseando llegar al alojamiento.

    Apenas 40 kilómetros por la N13 y en media hora estaba en mi hotel, el Premiere Classe de Cherburgo-Tourlaville. Eran cerca de las 19h y antes de hacer checking, me acerqué a un Lidl donde compré pan, algo de fruta y un salchichón trufado con nueces, una chacina que gastan los franceses y que está riquísima. Ya en el hotel, ducha caliente, ropa limpia, buena cena, y a descansar, después de un día largo, duro e intenso, por una geografía humana sobrecogedora y dramática, que contrasta con el apacible paisaje normando, en el que las vacas pastan, y los granjeros surcan veloces sus aldeas, montados en bicicletas con batería.

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  • La ruta mediterránea más placentera: de Águilas a Carboneras y Almería

    Para abrir este artículo tengo que decir, que de todas las rutas que he hecho en los casi cuarenta años que llevo andando en moto, esta es, probablemente, la ruta que más he disfrutado. Comienza en Águilas (Murcia), termina en Almería, y transcurre por viejas carreteras costeras con mucho mar y poquísimo tráfico, con formidables paisajes de fondo. Se pasa por San Juan de los Terreros, Garrucha, Mojácar y Carboneras, para terminar en Almería capital. En total son 132 kilómetros divididos en tres sectores, de los cuales los dos primeros van totalmente pegados al mar, y el tercero atraviesa el desierto.

    El primer sector nos lleva desde Águilas hasta Garrucha. Águilas fue pueblo de pescadores; aún hoy lo es, aunque alrededor del puerto y de sus casas marineras ha crecido una abigarrada masa de edificios orientados al turismo. Yo de hecho amanecí en un hostel junto al puerto deportivo, que estaba muy animado desde primera hora de la mañana.

    Desde Águilas hasta Garrucha, se extiende un tramo de gran valor paisajístico: un estrecho corredor entre el intenso azul del Mediterráneo, y las abruptas paredes rocosas de la sierra Almagrera cayendo repentinamente sobre el mar. Desde San Juan de los Terreros, ya en la provincia de Almería, hasta Garrucha, que es la versión tranquila de la vecina Mojácar, hay 28 kilómetros de una carretera, la AL-7107, que da pena que se acabe, una verdadera delicia.

    Nada más entrar en la 7107, me llamó la atención la presencia de numerosas autocarabanas y campers aparcadas en una llanura elevada junto al mar. 

    Autocarabanas al inicio de la AL-7107

    Me adentré en la carretera, iba como sobrecogido, sin ningún tráfico, sólo algunos ciclistas, las montañas a mi derecha, y a la izquierda el Mediterráneo. Unos diez minutos después paré la moto junto a un banco que miraba al mar, quería respirar ese aire, y tomar alguna fotografía.

    El Mediterráneo entre Águilas y Garrucha
    El Mediterráneo entre Águilas y Garrucha II
    El Mediterráneo entre Águilas y Garrucha III

    Diez minutos después, hice una nueva parada a la altura de la cala de la Invencible, donde pueden verse encaramadas en la montaña, las ruinas de la fundición “Invencible”, restos de una importante fábrica metalúrgica del siglo XIX, surgida del descubrimiento de plata en esta zona. Destacan las chimeneas en la cima del cerro, y sobre todo, la arcada de piedra que aparece en la fotografía.

    La Fundición Invencible

    La cala, justo abajo, ofrece un lugar retirado y tranquilo donde darse un baño en aguas cristalinas, o incluso pernoctar, según parece, por la autocaravana aparcada en la misma arena de la playa

    Cala de la Invencible

    La Al-7107 termina en Puerto Rey, junto a  las playas de Vera, donde paré a desayunar en una cafetería. El local resultó ser un cyber café con un fuerte olor a tabaco, pero la música, el desayuno, y la camarera, hicieron que mereciera la pena ese breve dejavu.

    Desde Puerto Rey hasta Garrucha, hay sólo unos kilómetros de transición por la A-370, y en seguida la abandonamos para volver a tomar una carretera costera espectacular, la AL-5107, por la que haremos el segundo sector de la ruta, desde Mojácar, hasta Carboneras.

    El mar desde Mojácar costa

    Como señala Pedro Pardo, el emplazamiento de Mojácar pueblo es soberbio, su caserío se arracima en las faldas de un pequeño cerro, y sus casas son de una blancura que refulge a la luz del sol, posee resonancias de la otra orilla del Mediterráneo. Vale la pena subir hasta el pueblo por las magníficas vistas que desde sus diferentes terrazas se obtienen. De entre ellas, la del castillo es la que se encuentra a mayor altura, y la que se abre más abajo, en la Plaza Nueva, tiene el ambiente añadido de las terrazas.

    Mojácar pueblo

    Dejé la carretera y subí al pueblo, con la intención de disfrutar las vistas panorámicas desde lo más alto del castillo, pero lo logré sólo a medias; es decir, subí cuanto pude, hasta lo más alto de la Avenida de París, ya muy cerca de la Plaza Nueva. A partir de ahí el acceso estaba cortado al tráfico y había que seguir a pie, así que aparqué la moto, tomé algunas fotos, y seguí con mi ruta.

    Vista panorámica desde Mojácar

    El siguiente sector de la ruta, por la costera AL-5107, nos lleva desde Mojácar hasta Carboneras. Siguiendo con Pedro Pardo, una vez que los hoteles y urbanizaciones de Mojácar-costa quedan atrás, se inicia el ascenso a un empinado promontorio rocoso, último contrafuerte de la Sierra Cabrera, antes de desaparecer bajo las aguas del mar. El ambiente es de una soledad y aridez sobrecogedoras, y la vista sobre la torturada costa almeriense, impresionante. Al otro lado se sitúa la playa y el pueblo de Carboneras.

    Efectivamente, es un tramo formidable, porque transitas pegado al mar, pero encaramado en las alturas de la sierra, con unas vistas aéreas sobrecogedoras. La más espectacular, sin duda, la del mirador de La Granatilla, en pleno Parque Natural Cabo de Gata – Níjar, geoparque declarado reserva de la biosfera.

    Desde el mirador, que es simplemente un amplio ensanche en una gran curva en la cima, con un par de paneles explicativos, se obtiene al este, una plácida visual de la montaña con el mar Mediterráneo al fondo; y hacia el oeste, que es propiamente el mirador donde están los paneles, se contempla en primer plano la carretera que asciende al Collado de la Granatilla, a través de una formación volcánica conocida como “Brecha Roja  de Carboneras”. Abajo, la playa El Algarrobico, con Carboneras al fondo. La parada en este mirador es imprescindible.

    Mirador de la Granatilla en la Al-5107. Vertiente oeste
    Mirador de la Granatilla en la Al-5107. Vertiente este

    El último sector de la ruta nos lleva desde Carboneras hasta Almería, atravesando el desierto de Tabernas.

    Salimos de Carboneras por la N-341 dirección norte hasta la A-7 a la altura de Venta del Pobre, donde en vez de tomar la A-7, cogemos una carretera secundaria sin ningún tránsito, la A-1103, que después pasa a denominarse A-1102, y que transcurre por un impresionante paisaje desértico. Se pasa por los Molinos del Río Aguas, una aldea o más bien cortijada  junto al nacimiento del río. Sólo unos cientos de metros más arriba, paré para contemplar el caserío desde arriba, sobre el fondo que forman los karst de yeso. Es un paisaje muy peculiar, semidesértico.

    Molinos del Río Aguas
    Entorno de Molinos del Río Aguas

    Sólo unos kilómetros más adelante hice una nueva parada en el Mirador Urrá, que ofrece una panorámica excepcional de la Cuenca de Sorbas, una depresión intramontañosa enclavada en las zonas internas de la Cordillera Bética. 

    Mirador Urrá en la A-1102
    Mirador Urrá en la A-1102 II

    Según explica un panel informativo en el mirador, la Cuenca de Sorbas constituye una zona de singular interés geológico para estudiar los cambios ocurridos en la costa mediterránea en los últimos ocho millones de años, y su relación con la evolución geológica de la Cordillera Bética.

    Cuenca de Sorbas desde el Mirador Urrá. Tierra quemada en primer plano

    La A-1102 continúa, sinuosa y solitaria, sin más tránsito que el de algunos motoristas disfrutando de la carretera, hasta llegar a Sorbas, donde nos incorporamos a la N-340, que nos llevará hasta Tabernas, a lo largo de 33 kilómetros de un paisaje árido, como indica Pedro Pardo marcado por las profundas y anchas ramblas secas, efecto de la intensa erosión provocada por las torrenciales lluvias sobre un terreno que apenas cuenta con una mínima capa vegetal que lo dificulte. Los caseríos se muestran abandonados o semiderruidos. Nos encontramos en el desierto de Tabernas. Sus cerros desnudos son muy populares debido a que han sido el escenario de un gran número de películas que eligieron estos parajes como evocación de los del Oeste norteamericano.

    En esta zona, se encuentra el Mini Hollywood, con un par de poblados utilizados en la filmación de muchas de aquellas películas.

    La verdad es que este territorio es puro western, y cuando paras la moto y te adentras en el campo apenas diez metros para tomar una fotografía, sientes que en cualquier momento puede aparecer Clint Eastwood con su poncho y su cigarro, tirando de una mula.

    Desde Tabernas, bajé hasta Almería capital, para terminar mi ruta.

    Entrando en Almería

    Volviendo a Pedro Pardo, Almería llama la atención por su inconfundible aire magrebí, seguramente efecto de su intensa luz blanca, de que el desierto llega a donde empieza la ciudad, y de su peculiar arquitectura popular. Desde lo alto, como si se tratase de una casbah, la Alcazaba proyecta sobre Almería un perfil norteafricano, y las humildes casas del barrio La Chanca, dispuestas en un prieto entramado de callejuelas, parecen pertenecer a una medina árabe.

    La Alcazaba de Almería
    Panorámica desde la Alcazaba

    Con esta ruta daba fin un estupendo viaje de cuatro días, por las rutas 24, 25, 26 y 27, de la guía España en Moto de Pedro Pardo, que da nombre a esta sección del blog; es decir, todas las rutas del mediterráneo desde el Maestrazgo hasta Almería, dejando para otra ocasión, la parte mediterránea de Catalunya.

    Desde Almería, regreso al Califato por Granada y Antequera, y pilas cargadas hasta el siguiente viaje.

    La campiña malagueña, a las espaldas de la Repsol de Antequera

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  • Por el dulce paisaje de la sierra de Aitana: de Gandía a Alicante por el interior.

    El día anterior había hecho la ruta 25 con final en Cuenca y allí amanecí. Le hice un pequeño mantenimiento a la moto en el garaje del hotel, reposté en una Repsol, y busqué un bar para desayunar. Realmente tuve mala suerte, me metí al azar en el primer bar que encontré, y resultó ser uno de esos pretenciosos gastrobares en los que los platos de la carta están cargados de adjetivos y complementos circunstanciales, y nunca ponen los precios. No me gustó el sitio, pero decidí quedarme porque era algo tarde y total, para un café sólo y media tostada de tomate cualquier sitio vale. Me hicieron esperar mis buenos diez minutos y me sirvieron un buen café, una rebanada de pan de esas que se sacan del congelador, tipo  pan payés, presentada en una gran bandeja de pizarra, con un cuenquito de tomate, y una mini dosis de aceite envasado. Cuando fui a pagar, el señor de la barra me pidió 3,80€. Me hubiera gustado preguntarle dónde estaban los músicos… pero simplemente le dije que me parecía una barbaridad, a lo que me respondió, “caballero son los precios que tenemos”… El sitio se llama “La Esencia, Gastrobar”, y no pienso volver por allí en toda mi vida.

    De Cuenca a Gandía, 250 km de autovía por la A3, sin nada especial que destacar, y ya en Gandía, comencé la Ruta 26, que nos lleva hasta Alicante por el interior, cruzando la sierra de Aitana.

    El primer sector va desde Gandía hasta Parcent, y la primera parte, hasta Oliva, es un verdadero infierno, al menos en Semana Santa, con miles de coches y kilómetros y kilómetros de retención. Tenía mucho tajo por delante, así que me puse en modo hooligan, y entre el arcén y el otro lado de la continua, me ventilé este tramo lo más rápido que pude, si hubiese ido en coche estaría allí todavía. De hecho, si repito esta ruta, la iniciaré directamente en Pego, ya fuera de la costera N-332. En este primer sector, lo más destacable son los extensos bosques de naranjos y mandarinos.

    Naranjos en Gandía.

    El segundo sector comienza al dejar atrás la población de Parcent y nos lleva hasta Callosa de Ensarriá, siempre por la CV- 715. Lo más destacable de este tramo son el Coll de Rates (780 m) y la población de Tárbena.

    El Coll de Rates es un puerto modesto, pero ofrece una estimulante subida, y una magnífica panorámica del valle, desde la Sierra del Carrascal al oeste, hasta la población de Xàbia al este, con el mar al fondo, en el que puede verse, a lo lejos,  la isla de Ibiza.

    Carretera de ascenso al Coll de Rates.
    Panorámica del valle desde el Coll de Rates.
    Panorámica del valle desde el Coll de Rates II

    El mirador del Coll de Rates es un sitio chulo en el que merece la pena parar.

    El descenso va bordeando un profundo valle hasta llegar a Tárbena, desde donde caen en picado impresionantes terraceríos con almendros.

    Tárbena

    Se sigue por la misma carretera hasta Callosa de Ensarriá, donde comienza el último sector de la ruta, abandonando la CV-715 para tomar la CV-755 dirección a Guadalest.

    Guadalest es sin duda, el punto más pintoresco de esta ruta. Está emplazado en lo alto de un risco, con un castillo en la cima, y un amplio embalse de aguas verdes a sus pies. El acceso al pueblo es complicado. El GPS me metió por una pista que luego fue camino y luego sendero vertical para cabras montesas…

    Tentativa frustrada de acceso a Guadalest. El pueblo sobre el peñasco.

    Di la vuelta como pude con mi moto de 250 kilos y bajé de nuevo a la carretera para seguir avanzando hasta llegar a la presa del embalse, un lugar realmente tranquilo y agradable. Es un amplio embalse de aguas color esmeralda rodeado de abruptas montañas, con el pueblo y su castillo, sobre uno de los riscos. Había poca gente y me di un buen descanso paseando por el puente, contemplando el paisaje, y tomando algunas fotos.

    Guadalest y su castillo en la cima. Visto desde el embalse.
    Montañas al otro lado del embalse de Guadalest.

    Al otro lado del puente la calzada continuaba en lo que Google Maps decía que era un camino, del que el GPS no tenía noticias. Cada vez me gusta más Google Maps y menos el Tomtom Rider, es absurdo que te gastes una pasta en un GPS específico para moto, y resulte que Google te da mejor servicio. A ver si inventan pronto un móvil impermeable y  que no se caliente con el uso intensivo, y a tomar por saco el Tomtom. Aunque claro, seguirá el problema de la cobertura… en eso el satélite del GPS gana por goleada.

    Me metí en el camino y fue un gran acierto. Se trata de una pista de asfalto roto y tierra que se puede hacer despacito con cualquier moto, que da la vuelta al embalse en un recorrido de unos 10 o 15 kilómetros, cerca del agua, al fondo del valle, entre grandes montañas y frondosos bosques. De vez en cuando encontrabas en algún ensanche una camper estacionada, con parejas o pequeños grupos de escaladores con sus cuerdas, mosquetones, cascos…, también alguna familia comiendo una tortilla a la sombra de los pinos. La primera mitad del recorrido fue un poco tediosa porque tuve la mala suerte de ir detrás de un coche, y aunque había pocos ensanches alguno había, sin embargo ese señor no creyó necesario dejar pasar al motorista, así que me tragué unos 15 minutos detrás del coche. Por fin, nos encontramos otro coche de frente y como no había espacio para que se cruzasen, tuvieron que parar. Me puse al lado del conductor y me paré, bajó la ventanilla y le dije, “si no te importa, voy a pasar”. El hombre se quedó mirándome sin decir nada, la mujer que había a su lado me decía amablemente “¡claro, claro, pasa…!”, y yo me largué, disfrutando por fin, de camino abierto, porque como todo motorista sabe, no hay nada peor que ir detrás de un coche…

    Esta ruta circular me llevó unos 40 minutos, no la tenía prevista pero me encantó, y si vuelvo por allí la repetiré. Al final, acabas subiendo a un pueblo, Beniardá, en el que paré a contemplar el paisaje desde las alturas.

    Tal vez en otra ocasión entre en el pueblo de Guadalest, según describe Pedro Pardo en su guía, “al casco histórico se accede cruzando un túnel horadado en la roca. Sobre un peñasco próximo se levanta un campanario cuya silueta ha pasado a ser una especie de símbolo de Guadalest. Desde lo alto de su núcleo urbano se domina una vasta panorámica en la que las alturas de la sierra de Aixorta se miran en las aguas azules del embalse. Se debe dejar la moto a la entrada del pueblo, ya que todo su conjunto urbano es peatonal”.

    Desde Beniardá se toma la CV-70 y unos 10 kilómetros más adelante se llega al puerto de Confrides (966 m) a través de un suave ascenso, en un paisaje de pequeños pueblecitos serranos, pintados de blanco como en Andalucía. 

    A la salida de Benifato paré en una llanura junto a la carretera, desde el asalto del gastrobar no había comido nada, y tenía más hambre que un perro atao a un kilómetro. Me calenté una lata de albóndigas con el camping gas, fruta, cafelito, y en ruta.

    Albóndigas en Benifato. Las señoras del pueblo paseaban y me saludaban.

    Poco antes de Benasau, se abandona la CV-70 para tomar la CV-770 que nos llevará hasta el mar, en Villajoyosa. Ya en la CV-770, se inicia la subida al puerto de Tudons (1.027 m). Se gana mucha altura en pocos kilómetros por lo que la subida es potente y zigzagueante.

    Puerto de Tudons
    Puerto de Tudons. Inversa.

    Desde el puerto, sale una carreterita que lleva hasta el monte Aitana (1.558 m), que da nombre a toda esta sierra, pero es zona militar y para subir hay que pedir permiso al ejército. Tal vez en otra ocasión, esta vez tuve que conformarme con parar en el puerto y  hacer algunas fotos. A la sombra, había un grupo de motos deportivas y un par de coches tuneados.

    Panorámica desde el puerto de Tudons.

    Conforme se baja el puerto, se va dejando atrás el abrupto paisaje de la sierra, y con la proximidad del mar, el terreno se vuelve más llano. En la ruta de Pedro Pardo, después de pasar Sella, debe tomarse la CV-775 que nos lleva hasta Alicante, pasando por pueblecitos como Relleu y Aguas de Busot. Sin embargo, yo por error continué por la CV-770 hasta Villajoyosa, a 35 km de Alicante, y allí dí por finalizada esta ruta. Poco antes de Villajoyosa, hice una última parada en el embalse de Amadorio.

    Embalse de Amadorio.

    Quedará para otra ocasión la CV-775. En los viajes siempre quedan cosas pendientes.

    Para el día siguiente tenía previsto hacer la Ruta 27 que arranca en Águilas (Murcia), así que, para terminar el día, me enchufé 180 km por la  A-7 hasta Lorca, y desde allí, 40 km por la RM-11 hasta Águilas. Después de un día tan largo y con tantas curvas, la autovía fue un placentero descanso y como colofón, los últimos kilómetros por a RM-11 hasta Águilas me gustaron mucho, porque discurren por un paisaje montañoso y semiárido de matorral bajo, que me recordó al cabo de Gata.

    A última hora de la tarde llegué al hostel, junto al puerto deportivo de Águilas. Ducha, cena, unos vinos en la habitación repasando la ruta del día siguiente, y a dormir, después de un fantástico día de moto.

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  • Desde Levante al centro peninsular por la ruta más larga: de Sagunto a Cuenca por los contrafuertes meridionales de la sierra de Javalambre

    Se trata de una ruta de 200 kilómetros, siempre por carreteras secundarias y casi siempre por zonas montañosas, que consta de varios sectores y precisa unas 4 horas.

    Inicio de la ruta, en una gasolinera a las afueras de Sagunto

    El primer sector desde Gandía hasta Segorbe no tiene mayor interés. Sin embargo, el sector que va desde Segorbe  hasta Manzaneruela, población a orillas del Turia en el límite entre la Comunidad Valenciana y Castilla-La Mancha, serpentea por los contrafuertes meridionales de la sierra de Javalambre, en permanente ascenso y descenso.

    Entre Segorbe y Manzaneruela
    Entre Segorbe y Manzaneruela II

    Hasta Aras de Olmos, el recorrido es una sucesión de humildes puertos y pequeñas llanuras, valles con terrazas donde se alinean los frutales, y aldeas y pueblecitos, como Alpuente. Durante todo el tiempo espléndidas vistas a la sierra de Javalambre y la serranía de Cuenca.

    Almendros.
    Almendros II

    En Aras de Olmos se inicia un descenso muy pronunciado a media ladera de un profundo barranco sobre el río Turia que corre, recién nacido, por el fondo. Un puente de altos vuelos lleva la carretera de una vertiente a la de enfrente, en el punto más espectacular de toda la ruta. Se trata del puente de Santa Cruz de Moya, ya en la provincia de Cuenca.

    Puente de Santa Cruz de Moya sobre el Turia.
    Puente de Santa Cruz de Moya sobre el Turia II
    El río Turia corre, recién nacido, por el fondo
    El río Turia corre, recién nacido, por el fondo II
    La carretera, a media latera, en la otra vertiente.

    Poco después se llega a Manzaneruela, donde termina este sector, y a partir de ahí se entra en un tramo de transición de unos 25 km, entre dos áreas netamente montañosas. Eran cerca de las 17h cuando paré a comer en Landete, en una plazuela junto a un puente sobre el río de Algarra. Tenía hambre y disfruté especialmente esa comida al aire libre, junto al río, bajo un sol que no llegaba a quemar.

    Comida en Landete, junto al río.
    Comida en Landete, junto al río II

    En Landete tomé la CM 215 hasta pasado Boniches, donde se toma la N-420, que nos lleva hasta Cuenca por unos 40 km, en los que se alternan grandes rectas con tramos de vueltas y revueltas en un territorio llano pero elevado, una altiplanicie que invita al motorista al vuelo rasante.

    Recta en la altiplanicie. Vuelo rasante.

    Llegué a Cuenca sobre las 20h y estaba bastante cansado. En realidad, el día había empezado hacía 12 horas en la provincia de Teruel, y esta era la segunda ruta del día. Por la mañana ya había hecho la Ruta 24, que os cuento en otro artículo. 

    Había reservado habitación en un hotel funcional, donde me dieron una habitación interior sin ningún encanto, pero con un buen baño y una excelente cama. Metí la moto en el garaje, y aún vestido de motorista me fui a la gasolinera de la esquina para comprar pan, vino y cacao para los labios; además necesitaba cambiar para pagar el parking. El tío de la gasolina era un gilipollas y no me quiso cambiar, decía que no tenía mucho cambio y quedaba mucho fin de semana por delante… que le den por culo. Pagué con tarjeta y enfrente, encontré una frutería abierta donde sí me cobraron en metálico. Al hotel, a la ducha, y a cenar cómodamente en la habitación bebiendo vino cosechero y escuchando en Canal Sur Radio el Sevilla – Celta. Empate a 2. Los vigueses nos empataron en el minuto 93, que coraje. Era el segundo partido de Mendilíbar, lo mejor estaba por llegar. En otra ocasión visitaré las Casas Colgantes.

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  • Un remoto rincón de la Comunidad Valenciana: de Sant Joan de Penyagolosa a Castellón.

    Esta ruta serpentea por el límite sur de la comarca del Maestrazgo, un remoto y agreste rincón de la Comunidad Valenciana, frecuentado por montañeros que se dirigen a Penyagolosa, el punto más alto de la región, y por los aficionados a las setas.

    Pedro Pardo plantea esta ruta de sur a norte, partiendo de Castellón y terminando en Sant Joan de Penyagolosa. Yo, sin embargo, la hice justo al revés, de norte a sur, porque mi plan de viaje continuaba hacia el sur, siguiendo el mediterráneo hasta entrar en Andalucía por Carboneras.

    Hasta hace unos años, era posible alojarse en una hospedería en la montaña, en el mismo monasterio de Sant Joan de Penyagolosa, me hubiera encantado hacerlo, pero lamentablemente la hospedería cerró hace algunos años, y de hecho no encontré ningún alojamiento disponible en Vistabella del Maestrazgo, por lo que decidí subirme a Teruel, y alojarme en Valdelinares, donde la estación de esquí.

    Por tanto, esta ruta tuvo un pequeño prólogo el día anterior, que fue el viaje de Córdoba a Valdelinares (Teruel), del que destacaré dos sectores de interés.

    Como siempre que subo a la meseta, salí del califato por la N-420, y la mantuve hasta Teruel. Antes, a la altura de Torrebaja (Valencia), se une a la N-330, carretera que viene subiendo desde la Autovía del Este, la antigua y mítica ruta del bacalao. Pues bien, desde Torrebaja, ambas carreteras se unen en una sóla que durante unos kilómetros deliciosos, acompaña el curso del río Turia, rodeado de montañas, con un trazado sinuoso que invita al motorista a disfrutar. Es un tramo mágico y sorprendente, en el que por desgracia, encontré más tráfico que en 2019, cuando hice por primera vez esta carretera, camino de la reunión invernal de Arguis.

    El segundo sector de especial interés, es el que discurre entre Teruel y Valdelinares, a través de la ruta de los puertos, que aparece en la guía de Pedro Pardo como una extensión de la ruta 23, dedicada al Maestrazgo. Se sale de Teruel por la A-226, y a lo largo de 80 km se van subiendo 4 puertos que oscilan entre los 1468, y los 1701 metros.

    La A-226 es una carretera muy recomendable, por su interés paisajístico, y también por su escaso tráfico y su trazado, que invitan a disfrutar; sin embargo, tengo que decir que los primeros kilómetros, a la salida de Teruel, son un auténtico vertedero de basura. Me refiero a varios kilómetros con las cunetas llenas de basura, algo que no recuerdo haber visto antes en ningún sitio y que no alcanzo a comprender.

    Pasado el mal rato, te vas adentrando en un paisaje rudo, con mucha piedra y matorral bajo, hasta que se corona el puerto de Cabigordo (1600 m), donde paré un rato.

    Puerto de Cabigordo, con vallado de troncos.

    Las vistas son interesantes, profundas sólo en alguna dirección, porque en otras el paisaje era de altiplanicie, con elevaciones superiores al puerto.

    Panorámica desde el Puerto de Cabigordo (1600 m)

    A unos 100 metros campo adentro, había un bonito apilamiento de piedras, y también me llamó la atención, la valla hecha con troncos, que más adelante encontré en otros puntos de la carretera, y que no se me ocurre qué función tiene.

    Apilamiento de piedras en el Puerto de Cabigordo

    Se hacen unos 20 kilómetros de altiplano hasta Allepuz y enseguida se corona el puerto de Sollavientos (1468 m), donde abandoné la A-226 para bajar a Valdelinares y hacer pernocta. Quedarán para otro viaje los otros dos puertos que completan ese recorrido, el puerto de Villarrolla (1701 m), y el puerto de Cuarto Pelado (1612 m).

    Puerto de Sollavientos (1507 m).

    Ya en el puerto de Sollavientos, me llamaron la atención las terrazas ganadas al monte, con laboriosos muretes de piedra.

    Terrazas en la ladera, desde el Puerto de Sollavientos (1507 m)

    La bajada hasta el pueblo es abrupta, con una carretera muy estrecha, y en mal estado, pero que se puede transitar sin peligro yendo despacio. Las terrazas seguían abundando a ambos lados, pero todas estaban yermas. Sin duda estas sierras vivieron tiempos mejores con masías habitadas, y huertas cultivadas en las terrazas de las laderas. Ahora la sierra se ve casi despoblada, y las terrazas parecen un capricho del paisaje. Además de las terrazas, llamaron mi atención carteles que había por el campo, prohibiendo coger setas, yo eso no lo había visto nunca, se ve que la recolección de setas debe ser objeto de explotación económica en esos parajes.

    Valdelinares no me llamó mucho la atención. Por lo visto es el municipio más alto de España, a 1692 metros.

    Valdelinares, municipio más alto de España, a 1692 m.

    Con récord o sin él, lo que sí tiene Valdelinares es una estación de esquí, y supongo que por eso mismo, unos alojamientos muy caros. Lo más económico que encontré fue un hostalito a 65€, lo que a un motorista mochilero como yo, le parece un escándalo, sobre todo si hablamos de un tercero sin ascensor, con baño sin reformar y olor a tabaco en todo el establecimiento. Al menos, estaba limpio, la cama era cómoda y la ducha funcionaba bien. O sea, para mí suficiente, pero fuera de precio. Además estaba atendido por unos chicos que bueno… digamos que no añadían valor al alojamiento. Eso sí, el bar del hostal era curioso, porque en él se mezclaban algunos grupos de turistas de los que van a estaciones de esquí, con grupos de chavales y chavalas jóvenes que iban allí porque no había otro sitio donde ir, y algunos señores mayores del lugar que iban sólos, a dejar pasar el tiempo en ese lugar, con el ruido de fondo de los esquiadores y sus conversaciones, en tono alto, y trufadas de grandes y pequeños logros, y escasos contratiempos. Además, hay que decir que el bar era barato y el vino bueno, aunque los desayunos no son su fuerte.

    Dormí bien, desayuné regular, y afronté el día con muchas ganas de moto. Lo primero era llegar hasta Vistabella del Maestrazgo, para subir al monasterio de Sant Joan de Penyagolosa y desde allí, iniciar la ruta 24, hasta Castellón. Por tanto, digamos que empezaba la última parte del prólogo, aunque tengo que decir, que este trayecto por el Maestrazgo, entre Valdelinares (Teruel) y Vistabella del Maestrazgo (Castellón), fue, aun siendo prólogo, lo mejor del día. Y eso que el día empezó raro, primero porque el tomate de las tostadas tenía crianza y hasta solera, y luego porque el GPS y el Google Maps me sugerían rutas distintas.

    Eché a andar por la misma carretera que me había llevado hasta el pueblo, continuando ahora en dirección sur-este, y enseguida llegué a un cruce, en el que el GPS me proponía ir a la derecha, y me daba un tiempo estimado de ruta de 2 horas hasta Vistabella, mientras que Google me mandaba a la izquierda con un tiempo estimado de 1 hora, a través de unas carreteras que por lo visto, no aparecen en el Tomtom.

    Afortunadamente hice caso a Google. Lo primero fue subir al Puerto de Linares, donde paré en un mirador y tomé una fotografía de Linares de la Mora desde las alturas.

    El Valle desde el Puerto de Linares, en la Sierra de Gúdar-Javalambre.

    Curiosamente, en el mirador había unos paneles divulgativos sobre astronomía, porque el mirador forma parte de la Red de Miradores de Estrellas de Gúdar – Javalambre.  La ruta siguió subiendo y me crucé con algún grupo de senderistas. Más adelante, abandoné la carretera por otra mucho más estrecha que conducía a Puertomingalvo, donde, un poco antes de llegar, sale a la izquierda una carretera poco señalada, que yo de hecho me pasé, y al verla de refilón tuve que dar la vuelta. Esta última carretera, la CV-175, no aparece en el Tomtom (al menos como yo lo tengo configurado), y es una auténtica maravilla, siempre y cuando te gusten las carreteras extremas.

    Paré al principio de la CV-175 para fotografiar un paisaje amplio y profundo, con Puertomingalvo al fondo, en una modesta elevación.

    Inicio de la CV-175, una carretera extrema.
    Un paisaje amplio y profundo, con Puertomingalvo al fondo.

    Seguí adelante y enseguida me dí cuenta de que esa carretera me iba a enamorar. El paisaje se fue haciendo cada vez más agreste, apenas algunas granjas con establos y sin viviendas, y cada vez más vacas en sierra abierta sin vallar, a veces junto a la carretera o incluso dentro de ella, mirándote pasar con mucha calma. Los kilómetros se sucedían y no me cruzaba con ningún vehículo. Es verdad que era Viernes Santo, pero creo que en cualquier otra fecha, por allí no pasan más que los land-rover de los ganaderos. En algunos tramos la carretera estaba muy sucia con arena y piedrecilla suelta, a veces rota y siempre muy revirada, por lo que había que conducir despacio, disfrutando del paisaje. Este tramo tan agreste son apenas 15 km que se recorren en unos 20 minutos. Entonces se llega a un puente sobre el río Monleón, cuyo lecho, ahora seco, discurre entre pinares de montaña.

    Lecho del río Monleón, límite entre Aragón y la Comunidad Valenciana.

    Al final del puente, un cartel indica la llegada a la Comunidad Valenciana, y a continuación hay un pequeño túnel bajo la montaña. Al salir, la carretera ha cambiado totalmente y ahora es amplia, está pintada, tiene un firme perfecto, y su denominación cambia a CV-170. ¿Por qué una carretera que transcurre por Aragón se llama CV…? pues ni idea.

    Final del tramo aventurero por la CV-175, en el límite con la Comunidad Valenciana.

    La parte valenciana de la ruta hasta Vistabella del Maestrazgo es ligera, cada vez menos agreste, hasta que desciendes a unas amplias llanuras cultivadas, poco antes de llegar al pueblo. Entonces, tomas a la derecha una pequeña carretera de montaña que te sube al Parque Natural de Penyagolosa. Primero pasas por la Zona de Acampada Del Planás, donde había bastantes campistas, aunque no tantos como puedas encontrar en un camping. Pasé por un puesto de control de acceso que tenía la barrera levantada, y un poco más adelante, llegué al Santuario, donde hay un amplio aparcamiento, un mirador, un centro de interpretación del parque, cocinas exteriores de libre uso para los excursionistas, y paneles que muestran todo un entramado de rutas de senderismo que sin duda, pueden merecer la pena.

    Al principio de este artículo, hemos definido este lugar como un remoto rincón de la Comunidad Valenciana, frecuentado por montañeros que se dirigen a Penyagolosa, el punto más alto de la región, y por los aficionados a las setas, y así es, pero hay que puntualizar que esos montañeros y buscadores de setas, al menos en Semana Santa, son legión. Encontré allí cientos de coches aparcados, y muchos grupos entre los que predominaban los senderistas, muchos equipados con bastones, pero también familias que paseaban por allí con niños pequeños. Por tanto, hablamos de un lugar muy chulo al que merece la pena ir y al que me encantará volver, pero si alguna vez fue recóndito, hoy desde luego ya no lo es.

    En el pasado reciente había un santuario con religiosos, que además de sus servicios espirituales, ofrecían al viajero hospedería. Ahora es un edificio vacío y en obras. Estuve un rato paseando por el entorno y tomé algunas fotografías del conjunto, del acceso a las habitaciones, de amplios salones con chimeneas y mesas para el viajero, incluso de un aula de la naturaleza. Es un lugar interesante.

    Santuario de Sant Joan de Penyagolosa, en obras.
    Santuario de Sant Joan II
    Santuario de Sant Joan III
    Sant Joan, cobijo forestal, antigua hospedería.
    Sant Joan, cobijo forestal, antigua hospedería II

    Además, desde junio de 2018, en el entorno boscoso del santuario, pueden contemplarse cuatro obras de arte al aire libre, fruto de una residencia artística. Las obras, quieren reflexionar sobre la relación entre las personas y las tradiciones ligadas a la ermita de Sant Joan y el pico de Penyagolosa.

    Siempre he sentido debilidad por el aire al aire libre, así que me paré a visitar una de las cuatro obras. No todas, porque tenía muchos kilómetros por delante. Las otras tres son un excelente motivo para volver a este lugar.

    La obra PEREGRINAJE de la serie inner territories pretende, en palabras de su autora, la argentina Silvina Soria, crear una experiencia estética y de juego que nos dé la oportunidad de pensar sobre nuestros caminos personales (…/…). Un laberinto es un símbolo universal y espiritual, que representa el camino de purificación en la búsqueda de la esencia de uno mismo.

    PEREGRINAJE es una obra sencilla, una espiral de piedras, seguramente colocadas de forma colectiva por un grupo de personas, ubicada en un llano levemente más elevado que el santuario, y protegido por una densa arboleda. Creo que el sitio está muy bien elegido, y aunque la obra es sencilla, en mi opinión, lo único que importa en el arte es el resultado, y el resultado es poderoso. Estuve un buen rato contemplando el laberinto desde una posición elevada, afortunadamente a solas, y sin duda fue una experiencia artística. El sol se filtraba entre los árboles creando sobre el terreno un fuerte claroscuro que no ha ayudado a la fotografía.

    PEREGRINAJE, de Silvina Soria

    Después de aproximadamente una hora en Sant Joan de Penyagolosa, me subí a la moto, e inicié, en sentido inverso, la ruta 24 hasta Castellón. Son 91 kilómetros con dos sectores, uno netamente serrano, y otro más agrícola.

    Iniciamos el sector serrano bajando desde el área natural protegida de Sant Joan hasta Vistabella del Maestrazgo. Se continúa en dirección a Benafigos subiendo el Puerto de Vidres (1100 m), y descendiendo y volviendo a subir después hasta El Collao (1055 m), donde termina el sector serrano.

    Se llega a Adzaneta, un pueblo campesino de mucha animación donde sí es fácil encontrar alojamiento, y desde allí, se llanea cruzando pueblos de carácter agrario como Vall d’Alba, la Pobla de Tornesa y Borriol, hasta llegar a Castellón, que ocupa el centro de La Plana, una llanura cubierta de naranjos, unida a su puerto, El Grao, por una larga recta de 4 km, que cruza huertos y viñedos.

    En Castellón terminaba esta ruta, y mi plan de viaje continuaba con un enlace hasta Sagunto, donde comienza la ruta 25, pero esa es ya otra historia, que os contaré en otro artículo.

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  • El Puerto de Santa María y el paseo marítimo de Cádiz

    Estábamos alojados en Cádiz y el plan para el día era coger un barquito hasta el Puerto de Santa María, pasar allí todo el día, y regresar a última hora de la tarde. En el Puerto, queríamos visitar por la mañana la Fundación Rafael Alberti, luego hacer una visita guiada en unas bodegas, hacer una cata de vinos y comer en las bodegas, y dar un paseo por los lugares de interés del pueblo por  la tarde, antes de volver a coger el barquito para regresar a Cádiz.

    El día estaba espléndido, desayunamos camino del puerto, y cogimos un catamarán que nos llevó al Puerto de Santa María en 30 ó 40 minutos de navegación. Por supuesto, viajamos todo el rato en la cubierta superior, disfrutando del mar y el sol, contemplando todo el litoral de la bahía, desde Rota hasta Puerto Real. Ya en el Puerto, el barco remontó por la desembocadura del río Guadalete hasta la terminal, en la Avenida de la Bajamar.

    El barquito del Puerto, con el puente de La Pepa al fondo

    Desde la terminal, dimos un pequeño paseo hasta el número 25 de la calle Santo Domingo, donde está la Fundación Rafael Alberti. Es una casa de tres plantas, en la que el poeta vivió de niño. En ella están depositados la donación que junto a su primera esposa, María Teresa León, hizo en 1978 a su ciudad natal, así como nuevas aportaciones que cada día van llegando para completar la intensa biografía y obra de Rafael Alberti.

    Fundación Rafael Alberti, en el Puerto de Santa María

    El museo ofrece una infografía excelente, que permite hacer un recorrido por su vida a través de innumerables fotografías con texto explicativo, con exposición de algunas de las ediciones de sus libros como Marinero en tierra, La arboleda perdida,  su Poemario, o la carpeta «Maravillas con variaciones acrósticas en el jardín de (Joan) Miró«. También se pueden ver algunas de las mejores colecciones de grabados como la serie sobre el abecedario.  

    Fundación Rafael Alberti en el Puerto de Santa María II

    Al ser un día festivo, los horarios de los barcos estaban reducidos, por lo que contamos con poco más de una hora para ver el museo, tiempo que es totalmente insuficiente, pero aún así Alba y yo lo disfrutamos mucho. Los niños no tanto pero se portaron bien, echaron un vistazo general, y luego se sentaron en unos cómodos sillones en la segunda planta, a esperar sin meternos prisa.

    Un clavel para Margarita Xirgu

    El señor que trabaja en el museo es muy amable y bastante guasón. A la vuelta de la esquina del museo hay una pequeña papelería-librería, y Alba dio uno de sus característicos trotecillos para comprar, ya sobre la campana, “Memoria de la Melancolía”, de María Teresa León (‘Memoria de la melancolía’ | Crítica Lo que le debemos a María Teresa León (diariodesevilla.es)),y el señor del museo le estampó en las primeras páginas el sello de la Fundación, como un bonito recuerdo.

    Balada para los Poetas Andaluces de Ahora (1953)

    Para las 14:30h, habíamos reservado una visita a una bodega. Nuestros amigos de El Viaje me hizo a mí, nos habían recomendado las bodegas Osborne, sin embargo, en esos días de Reyes no ofrecían visitas, así que como plan b reservamos en bodegas Caballero, que además tienen su sede en el Castillo de San Marcos, emblema de la compañía,  y organizan visitas guiadas en las que puedes probar varios vinos mientras que te explican toda la historia del Castillo y su relación con las bodegas. La cuestión es que el día anterior me enviaron un correo anulando la reserva y devolviéndome el dinero, por un problema en obras de mantenimiento. Tuve que improvisar y con sólo 24h reservé, como plan c, una visita guiada con cata marinada, en las bodegas Gutiérrez-Colosía, en el número 40 de la Avenida de la Bajamar.

    Tuvimos que andar rápido para no llegar tarde y hacía calor, así que llegamos algo sofocados y un poco sudorosos. Nos recibieron en la puerta 4 personas, que según nos explicaron eran los propietarios y únicos trabajadores de la bodega, y sin más dilación, entramos a la visita.

    Bodegas Gutiérrez-Colosía

    Se quedó con nosotros la chica más aparente de los cuatro, que imagino se ocupaba de la parte comercial, y también de guiar las visitas. La visita me pareció breve y un poco acelerada, aún así, para los niños fue un buen primer acercamiento al mundo del vino de Jerez y al Brandy. Para ser una bodega familiar me pareció muy grande, aunque seguramente nada que ver con la bodega de Osborne, que la llaman la catedral de las bodegas por su altura.

    Bodegas Gutiérrez-Colosía II

    Aprendimos las diferencias en la crianza, color, aroma y gusto, de Fino y Amontillado, ambos muy secos; Oloroso, seco; Cream, semi dulce; Moscatel Soleado, dulce; y Pedro Ximénez, muy dulce; con uvas Palomino, Moscatel, y Pedro Ximénez.

    En la última parte de la visita, nos mostraron las barricas donde hacen el brandy, el Amerigo Vespucci, Solera Reserva, y Elcano, Solera Gran Reserva.

    Bodegas Gutiérrez-Colosía III

    Después de la visita, fuimos a hacer la cata marinada al restaurante Bespoke, que es propiedad de la bodega y se encuentra a apenas 100 metros de distancia. Tanto la sala como la comida del Bespoke no tienen mayor interés, pero la cata fue estupenda y la disfrutamos mucho, descansando y reponiendo fuerzas para el resto del día. Naturalmente el peque se tomó un refresco, pero el mayor se reía entusiasmado delante de sus seis catavinos, aunque como es normal en las catas, tenían sólo un dedito de vino.

    Cata marinada en el Bespoke, el restaurante de las bodegas Gutiérrez-Colosía

    Teníamos por delante toda la tarde para andar a fondo por el Puerto de Santa María, y nos proponíamos visitar, como lugares imprescindibles, el Palacio de Araníbar, el Castillo de San Marcos, la Basílica de Nuestra Señora de los Milagros, la plaza de toros, la antigua lonja, y la Fuente de las Galeras.

    Así que fuimos derechos al Palacio de Araníbar, que es un excelente punto de partida para visitar la ciudad, ya que alberga la oficina de turismo, sin embargo estaba cerrado. En realidad todo lo encontramos cerrado aquella tarde, pero no nos importó, porque más que visitar monumentos lo que queríamos era callejear, conocer un poco la ciudad, y al menos contemplar desde fuera los lugares de mayor interés.

    Portada del Palacio de Araníbar

    Nos hicimos una foto en la puerta del Palacio de Araníbar, a la japonesa, y andamos los 30 metros que separan el palacio del Castillo de San Marcos, una hermosa fortaleza del siglo XII erigida sobre la base de una antigua mezquita árabe, que conforma el escudo de la ciudad, y que, como dijimos antes, ahora es propiedad y emblema de las bodegas Caballero. Tal vez en otro viaje, podamos visitarlo junto a las bodegas Caballero y las bodegas Osborne.

    Castillo de San Marcos

    Pero sin duda, el lugar más imprescindible del Puerto, es la Basílica de Nuestra Señora de los Milagros, por la monumentalidad del conjunto, con su gran lonja de piedra para verla en perspectiva, la torre del reloj, el campanario…

    Basílica de Nuestra Señora de los Milagros
    Basílica de Nuestra Señora de los Milagros II

    Subimos hasta la plaza de toros, que no nos llamó mucho la atención, y desde allí, bajamos nuevamente al mar, para visitar la Fuente de las Galeras, que se construye a mediados del S XVIII para proveer de agua a las Galeras Reales, que invernaban en el Puerto de Santa María desde mediados del S XVI. En algunas fotos aparece parcialmente encalada (para mi gusto más bonita), y en otras en piedra vista. Este día estaba totalmente en piedra vista. El problema es que justo al lado de la fuente hay un local de copas, había mucha gente bebiendo y charlando en la puerta del local, junto a la fuente, y fue imposible tomar una buena fotografía, sin sacar a estas personas. Es un sitio agradable, una bonita fuente junto al mar, aunque seguramente, mejor entre semana, o por la mañana.

    Fuente de Las Galeras

    Desde allí, fuimos dando un paseo por la Avenida de la Bajamar hasta el muelle del catamarán. En el camino, pasamos a ver la antigua lonja, que ahora es, en parte, un local de copas. Para evitar los coches, tuve que hacerle una fotografía esquinada.

    Antigua lonja
    Avenida De La Bajamar

    En el regreso, la navegación fue excitante, al menos para personas de interior como nosotros.  Había un fuerte viento, y al igual que en la ida, nos subimos a la cubierta superior para disfrutarlo.

    Navegando hacia Cádiz, con fuerte viento y el puente de La Pepa muy al fondo

    Al alejarnos del Puerto y salir al mar de la bahía, el oleaje se hizo fuerte en un mar picado que mecía el barco levantando la proa y luego cayendo con violencia. Los niños se reían agarrados a la baranda de babor, y Alba se dedicaba a surfear en la cubierta.

    Momento Surfer Rosa

    Yo, estuve un rato contemplando el Puente de La Pepa, colosal, conforme nos íbamos acercando al puerto de Cádiz, y llevado por mi natural prudente, no disfruté especialmente tanto meneo náutico, así que me senté para hacer cómodamente la breve travesía.

    El puente sobre la bahía

    Antes de desembarcar pregunté a uno de los marineros si ese oleaje era normal, me dijo que a veces sí, y que lo más probable era que para el día siguiente se suspendiera el servicio hasta que amainara.

    Entrada en el puerto de Cádiz, con las últimas luces del día.

    Para entonces llevábamos doce horas seguidas en la calle, así que nos acercamos a la plaza de San Francisco a comprar unos molletes, y nos fuimos al apartamento a cenar, descansar, y prepararnos para nuestro último día en Cádiz.

    Plaza de San Francisco, junto al apartamento, preciosa por la noche.

    Efectivamente, era Domingo, último día de vacaciones antes de volver a la rutina de los trabajos y las clases, y el plan era pasar la mañana andando por los paseos marítimos de Cádiz: el principal, que arranca en la Peña Flamenca La Perla de Cádiz, y recorre las playas de Santa María del Mar y la Victoria; y el Paseo de la Bahía, que da hacia la bahía al este de la ciudad, y discurre entre el puente de Carranza y el puente de la Pepa. Finalmente, queríamos despedirnos de la ciudad comiendo pescaito frito en un kiosko de barrio, alejado del turismo y 100% gaditano.

    Desde el apartamento, fuimos callejeando por el centro y la Merced hasta aparecer al inicio del paseo marítimo, donde nos encontramos un mar muy bravo y un viento que para cualquier persona sería muy fuerte, aunque para la gente de Cádiz no tanto.

    Callejeando por el centro y La Merced
    Encontramos viento y un mar muy bravo

    Nos hicimos las primeras fotos, y enseguida llegamos a la playa de Santa María del Mar, la playa más pequeña y recogida de Cádiz, con dos diques de piedra que le dan forma de concha, y que es la preferida cuando sopla fuerte el levante. Enseguida llegamos a la playa de La Victoria, que es la playa principal de Cádiz, con casi tres kilómetros de arena fina y dorada, hasta llegar a la playa del Trocadero.

    Principio del paseo marítimo
    Principio del paseo marítimo II

    Max, como hace siempre que tiene ocasión, se bajó y fue todo el rato caminando por la arena, y parando a cada rato para jugar y hacer figuras.

    Max se bajó a la arena.
    Max se bajó a la arena II

    Durante el paseo, me llamó la atención una pintura mural de un barco, cuyo casco estaba hecho con auténticos maderos que además, tenían toda la pinta de proceder de un barco real. El resultado es increíble, realmente me encantó, está en un muro en la acera interior del paseo marítimo, creo recordar que a la altura de la playa de Santa María del Mar.

    Pintura mural en el paseo marítimo
    Playa de La Victoria

    Caminamos por la playa de la Victoria hasta llegar a la altura del Hospital Puerta del Mar, y cruzamos la ciudad de costa a costa para comer, ya cerca del Paseo de la Bahía, en el Kiosko Los 12 Hijos de Juan. No vas a encontrar un lugar más popular y desenfadado para comer pescaito frito rodeado de gente de Cádiz en un ambiente de barrio, concretamente en el barrio Segunda Aguada, el barrio con más población de Cádiz. Son dos kioskos, Los 12 Hijos de Juan I y II, separados por apenas 200 metros, y puedes llevarte el pescaito en cartuchos o comerlo en raciones sentado en la terraza. Nosotros comimos en la terraza y la experiencia estuvo regular, porque pedimos un surtido gaditano que estaba bien, pero viendo las raciones que servían en otras mesas, podíamos haber pedido mejor. También pedimos unas patatas alioli que estaban riquísimas  y muy abundantes. Para Alba y los niños fue una comida funcional, a mí sin embargo me encantó.

    Kiosko Los 12 Hijos de Juan, pescaito frito en el barrio Segunda Aguada

    Después de comer, terminamos de cruzar la ciudad hasta el Paseo de la Bahía, mucho menos concurrido que el otro Paseo Marítimo de la ciudad, sin hoteles ni playa ni chiringuitos, pero por eso mismo ideal para dar un tranquilo paseo contemplando los barquitos en la bahía, con el impresionante puente de La Pepa al fondo.

    Paseo de la bahía
    Barquitos en la bahía

    Andamos el paseo completo hasta el puente, y subimos a la Avenida de Las Cortes de Cádiz. Desde allí nuestro apartamento estaba a 3 kilómetros, y después teníamos que cargar el coche y viajar hasta Córdoba, así que decidimos coger un taxi, y nos llevó una simpática gaditana.

    Fueron 4 días magníficos disfrutando de Cádiz en familia, ciudad tri milenaria, gamberra y luminosa, paraíso cercano al que volveremos pronto, porque se nos han quedado algunos planes pendientes, como asistir a un espectáculo en el Centro Municipal de Arte Flamenco La Merced; ir al estadio Nuevo Mirandilla a ver un partido del Cádiz CF; visitar las Bodegas Osborne en el Puerto de Santa María, y por último, ir a comer y a ver un espectáculo flamenco en la legendaria Venta de Vargas en San Fernando, el templo de Camarón de la Isla.

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  • Cádiz: el Pópulo y la Viña, la Taberna Casa Manteca, y un paseo en bici al atardecer.

    Para nuestro segundo día en Cádiz, el plan era hacer un free tour por la mañana, para seguir conociendo los barrios del Pópulo y la Viña, comer al mediodía en el Manteca, y luego, alquilar unas bicis y dar un paseo al atardecer.

    Desayunamos en casa, y dimos un paseo hasta la Plaza de San Juan de Dios, donde empezaba nuestro tour a las 10:30h. Igual que el día anterior, la visita comenzó con una explicación del edificio del Ayuntamiento, y también igual que el día anterior, vimos enseguida que la guía era sólo funcional.

    Entramos en el Pópulo por el Arco de los Blanco, una de las tres puertas del recinto amurallado, que dan paso al barrio medieval del Pópulo. Esta puerta estaba junto a un castillo del que actualmente no queda prácticamente nada.

    Arco de los Blanco (siglos XV-XVII). Antigua Puerta de Tierra del recinto medieval, se situó inmediata al Castillo de la Villa y sobre ella levantó la familia Blanco en el siglo XVII una capilla hoy desaparecida.

    Tanto la muralla como los arcos y los escasos restos del castillo, están hechos con piedra ostionera, piedra gaditana que debe su nombre a un molusco, por ser piedras sacadas del mar, con cantos marinos y moluscos en su interior. Es una piedra que a mí me encanta.

    Piedra ostionera, gaditana y marinera.

    Nada más entrar en el Pópulo por este arco, sale a la izquierda un estrecho callejón sin salida, que termina en un pequeño mirador con barrotes, desde el que se puede contemplar el teatro romano de Cádiz, monumento recientemente recuperado y que en esta ocasión no llegamos a visitar. Poco después llamó mi atención una casita con una placa que identificaba una Asociación de Cargadores. La casa, la placa, y el señor mayor que salía por la puerta, me pareció que pertenecían a aquel lugar desde el principio de los tiempos.

    Unos metros más adelante nos paramos a ver El Callejón del Duende. Callejón actualmente sin salida que es la calle más estrecha de la ciudad y que puedes contemplar desde fuera, a través de una reja. Hay varias leyendas sobre su origen, una de ellas es que fue lugar de encuentro de contrabandistas, uno de los cuales era conocido como “El Duende”. 

    Seguimos paseando hasta la Plaza de Fray Félix, donde ya estuvimos el día anterior para ver la Parroquia de Santa Cruz o Catedral Vieja, levantada sobre una mezquita en el siglo XIII. Aunque estábamos repitiendo la visita, estuvo bien porque a diferencia del primer día, visitamos el interior de la parroquia.

    En el siglo XIII la mezquita mayor fue adaptada como catedral y más tarde se reemplazó por un templo gótico-mudejar que fue destruido por tropas anglo-holandesas a finales del siglo XVI. Luego fue reconstruida entre los siglos XVI y XVII, y se le dio un aspecto exterior más de fortaleza que de templo, para que pasara desapercibida en las batallas navales.
    Parroquia de Santa Cruz o Catedral Vieja, con aspecto de fortaleza.

    Y junto a la parroquia, la Casa de la Contaduría, asentada sobre la cávea del Teatro Romano, que actualmente alberga el museo catedralício.

    Portada de la Casa de la Contaduría.

    Seguimos caminando y enseguida llegamos a la Avenida Campo del Sur y el Paseo del Vendaval, abierto al Mar del Vendaval, entre el Mediterráneo y el Atlántico, entre dos aguas. Paco de Lucia le puso título a su tema pensando en esa línea que separa el Mediterráneo y el Atlántico. Allí hay un mirador y una sala acristalada con la reproducción de unos sarcófagos fenicios, pero en este punto la guía estaba un poco espesa y creo que nosotros estábamos deseando irnos al Paseo del Viento a contemplar La Pequeña Habana. Efectivamente, justo en la curva de Campo del Sur, hay unas casas de colores, que con esa luz y situadas junto al mar, tienen un aire muy habanero. Estuvimos un rato junto al mar, contemplando esa Habana con más salero, de un Carlos Cano que estará siempre presente en la ciudad.

    La Pequeña Habana.

    Después caminamos hacia el centro y volvimos a visitar, como el día anterior, la Plaza de las Flores con su bonito edificio de Correos y el Mercado Central con sus exposiciones temporales… Alba y los niños se portaron muy bien porque no me recriminaron nada, pero yo me sentía apurado por haber programado dos tours seguidos tan parecidos. En teoría, tenían algunas paradas coincidentes y muchas distintas, pero la verdad es que Cádiz es una ciudad pequeñita y con un tour de este tipo es suficiente.

    Edificio de Correos en la Plaza de las Flores, obra del mismo arquitecto que la Plaza de España de Sevilla, con la misma combinación de azulejos de colores y ladrillo rojo.
    Murales navideños en el exterior del Mercado Central.

    Aún así, en esta ocasión visitamos, a diferencia del día anterior, el barrio de La Viña, que a mí personalmente me interesó mucho más que el Populo. Al paso entre el Mercado Central y la Playa de la Caleta, el barrio de La Viña lo forman un puñado de calles, muchas adoquinadas, con casas blancas y algunas de colores marinos, también algunas con piedra ostionera, es un barrio con cierto aire Atlántico, pero muy andaluz. Sin duda, la calle más bonita es la calle La Palma, adoquinada y flanqueada por altas palmeras, y sin embargo popular y auténtica, con una bonita iglesia en un extremo, y en el otro, la playa de La Caleta.

    Calle La Palma en el barrio de La Viña. La Calle de los Caleteros.
    Parroquia de Nuestra Señora de la Palma.

    Terminamos el tour en la Playa de La Caleta, donde las nubes dibujaban un cielo montañoso que se iba oscureciendo en las alturas. Era un poco pronto para comer, así que nos pusimos a andurrear buscando una terraza en la que descansar un rato y tomar una cerveza, y por supuesto, la encontramos enseguida.

    Playa de La Caleta.

    Queríamos comer en la Taberna Casa Manteca, que es un lugar imprescindible, y no admiten reservas, tienes que llegar y buscarte la vida, así que llegamos muy temprano para comer y aún así, estaba lleno y había lista de espera. Teníamos para unos 40 minutos así que nos fuimos a otro bar cercano a echar una cerveza con unas patatas y hacer tiempo. El tiempo voló y enseguida estábamos en nuestra mesa. El Manteca es uno de esos sitios que están en el hilo pero que funcionan.  El ambiente, la carta, la decoración, los camareros…. todo es un poco excesivo, pero no llega a ser impostado, la verdad es que funciona. Tengo que decir que a los cuatro nos encantó y que se lo recomiendo a cualquiera sin reservas. Es un sitio pequeño y bullanguero, pero con algo de paciencia, puedes comer en la barra o en la pequeña terraza. Nosotros comimos fuera, aunque desde luego entramos y tomamos algunas fotos del interior: es la típica taberna andaluza apretá, flamenca y taurina, popular pero a la vez con ese aire poderoso que sólo tiene Cádiz.

    Taberna Casa Manteca.

    La carta es espectacular con chacinas, conservas, pescaito frito, marisco y otras especialidades. Nosotros pedimos tortillas de camarones (las del Manteca, sin duda, las mejores del mundo), croquetas de carabineros, salmorejo con helado de aceite de oliva, chicharrones de Cádiz (distintos de los de Chiclana, estos son unas lonchas finísimas que se sirven frías, y que yo juraría que están maceradas en cítricos, exquisitas y ligeras), queso payoyo con mermelada de espárragos, y colas de gambón rebozadas. Fue una comida estupenda, la disfrutamos mucho, y además nos atendió un camarero simpático y profesional que nos orientó muy bien y nos sirvió rapidísimo. Sin duda, cada vez que vayamos a Cádiz iremos al Manteca.

    Las tortillas de camarones del Manteca, sin dudas, las mejores del mundo.

    Después buscamos una confitería con terraza para rematar la comida con un café y un dulcecito, pero en todo el trayecto hasta el Ayuntamiento no la encontramos, esto nos llamó la atención, en Cádiz hay muchas tabernas y muy pocas confiterías. Y esto acabó siendo un problemilla porque a las 16h empezaba el tour en bicicleta, y yo quería descansar un poco, así que insistí en tomar café y helado en un McDonald, que es lo único que encontramos, para disgusto de Alba, aunque se le pasó pronto con un buen café y un Sandy con doble de caramelo.

    A las 16h estábamos en el punto de encuentro para el paseo en bici. Yo estaba ilusionado e inquieto, porque llevaba más de 20 años sin montar en bici, pero como Cádiz es tan llanita me animé a probar y tengo que decir que fue una experiencia maravillosa, no sólo por el paseo en sí, sino también por descubrir que sigo siendo perfectamente apto para andar en bici, al menos por sitios llanitos.

    El free tour resultó ser casi un tour privado, porque sólo íbamos nosotros cuatro, y una chica irlandesa. La guía era una moza jóven, rubia y atlética, simpatiquísima y con mucha energía, era de la Europa del Este, creo recordar que eslovaca, y estaba en Cádiz haciendo las prácticas de la carrera de turismo. Nos hizo el tour alternando un magnífico español con un magnífico inglés.

    Empezamos yendo a la Plaza de España, donde está el monumento a la Constitución de 1.812, junto al puerto, muy cerquita de nuestro apartamento, y desde allí fuimos a los Jardines de la Alameda para ver los ficus centenarios de Cádiz, árboles magníficos muy representativos de Cádiz, hay cinco en diferentes lugares, y parece ser que proceden de las antípodas y los trajeron unas monjitas desde la india en macetas. Allí paramos un ratito y nos hicimos algunas fotos.

    Ficus gigantes, junto a los jardines de la Alameda.

    Seguimos bordeando junto al mar hasta el Parque Genovés, que es el jardín botánico de Cádiz, donde hicimos una parada de media hora para visitarlo. El parque tiene una cascada con puente elevado y un estanque con patos, además de varios monumentos y la graciosa Fuente de los Niños con Paraguas. La verdad es que no es el tipo de jardín que a mí me gusta, demasiados recovecos, demasiado artificial, yo prefiero los jardines más amplios y naturales, pero igualmente pasamos un rato estupendo, paseando en familia junto al mar.

    En el Parque Genovés.

    Avanzamos hacia el Parador, el Castillo de Santa Catalina, y la playa de la Caleta, donde hicimos una breve parada. La luz era increíble, había mucha gente pero el clima era agradable, alegre y tranquilo, nos sentamos un rato a contemplar el mar y el ambiente, y seguimos nuestro tour por el Paseo del Vendaval, junto al Mar del Vendaval. Andamos un buen rato y paramos en un punto del paseo, estupendo para hacer fotos de La Pequeña Habana, como se conoce a esa línea de casas de colores en la Avenida Campo del Sur, y que habíamos visitado por la mañana caminando.

    El Paseo del Viento, con la Catedral al fondo.
    Que feo soy.

    Seguimos después hasta la altura de la Catedral donde hicimos otra parada, y ya bajamos hasta el Ayuntamiento y terminamos nuestro paseo en el punto de inicio, en la calle Sopranis, dónde está Spot Segway Cadizfornia Tours. Sin duda fue una experiencia fantástica que los cuatro disfrutamos mucho y se nos hizo corto. Yo lo disfruté tanto que en cuanto llegamos a Córdoba me compré una bici, y desde entonces voy en bici a todas partes.

    Para terminar el día, tenía previsto visitar el Centro Municipal de Arte Flamenco La Merced, pero estaba cerrado. Igualmente, pensé que estaría bien visitar la Feria de Artesanía en la Plaza de la Catedral y las atracciones de hielo en la Plaza de San Antonio, pero todo estaba cerrado, estábamos en Reyes, la Navidad había terminado. Sin embargo, hallamos rápido consuelo en Sabor a España, una casa de maestros turroneros junto a la plaza de la Catedral, y después nos fuimos al apartamento dando un tranquilo paseo. Ya en casa, duchas, cena, y descanso, después de un fantástico día en Cádiz.

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  • Mercado Central, Cádiz Imprescindible, y atardecer en la Playa de la Caleta.

    Desde Córdoba, el viaje a Cádiz es breve y cómodo, así que desayunamos en casa tranquilamente, viajamos en coche, y llegamos a Cádiz a las 12:30h, como teníamos previsto.

    Habíamos reservado un bonito apartamento en la calle Isabel La Católica, frente al puerto y en pleno centro histórico, un lugar perfecto para instalarse unos días y visitar la ciudad a pie. Efectivamente, tras negociar un poco, metimos el coche en el Parking Muelle Reina Sofía, que estaba a 500 metros del apartamento, y ya no lo movimos en los cuatro días de estancia.

    Nuestro anfitrión resultó ser un hombre amable y algo ceremonioso, y el apartamento era amplio, bonito y muy confortable. Soltamos las cosas y nos lanzamos a la calle, estábamos felices y relajados y queríamos aprovechar el tiempo.

    Bajamos desde nuestra calle hasta los Jardines de la Plaza de España, donde hay un monumento a la Constitución de 1.812, La Pepa, que está muy presente en toda la ciudad. Estos jardines fueron durante los cuatros días, el principio y final de todas nuestras salidas.

    Monumento a la Constitución de 1812, La Pepa, en la Plaza de España

    Desde allí, caminamos unos quince minutos por unas calles estrechas y bulliciosas, hasta llegar al Mercado Central de Cádiz, uno de los lugares más icónicos de la ciudad.

    Lo primero que llama la atención es su perímetro exterior, en el que sobre paredes de piedra y cal, una combinación que me encanta, se muestran obras temporales de artistas locales, que van cambiando con asiduidad.

    Mercado Central. Exterior
    Mercado Central. Exterior II

    Además, las calles que rodean el mercado están llenas de bares con terrazas, y también de pequeños puestos ambulantes, que venden cartuchos de pescaito, que te puedes ir comiendo por la calle, comprando la bebida en cualquier bar. El interior del Mercado también es curioso, tiene una nave central rectangular, que alberga los puestos del mercado, y una galería o calle interior porticada, que rodea completamente la nave central, y que ofrece en todo su perímetro, un sin fin de puestos con todo tipo de comidas, también en cartuchos, que puedes consumir allí mismo en mesas altas con taburetes, o llevártela donde quieras. Nosotros fuimos un poco salvajes y elegimos un puesto de chicharrones de Chiclana, que son unos tacos de tocinete frito, con un aliño muy parecido al chimichurri uruguayo, que nos encantaron pero que nos dejaron saciados para dos días. La verdad es que el Mercado Central de Cádiz tiene un ambientazo y es visita indispensable. Lamentablemente, todos teníamos los dedos lleneticos de grasa y no pudimos hacer ninguna foto de los chicharrones.

    Mercado Central. Interior.

    Para la tarde habíamos reservado plaza en un freetour que partía de la plaza de San Juan de Dios a las 16:30h, así que, empezamos a caminar en esa dirección, con la idea de parar en algún bar por el camino y terminar de comer, y así lo hicimos, ya en la Plaza de la Catedral.

    El Tascón del Torreón. Sitio agradable, pero con cocina carente de interés.

    En esta ocasión, la guía que nos tocó en suerte, era sólo funcional. Es una pena, porque algunos guías son verdaderamente brillantes y divertidos, pero eso no le quitó ni un ápice de interés a la visita, simplemente, no añadió nada más, a lo muchísimo que Cádiz ofrece, como ciudad trimilenaria, de las más antiguas de occidente.

    Comenzamos nuestra visita contemplando el edificio del Ayuntamiento, para entrar enseguida en el barrio del Pópulo, un pequeño pero interesante barrio medieval amurallado.

    Arco del Pópulo. Uno de los tres arcos de entrada al barrio medieval.

    En el Populo visitamos La Casa del Almirante, propiedad en su origen, de un almirante posiblemente de origen judío, que tuvo sus más y sus menos con la Inquisición.

    Callejeando por el Populo.

    Después visitamos la denominada Catedral Vieja. Una iglesia de cal y piedra, formidable por dentro y sin embargo por fuera, sobria y geométrica como una fortaleza, para pasar desapercibida en los bombardeos navales, dada su ubicación junto al mar.

    Catedral Vieja. Interior
    Catedral Vieja. Exterior

    La Catedral Vieja está en una plaza empedrada en desnivel, tal vez un poco desolada. En esta misma plaza hay un aljibe con una pequeña torre con cúpula de piedra, que alberga un pequeño oratorio, y tras ella, la portada de la casa palacio más antigua de la ciudad, cuya fachada está abandonada pero que, nos dijeron, actualmente está siendo restaurada por dentro.

    Plaza de la Catedral Vieja

    Con el paso del tiempo decidieron construir una nueva Catedral, mayor y más ornamentada, que actualmente es conocida como la Catedral Nueva, que está situada en una amplísima plaza peatonal, en la que había un mercado navideño, ya poco animado en estos días de Reyes. La Catedral tardó en construirse 116 años y en su construcción participaron varios arquitectos, que además decidieron emplear diferentes tipos de piedra, como se observa fácilmente en la fachada.

    Catedral Nueva con mercado Navideño y guaperas posando

    Me interesó mucho la piedra más oscura de la parte inferior. Se denomina piedra ostionera y es típicamente gaditana, procede del mar y por eso mismo, es perfecta para soportar la erosión del viento y el salitre del litoral. Esta piedra está en Cádiz por todas partes, y tiene una interesante textura porosa semejante a los fósiles, conteniendo en su estructura moluscos y piedras marinas. No sé qué se le pasaría por la cabeza a los arquitectos posteriores, para sustituir esta piedra por otra blanquísima traída del norte.

    Piedra ostionera. Detalle.

    Después seguimos caminando hasta la Plaza de las Flores. Realmente se llama Plaza de Topete pero todo el mundo la conoce como Plaza de las Flores e incluso aparece así en muchos mapas, por sus puestos de flores.

    En el centro de la plaza hay una escultura de Columela, Príncipe de los escritores de agricultura, y en un extremo de la plaza, está el bonito edificio de correos, del mismo arquitecto de la Plaza de España de Sevilla, fácilmente reconocible por los azulejos policromados y el ladrillo visto.

    Plaza de las Flores. Al fondo, edificio d Correos.
    Columela. Príncipe de los escritores de agricultura.

    Por último, nos dirigimos a la Plaza de San Antonio donde terminaba nuestra visita, pero antes, hicimos al paso algunas visitas interesantes. La primera en la Torre de Tavira. En Cádiz, ciudad naval y puerto de gran importancia histórica, son muchas las casas con torres, desde las que, en el pasado, se establecía comunicación con los barcos mediante el uso de banderas y el envío de palomas mensajeras. Pues bien, de las más de 100 torres que hay en la ciudad, la Torre de Tavira es la más alta, y está situada en una casa que perteneció a un armador y en la que actualmente se está preparando un Centro de Interpretación del Carnaval de Cádiz, que está próximo a abrir sus puertas. Curiosamente, Tavira era un empleado portugués de la casa, y ha sido él y no el armador propietario, quien ha dado su nombre histórico a la torre.

    Seguimos paseando por el centro, y vimos como en el entramado de calles estrechas del centro, muchas esquinas estaban protegidas con cañones, que una vez inutilizados para el combate, se disponían verticalmente en las esquinas para que los carruajes no desconcharan y deterioraran las esquinas de las casas.

    Esquina con cañón.

    Estos cañones, en las zonas más humildes aparecen enteros en su forma original, y en las zonas  de la clase más pudiente, aparecen fundidos y con la inscripción del año de su fundición.

    Esquina con cañón de hierro fundido.
    Bonita casa con piedra ostionera. Me acompañaba la Jefa del Soviet Supremo.

    Finalmente llegamos a la Plaza de San Antonio donde finalizó el freetour.  Antes, la guía nos mostró cómo en esta plaza se podían observar los cuatro tipos de torres que hay en las casas de la ciudad: la torre-terraza, la torre de sillón, la torre de garita y la torre mixta.

    Plaza de San Antonio con torre I
    Plaza de San Antonio con torre II

    Desde la Plaza San Antonio, ya sin la guía, subimos por la calle Veedor rectos hasta el mar, y bordeamos por fuera, pegados al mar, el Parque Genovés, al que volveríamos al día siguiente. Pasamos por el Parador de Cádiz y por el Castillo de  Santa Catalina, y por fin llegamos a la Playa de La Caleta, que es a donde nos dirigíamos, para sentarnos frente al mar, y descansar viendo uno de los atardeceres más bonitos del mundo.

    Bajamos a la playa y nos sentamos en un poyete, con los pies colgando sobre la arena, junto a unas barcas de pescadores. A unos metros había un grupo haciendo compás y cantando flamenco, y lo hacían bastante bien. La tarde se iba en sus últimas luces y la playa estaba despejada, apenas dos o tres parejas esparcidas por la arena, los flamencos, y un grupo de chavales que jugaban con un pastor alemán. A la derecha, los muros del Castillo de Santa Catalina, y a la izquierda y al frente, esa especie de malecón que forman el Puente de Hierro y el Puente Canal, para conducirte al Castillo de San Sebastián, recortados en el horizonte de un cielo rojo, naranja y malva, con el caminito de luz del Faro sobre el agua. Max bajó hasta el mar y estuvo allí un buen rato.

    Playa de la Caleta. Max bajó junto al mar

    Después de una hora y ya de noche, nos marchamos para casa, pero antes, nos hicimos unas fotos junto a dos de los cinco ficus gigantes que hay en la ciudad. Según la leyenda, estos ficus los trajeron de la India unas monjas misioneras. Sin embargo, al día siguiente una chica que estaba escribiendo una guía botánica de Cádiz, nos explicó que son de la especie ficus magnolioides, que procede de la costa de Australia. Por tanto, vinieron de las antípodas, aunque claro, nada impide que antes pasaran por la India.

    Los ficus gigantes de Cádiz

    Tomamos unas fotos y caminamos unos 20 minutos hasta llegar a casa, paseando por la calle San José y la Plaza Mina. Ya en casa, duchas, una cena potente y unas cervezas,  porque había sido un día largo y estábamos hambrientos y cansados.

    Kiosko en plaza Mina

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