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La Carolina, puerta de Andalucía, y su Festival de Flamenco en la Calle.
Como todos los años, he ido a pasar parte del verano a Linares (Jaén), pueblo en el que me crie, y donde seguimos conservando una bonita casa en el campo. Y estando en Linares, tuvo lugar el II Festival Flamenco en la Calle de La Carolina, que nos queda a sólo 20 minutos de casa, así que, aunque el cartel era modesto, nos acercamos a ver el espectáculo del último día del festival, y en los siguientes días, volvimos para caminar y conocer a fondo este pueblo de Jaén, en el que por cierto, mi madre dio clases de filosofía durante varios años, en el Instituto de Bachillerato Martín Halaja.
El Festival Flamenco en la calle, nació el año pasado impulsado por el Ayuntamiento, para acercar el flamenco a la calle, sacarlo de las peñas y conectarlo con la gente, a través de espectáculos de acceso gratuito en plazas y calles.
Este II Festival se ha celebrado en los dos fines de semana centrales del mes de agosto, siendo preludio del Festival de la Peña Flamenca Puerta de Andalucía, que tuvo lugar en su sede del recinto ganadero el último fin de semana de agosto, y al que lamentablemente no pude asistir, porque me había comprometido con mi hijo a llevarlo a Fuengirola a ver un concierto de Louis Tomlinson.
El festival se desarrolló en tres escenarios distintos: el recinto ganadero, sede como hemos dicho de la Peña Flamenca Puerta de Andalucía; la calle Las Posadas; y la Plaza de la Iglesia.
En total, 5 días de flamenco que arrancaron el primer viernes con la actuación de Alfredo Tejada, ganador del concurso de la Unión (cante), y Antonio de la Luz (guitarra); y se cerraron el segundo sábado con Miriam Cantero (cante), Rodrigo Fernández (guitarra) y Pedro Calero (piano).
Este último fue el espectáculo que nosotros vimos, en la Plaza de la Iglesia, un lugar increíble para disfrutar de un recital al aire libre en una noche de verano. Detrás del escenario el Palacio del Intendente y la Iglesia Colonial de la Inmaculada, y la plaza llena de público, con muchas personas mayores y niños pequeños jugando por la plaza al son de la copla española y los quejios flamencos.

Flamenco en la Calle, en la Plaza de la Iglesia. Efectivamente, estos tres artistas extremeños presentaron un repertorio variado, abriendo y cerrando con copla española, y con flamenco en la parte central de la actuación. A mi mujer y a mi nos gustaron mucho, a mi padre que es flamenco viejo no les gustaron, creo que porque no eran tan flamencos como él esperaba, y mi hijo se portó bien, tolerando sin rechistar una música que por ahora no le interesa.
Miriam Cantero, extremeña de Cáceres y de familia de cantaores, es una artista versátil que interpreta desde boleros hasta temas de soul y jazz, además de copla española y flamenco. Me gustó especialmente su forma de cantar el bolero Volver, y la Baladilla de los Tres Ríos, de Lorca.

Miriam Cantero. En cuanto al guitarrista, Rodrigo Fernández, le sonaba muy bien la guitarra y me pareció muy buen músico. Guitarrista y compositor de flamenco y clásica, y con formación de conservatorio. Volveré a verlo siempre que tenga ocasión.
Por último el pianista Pedro Calero, también con formación de conservatorio, discípulo del pianista portugués Filipe Melo, ha actuado en importantes festivales de jazz y lidera su propio trío de jazz. Estuvo muy correcto pero creo que no brilló especialmente, habría que verlo tocando jazz.

Miriam Cantero, Rodrigo Fernández, y Pedro Calero. En definitiva, tres artistas interesantes que nos hicieron pasar una agradable velada en la Plaza de la Iglesia, si bien es cierto que seguramente, escogimos al azar la noche menos flamenca del festival.
Aunque había estado varias veces en La Carolina, nunca antes había estado en la Plaza de la Iglesia, y es sin duda, una plaza espléndida, por su monumentalidad, por su lonja despejada esa noche llena de vida, y por su posición elevada, desde la que parte una larguísima calle peatonal, que en una recta infinita, recorre todo el centro del pueblo, para terminar en el Paseo Molino de Viento.

Calle peatonal con la Plaza de la Iglesia al fondo. Para después del recital, había elegido en internet el Bar Diego, que estaba cerca y tenía terraza y buenas reseñas. El tabernero nos recibió con hostilidad, porque eran las 23:30h y tenía ganas de cerrar, me dijo que a esas horas ya no había cocina. Finalmente, nos sentamos a tomar unas cervezas y nos sorprendió con unas tapas al más puro estilo de Andalucía oriental: primero con un enorme bollo con beicon, y luego con unas enormes patatas bravas. El bar era grande y desvencijado, con calaveras heavy metal y posters de Iron Maiden, entre sillas viejas de Cruzcampo y calendarios de santos. El hombre se fue relajando y al irnos, se me presentó por su nombre, me dio la mano, y nos invitó a volver otro día más temprano, que habría más tapas de cocina.
Volvimos a La Carolina unos días después, aparcamos en la Plaza de la Iglesia, y desde allí empezamos a caminar, primero al oeste para visitar la ermita de San Juan de la Cruz, después al norte para ver las Torres de la Aduana y el Monumento a la Batalla de las Navas de Tolosa, desde allí al este para visitar las Torres de la Fundación, luego al sur para ver la Torre de la Munición (o de Los Perdigones), el Ayuntamiento y la antigua cárcel, y finalmente de nuevo al centro, para terminar en la Plaza de la Iglesia donde visitamos, o quisimos visitar, la Iglesia Colonial de la Inmaculada, el monumento a San Juan de la Cruz, el Palacio del Intendente Olavide, y el Museo Minero de las Nuevas Poblaciones.
Era temprano, la mañana estaba fresca y el paseo era agradable. En diez minutos llegamos a la Ermita de San Juan de la Cruz

Ermita de San Juan de la Cruz. La ermita estaba cerrada, pero había en la puerta un señor muy amable, Julián, que se acercó a la sacristía a pedir la llave, nos abrió la ermita para que pudiéramos visitarla, y él se puso a orar.

Ermita San Juan de la Cruz II. La ermita data del siglo XVIII, si bien según los testimonios e informes de los intendentes de las Nuevas Poblaciones, en el siglo XVI los frailes del monasterio Carmelita de La Peñuela, ya poseían una pequeña capilla-oratorio en este mismo lugar. Por tanto, en el siglo XVIII se erige esta ermita como ampliación de la antigua capilla, a petición de Doña Juana de Nava y Vozmediano, que donó tierras al rey Carlos III para la implantación de las Nuevas Colonias, con la condición de que construyese esta ermita en honor a San Juan de la Cruz. Además se construyó el primer cementerio de la ciudad, encontrándose una cripta y un osario bajo la ermita.

Ermita San Juan de la Cruz III La ermita es un edificio sencillo de tamaño medio, encalado, con piedra en las esquinas y tejado a dos aguas. En su interior, un pequeño oratorio y un altar. En el altar, un pañito de crochet, y al fondo, presidiendo, un gran lienzo con San Juan de la Cruz, de Sánchez Sola.

Ermita de San Juan de la Cruz IV A los tres nos interesó mucho esta visita, siempre me han encantado las ermitas, por su sencillez y recogimiento, para mí mucho más atractivas que las grandes iglesias y catedrales.

Ermita San Juan de la Cruz V Desde allí, nos fuimos caminando hasta la Plaza de la Aduana, para visitar las Torres de la Aduana. En nuestro paseo, pasamos por la calle Cervantes, donde tomé una fotografía de la Asamblea Local de Cruz Roja.

Asamblea Local de Cruz Roja Aunque ya lo habíamos advertido desde el inicio de la mañana, en nuestro paseo pudimos observar como la ciudad muestra un plano cuadriculado formado por sus calles paralelas y perpendiculares. Una ordenada trama urbana que le ha valido el apelativo de Joya Urbanística de Andalucía, y que se debe a las ideas racionalistas de La Ilustración. La verdad es que a mí me gusta más el enjambre de la judería cordobesa o del albaicín granadino, pero sí que es curioso caminar por un pueblo tan ordenado en el que todas las esquinas son ángulos rectos a escuadra y cartabón.

Una esquina cualquiera, en perfecto ángulo recto. Avanzamos por la calle Madrid, que es la calle más comercial del pueblo, hasta llegar a las Torres de la Aduana, que separan la Plaza de las Delicias de la Plaza de la Aduana.
Estas torres datan del s. XVIII y se construyeron para flanquear el acceso a la plaza de la aduana, donde se cobraban los impuestos y peajes. En 1792, fueron trasladadas para guarecer la entrada norte de la ciudad.
En el plano original de la ciudad se diseñó levantar una torre por cada vértice de la ciudad para dar una arquitectura señorial a la Capital de las Nuevas Poblaciones, revolucionando el urbanismo de la época. Sin embargo, entiendo que este proyecto quedó en papel, porque actualmente las torres son dos, no cuatro.

Torres de la Aduana En 1996 se anexaron al monumento placas grabadas con imágenes y texto, que según un cartel con información turística que hay en la plaza, hacen mención a los bandoleros de Sierra Morena y a la entrega del Fuero de las Nuevas Poblaciones de 1767.
La placa del fuero, escrita con una letra irregular, reza así: REAL CÉDULA DE SU MAGESTAD Y SEÑORES DE SU CONSEJO, QUE CONTIENE LA INSTRUCCIÓN y fuero de población, que se debe observar en las que se tomen de nuevo en la Sierra Morena con naturales y extranjeros católicos. Año 1767.

Placa conmemorativa de la entrega del Fuero de las Nuevas Poblaciones de 1767 Respecto a la otra placa, no entiendo bien porqué el cartel hace referencia a los bandoleros, porque tanto la imagen como el texto grabados, recogen la entrega a los colonos de cédulas, supongo que con sus derechos como colonos. En esta placa, las letras son más bonitas y cuidadas.

Placa conmemorativa de la entrega a los colonos de las cédulas de colonización. Ya hacía algo de calor, así que nos sentamos a descansar unos minutos a la sombra, en la Plaza de las Delicias. En esta plaza hay un monolito conmemorativo de la batalla de las Navas de Tolosa, sin embargo, caminando hacia el norte, ya hacia la salida del pueblo, donde la calle Madrid pasa a denominarse Avenida de Madrid, hay otro monumento conmemorativo de la batalla de las Navas de Tolosa, mucho más interesante, y por supuesto fuimos a verlo.
Caminando por la Avenida de Madrid, pasamos por la puerta del instituto de secundaria Martín Halaja, donde como dije al principio, mi madre dio clase durante varios cursos en los años ochenta. Ella guarda muy buen recuerdo de este centro, así que me colé por la puerta que estaba abierta por obras, y robé una fotografía fugaz.

Instituto de secundaria Martín Halaja Un poco más adelante está el imponente monumento a la batalla de las Navas de Tolosa, que data de 1981, y es obra del arquitecto Manuel Millán López y el escultor Antonio González Orea, para conmemorar la victoria cristiana, con Alfonso VIII al mando, sobre los Almohades de Al-Nasir en 1212, en el antiguo lugar conocido como Navas de Tolosa.
En primer lugar aparece la figura en bronce de Martín Halaja, pastor que mostró el camino a las tropas cristianas para llegar a la zona del enfrentamiento sin ser descubiertos, y que da nombre al instituto de mi madre y a otros muchos espacios en el pueblo. En segundo lugar aparecen esculpidos en piedra dispuestos de derecha a izquierda: Pedro II rey de Aragón “El Católico”, Alfonso VIII, rey de Castilla “El Batallador”, Sancho II rey de Navarra “El Fuerte”, el arzobispo de Toledo D. Rodrigo Jiménez de Rada, y al señor de Vizcaya D. Diego López de Haro. Las figuras están flanqueadas por unos grandes muros, que representan los angostos y duros caminos de Sierra Morena.

Monumento a la batalla de las Navas de Tolosa El monumento realmente impresiona por sus dimensiones y disposición elevada. Está enclavado a la entrada norte del pueblo, en una plazoleta con bancos que lamentablemente, estaba muy sucia y deteriorada, supongo que por su ubicación tan periférica. Creo que este monumento, sin ser ni mucho menos lo que más me interesó de La Carolina, sí merecería un entorno más cuidado.
Aunque la mañana seguía fresca, el sol ya estaba alto y empezaba a hacer calor, así que compramos unas bebidas frías en el bar que hay frente al monumento, y seguimos nuestra ruta, ahora en dirección a las Torres de la Fundación.
Estas torres están ubicadas al principio del Paseo Molino de Viento, paseo agradable y de precioso nombre, en el que nos sentamos un buen rato a la sombra para descansar y fumar un cigarro. Como decía al principio, desde la Plaza de la Iglesia en el oeste, hasta el Paseo Molino de Viento en el este, La Carolina está recorrida por una larguísima calle peatonal, que es muy agradable de pasear.

Torres de la Fundación, al principio del paseo Molino de Viento Las Torres de la Fundación fueron construidas en 1768 para conmemorar la fundación de La Carolina y las Nuevas Poblaciones así como a su fundador Carlos III. Su estructura se divide en paneles dedicados al rey con su escudo real y el de su imperio ultramarino, así como escenas de los trabajos de la colonización, y también motivos religiosos. Los paneles están en el lado interior de las torres, con tres paneles en cada torre, si bien, en ambas torres, se ha perdido el panel inferior. Esta visita merece la pena, por el valor histórico de las torres, y porque el conjunto de las torres y el paseo resulta atractivo. Lamentablemente, había un camión municipal haciendo algún mantenimiento frente al paseo, y me quedé con las ganas de hacer una foto en la que apareciesen las Torres de la Fundación al principio, la larga y recta calle peatonal, y al fondo, muy arriba, la plaza de la Iglesia. Lo volveré a intentar cuando vuelva a La Carolina.

Paneles grabados, en el interior de las Torres de la Fundación Después de descansar un rato, seguimos caminando hasta la cercana calle Ondeanos, donde se encuentra la Torre de los Perdigones, o Torre de la Munición, que era parte de una antigua fábrica que suministraba armamento al ejército español, y rinde tributo a los soldados que participaron en la guerra de Cuba.
Fue construida en 1825 por la compañía minera de D. Luis Figueroa y D. Bernardo Casamayor, que hacia 1850 alcanzó gran apogeo con la fabricación de municiones de plomo.
La fabricación se llevaba a cabo mediante la fundición del plomo en una caldera en lo alto de la torre, el plomo fundido bajaba a través de un casco agujereado para adquirir la forma de balín, en la base de la torre se enfriaba en cubas de agua y pasaba por unas tablas para darle el toque final. Se mantuvo en funcionamiento hasta 1882.

Torre de los Perdigones, o Torre de la Munición. Junto a la Torre de la Munición, hay un centro de interpretación, pero no pudimos visitarlo porque estaba cerrado. En La Carolina, igual que en Córdoba y en toda la Andalucía interior, agosto es temporada baja. Sin embargo, intentaremos visitarlo en otra ocasión.
Por otra parte, en el museo encontramos una maqueta que reproduce fielmente la Torre de la Munición, o de Los Perdigones, que de ambas formas aparece mencionada en distintas guías.

Maqueta de la Torre de los Perdigones, en el Museo de La Carolina. En el segundo cuerpo de la torre hay una placa del año 1902 que homenajea a D. Luis Figueroa, por su ayuda en la Guerra de Cuba. El texto de la placa, es el siguiente:
A la memoria del Excmo señor D. Ignacio Figueroa y Mendieta. Ilustre prócer que con su talento, iniciativa y laboriosidad constante, impulsó la industria siendo el sostén de innumerables familias, y con su gran corazón y desprendido patriotismo, contribuyó a los gastos de la guerra con los Estados Unidos de la América del norte donando 250.000 pesetas. Dedica este recuerdo su hijo D. Ignacio Figueroa y Hernández. 15 de mayo de 1902.
Esta torre no presenta mayor interés arquitectónico, sin embargo, sí que es interesante conocer su historia y su funcionamiento, así como su vinculación con la industria de la minería, que es tan importante en esta zona.
Después seguimos paseando hasta la plaza del Ayuntamiento, plaza amplia y agradable con bares y terrazas, en cuyo lado norte está el edificio del Ayuntamiento, y anexo a él, la antigua cárcel de La Carolina.

Ayuntamiento. La antigua cárcel es un edificio neoclásico de sillares, con almohadillados en la portada, ventanas y esquinas. La entrada se abre bajo un gran arco abocinado, con una lápida que recoge la fecha de su fundación, en 1779.
Teníamos interés en visitar esta antigua cárcel, porque en uno de sus calabozos fue retenido, antes de ser enviado a Madrid para su ejecución, el general Riego, quien en 1820 había obligado al rey Fernando VII a aceptar la Constitución de Cádiz, y luego se había opuesto mediante las armas a la intervención francesa destinada a restaurar el absolutismo real. Sin embargo, la puerta estaba cerrada, así que entramos al Ayuntamiento a preguntar, y nos explicaron que actualmente no se podía visitar, pero que en el museo podríamos preguntar por esta visita.

Antigua cárcel de La Carolina Después de hacer algunas fotos, nos sentamos en la terraza del bar Jarra y Sedal, al inicio de la Calle Jardines. Ese gran paseo que recorre La Carolina de este a oeste, se llama calle Jardines entre la plaza de la Iglesia y la plaza del Ayuntamiento; y calle Real entre la plaza del Ayuntamiento y el Paseo Molino de Viento. Nos sirvieron un buen café y unas enormes tostadas, un perfecto segundo desayuno que nos dio fuerzas para seguir viendo cosas el resto de la mañana. Aproveché para preguntarle al camarero por el recinto ganadero, donde se ubica la Peña Flamenca Puerta de Andalucía, pero me dijo que sólo abre para actividades y recitales.

Terraza del bar Jarra y Sedal Seguimos caminando hasta la plaza de la Iglesia, donde habíamos aparcado el coche al principio de la mañana, y que era la penúltima estación de nuestra visita.
En la plaza de la Iglesia hay mucho que ver. En primer lugar, en el número 5 de la plaza, la Iglesia Colonial de la Inmaculada Concepción. Llamada antiguamente de San Juan de la Cruz, data de la segunda mitad del s. XVI. Pudimos contemplar y fotografiar su portada, y según he leído, en su interior hay imágenes de San Carlos y San Juan de la Cruz, obras de Sabatini, pero no pudimos verla por dentro porque estaba cerrada.

Iglesia colonial de la Inmaculada Concepción En la misma puerta de la iglesia, hay un monumento a San Juan de la Cruz, realizado en mármol por Merino y colocado en la plaza en 1961.

Monumento a San Juan de la Cruz Por tanto, visitamos la ermita y el monumento a San Juan de la Cruz, pero también hay un Pozo de San Juan de la Cruz y una Fuente de San Juan de la Cruz, que quedarán para otro viaje.
Todos estos lugares, lienzos y monumentos, conmemoran la presencia del santo en La Carolina en el siglo XVI. Efectivamente, hacia 1578 llegó al convento de La Peñuela de los Carmelitas Descalzos, y estableció un gran vínculo con este lugar, donde permaneció hasta su muerte en Úbeda, en 1591.
Poco antes de su muerte, dijo a Doña Ana de Peñalosa, en La Carolina:
Mañana me voy a Úbeda a curar de unas calenturillas, que (como ha más de ocho días que me dan cada día y no se me quitan) paréceme habré menester ayuda de medicina, pero con intento de volverme luego aquí, que, cierto, en esta santa soledad me hallo muy bien.
Junto a la Iglesia de la Inmaculada, donde estuvo el monasterio de La Peñuela, se alza el Palacio del Intendente Olavide. La Carolina fue establecida como capital de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, fundadas por Carlos III en 1767 con el objetivo de repoblar la sierra con colonos extranjeros (principalmente procedentes de Francia y Alemania), y también españoles, dotándolos de tierra y de un estatuto de derechos muy avanzado para la época.
Las Nuevas Poblaciones de Andalucía y Sierra Morena, fueron las siguientes:
En la Baja Andalucía: La Carlota (capital de las Nuevas Poblaciones de la Baja Andalucía), La Luisiana, Fuente Palmera, San Sebastián de los Ballesteros, y la aldea de San Calixto en el término de Hornachuelos.
En Sierra Morena: La Carolina (capital de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena), Aldeaquemada, Arquillos, Carboneros, Guarromán, Miranda del Rey, Montizón, Navas de Tolosa, El Rumblar y Santa Elena.
Pues bien, todas estas colonias fundadas por Carlos III, eran regidas por un intendente o superintendente, y uno de los más importantes fue Pablo de Olavide, al que todos conocemos, al menos, por dar nombre a una de las universidades públicas de Sevilla.
El Palacio del Intendente fue sede de la Superintendencia de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía. Su construcción de estilo Neoclásico y su portada coronada por el escudo de Carlos III, hacen de este edificio el emblema de La Carolina como Capital de Las Nuevas Poblaciones.
Fue construido en 1775, y como hemos dicho, está ubicado junto a la Iglesia de la Inmaculada Concepción, sobre el antiguo convento de la Peñuela.
Ha tenido múltiples usos a lo largo de los siglos XIX y XX: escuela, oficinas, sede de la Guardia Civil, sede del Ayuntamiento, teatro, sede del Servicio Nacional del Trigo… Actualmente es propiedad del Ayuntamiento, y no sé si es visitable, porque estaba cerrado e igual que la iglesia, nos conformamos con contemplar su fachada y tomar algunas fotos.

Palacio del Intendente (Olavide) En la misma Plaza de la Iglesia, junto al Palacio del Intendente, está el Museo de La Carolina: centro de interpretación de la minería de las Nuevas Poblaciones, que afortunadamente, estaba abierto.
Este centro está dividido en tres áreas: prehistoria, minería y fundación. El museo permite conocer tanto las características del territorio como su entorno natural y paisajístico, así como la historia del territorio y sus comunidades desde los primeros vestigios humanos hasta la actualidad, y el trabajo de la minería.

Interior del Museo de La Carolina Este museo es mucho más completo e interesante de lo que esperábamos, y además nos dieron una atención exquisita, nos lo explicaron todo muy bien, resolvieron todas nuestras consultas, e incluso nos regalaron una guía turística de La Carolina que es perfecta: completa y clara, breve, y muy bien presentada.
En el museo pudimos ver cerámica ibera, objetos fabricados en plomo por los romanos, piezas de la Batalla de Las Navas de Tolosa, armas de la guerra contra Napoleón, maquetas de Las Nuevas Poblaciones y de instalaciones mineras, una recreación a escala real de una galería de una mina de plomo, herramientas y objetos de los mineros, minerales y fósiles… en definitiva, una experiencia muy recomendable.

Armas de la guerra con los franceses 
Fósiles 
Recreación a escala real, de una galería de una mina 
Objetos de los mineros 
Maqueta de una instalación minera También vimos en la zona de minería del museo, un mural y varias fotografías en blanco y negro de mineros de la zona.

Mural de los mineros de La Carolina Como curiosidad, mi hijo identificó entre ellos a Julián, el señor que unas horas antes nos abrió la ermita, y la persona que atendía el museo nos confirmó que efectivamente, Julián no sólo había sido minero, sino que además cuando se abrió el museo, colaboró aportando algunos objetos, fotografías y documentos.

Mineros de La Carolina. Julián arrodillado en el centro con chaqueta clara. Además de atendernos muy bien, el señor del museo se ofreció a enseñarnos la antigua cárcel y el centro de interpretación de la Torre de Los Perdigones, si volvíamos por allí, algo que sin duda haremos.
Salimos del museo encantados, y ya algo cansados porque llevábamos casi cinco horas sin parar de ver cosas. Sin embargo, quisimos apurar la mañana y salir al campo para ver algo del patrimonio minero de La Carolina, así que cogimos el coche y nos acercamos al Poblado Los Guindos, en el Km 8 de la JA-6100
Se trata de un conjunto de viviendas localizadas en torno a los caminos de acceso a los pozos El Guindo y La Manzana, y las viviendas de los mineros aún conservan su estructura original, aunque como siguen habitadas, han sufrido fuertes remodelaciones.

Reproducción de una acción de la Compañía Minera Los Guindos. Museo de La Carolina. Naturalmente, no pudimos acceder a las viviendas, pero sí pudimos contemplar el conjunto del poblado con su configuración diseminada, así como cabrias y chimeneas de antiguas minas del S XIX o comienzos del XX, parte del rico patrimonio minero de La Carolina. Y es que la actividad minera en La Carolina está documentada desde la Edad del Cobre, hace 4.000 años, siendo más intensa en la época romana.
Desde la altura, tomamos una interesante foto de la cuenca minera, y terminamos nuestra visita haciéndonos una foto junto a un trenecito minero con unas vagonetas, que hay a la entrada del poblado.

Paisaje minero. Desde el Poblado Los Guindos, en La Carolina. Y con esto terminó nuestra visita a La Carolina, bonito pueblo de la Andalucía interior que tiene un aire señorial, sin duda vestigio de su pasado como capital de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena.

Trenecito minero, a la entrada del Poblado Los Guindos Espero que os haya interesado este artículo, y desde luego os recomiendo la visita.
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Museo del Louvre, paseo en barco por el Sena, Jardines del Palacio de Versalles, y viaje París – Córdoba con pernocta en el País Vasco Francés.
Empezamos como cada día con un viaje en transporte público, bus hasta La Croix de Berny, y luego RER y metro hasta el Palacio del Louvre, donde ya habíamos estado antes, pero esta vez para entrar al museo. Llegamos con una hora de anticipación, y aprovechamos para pasear por los magníficos patios interiores del Palacio del Louvre, y por la gran explanada donde está la mítica pirámide en la que por supuesto, nos hicimos algunas fotos.

Pirámide del Louvre. A pesar de llevar las entradas ya sacadas, había unas enormes colas que serpenteaban a ambos lados de la entrada, y que los empleados del museo gestionaban con agilidad. Colas independientes para cada hora de acceso, pero la entrada fue más rápida y sencilla de lo que parecía a primera vista. Una vez dentro dejamos nuestras cosas en consigna, y fuimos a recoger unas audio guías que habíamos contratado, y que resultaron ser un desastre. Eran Nintendo con auriculares y un programa con un interfaz nada intuitivo, incluso para los chicos, de pericia insuperable en esos menesteres… Las usamos un rato y en menos de una hora los cuatro las desechamos, no recuerdo el precio, pero dinero tirado.
El museo en sí mismo es un palacio grandioso con galerías, escaleras y salas muy espaciosas, si bien había riadas de gente, por lo que la visita resultaba un poco agobiante, sobre todo, cuando te acercabas a las obras más famosas como La Gioconda: para verla tenías que hacer una enorme cola y aceptar contemplarla rodeado de cientos de personas. Yo de hecho, renuncié a verla y esperé sentado en unos cómodos sillones de la galería exterior. Ver el Louvre, es sin duda una experiencia gimnástica, por lo que se agradece mucho la profusión de cómodos asientos que vas encontrando por todas partes.

Galería interior del Louvre. Confieso que fui al Louvre por dar gusto a mi mujer y los chicos, que tenían mucho interés en visitarlo. Yo personalmente, no soy muy amigo de los museos, me parecen cárceles de vida, y siempre prefiero callejear y visitar parques y jardines, bulevares, puertos, plazas de abastos… Sobre todo me saturan los grandes museos como el Louvre, la versión grandes almacenes de los museos… Me interesa el arte, pero prefiero mil veces salas pequeñas con arte contemporáneo.
Entre los miles de lienzos históricos con reyes, santos, batallas y mártires, una obra me interesó por encima de todas, y a nivel personal es el mejor recuerdo que me traigo de la visita: La Victoria de Samotracia.
La Victoria de Samotracia es una escultura griega de mármol del S. II a.C. que representa a Niké, la diosa de la victoria, procede del santuario de los Cabiros en la isla de Samotracia, y conmemora una victoria naval: la figura femenina de la Victoria con alas se posa sobre la proa de un navío, que actúa de pedestal de la figura, cuyo cuerpo va envuelto en un manto que se adhiere al cuerpo dejando traslucir su anatomía.
La estatua está ubicada en el rellano de una amplísima escalera, de forma que cuando vas subiendo ves como te espera al final, en el centro, a la proa de su nave. Realmente nos impresionó a los cuatro y estuvimos un buen rato contemplándola, e incluso luchamos con la Nintendo hasta que logramos escuchar la locución sobre esta obra.

Victoria de Samotracia. Louvre. Después seguimos con la interminable serie de reyes, batallas y mártires, y a las dos o tres horas, decidimos hacer una parada para descansar y hacer nuestro picnic. Después de comer, mi mujer y el mayor quisieron seguir con la visita, pero el chico y yo decidimos que ya habíamos tenido bastante, así que nos marchamos a la calle y quedamos en vernos más tarde en los Jardines de las Tullerías, que están junto al Palacio del Louvre.
La espera fue agradable y pasó rápido, primero pasamos por un McDonald para entrar al baño y comprar un café, y luego nos sentamos al sol a fumar (yo), y a contemplar los patos en el estanque. En un par de horas, aparecieron los otros dos museistas con un bonito libro del Louvre que habían comprado, y que finalmente le regalamos a la novia del niño.
Era media tarde y el sol estaba alto, así que decidimos que era el momento perfecto para completar el día dando un paseo en barco por el Sena. Así que fuimos en metro desde Tullerías hasta Bir-Hakeim, y paseamos junto al río hasta el embarcadero de la compañía Bateaux Parisiens, justo a los pies de la Torre Eiffle.
Las entradas las habíamos sacado previamente y el acceso fue sencillo, con el único inconveniente, como siempre en Semana Santa, de que había mucha gente y no pudimos conseguir asientos en la cubierta superior, que seguramente es la mejor opción. Bajamos a la cubierta inferior, y allí encontramos dos plazas exteriores para los chicos, y dos interiores, junto a ellos, para mi mujer y para mí. No es la mejor ubicación, pero de todos modos el paseo fue muy agradable y los enormes vanos de los ventanales abiertos, permitían una vista perfecta. Había auriculares en todos los idiomas, y un señor te iba contando la historia de todos los monumentos que flanquean el Sena, y que vas contemplando durante la hora larga de navegación. Creo que los cuatro prescindimos de los auriculares, y nos dedicamos a contemplar la belleza de París desde su gran río, realmente es un paseo muy agradable y que recomiendo a cualquier persona que visite París.
Después del paseo en barco, decidimos caminar hasta la estación por la misma rivera del río, es decir, en vez de subir a Pont d´lena, caminamos por la misma rivera hasta el Pont de Bir-Hakiem, en cuyo extremo está la estación del mismo nombre, donde cogimos el RER para volver a casa.
El siguiente día era el último de nuestra estancia en París, y yo tenía planeado visitar el barrio de Belleville en el distrito XX. Es el antiguo barrio Chino, aunque hoy en día es una zona multicultural con mucho arte urbano y comida callejera. Además de los graffitis, quería visitar el cementerio de Père Lachaise, que es el más grande de París y uno de los más conocidos del mundo. Luego callejear por el barrio y visitar el Parque Buttes-Chaumont.
Para el resto del día, pensaba visitar el Museo de Orsay situado en un bonito edificio que es una antigua estación de tren, con pinturas de Moner, Renoir, Degas, y también postimpresionistas como Van Gogh, Tolouse-Lautrec o Cézanne. Y si nos daba tiempo, quería finalizar visitando Las Galerías Lafayette y el edificio de la ópera, que está justo enfrente.
Pero todo esto, así como el café Procope en el barrio latino, quedarán pendientes para una próxima visita, porque el chico se empeñó en que quería visitar los jardines del Palacio de Versalles, y en fin, decidimos darle gusto, así que por la mañana temprano, cogimos el RER y nos plantamos en Versalles. Llegamos a la estación de Porchefontaine, que está a unos 3 kilómetros del Palacio. Debería haber sido un paseo de 40 minutos, sin embargo tuvimos algunos problemillas de orientación y dimos por Versalles un paseo de algo más de una hora en suave ascenso, hasta que por fin llegamos al Palacio de Versalles. Cuando llegamos nos asustamos un poco, porque al estar improvisando, y en contra de lo que hacemos siempre, íbamos sin entradas y había unas colas inmensas. Sin embargo, preguntamos a una joven de información que nos atendió en un español escaso pero suficiente, y nos explicó que las colas eran para entrar al palacio, y que si sólo queríamos entrar a los jardines, debíamos avanzar hasta encontrar otra cola mucho menor. Encontramos fácilmente nuestra cola, que no era mucha pero tampoco era poca, y sobre todo, era lentísima. Creo que estuvimos cerca de una hora hasta que logramos entrar, así que, después de la horita en tren, más la horita de paseo, más la horita de cola al sol… cuando por fin nos vimos dentro, lo primero que hicimos fue buscar una sombra y sentarnos a descansar, beber agua, y comernos un buen bocata, antes de enfrentarnos a uno de los jardines más grandes del mundo.

Palacio de Versalles, visto desde sus jardines. Efectivamente, los Jardines de Versalles son considerados uno de los más grandes y magníficos jardines del mundo, una verdadera obra de arte. Construidos por orden de Luis XIV en el siglo XVII, los jardines fueron considerados tan importantes como el palacio y tardaron más de 40 años en completarse. Una tarea monumental, hubo que despejar pantanos y desplazar grandes cantidades de tierra para colocar los parterres, las fuentes, el invernadero y los canales. Se trajeron árboles de todos los rincones de Francia y miles de hombres trabajaron para dar vida al delirio del Rey Sol.
El jardín del Palacio tiene tres grandes parterres: el Parterre Norte, el Parterre Sur y el Parterre de Agua, y consisten en extensiones de plantas con patrones simétricos. Hay grandes piscinas rectangulares, estanques circulares, estatuas sostenidas por todo tipo de figuras de animales… y una balaustrada desde la que se puede admirar una impresionante vista del invernadero, que tiene más de 1.000 árboles con naranjos, limoneros, adelfas, granados, olivos y palmeras.

Jardines del Palacio de Versalles. Para recorrer los jardines hay distintos senderos o paseos: El Paseo del Agua, bordeado por 14 fuentes que representan a niños sosteniendo pequeñas cuencas de agua.; y El Camino Real, que termina en la icónica Fuente de Apolo, bordeado de castaños, tejos, y esculturas.

Jardines del Palacio de Versalles II. Hay 386 esculturas de bronce, mármol y plomo, resultando el mayor museo de esculturas al aire libre del mundo. Las esculturas representan temas diversos como el amor, celebración, poder y gloria, todas encargadas por Luis XIV y utilizadas como metáforas del poder del Rey.

Jardines del Palacio de Versalles III. Por último, los bosquetes son como pequeños parques dentro de los jardines, adornados con fuentes y estatuas, ¿cómo no?. Hay quince pequeños bosquetes que una vez sirvieron como salones al aire libre. Los principales son el Bosquete de la Reina, el Bosquete de Castaños, y el Bosquete de los Baños de Apolo.

Jardines del Palacio de Versalles IV. Como se puede imaginar, es prácticamente imposible ver todos los jardines en un sólo día, y andando al azar, corres el riesgo de dejarte sin ver parte de lo mejor, por lo que, sin duda, la mejor opción es contratar una visita guiada. Nosotros fuimos de forma improvisada y no pudimos hacerlo, pero aún así fue un día magnífico. Para moverte por los jardines, salvo que seas un triatleta necesitas algún medio de transporte, y tienes donde elegir: hay bicicletas de alquiler, buggies eléctricos de alquiler, y un trenecito que recorre todos los jardines con paradas en las diferentes zonas.
Nosotros elegimos el trenecito, así que sacamos nuestra entrada y cuando nos tocó nos montamos, esperando hacer un recorrido por los lugares de mayor interés, sin embargo, pronto comprendimos que no era un trenecito turístico, sino un mero medio de transporte con varias paradas en las que subía y bajaba gente. Es decir, te bajas en una zona, la visitas a pie, y cuando quieras, vuelves a la parada (y si tienes suerte y hay sitio en el trenecito, lo que no siempre ocurre, por lo que la paciencia y el buen talante son muy aconsejables), como digo, vuelves a la parada, y te desplazas en el trenecito hasta apearte en otra zona de los jardines. Como buenos turistas inexpertos, dimos una vuelta completa, pasando por todas las paradas sin apearnos en ninguna, hasta que llegamos al punto de partida, entonces comprendimos el mecanismo y volvimos a montarnos en el tren. Afortunadamente, la buena pasta que te cobran te sirve para montarte cuantas veces quieras durante todo el día.

Jardines del Palacio de Versalles, desde el trenecito. Como íbamos sin plan ni brújula, en la segunda vuelta nos apeamos en una cualquiera de las paradas, y echamos a andar sin rumbo fijo. Recorrimos multitud de senderos, y vimos muchas fuentes y muchísimas estatuas, aunque lamentablemente no sabría decir con qué partes del jardín se correspondían. Diría que una visita como Dios manda exigiría volver en otro momento y contratar un guía. Pero el caso es que, cuando vuelva por París, no estoy seguro de querer volver a Versalles. Sin duda estos jardines impresionan, pero yo los veo como un delirio, como un canto al absolutismo, a la monarquía, y al exceso más absurdo e injustificado. Y eso por no hablar de que son jardines multi mutilados, en los que están podados a escuadra y cartabón hasta los pétalos de las flores.
En una parte de los jardines, hay una zona conocida como El Dominio de María Antonieta. Por lo visto María Antonieta y su esposo el Rey Sol tenían sus pequeñas o grandes trifulcas, así que cuando la señora se enfadaba por los excesos y desmanes amorosos del monarca, se iba del Palacio a sus propios dominios y allí se quedaba, y es curioso que en sus dominios se construyó una pequeña aldea de juguete con casas modestas como las que la gente normal habitaba en el mundo normal… vaya que tenía una especia de ciudad de play-mobile a tamaño natural… Casualmente, nosotros nos encontramos con El Dominio de María Antonieta, y pudimos visitar su aldea de juguete…
En fin, como digo, cuando vuelva por París creo que se me van a ocurrir cosas mejores que volver por Versalles. Sin embargo, al César lo que es del César: si os gustan los bonsáis gigantes, los jardines formales, los niños meando agua sobre cuencas de bronce sostenidas por delfines que nadan entre adelfas que crecen entre insectos mitológicos que emanan de un caldo que son las lágrimas de Apolo que….. En fin…
Con todo, tengo que decir que fue un día magnífico, los cuatro juntos, todo el día al aire libre, con un sol espléndido, haciendo senderismo por un campo muy ordenadito.

Jardines del Palacio de Versalles V. Cuando terminamos nuestra visita, andamos hasta la estación, esta vez más derechos, y tomamos el RER hasta Fresnes, donde estaba nuestro apartamento. Era la última noche y ya habíamos cogido confianza con nuestros vecinos musulmanes del suburbio parisino, así que después de ducharnos, nos fuimos a cenar al Restaurant Istanbul, en Rés de la Tuilerie, donde nos despachamos unos kebab espectaculares con Cherry Coke.

Kebab con Cherry Coke en el Restaurant Istanbul Al día siguiente madrugamos para hacer el equipaje y en el último momento, me acerqué a una carnicería musulmana donde compré como recuerdo unos bonitos vasos de té, y unos tarros de miel de semilla negra. Las vasitos son preciosos, pero la miel es un engrudo que deberíamos tirar a la basura, cosa imposible porque mi mujer y mi madre están empeñadas en gastarla de a poquitos…
El viaje de vuelta transcurrió tranquilo sin mayor novedad, otra vez disfrutando del picnic en las magníficas áreas de descanso que tanto nos gustan en las carreteras francesas. Hicimos noche en un bonito apartamento en Urrugne, en el País Vasco Francés, ya cerquita de la frontera. Urrugne nos pareció muy bonito, igual que nos lo pareció San Sebastián en la ida, habrá que volver con más calma por tierras vascas, aunque esa, amigos, ya será otra historia.
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Free tour por Isla de la Cité (Place de l´Hôtel-de-Ville, Notre Dame, Palacio Real), Palacio del Louvre, Jardín de las Tullerías, Barrio Judío de Le Marais y Plaza des Vosges.
Bus hasta La Croix de Berny, y RER y metro hasta llegar a la Place de l´Hotel-de-Ville (plaza del Ayuntamiento), donde empezaba un free tour por el centro de París que habíamos contratado. Llegamos al punto de encuentro con 15 minutos de antelación, así que buscamos al señor del paraguas, nos identificamos, y como el día estaba lluvioso, cruzamos la calle para refugiarnos en unos soportales y esperar a cubierto. Sin embargo, las chicas no eran capaces de estar quietas 10 minutos, así que se fueron a ver escaparates, prometiendo volver a tiempo, y el niño y yo nos quedamos allí tranquilamente, fumando (yo), y viendo a los parisinos pasar. Como era de esperar, acabamos pasando nervios porque llegó la hora y las chicas no aparecían por ninguna parte… Finalmente aparecieron y cruzamos juntos a la plaza, donde ya estaba formado el grupo, y los dos guías empezaban a pasar listas. Nos dividieron en dos grupos y tuvimos mucha suerte, porque nos tocó un guía fantástico, un madrileño que se llamaba Fernando, licenciado en historia y máster en arqueología. Pero no sólo era un tío cultísimo, también tenía un gran sentido del humor, por lo que el tour fue una experiencia espléndida. Nos explicó que cuando terminó el máster, tras hacer alguna sustitución como interino en un instituto, se volvió a quedar sin trabajo, y comprendió que para un arqueólogo en España sólo hay tres salidas: por tierra, mar, o aire… así que se fue a País, se sacó el título de guía oficial de la República Francesa, y llevaba ya 7 años trabajando en París. Lo conocía todo perfectamente, y lo contaba muy bien y con mucho sentido del humor, aprendimos mucho y nos reímos mucho, ¿qué más se puede pedir? Estuvimos paseando por la Isla de la Cité, que se encuentra en medio del río Sena, en el corazón de París, y que es considerada como el antiguo centro de la ciudad.

Place de l’Hôtel-de-Ville (Plaza del Ayuntamiento). Punto de encuentro para el free tour. Primero fuimos a visitar la Catedral de Notre Dame, la gran catedral gótica de París, que todos conocemos, al menos, por el cine, ¿quién no ha visto El Jorobado de Notre Dame? Sólo pudimos verla por fuera. Aún está en obras y rodeada de andamios y con una valla de obra en la que pueden contemplarse fotografías de la catedral. Fernando, el guía, nos explicó que la rehabilitación estaba siendo lentísima porque los restos del incendio de 2019 siguen desprendiendo emanaciones tóxicas, y no ha sido fácil encontrar obreros que quisieran trabajar todo el tiempo con unas máscaras especiales, y eso ha hecho que la rehabilitación haya sido más lenta. En realidad, hasta hace poco han estado retirando escombros y la reconstrucción ha empezado hace poco, por lo que probablemente haya que esperar aún un par de años para poder visitarla por dentro.

Notre Dame en obras, con su grúa y su valla. Después seguimos caminando hasta el Palacio de Justicia, todavía en la Isla de la Cité. Está construido en el lugar del antiguo Palacio Real de San Luis, del cual permanece la Sainte Chapelle, magnífica capilla gótica que nosotros habíamos visitado el día anterior. El Palacio de Justicia también contiene la antigua estructura de la Conciergerie, una antigua cárcel, en la actualidad un museo, donde estuvo encarcelada María Antonieta antes de ser ejecutada en la guillotina.

Palacio de Justicia de París, con la Conciergerie y la Sainte Chapelle. Estuvimos un buen rato contemplando el Palacio de Justicia bajo la lluvia, Fernando nos comentó que el mal tiempo de París es uno de los secretos mejor guardados de los parisinos, y que sólo había un puñado de días de sol al cabo del año. Nos habló también del barrio latino, y nos recomendó visitar el Café Procope, uno de los más famosos y el más antiguo café-restaurante de París, fundado en 1686. Está situado en el 6º distrito, en la rue de l’Ancienne-Comédie, 12. Es un café y restaurante de artistas e intelectuales, que fue muy frecuentado por Voltaire y Rousseau. No tuvimos tiempo de visitar el Café Procope, pero sin duda, queda anotado para una próxima visita.
Después seguimos paseando hasta el Sena, y parados en uno de sus puentes, estuvimos viendo el Palacio Real y nos estuvo hablando de las diferentes torres y su historia. Cada vez que nos parábamos todo el mundo le preguntaba cosas sobre París, el alojamiento, los restaurantes… Nos contó que París es la ciudad del amor porque o te buscas una pareja para pagar a medias el alquiler, o es imposible. Él y su chica, también guía, pagaban 1.340€ por un apartamento de 40 metros, y hablando de comida, nos contó que a los parisinos les encantan los caracoles, porque detestan, la comida rápida, esto nos hizo mucha gracia.

Las Torres del Palacio Real, desde uno de los puentes sobre el Sena. Y seguimos nuestro paseo hasta el Palacio del Louvre, que fue la sede real del poder en Francia, hasta que Luis XIV se trasladó a Versalles en 1682, llevándose el gobierno con él; el Louvre fue la sede formal del gobierno hasta el final del Antiguo Régimen en 1789. Desde entonces ha albergado el célebre Museo del Louvre así como varios departamentos gubernamentales. Es un palacio descomunal de 40.000 metros cuadrados, con dos grandes patios interiores que nos causaron un gran impacto. También estuvimos en la zona de la pirámide, y finalmente bajamos a los Jardines de las Tullerías, donde terminó el free tour.

Uno de los patios interiores del Palacio del Louvre. En los Jardines de las Tullerías nos llamó la atención «el otro» Arco del Triunfo de París. Efectivamente, además del famoso y enorme Arco del Triunfo que hay en el extremo de los Campos Elíseos, Napoleón también mandó construir este otro arco, más pequeño, pero con idéntica intención de honrar a su ejército. Es curioso que los dos arcos están perfectamente alineados, de forma que aunque distan varios kilómetros, mirando por el interior de uno de ellos, al fondo en línea recta, se divisa el otro.

El otro Arco del Triunfo de París. En las Tullerías paseamos por los jardines, hasta encontrar un banco libre junto a un estanque, en el que descansamos e hicimos nuestro picnic. Después del picnic pasamos muy buen rato dando de comer a los patos y sus patitos, que socializaban con los turistas con mucho desparpajo y simpatía.

Jardines de las Tullerías. Para la segunda parte del día teníamos pensado visitar el barrio judío de Le Marais, y en particular, la Plaza des Vosges. Así que allí mismo en los Jardines de las Tullerías, tomamos el metro hasta nuestro nuevo destino.
Le Marais es el barrio con mayor población judía de Europa, si bien actualmente es un barrio muy cosmopolita y con una importante presencia gay desde los años 80. Ya en Le Marais, salimos a la superficie en la Plaza de la Bastilla, lugar simbólico de la Revolución francesa, situado en el emplazamiento de la antigua fortaleza de la Bastilla.

Plaza de la Bastilla, en Le Marais, el barrio judío de París. Tranquilamente, dimos un corto paseo hasta la cercana Place des Vosges, que es la plaza más antigua de París. Está situada en el centro de un contorno de edificios realizados en ladrillo y piedra unidos por pasillos de arcadas, que actualmente funcionan como una zona comercial, en la que abundan pequeñas salas de arte Yo desconocía la existencia de esas salas de arte que encontramos por casualidad y que sin duda, aumentaron el interés de esta visita. Se trata de pequeñas salas de arte contemporáneo con muchas obras de Pop Art muy interesantes. Este fue uno de esos momentos en los que echas en falta tener pasta para comprar. Sin duda yo me hubiera llevado a casa varias de las obras que vimos.
La plaza en sí, cuenta con una decoración de jardines y fuentes, y en una de sus esquinas está el Palacio de Sully, originalmente un edificio particular del I duque de Sully a principios del S. XVII, que posteriormente pasó a ser público y actualmente alberga el Centre des monuments nationaux, organismo del Ministerio de Cultura que gestiona bienes del Patrimonio Nacional francés. No entramos en el palacio, pero sí estuvimos un buen rato disfrutando de sus espléndidos jardines, donde un abuelo paseaba a un precioso bebé cogido de las manos. El bebé se encandiló con nosotros, y no quería irse de ninguna de las maneras, nos miraba serio y tranquilo, muy concentrado… era precioso y fue una situación simpática que duró un montón de rato, yo ya estaba preocupado por la espalda del abuelo, pero bueno, el señor estaba en forma y fue divertido…

Jardines del Palacio de Sully Después seguimos paseando por la plaza hasta el número 6, donde está la casa de Víctor Hugo, el gran escritor francés conocido sobre todo por Los Miserables. La casa es un museo monográfico de París. La visita del museo permite descubrir el apartamento ocupado por la familia de Víctor Hugo en el segundo piso, y varias salas de exposición en el primer piso. En su apartamento está el mobiliario original de su casa, sus cuadros y porcelanas, su escritorio… Fue una visita no prevista, breve y agradable. También hay en el edificio una cafetería y unos baños poco concurridos, limpios y gratuitos.

La Casa de Víctor Hugo. Después volvimos paseando hasta la plaza donde estaba el metro, y cogimos un transporte a casa. La primera parte del trayecto fue muy bien, pero en la segunda fuimos como sardinas en lata, pero bueno, es lo que hay y desde luego merecía la pena. Ya en casa, como siempre, duchas, cenita, y descanso hasta un nuevo e intenso día parisino.

Callejeando por Le Marais. Si quieres recibir un aviso cuando publique nuevos contenidos, puedes suscribirte a La Gira Interminable introduciendo a continuación tu dirección de correo electrónico:
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Saint Chapelle, Barrio Latino, Jardines de Luxemburgo, Panteón de Franceses Ilustres, y Montmartre.
Nos levantamos temprano, bus a La Croix de Berny, y RER al centro, a la Isla de la Cité, donde está la Saint Chapelle. La primera impresión que tuvimos es que se trata de la capilla mejor protegida del mundo. La calle donde está el acceso está cortada por una barrera protegida por 5 ó 6 gendarmes con metralletas, a los que tienes que enseñarles tu entrada para que te dejen pasar. Y ya dentro de la calle, encontramos más gendarmes fuertemente armados y al menos media docena de furgones policiales desplegados en batería delante del monumento. Unos minutos después supimos que la capilla comparte emplazamiento con el Palacio de Justicia donde está la Corte Suprema de la República Francesa…

Palacio de Justicia, en el mismo emplazamiento que la Saint Chapelle Se trata de una capilla que recomiendo a cualquier visitante de París, por sus espectaculares vidrieras. Son más de 600 metros cuadrados de vidrieras, 15 vidrieras a todo el rededor de la capilla, con 1.113 escenas que figuras que cuentan la historia de la humanidad, desde su creación hasta la resurrección de Cristo, según diferentes episodios sacados de los libros que componen la Biblia: Génesis, Éxodo, Números, Deuteronomio… Además se dio la circunstancia de que sólo unos meses antes, yo había estado releyendo el Antiguo Testamento, por lo que me resultó muy interesante y mi mujer y los chicos tuvieron que sacarme de allí un poco arrastras, después de más de una hora. También hay un rosetón en el lado oeste con 9 metros de diámetro, que representa el Apocalipsis. Hay también una pequeña basílica aledaña donde está la tienda del monumento y donde compramos algunas cosillas. Nos gustó mucho, es una visita que está genial.

Vidrieras de la Saint Chapelle 
Rosetón de la Saint Chapelle. Después de la capilla, nos fuimos a pasear por el barrio latino. Yo esperaba un barrio mestizo y bullanguero, con cantinas y taquerías… en fin, lo que es un barrio latino, sin embargo encontramos un paisaje fuertemente europeo, con profusión de monumentos, edificios históricos y facultades universitarias. Al día siguiente, un guía muy majo con el que hicimos un free tour, nos explicó que el barrio latino se llama así por referencia al pasado Romano de la ciudad, y al latín como lengua culta. El Sena divide la ciudad de París en dos partes, la parte de los que piensan, que es el barrio Latino, y la parte de los que gastan, que es la otra ribera, donde están los Elíseos y todas las tiendas y restaurantes de lujo. Además, el barrio latino es una de las pocas zonas de París donde puedes comer bien en una bonita brasería parisina, un menú del día 100% francés, a precios realmente económicos, en torno a 15€ por persona. Teníamos previsto comer allí el último día, pero el chico propuso una excursión improvisada al Palacio de Versalles, y quedó pendiente. Paseamos el barrio a fondo, en dirección a los Jardines de Luxemburgo, pero callejeando sin remilgos por donde mejor nos parecía. Buscamos el Pasaje del Odeón. Los pasajes son calles que se conservan como estaban antes de la reforma urbanística del siglo XVII, lo había leído y tenía curiosidad, pero no conseguimos encontrarlo. En la búsqueda, pasamos por una inmensa facultad universitaria, de aire renacentista, sin duda un lujo estudiar allí, y finalmente llegamos, ya muy cansados, a los Jardines de Luxemburgo.

Universite Rene Descartes, en el Barrio Latino. La visita a Los Jardines de Luxemburgo, fue uno de los grandes momentos del viaje, llegamos agotados y hambrientos. A primera vista nos impresionó su amplitud y sus grandes espacios planos y despejados, con césped salpicado de florecillas, y grandes arriates muy cuidados, estanques enormes y un gran palacio. En el contorno arboleda, y al fondo, setos gigantes recortados con esmero. Es un jardín con una vitalidad desbordante, repleto de gente comiendo, leyendo, durmiendo, descansando… y no sólo turistas, me daba la impresión de que la mayoría eran parisinos que se iban allí a pasar el día. Hicimos un rico picnic con tortilla de patatas, y tomamos el sol largamente, en unas comodísimas sillas metálicas que estaban esparcidas aquí y allá, y que no estaban sujetos al suelo. Comentamos que en España durarían poco, pero allí están en todos los parques y no parece que se las lleve nadie.

Jardines de Luxemburgo 
Después del picnic, en los Jardines de Luxemburgo Después seguimos paseando por el barrio latino en dirección al Panteón de Franceses Ilustres, donde están enterrados Victor Hugo, Zola, Alejandro Dumas, Marie Curie o Jean Monet entre muchos otros. El edificio es neoclásico y merece la pena, aunque lo que más me llamó la atención fue el ambiente. Junto al panteón está la facultad de Derecho, en una gran edificio monumental, y todo el entorno, con grandes espacios acotados al tráfico, estaba lleno de chavales y chavalas sentados por el suelo, tomando el sol y charlando.

Panteón de Franceses Ilustres. 
Chavalería tomando el sol, entre el Panteón de los Ilustres y la Facultad de Derecho Caminando por detrás del Panteón de Ilustres se llega a la Iglesia de Saint Etiene du Mont en una pequeña plaza. Justo a la izquierda de la Iglesia sale la Rue de la Montange de Ste Genovieve, una calle en cuesta y en curva muy atractiva para pasear y tomar fotos, está llena de braserías y cafés parisinos que son muy bonitos, la paseamos hacia abajo entera y seguimos buscando una boca de metro para ir a Montmartre.

Rue de la Montange de Ste Genovieve Montmartre es el barrio más bohemio de París, donde está Moulin Rouge y demás cabaret, además de la Sacre Coeur y la Plaza del Tertre.

Montmartre Cuando salimos del metro, fuimos dando un paseo por el barrio, hasta los jardines que hay a los pies de la Sacre Coeur. Son unos grandes jardines con escaleras, por los que vas haciendo una gran ascensión hasta la basílica, en la zona alta del barrio. Puedes subir caminando por las escaleras, donde suele haber muy buen ambiente con músicos callejeros, o como hicimos nosotros, subir en el funicular de Montmartre, que además, estaba incluido en nuestro abono de transporte.
Cuando llegamos arriba fuimos derechos a la Sacre Coeur que es todo un espectáculo, no tanto por el interior de la basílica, que no tiene nada especial para cualquier español curtido en mil catedrales, y que además tiene dispuestos tal cantidad de tenderetes de venta de recuerdos, que queda desposeída de cualquier interés espiritual; como por su aspecto exterior, que a mi me impresionó por su aire oriental, y también por sus amplios jardines, su ambiente lleno de familias con niños y grupos de jóvenes, y por su amplio mirador elevado, desde el que las vistas de París son espléndidas. Había también indios con cubetas vendiendo cervezas y candados, porque a las parejas de París les ha dado por llenarlo todo de candados. Un guía nos explicó el motivo, pero era una chorrada y se me ha olvidado.

Sacre Coeur En la basílica el niño le compró unos recuerdos a su novia, y después nos sentamos un buen rato en las escalinatas del mirador, a comer algo, y disfrutar de las vistas y del ambiente, que era alegre y festivo, pero sin llegar a ser agobiante.

Jardines a los pies de la Sacre Coeur. Al fondo la parte de baja de Montmartre 
Panorámica de París desde el mirador de la Sacre Coeur Después fuimos a pasear por el barrio, paseo corto porque estábamos cansados. Rodeamos la basílica y tomamos una pequeña calle llena de tiendecitas turísticas en las que compramos algún recuerdito, y seguimos hasta la Plaza del Tertre, la famosísima plaza a todas horas llena de artistas haciendo pintura en vivo.

Plaza del Tertre en Montmartre 
Plaza del Tertre en Montmartre II Suena bien, pero no fue para tanto, porque había riadas de gente que te impedían hasta caminar, así que nos limitamos a dar una vuelta a la plaza, y luego bajamos andando por unas escaleras muy largas y empinadas, que nos llevaron de vuelta a la zona baja del barrio, donde caminamos un poco más hasta la boca del metro, y ya exhaustos, iniciamos el periplo de transporte urbano por metro, RER y bus, hasta el apartamento en nuestro suburbio parisino.
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Mercado de las Pulgas de París, Plaza de la Concordia, Campos Elíseos, Arco del Triunfo y Torre Eiffel.
Desayunamos en casa muy temprano, y nos fuimos dando un paseo hasta la estación de La Croix de Berny, donde se coge el cercanías en nuestro barrio, y que durante toda la semana sería principio y final de nuestras excursiones. Media hora de paseo, en la que me llamaron la atención las chabolas de personas de sin hogar, en la Avenida de la División Leclerc.
Llevábamos preparadas foto carnets para sacarnos el PASSE NAVIGO, un bono de transporte que te da acceso a todo el transporte urbano de París durante una semana, y que sale tan sólo por 28€ por persona, y doy fe que lo amortizamos. En la estación sólo había cajeros automáticos y necesitábamos un ser humano al que contarle nuestra vida y darle nuestras foto carnets, así que preguntamos a una señora de rasgos asiáticos, que muy amable nos explicó que para eso, teníamos que ir a otra estación, y nos explicó como llegar dando un corto paseo en línea recta, hasta la estación de Antony. En Antony, una estupenda funcionaria nos hizo los carnets a los cuatro y nos entregó un mapa de París, que no nos sirvió para nada, porque nos movimos todo el tiempo con una app que se llama Citymapper y que es fantástica: te geolocaliza, le dices donde quieres ir, y te da la mejor opción posible en tiempo, combinando todos los medios de transporte.
Con nuestros flamantes PASSES NAVIGO y nuestro Citymapper cruzamos París entera de sur a norte, primero en RER (así se llaman allí los cercanías), y luego en metro, hasta llegar al Mercado de las Pulgas.
Aunque lo normal es empezar por el centro, decidimos aprovechar que era lunes para visitar el mítico Mercado de las Pulgas, que entre semana sólo abre ese día.
Este mercado callejero está formado en realidad por nada menos que 15 mercados repartidos por un enjambre de callejones, cerca de la salida del metro de Ponte de Clignancourt, en el barrio de Saint Ouen, al norte de París, y es el mayor mercado callejero de Europa.
Según la Guía Nómada de París, la denominación de “mercado de las pulgas” viene de finales del XIX, cuando unos cuantos comerciantes dedicados al mercadeo de objetos de lo más variopinto (y no siempre de procedencia legal) se fueron juntando, como quien no quiere la cosa, en esta zona periférica de París que era entonces la localidad de Saint Ouen; un lugar no muy recomendable pero que les evitaba pagar los impuestos que requería la ciudad para poder vender en la zona interior de la muralla.
Les Puces de Saint-Ouen no fue bien visto por la burguesía de la época, que miraba con desdén a quienes acudían allí y pronto hizo correr el rumor de que la mercancía que en él se encontraba estaba plagada de pulgas (como pulgosos eran los que la vendían).
Más allá de estas historias de veracidad dudosa, lo cierto es que el mercado se quedó con ese nombre, y un siglo y pico después, se ha convertido en ese tipo de mercado callejero entre bohemio y glamuroso, tan típicamente parisino.

Mercado de las Pulgas de París. Por allí merodean turistas, amantes del arte y de las antigüedades, coleccionistas, mochileros y famosos, en busca de algún tesoro. Y es que en el Mercado de las Pulgas se venden desde discos y libros usados a trajes de época, obras de arte, objetos decorativos y muebles (en muebles verdaderas joyas, aunque no muy económicas), ropa vintage, bolsos de grandes firmas de segunda mano (pero no gangas, saben muy bien lo que venden), viejas radios y televisores, juguetes y muñecas antiguas… la lista es interminable.
Los primeros puestos que encontramos no diferían mucho de cualquiera de los mercadillos callejeros que encuentras en cualquier ciudad española, o al menos andaluza. Claramente no habíamos llegado, tenía que haber algo más, y sin embargo mi mujer y los chicos se agarraron a los puestos de camisetas y zapatillas de deporte y no había manera de salir de allí, a los diez minutos ya me estaba preguntando si aquello había sido buena idea…
Al fin avanzamos, siguiendo las indicaciones de algunos chicos a los que íbamos preguntando por la calle, y por fin, a sólo una manzana, la cosa mejoró. Empezamos andando por el centro de una ancha acera, flanqueados por dos líneas de puestos, en los que se alternaba ropa chony, deportiva, raperilla, etc, con puestos muy interesantes de ropa de segunda mano. Recuerdo especialmente una tienda con cazadoras de piel de aviador, de motorista, de marinero… de todos los tipos y tallas, fantásticas y muy bien conservadas, a 50€. Si no fuera porque soy un pésimo comprador, de buena gana me hubiera llevado una de esas chaquetas de aviador.
De esta avenida, partían hacia el interior de la manzana pequeños callejones , algunos engalanados en toda su extensión con alfombras rojas por las que ibas caminando. Los callejones se entrecruzan en un caos de tiendecitas en las que se vendía todo lo imaginable, pero sobre todo obras de arte y antigüedades, de muy diverso pelaje e interés; si bien había un cierto orden, con zonas de quincallería, zonas de anticuarios glamurosos, de dibujos y pintura…

Mercado de Pulgas. Entre semana con poca gente. Con todo, tengo que decir que yo personalmente no lo encontré para tanto, me gustó conocerlo y visitar esa parte de París, aunque en mi caso, con una visita he tenido bastante. A mí mujer y a los chicos les gustó más, tanto por la ropa, como por los muebles antiguos, que a mí, sin embargo, me parecían todos demasiado barrocos, demasiado dorados…
Después de un buen rato deambulando buscamos un jardín para hacer un picnic. Volvimos a la avenida principal y andamos un rato sin éxito, hasta que decidimos acomodarnos en una pequeña zona ajardinada, donde descansamos y comimos algo. Después volvimos por la acera del otro lado de la avenida, donde los puestos parecían tener menos interés, y finalmente volvimos al metro y nos fuimos al centro.

Mercado de las Pulgas. Con puestos cerrados entre semana. Salimos a la superficie en la Plaza de la Concordia, donde está el Obelisco de Ramses II, que según creo haber leído, es la obra de arte más antigua de la ciudad, aunque no pudimos disfrutarlo, porque estaba en obras, completamente rodeado de andamios. Pero aún sin obelisco, es una plaza impresionante por sus dimensiones, y por la monumentalidad del entorno. De esta plaza parte la famosa Avenida de los Campos Elíseos, que para la gente de mi edad, es famosa por los 5 tours de Miguel Indurain en los años 90.
Estábamos cansados, así que nos fuimos a los jardines de los Campos Elíseos, que acompañan a la avenida en la mitad de su recorrido, y allí nos sentamos en un banco al sol y pasamos un buen rato, yo descalzado, fumando, y viendo pasar gente, todos blancos, casi todos europeos, muchos españoles. Alba y el chico se fueron a buscar un aseo público, y entre la distancia y la cola tardaron una inmensidad, que disfruté en mi banco sin ninguna prisa.
Ya juntos los cuatro paseamos por los jardines, recuerdo que vimos un curioso hotel de insectos y le hicimos una foto.

Hotel de insectos, en los Jardines de los Campos Elíseos. Paseamos todo el parque, y luego seguimos por el segundo tramo de la Avenida, hasta su final, en el Arco del Triunfo. Este segundo tramo de los Campos Elíseos tiene unas aceras tan anchas que parecen bulevares, con terrazas, restaurantes, y muchas marcas caras como Mont Blanc, Louis Voutton, Dior, etc. Había una auténtica riada de gente caminando por allí, en más de un momento me pareció agobiante. En algunas tiendas, había en la puerta grandes colas de 40 o 50 personas, ordenadas detrás de unas catenarias, esperando que, poco a poco, les fuesen permitiendo el acceso a la tienda… de locos. Cuando me jubile, en verano, Navidad y Semana Santa, me quedaré en mi casa, y viajaré el resto del año.

Edificios de Louis Vuitton y Dior, en la Avenida de los Campos Elíseos. Por fin llegamos a la plaza del Arco del Triunfo, desde la que parten los 12 grandes bulevares de París. Accedimos al centro de la plaza por un pasadizo subterráneo, y fuimos a salir justo debajo del arco, que es un lugar impresionante por la vista interior de las bóvedas, y donde además está el Monumento al Soldado Desconocido, que honra al más de millón de franceses muertos en la Primera Guerra Mundial.

Arco del Triunfo de París. Este arco es, probablemente, el arco de triunfo más célebre del mundo, y fue construido por Napoleón a principios del XIX, para conmemorar la victoria en la batalla de Austerlitz, tras prometer a sus hombres que volverían a casa “bajo arcos triunfales”. Y hay que decir que cumplió con el plural, porque como vimos unos días después, junto al Louvre, a la entrada del Jardín de las Tullerías, hay otro arco del triunfo, de menor tamaño pero similar estructura, conocido como el Arco de Triunfo de Carrusel, que es el nombre de la plaza donde está ubicado. Y lo curioso, es que desde Carrusel, mirando por el interior del arco, ves al fondo, en línea recta, a varios kilómetros de distancia, el segundo y gran, Arco del Triunfo.

El otro Arco del Triunfo de París, en los Jardines de las Tullerías. Volviendo al más conocido y monumental Arco del Triunfo, está inspirado en el Arco de Tito de Roma, y tiene unas dimensiones de 49 metros de alto y 45 de ancho.
A sus pies se encuentra la Tumba del Soldado Desconocido de la Primera Guerra Mundial, en cuya superficie hay una inscripción: ICI REPOSE UN SOLDAT FRANÇAIS MORT POUR LA PATRIE 1914-1918 («Aquí yace un soldado francés muerto por la Patria 1914-1918») y una llama continuamente encendida, que las asociaciones de antiguos combatientes o de víctimas de la guerra, reavivan cada día, a las seis y media de la tarde, conmemorando su recuerdo.

Monumento al Soldado Desconocido, con su llama perpetua. Es un lugar que impresiona, y aunque había gente, no era tanta como para estar incómodos, así que estuvimos un buen rato disfrutando del lugar, rodeando varias veces el arco, contemplándolo desde abajo, por dentro. Y por supuesto, también prestamos atención a la Tumba del Soldado Desconocido, con sus flores frescas y su llama perpetua. Es un sitio que merece la pena visitar, tanto es así, que después de 30 ó 40 minutos allí, quise seguir, y los chicos nos pidieron un rato más. Y desde luego, imprescindible acceder al centro de la plaza y ver el arco desde abajo.

Vista interior de las rosas esculpidas en los techos abovedados del arco. Finalmente, desde una de las 12 avenidas que parten de la plaza, tomamos un autobús que nos llevó hasta la calle Albert de Mun, desde donde fuimos caminando hasta los jardines del Trocadero. Cuando caminábamos por el jardín, alguno de nosotros miró a la izquierda, y quedó petrificado ante la vista imponente de la Torre Eiffel, emergiendo entre los árboles como un bello artiodáctilo metálico. Nos quedamos los cuatro absortos, por más que te hayan contado, encontrarte frente a ella por primera vez, es toda una experiencia.

La Torre Eiffel desde los Jardines de Trocadero. Hicimos alguna foto y seguimos caminando hasta la Fuente del Jardín de Trocadero, desde cuya parte más elevada se pueden tomar unas fotos fantásticas. En esta zona el ambiente era simpático, con multitud de turistas muy jóvenes que hacían los posados más inverosímiles frente a sus teléfonos, con indios y paquistaníes vendiendo de todo, cervezas, souvenirs, y no sé si algunas cosas más, por el tono callado y el semblante esquivo, con el que algunos te ofrecían su mercancía.

La Torre Eiffel desde la Fuente de los Jardines de Trocadero. Después de muchas fotos en todas las composiciones familiares posibles, nos decidimos a cruzar el Sena por el Pont d’lena (Puente de Jena) hasta situarnos a los mismos pies de la torre. Habíamos contratado un paseo en barco de una hora por el Sena, así que bajamos al embarcadero, pero yo llevaba las entradas en el móvil y por desgracia, descubrí que me había quedado sin batería. Esto fue una faena para los chicos, que estaban deseando navegar por el Sena, pero afortunadamente los tickets eran válidos para toda la semana, y pudimos hacerlo otro día.

La Torre Eiffel desde el Pont d’lena. Para entonces, yo estaba ya bastante cansado porque llevábamos 9 horas en la calle y además, no había manera de encontrar un wc… sin embargo, los chicos querían que nos fuésemos a los Jardines de la Torre Eiffel, querían tumbarse en el cesped a los pies de la torre y estar allí un rato, y en fin, son días que hay que aprovechar al máximo, así que, preguntando, localizamos un wc en el embarcadero, y previo pago del eurito de rigor, me quedé descansando y listo para lo que hiciera falta.
Los Jardines de la Torre Eiffel, y el Campo de Marte del que son prolongación, son una inmensa extensión de césped, a la espalda de la torre conforme la ves desde el Sena. Había en el cesped cientos y cientos de grupos de jóvenes, allí tirados, tomando el sol, descansando, contemplando los jardines, a pesar de todo limpios, bajo un cielo azul, roto por fogatas y ángeles alados de nubes blancas. Los paquistaníes seguían a lo suyo, se nos acercó un chico muy simpático con una cubeta metálica llena de botellas muy frías de cerveza, vino, y champán, y yo estaba tan agusto allí, tumbado en el cesped, contemplando desde abajo la inmensidad de la Torre Eiffel, que pensé que el momento se merecía unas cervezas frías: criforten, criforten, criforten… No me enteraba, y al final, – papá, que te vende tres cervezas por diez euros… Se las pagué. Un atraco porque eran quintos de la marca más barata, pero se las pagué y nos las bebimos tan agusto. Al rato vino la competencia con otra cubeta de cervezas, criforten, y le dije que no. Entonces me dijo forforten, forforten, y comprendí que había hecho al tonto. Decidí que al próximo, le diría yo, faifforten¡¡ En fin, fue un rato estupendo, en un sitio bestial, y todos tenemos un gran recuerdo de aquella tarde.

Tumbados en los Jardines de la Torre Eiffel Después de más de una hora en los jardines nos dirigimos al metro, pero nos equivocamos y cruzamos innecesariamente el Sena por el Pont d’lena (Puente de Jena), para volver un buen tramo más abajo, a la misma rivera, por el Pont de Bir Hakeim, para por fin, coger el metro y luego el RER, hasta nuestro apartamento en Fresnes. El paseo por el Sena fue agradable, y también lo fue cruzar el Pont de Bir Hakeim, un puente en el que los dos carriles de circulación, están separados por una zona peatonal, cubierta por una estructura metálica, por cuya parte superior circula el RER (el tren cercanías). Tiene además, en las aceras, unas barandillas metálicas, y en el centro, un viaducto de piedra con un mirador, que ofrece unas vistas espléndidas de la Torre Eiffel, sobre el Sena.

La Torre Eiffel sobre el Sena. Vista desde el Pont de Bir Hakeim El transporte a casa fue extenuante, no tanto por la distancia, como por la cantidad de personas que había en el metro. Fuimos de pié todo el trayecto, como sardinas en lata, luchando contra los cuerpos de los demás. Recuerdo que miré a aquellas personas con pena, yo no soportaría una experiencia así cada día para ir al trabajo. También me preocupé pensando que fuera así todos los días, yo contaba con los tiempos del transporte, que si vas sentado, relajado y en superficie, puede ser incluso agradable, pero no había contado con ese nivel de masificación y me preocupé. Afortunadamente sólo fue ese día, y después siempre pudimos viajar tranquilos y sentados.
Ya en el barrio, fuimos a un súper a comprar pan y de paso un brioche con pepitas de chocolate. Cuando llegamos al apartamento llevábamos casi doce horas seguidas en la calle, y habíamos andado no sé cuántos kilómetros… Los chicos estaban como nuevos, pero mi mujer y yo, cincuentañeros sedentarios, estábamos molidos y nos preguntábamos, tumbados en la cama, agarrados a nuestras copas de vino, si aguantaríamos toda la semana a ese ritmo. Ahora puedo decir que no sólo la aguantamos, sino que además la disfrutamos muchísimo.
Tras el carrusel de duchas cenamos tranquilamente en familia, unos espagueti de estudiantes y nuestro brioche, y después, el chico se puso a estudiar, y los demás nos abandonamos a la procastinación y el descanso, hasta un nuevo e ilusionante día parisino.
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Viaje Córdoba París y un paseo por San Sebastián
Aunque me gusta viajar sólo y también con amigos, como más me gusta viajar es en familia, algo que hasta ahora hemos hecho poco por distintos motivos, pero principalmente por el deseo de los niños de ir siempre a la playa. Sin embargo, los años pasan y los niños crecen, y empiezan a desear otros viajes y otros lugares. Este viaje de una semana a París, lo teníamos planeado para 2020, pero llegó la pandemia y lo aplazamos. Ahora la pandemia sigue, pero nos hemos acostumbrado a convivir con ella, así que recuperamos este plan para las vacaciones de Semana Santa.
Para preparar el viaje, tomé como punto de partida este artículo del blog El Viaje me Hizo a Mi, que te ofrece una propuesta de sitios que visitar y cosas que hacer en París en cinco días. Es un blog que me gusta, porque combina lugares de interés artístico y cultural, con un turismo callejero que te lleva a los barrios y te permite conocer las ciudades y las gentes, tal como son de verdad, más allá de ese parque temático para turistas que es el centro de las ciudades, que a nosotros también nos gusta visitar, pero sin quedarnos en eso.
En cuanto a la organización del viaje, por primera vez he usado un planificador de viajes; una tarjeta bancaria específica con la que no pagas comisiones en el extranjero, para viajar sin efectivo; y un seguro de viaje, principalmente para tener garantizada la cobertura sanitaria fuera de España. Son pequeñas cosas que vas incorporando poco a poco y que merecen la pena.
Por otra parte, el reto de este viaje iniciático, era comprobar mi teoría de que una familia de cuatro personas, no necesita un gran presupuesto para viajar y disfrutar, si se organiza bien. ¿Cómo puedes organizar una semana en París para cuatro personas sin arruinarte?. El combo avión, hotel, restaurante, está muy bien para viajar sólo o en pareja, pero viajando en familia no salen las cuentas, así que… ¿qué hicimos?, pues organizar el viaje como si nos fuéramos una semanita a un apartamento a la playa: el día antes de la partida hice un súper con todas las comidas para 9 días, y con ayuda de hielo y dos neveras, lo transportamos todo en nuestro maletero tan ricamente y nos fuimos en coche, planteando 2 días de ida con pernocta y paseo en San Sebastián, 5 días/6 noches en un apartamento en París, y 2 días de regreso con pernocta en el País Vasco Francés, en Urrugne.
Nos levantamos temprano y a las 08:30h ya estábamos en ruta, con algo más de 800 km por delante hasta San Sebastián. Subimos hasta Madrid por la A4 con la carretera totalmente despejada y eso sí, un tráfico muy denso en sentido contrario, con frecuentes retenciones, parecía que España entera venía a pasar la Semana Santa a Andalucía.
Paramos para hacer el segundo desayuno y descansar un poco ya cerca de Ocaña, y cuando salimos del coche nos sorprendió el frío y el viento, siempre que salimos de Andalucía pasamos frío…
Superamos Madrid, y ya en la A1 tuvimos algo de tráfico denso aunque mejoró pronto, y paramos a comer, ya cerca de las 16h, pasado Burgos. Después de descansar un rato y tomar un café en la estación de servicio seguimos viaje y llegamos a San Sebastián sobre las 18h. Fue un viaje tranquilo, del que recuerdo una larguísima entrevista a Leiva en Radio 3, en la que hablaron de su último disco “Cuando te muerdes el labio”, en el que cada canción está escrita pensando en una artista latinoamericana, con la que canta a dúo en el disco. Contaba que hay ahora una generación de jovencísimas artistas en latinoamérica muy precoces y creativas. Me dió curiosidad y por la noche busqué el disco, pensé que tal vez sería la banda sonora de nuestro viaje, pero no lo fue del todo.
Habíamos reservado un bungalow en el Camping Igueldo de San Sebastián y fuimos directos al alojamiento. Nos gustó el camping porque estaba en la montaña pero muy cerca de la ciudad, y el bungalow estaba bien. El checking fue muy lento, sólo atendía una chica, y dedicaba a cada viajero todo el tiempo que necesitara, sin que pareciera afectarle la cola que se le iba formando. Recordé El Río de la Desolación de Javier Reverte, en el que cuenta como, en algunos hoteles del Amazonas, encontraba servicios de recepción precapitalistas; es decir, con cuatro personas atendiendo el trabajo que en Europa, por ejemplo en el Camping Igueldo, haría sólo una. Con todo, la espera mereció la pena y cuando nos tocó, nos atendió muy bien.

Camping Igueldo, en San Sebastián Descargamos rápido y nos fuimos corriendo a la parada del autobús, yo quería andar despreocupado del tráfico y el aparcamiento, y tomarme unas cervezas cuando me diera la gana. El chico se quedó sólo en el camping, porque tenía que terminar y entregar un trabajo de matemáticas, y quedamos en que él bajaría luego y nos veríamos en la ciudad.
El Camping Igueldo está en la misma San Sebastián, pero fuera de la ciudad, en una zona alta y muy verde con el mar a un lado y la ciudad al otro. El camping es la última parada de la línea 16 del bus urbano, por lo que pudimos cogerlo en la misma puerta del camping, y en quince minutos estábamos en la ciudad.

El mar Cantábrico, desde el bus. Disponíamos de tres horas hasta el regreso del último bus, y lo primero que hicimos fue dirigirnos a la estación del funicular para subir al Monte Igueldo y disfrutar de las vistas. Como indica su propia web, el funicular es la forma más popular para subir al Monte Igueldo, y con más de 100 años de historia, puedes subir en sus vagones de madera tal y como lo hacían los asistentes al casino y al salón de bailes hace un siglo.
El funicular fue inaugurado en 1912, coincidiendo con el estreno del parque de atracciones en lo alto del monte Igueldo, cuyos miradores ofrecen impresionantes vistas panorámicas de la bahía de La Concha. El recorrido son sólo 312 m. que se recorren en apenas 3 minutos, pero eso sí, el desnivel supera el 50% y el sistema de tracción es por polea con cable, por lo que de hecho, hubo que convencer a la chica de que ese trenecito de madera que escalaba por la montaña era seguro, y aunque con algunas dudas, se subió.
Por supuesto tomamos algunas fotos del funicular.

Funicular del Monte Igueldo. San Sebastián. Una vez arriba, las vistas de la bahía y la isla de Santa Clara son magníficas.

Bahía de La Concha desde el Monte Igueldo. San Sebastián. Ya abajo, tomamos también alguna foto del edificio de la estación del funicular, que también es interesante.

Estación del Funicular del Monte Igueldo. San Sebastián. Desde allí, bajamos al Paseo de Eduardo Chillida, y en apenas 10 minutos caminando hacia el exterior de la bahía, llegamos al Peine del Viento. En ese paseo, nos llamó mucho la atención la Isla de Santa Clara, cuyos acantilados parecen recostarse, cediendo al fuerte viento del mar. También nos fijamos en un surfista, que desafiaba al frío en medio de las olas.

Isla de Santa Teresa, recostada por el viento. San Sebastián. El Peine del Viento, es un conjunto de tres esculturas de acero ancladas a las rocas en los acantilados del Monte Igueldo, en un lugar fuertemente azotado por las olas y el viento. Al final del paseo que lleva hasta la escultura, hay una zona empedrada con una enorme grada de roca, donde merece la pena sentarse y disfrutar de la magia, sintiendo ese viento, húmedo y recién peinado por Chillida.
El Peine del Viento es muy especial, para mí lo mejor de esta breve visita a San Sebastián.

El Peine del Viento de Eduardo Chillida. San Sebastián. 
El Peine del Viento de Eduardo Chillida. San Sebastián II. Además, en el suelo de piedra hay unos ojos de buey por los que, cuando el oleaje es fuerte, suben a presión grandes chorros de espuma de mar. Os dejo aquí un enlace externo a un breve vídeo del Peine del Viento con oleaje, merece la pena.
Nos demoramos allí un buen rato, nos dió hambre, y pensamos picar algo en el paseo marítimo. Cuando desandamos el Paseo de Eduardo Chillida, encontramos al surfista en pelota picada entre dos coches, vistiéndose con ayuda de una toalla, con una temperatura que a nosotros nos parecía bien fresquita.
Bajamos a la playa de Ondarreta para caminar un poco por la arena.

Playa de Ondarreta. San Sebastián. Luego continuamos por el paseo marítimo junto a la Playa de la Concha, unos dos kilómetros junto al mar, que a mi mujer y a la chica les gustaron mucho, sobre todo por la arquitectura.

Playa de la Concha. San Sebastián. Sin embargo, tuvimos mala suerte porque el paseo estaba en obras y habían subido el carril bici al paseo, teníamos que transitar amontonados por dos estrechas franjas paralelas las personas y las bicicletas, flanqueados por las obras a un lado, y la arena de la playa al otro. La verdad es que mi primera visita al famoso Paseo de la Concha fue un poco decepcionante, demasiada gente, demasiadas bicicletas, y demasiadas obras. Habrá que volver por allí en otro momento más tranquilo. Por otra parte, para un andaluz es inconcebible un paseo marítimo de dos kilómetros sin un sólo puesto con bebidas y algo de picoteo. A esas alturas del día ya estábamos cansados y hambrientos.
Llegamos al final del paseo, y decidimos subir a la Plaza de Gipuzkoa para sentarnos en algún bar a descansar y reponer fuerzas. El chico terminó tarde sus tareas, pero insistió en bajar a la ciudad, aunque fuera para darse un paseo en autobús y poco más. Llegamos a la plaza exhaustos y nos sentamos en la terraza del bar Legarda, en Camino Kalea, una de las bocacalles que dan a la Plaza de Gipuzkoa. Nos tomamos unas cervezas y unas chapatas de tortilla de patatas con pimientos verdes que nos sentaron como Dios, luego llegó el chico y estuvimos un ratito más descansando y charlando, hasta que a las 22h, tuvimos que coger el último bus de regreso al camping. La parada estaba muy cerca, en la calle Okendo.
Cuando llegamos al camping, terminamos de cenar con un poco de vino, yo puse el disco de Leiva, y aunque a mí algunas canciones me gustaron, resultó que no iba a ser la banda sonora del viaje. Y nos acostamos muy cansados, había sido un primer día de viaje estupendo.
Al día siguiente nos levantamos temprano y seguimos viaje hacia París. En la parte francesa del viaje, lo que más nos llamó la atención fueron las áreas de descanso, son realmente fantásticas, siempre muy sombreadas y a menudo rodeadas de auténticos bosques, con cómodas mesas de madera u obra en las que comer al aire libre, con aseos amplios, limpios y gratuitos, con agua caliente, y con contenedores para reciclar. Todas estas áreas eran muy agradables, amplias, bonitas y limpias, con una parte para los camiones y otra separada para coches y motos. Sería fantástico tener en España áreas de descanso como las francesas.
Hicimos una breve parada para café y segundo desayuno a la altura de Burdeos. Después una segunda parada más larga para comer, en un área de descanso tan chula, que el chico comentó, con razón, que perfectamente podía uno irse allí a hacer una barbacoa y echar el día. Y para las 18:30h estábamos en las afueras de París, si bien los últimos 10 ó 15 kilómetros fueron muy pesados con tráfico denso y retenciones.
El GPS nos llevó directos a nuestro alojamiento. Era un apartamento que había reservado en Booking, con dormitorio de matrimonio y amplio salón con sofá cama, perfecto para 4 personas durante una semana. La verdad es que lo reservé un poco al tun-tun, es decir, me gustaron las fotos, me cuadró el precio, y lo contraté, sin darle más importancia a la ubicación, porque tenía asumido que iríamos al extrarradio, y todos los días cogeríamos un transporte para movernos.
Cuando llegamos, la primera impresión no fue nada buena, eran unos bloques de pisos con un entorno muy degradado, sucio, con botellas vacías tiradas por las esquinas, y unos amplios soportales repletos de chavales que bebían, fumaban, y escuchaban rap. Y además, los únicos blancos de todo el barrio éramos nosotros, algo que yo imaginaba, pero no de forma tan extrema: en París, en el extrarradio son todos negros, y en el centro son todos blancos (excepto los empleados de seguridad del metro y las tiendas que son todos negros).
Dejé a mi mujer y a los chicos en el coche y les pedí que me esperaran, mientras buscaba el apartamento. Lo encontré rápido, y dentro estaba Ceryll, nuestro anfitrión, también francoafricano, que hablaba un inglés tan malo como el mío por lo que nos entendimos perfectamente y conversamos un buen rato con fluidez. Me enseñó el apartamento, me dió la clave wifi, y cuando salimos a la calle, le pregunté si el barrio era seguro, porque habría días que volveríamos tarde de París. Me dijo que sí, que era seguro, que los soportales siempre estaban llenos de chicos jóvenes pasando el rato, pero que eran vecinos que vivían allí y que todo ok. Yo le creí.
Aparcamos en el hueco que dejó Ceryll, muy cerca del apartamento, y nos pusimos a descargar. Mi chico me miraba guasón, con cara de “joder papá, pero dónde nos has metido…”, dejamos el coche allí aparcado con bastante aprensión y serias dudas por su seguridad y futuro… y nos pusimos a instalarnos.
Y la verdad es que si bien el entorno era de coco y huevo, el interior del apartamento era incluso mejor de lo que esperábamos: moderno, funcional y elegante, con suelo de madera, camas cómodas, baño enorme, cocina completa integrada, wifi, netflix….
Cenamos en el apartamento, el chico se puso a estudiar, las chicas se pusieron cómodas, y yo me fui a la calle a fumar, andurrear un poco y ver cómo era aquello de noche. Justo a la izquierda de nuestro apartamento había un pasaje comercial que era una auténtica torre de babel: 2 kebab turcos, 1 pizzería también tuca, 1 carnicería musulmana, 1 panadería asiática, una tienda de alimentación de la india, indostánica, del magreb… y en la esquina, un barbero. En el extremo más alejado del pasaje, junto a los contenedores, entre la barbería y la pizzería, había unos bancos reservados para los borrachos y los sin hogar, que según vimos en los días siguientes, tenían sus chabolas en la mediana de la carretera, a unos 500 metros de nuestro apartamento. Aquella noche, un par de ellos estaban sentados en el suelo pegando voces, y no sé si cantando algo.

Les Fresneries. Nuestro suburbio parisino. La verdad es que la mala impresión de aquel primer cigarro nocturno en nuestro suburbio musulmán no se correspondió con la realidad. En los seis días siguientes frecuentamos todas las tiendas del barrio y todo el mundo nos trató bien, eso sí, a veces notaba que nos miraban un poco guasones, como diciendo, ¿qué coño hacen aquí estos turistas despistados?, tenía la impresión de que por ese pasaje no había pasado un turista en décadas. Pero nos fue bien, la última noche cenamos un fantástico kebak con cherry coke en el turco, y la última mañana, compramos en la carnicería musulmana un juego de vasitos de té y unos tarros de miel de semilla negra, como recuerdo de nuestro suburbio parisino.
En los próximos artículos, os contaré todo lo que hicimos y todo lo que vimos, en 5 días en París, agotadores y muy felices.
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De Rosal de la Frontera a Tavira por el Alentejo y el Algarve.
La ruta 50 de España en Moto, está planteada en 5 sectores de sur a norte: el primero es Huelva capital, en el segundo sales de Huelva y entras en Portugal por Ayamonte; en el tercero recorres el Algarve, en el cuarto el Alentejo, y finalmente en el quinto vuelves a España por Rosal de la Frontera.
Yo hice la ruta completa pero en sentido inverso, ya que venía de hacer la ruta 49 por la Sierra de Aracena, que termina precisamente en Rosal de la Frontera, y que te cuento en este otro artículo.
Por tanto, entré en Portugal por Rosal de la Frontera, con la idea de hacer el Alentejo por la mañana y el Algarve por la tarde, haciendo noche en Tavira, para regresar a Córdoba al día siguiente. Iba un poco apurado porque había quedado para comer en ruta con unos amigos portugueses, y para los portugueses, es cosa de religión que se come a la una y con mesa y mantel, cosa seria.
La idea para la mañana era avanzar por la IP8, con paradas en Serpa y Beja, para luego bajar a Mértola por la N122, y comer allí con mis amigos.
La IP8, algo deteriorada, discurre por un terreno poco abrupto con grandes dehesas de encinas y olivar.
Serpa es una pequeña población con todo el encanto de las villas alentejanas, con sus casas blancas y sus calles adoquinadas. Entré en Serpa con la idea de parar un rato y tomar un café en la Praça da República. Como no la encontraba en el Tomtom, busqué el casco histórico y paré en una pequeña plaza para mirar Google Maps en el teléfono. Entonces descubrí que estaba sin internet, y por más que tenía activada la itinerancia de datos, no conseguía conectarme, y así siguió la cosa durante todo el día y el siguiente, hasta mi vuelta a España, pudiendo conectarme sólo en las zonas wifi. Después de perder mucho tiempo trasteando la conexión, descubrí que el teléfono me daba una hora y el Tomtom otra, y ya no sabía ni la hora que era, así que, apurado por no llegar tarde a la comida, allí mismo me senté a tomar un café.
Justo a mi derecha había un pequeño café, tenía un aire demasiado sofisticado para mi, que disfruto más en los sitios populares, pero entré. El sitio se llamaba Bazar conceqt siore (algo así como Bazar tienda conceptual), y era realmente bonito. El dueño era un señor de pelo blanco, alto, elegante y muy cordial, con un innegable aire de arquitecto. Estuvimos charlando un buen rato en inglés. Me comentó que acababa de abrir el negocio hacía una semana, que por ahora servía desayunos, y que más adelante también daría comidas, pero que quería ir easy (tranquilo), y me hizo gracia porque desde que entré en Serpa, todo me pareció muy easy. Era un sábado que parecía un domingo, con poca gente en las calles, nada de tráfico, y un silencio atronador que lo inundaba todo. Me sirvió un excelente café Delta en tazita pequeña, y me cobró 35 céntimos. Si sigue así de easy no sé cómo le va a ir el negocio, pero desde luego el sitio es especial y cuando vuelva por allí pasaré a saludarlo y tomar algo.

Bazar conceqt siore en Serpa El siguiente destino debía ser Beja, la ciudad más importante y capital de este distrito del Bajo Alentejo, uno de los mayores municipios de Portugal con unos 25.000 habitantes. Sin embargo, mi amigo Joao es de Beja y hemos quedado en que iré por allí en mayo, para rodar a fondo por el Alentejo, así que decidí bajar directamente hacia Mértola, donde habíamos quedado para comer.
Para bajar a Mértola tomé la N265, atravesando varias aldeas y embalses, sobre todo Mina de Sao Domingos, zona minera que según Joao, merece una visita más pausada. La carretera es secundaria pero relajada.
Mértola es el pueblo más morisco del Alentejo, y su puerto fluvial fue importante en el comercio entre el Alentejo y otras partes de Al-Andalus y el Norte de África. Tiene además un castillo encaramado sobre el Guadiana, que según he leído ofrece una amplia vista sobre el curso del río y el paisaje rivereño, pero me faltó tiempo para subir a verlo.
Habíamos quedado para comer en el Restaurante A Esquina, situado a la entrada del pueblo a orillas del río Guadiana. Se trata de un sitio popular con platos regionales del Alentejo. Yo llegué el primero del grupo, pregunté por una reserva a nombre de Joao, y me sentaron en una mesa exterior para 7 personas. Pregunté la hora y había llegado una hora antes, así que me senté tranquilo en nuestra mesa exterior, a tomar una coca-cola con unas aceitunas y fumar un cigarro. Los camareros hablaban un poco español, conocían Córdoba y apreciaban el lechón de Cardeña. Eran buenos síntomas.
El tiempo voló y algo antes de la una llegó Joao con su DR 600 del pleistoceno. Tiene 3 DR y él mismo las arregla y las restaura. Venía de hacer campo, y unos minutos después llegaron 2 amigos más, también con motos de campo. Y luego llegaron en dos motos una pareja con una peque de unos 9 ó 10 años que estaba disfrutando de su primera salida en moto, aunque ellos por carretera, y ya estábamos los 7 para comer. Joao habla bien español, y de sus amigos, dos hablaban también lo suficiente para charlar un poco. De todas formas, la mayor parte del tiempo Joao y yo estuvimos hablando en español de nuestros viajes pasados y futuros, y los demás, como es natural, estuvieron hablando en portugués de sus cosas portuguesas.

Con amigos portugueses en el restaurante A Esquina de Mértola Elegí un poco al azar, Migas de Alho Com Entrecosto (migas de ajo con costillas de cerdo fritas), un plato tradicional alentejano que cumplió todas mis expectativas. Me pareció un poco caro, pero estaba muy rico y me dió energía y sed para todo el día. Comimos muy easy, unas tres horas charlando y disfrutando de la comida, el café y la compañía. Joao quería que viera mil cosas, pero en esta ocasión yo ya llevaba mi plan de viaje hecho, así que quedamos en vernos en mayo o junio, y pasar un fin de semana completo recorriendo sus sitios favoritos del Alentejo. Al menos, aquellos a los que se puede acceder con una moto de carretera como la mía. Para estas ocasiones, Joao tiene una GS.
Sobre las 15:30h nos hicimos unas fotos con las motos, nos despedimos, y cada uno siguió su ruta, los camperos por su sitio, la familia motorista por otro, y yo por el mío, camino de mi próximo destino que era Alcoutim.
Desde Mértola, tomé la N-122 hacia el sur, una carretera muy relajada y en perfecto estado. A los pocos kilómetros te encuentras un gran cartel que te avisa de tu llegada al Algarve, y poco después tomé hacia el este buscando Alcoutim por la EM-507, más pequeña y revirada, que se aproxima al Guadiana por un paisaje boscoso. Este tramo me gustó mucho.
Alcoutim es un pueblo pequeño, de unos 1.100 habitantes, a orillas del Guadiana, que hace de frontera natural con España. Justo en la otra orilla del río está Sanlúcar del Guadiana: un pueblo andaluz y un pueblo portugués, tan cercanos y tan diferentes, separados sólo por el río, y los dos con su pequeño puerto fluvial, en el que había atracados barcos veleros que ofrecían paseos por el Guadiana.

Sanlúcar del Guadiana (Huelva), visto desde Alcoutim (Portugal) En el lado Portugués donde yo estaba, en la misma orilla del río, había una curiosa escultura, Estatua Do Contrabandista, en homenaje a los contrabandistas del guadiana. Al día siguiente, en Tavira, conocería a una pareja, ella italiana él alemán, que me contaron que en Alcoutim hay incluso un festival del contrabando, en el que ambos pueblos, pueblos gemelos como los llama Saramago, se unen por un puente flotante sobre el río, y celebran juntos el recuerdo de aquellas personas que durante siglos, retaron a la muerte en el río, y perdieron muchas veces, tratando de burlar la miseria pasando café o almendras entre ambos países. Esos días además de la pasarela, hay teatro de calle, gastronomía, música y fiesta. Por lo que he leído después, el festival no se celebra desde 2020, pero espero que se recupere y poder revisitar entonces este lugar.

Estatua Do Contrabandista, en homenaje a los contrabandistas del Guadiana, en Alcoutim. Antes de marcharme, estuve un buen rato trasteando el Tomtom. Preparando el viaje había visto en Google Maps que se podía trazar una diagonal entre Alcoutim y Tavira, por carreteras de montaña, pero seguía sin internet y en el GPS no conseguía trazar la ruta que yo quería, así que acabé por pedirle ruta vertiginosa nivel 1, y acabó bajándome por la IC27, una carretera amplia y rápida con un bonito paisaje, hasta poco antes del mar, donde tomas al oeste por la N125 hasta Tavira. Este último tramo, con muchos núcleos de población, mucho tráfico y escaso interés.
Llegué a Tavira sobre las 18h y fuí directo al hotel. Había reservado en Residencial Marés, un bonito hotel en la rua José Pires Padinha, una ubicación inmejorable, a orillas del río Gilao, con un muelle justo en la puerta, donde podías coger el barco para ir a la isla de Tavira; y a sólo 500 metros de la rua da Liberdade y el puente romano en una dirección, y del mar en la otro. El personal muy amable y la habitación estupenda. En esta ocasión no había parking pero pude dejar la moto en la misma puerta del hotel y sin problemas.

Residencial Marés, en Tavira Me dí una ducha, ropa cómoda, y salí a dar un paseo por la rivera del río hasta el centro. En la acera del hotel la rua José Pires Padinha ofrece innumerables bares y restaurantes con terraza. La otra acera se abre a un amplio boulevard con todo el aire de un paseo marítimo, desde el que tomé algunas fotos del río con los puentes iluminados en las primeras horas de la anochecida.

Tavira. Puente sobre el rio Gilao 
Tavira. Otro puente sobre el río Gilao Para ser un sábado por la noche había pocas personas paseando y sentados en las terrazas. Desde el centro volví al hotel paseando por bonitas calles adoquinadas llenas de escaparates que no miraba nadie. Tal vez serían las 21h, no sé si muy tarde para los portugueses que comen y cenan tan temprano.
Al llegar al hotel me acerqué al muelle y estuve mirando la información de horas y precios de los barcos. No tenía pensado ir a la Isla de Tavira, pero ya que me había encontrado el embarcadero en la puerta de mi hotel, decidí sobre la marcha visitar la isla al día siguiente.
El Domingo era el último día de mi viaje, y mi idea original era ir hasta Vila Real de Santo Antonio, subir con la moto en el transbordador y cruzar el Guadiana navegando, para entrar en España por Ayamonte. Después ir hasta Huelva por carreteras secundarias parando en el Mirador Flecha del Rompido y el Portil. Y desde Huelva, enlace hasta Córdoba otra vez por secundarias, esta vez por el sur de Sevilla, por Utrera.
Así que el domingo madrugué porque quería tomar tres barcos, visitar varias playas, y hacer muchos kilómetros. A las 8h bajé a desayunar y me gustó mucho el comedor, con una gran cristalera que lo inundaba todo de luz natural. Desayuné contemplando el boulevard y la rivera del río. Como siempre, café sólo y tostadas con aceite y tomate, y también unos pastelillos de Belém de los mejores que he tomado nunca. Después hice el equipaje y lo cargué todo en la moto, dejando en la habitación sólo el traje de moto y una bolsa para guardar la ropa que iba a llevar a la isla.

Desayuno con pastelillos de Belém Era un precioso día sin sol, perfecto para navegar bajo un cielo cargado de nubes grises. El primer barco partía a las 9:30h. Un viejo transbordador de unas 100 plazas que en verano seguro irá muy lleno, pero esa mañana íbamos a bordo 4 tripulantes y 6 pasajeros. Embarqué de los primeros y tomé algunas fotos desde la popa de la primera cubierta.

Navegando hacia la isla de Tavira Los tripulantes eran gente simpática, marinos de cierta edad con aire de aceituneros, de jornaleros del mar. Gente amable pero pésimos fotógrafos. Salimos del embarcadero con mucha energía, haciendo casi un trompo en un vigoroso giro de 180 grados, y empezamos a navegar rumbo a la desembocadura, por un canal sin más barcos que el nuestro, en una mañana gris y con viento. Me quedé en la cubierta disfrutando de las vistas. La borda de estribor daba a las Salinas de Tavira en el Parque Natural da Ría Formosa, y todo el rato las aves marinas estuvieron volando a nuestro alrededor, y picoteando la playa, supongo que buscando almejas y otros moluscos. Me llamaron la atención los flamencos, esa especie de patos menudos, estilizados y elegantes, montados sobre unas largas patas. Y había muchas más especies que yo, lamentablemente, no sabía distinguir. Me acordé de mis amigos pajareros que seguro, habrían disfrutado mucho de este paseo en barco.

Aves marinas en las salinas de Tavira Hicimos una parada en la misma desembocadura, donde subió a bordo otra pareja, y poco después llegamos a la isla.
La isla de Tavira está muy concurrida en verano, pero visitarla en invierno es una delicia. Son 11 km de isla, con dunas y pinares en el centro, y magníficas playas. Cerca del embarcadero hay un gran camping cerrado en invierno, pero que en verano puede albergar a más de 1.000 campistas. También hay restaurantes y chiringuitos, ahora también cerrados.

Isla de Tavira, desierta en invierno, con sus chiringuitos cerrados. La isla tiene cuatro playas: Praia de Illha Tavira (Playa de Isla Tavira), Praia da Terra Estreita (Playa de la Tierra Estrecha), Praia do Barril (Playa del Barril) y Praia do Homem Nu (Playa del Hombre Desnudo). Esta última es una playa desierta, salvaje, y específicamente nudista, aunque en toda la isla se tolera el nudismo.

Praia do Barril (Playa del Barril). Isla de Tavira. Tenía por delante una hora y cuarto para pasear. En unos instantes, los 7 u 8 pasajeros nos dispersamos por la isla. Yo eché a andar al azar y acabé en Praia do Barril, una playa amplísima, ahora desierta, con un mar muy bravío.

Praia do Barril (Playa del Barril). Isla de Tavira II Andé por la arena hasta la zona húmeda y caminé un buen rato junto al mar, disfrutando de la brisa y del sonido de las olas. Al cabo de una media hora empezaron a caer algunas gotas, y me refugié a fumar en el porche de un chiringuito vacío. Después volví caminando, ahora por el interior, junto al pinar, con el mar a mi derecha, bajo una lluvia que poco a poco iba a más.

Praia do Barril (Playa del Barril). Isla de Tavira III A pesar del chubasquero con capucha y el calzado impermeable, tuve que acabar refugiándome en las instalaciones del camping desierto, en un merendero bajo un cobertizo de madera, con grandes mesas y bancos también de madera. Se estaba bien allí, sentado a cubierto, con el sonido de la lluvia, entre los pinos y las dunas. Poco después llegó una de las parejas que habían venido en el barco, y se sentaron conmigo. Creo que nos caímos bien enseguida. Eran gente tranquila y amigable, ella italiana y él alemán, hablaban bien español, además por supuesto de inglés, pero llevaban tres años en Tavira y curiosamente, entre ellos hablaban portugués, lo que resultaba divertido. De todas formas, el tiempo que compartimos el resto de la mañana estuvimos hablando en español. Me ofrecieron té de un termo, y charlamos de todo un poco en aquel refugio. La lluvia no cesaba pero un rato después tuvimos que marcharnos para embarcar y volver a Tavira.

Transbordador Tavira – Isla de Tavira, visto desde el muelle de la isla. El barco disponía de una zona interior cerrada con ventanas acristaladas, una pequeña cubierta exterior en la zona de popa, sin ninguna protección, y una cubierta superior abierta, pero protegida de la lluvia por un techado. Todos nos metimos en la parte de abajo, en la zona cerrada, donde nos sentamos los tres juntos y seguimos charlando, incluso le pedí a un señor que nos tomara una foto.

En el transbordador, con mis nuevos amigos, y las orejas fuera del gorro. Sin embargo, quería disfrutar de esa breve travesía bajo la lluvia, así que me subí a la cubierta superior, y allí, completamente sólo, hice el corto trayecto viendo como llovía sobre el mar, sintiendo en silencio, el runrun del motor del barco.
Llegué al hotel con el tiempo justo de subir a la habitación, ponerme el traje de moto, y hacer el check out a las 12:00h en punto.

Mi moto frente al hotel, fotografiada desde el barco, al regreso de la isla. La lluvia seguía, así que decidí dejar para otra ocasión el transbordador de Vila Real de Santo Antonio, y pasar a España por tierra firme a través del puente internacional de Ayamonte. Cada vez llovía más y más y crucé la frontera bajo una gran manta de agua. Tomé la N-431 para ir hasta Cartaya y allí bajar a la costa, para estar un rato y fumar un cigarro en el Portil y en el Rompido, y retomar la N-431 hasta Huelva. Sin embargo, era tanta el agua que caía que a la altura de Lepe tuve que parar. Lamentablemente no llevaba montadas las manoplas con las que viajo siempre en invierno y que son infalibles para el agua y el frío. No las llevaba y por más que me ajusté los guantes, el agua me entraba y llevaba las manos y todo el interior de los guantes mojados. Además es una zona muy poblada y llena de actividad por lo que había mucho tráfico. Paré y sobre la marcha decidí simplificar el resto del viaje y buscar la autovía, mucho más rápida y segura en esas condiciones. Por la autovía aligeré, deseando salir cuanto antes de ese fuerte chubasco, que sin embargo, me acompañó todo el camino hasta pasada Sevilla. Entre Huelva y Sevilla, paré en una estación de servicio para comer algo a la altura de Trigueros. Aparqué a resguardo, bajo los lineales de aparcamientos cubiertos de la gasolinera. Seguía lloviendo y allí coincidimos haciendo picnic dos coches de chavales que viajaban juntos, otro motorista, y yo. Como siempre, saqué mi camping gas y en un momento me calenté unos callos y un café con leche, que calentitos me arreglaron el cuerpo un poco estragado por tanta agua. Poco después continué viaje con nueva parada para repostar y fumar un cigarro en “Los Potros”, ya cerca de Córdoba. Llegué a casa sobre las 17:30h, me dí una larguísima ducha de agua caliente, me tomé un gramo de paracetamol, y ya con ropa seca y bien abrigado, me senté a ver el Sevilla Real Sociedad, pensando que había sido un viaje magnífico, pero que es una estupidez viajar en invierno, aunque sea ya a finales de marzo, con las manoplas guardadas en el armario.
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De Sevilla a Portugal por la Sierra de Aracena
La ruta 49 recorre el mejor bosque mediterráneo de España, desde Sevilla hasta Portugal por la Sierra de Aracena. Esta ruta consta de dos sectores, el primero nos lleva desde Sevilla hasta Aracena, primero por la N-630 y luego por la N-433. Yo este sector lo hice el día anterior como prolongación de otra ruta, y te lo cuento en este otro artículo. El segundo sector, nos lleva desde Aracena hasta Rosal de la Frontera, pasando por Alájar, Almonaster y Cortegana.
Por tanto, yo amanecí en Aracena, me levanté a las 7:30h porque había quedado para comer con unos amigos en Portugal, y los Portugueses a la mesa son cosa seria. Para ellos comer más tarde de las 13:00h es inconcebible, y además necesitan mesa y mantel, eso que hacemos los españoles de comer en cualquier barra de bar les parece una ordinariez, y desde luego hay que comer sin prisa… en definitiva, gente sabia, así que mi mañana sería breve y tuve que madrugar porque quería hacer varias paradas por el camino.
Intenté empezar el día desayunando, sin embargo descubrí que Aracena es un pueblo un poco perezoso, al menos en el centro, a las 08:00h no había ninguna cafetería funcionando, así que decidí irme a ver el castillo de Aracena para desayunar después. No me motivan especialmente los castillos, pero el de Aracena es imponente y te ofrece una panorámica excepcional del pueblo.
Subí con la moto, atravesando el casco antiguo por sus bonitas calles adoquinadas, y paré unos minutos en la Plaza Alta, realmente bonita con la Iglesia de la Asunción.
El Castillo de Aracena es una fortificación musulmana del Siglo XIII que se está terminando de excavar en la actualidad.

Castillo de Aracena. Desde el castillo la vista del pueblo es magnífica, con la colosal Iglesia de la Asunción en el centro.

Aracena desde el castillo, con la iglesia de la Asunción en el centro. Aracena fue cedida por la Corona de Castilla a la Orden del Temple, y los templarios mandaron construir la iglesia mudéjar que hay junto al castillo, cuya torre se dice que se construyó inspirándose en la Giralda de Sevilla. La verdad es que es una iglesia impresionante, y al ir tan temprano, pude pasear por todo el entorno en absoluta soledad, y poner la moto donde quise para tomar algunas fotos.

Iglesia de Nuestra Señora del Mayor Dolor, junto al castillo de Aracena. 
Acceso de la iglesia, junto al castillo. A eso de las 09:00h bajé al pueblo en busca de mi desayuno, y aún eran pocas las cafeterías abiertas. Finalmente, después de dar algunas vueltas elegí una con poco tino, porque el café estaba bueno, pero el pan no era muy bueno y sobre todo, el tomate no era fresco, claramente llevaba uno o varios días preparado… En cualquier caso, Aracena me pareció un pueblo muy interesante, con unas calles, plazas y terrazas muy animadas y elegantes, sin duda merece una visita más sosegada de al menos dos días completos, para callejearla a fondo, y visitar el centro de interpretación del parque natural y el museo del jamón. También tiene la Gruta de las Maravillas, aunque a mí personalmente, esa es una visita que no me atrae.
Si hasta Aracena llegamos por la N-433, desde Aracena hasta Rosal de la Frontera abandonamos la nacional y entramos en carreteras secundarias de montaña, realmente sublimes para el motorista por el trazado sinuoso y los paisajes increíbles, si bien, al menos este día, había bastante tráfico, lo que siempre es un inconveniente.
El próximo destino era Alájar, a través de la HU-8105. Alajar se integra en la parte más meridional del conjunto montañoso de Sierra Morena, y en Alajar está el puerto de montaña más alto de la provincia de Huelva, con 837 metros de altitud, y paré para visitar La Peña de Arias Montano (740 m). Benito Arias Montano fue un humanista, hebraísta, biólogo, traductor, teólogo, filólogo, poeta latino y escritor políglota andaluz, famoso por editar la Biblia Regia o Políglota de Amberes, en el siglo XVI. Después de terminar su biblia políglota y tras participar en el Concilio de Trento, se retiró a descansar en este lugar de montaña, que ofrece unas vistas increíbles de Alájar y todo el sur de la provincia de Huelva. Los acuíferos subterráneos han conformado a lo largo del tiempo multitud de cuevas, túneles y cavidades, una de ellas es el Palacio Oscuro, refugio de cría e invernada para murciélagos cavernícolas de 6 especies amenazadas. También hay una pila bautismal paleocristiana del siglo VI conocida como Bañera de la Reina por ser una pila de cuerpo entero.
En los días más despejados se puede observar Riotinto e incluso en lontananza, el Océano Atlántico. Y a sus pies el pueblo de Alájar, con su estructura irregular de calles estrechas de clara influencia árabe.

Vista de Alájar desde la Peña de Arias Montano. Es un lugar curioso, en el que Bollywood se fijó en 2011 para filmar la película Sólo se vive una vez, del director Zoya Akhtar. El entorno en su conjunto, me recordó muchísimo al Santuario de Nuestra Señora de la Sierra, en las proximidades de Cabra (Córdoba). Ambos lugares están en un imponente enclave montañoso con grandes vistas panorámicas, y ambos además, son lugares de culto con ermita y tienda, en la que puedes encontrar una increíble cantidad de objetos para devotos, o para turistas curiosos.

Santuario de Nuestra Señora Reina de los Ángeles. Peña de Arias Montano. Frente a la ermita, a pleno bosque, un hermoso arco de piedra.

Si quieres que tu dolor se convierta en alegría no pasarás pecador sin alabar a María. Además, a campo abierto, hay un bonito campanario encalado flanqueado por dos garitas también encaladas.

Campanario encalado flanqueado por garitas, en la Peña de Arias Montano. A su vez, el campanario y sus garitas están flanqueados por dos pirámides de piedra, en las que una placa conmemorativa te explica su origen: Arias-Montano mandó erigir esta pirámide y otra simétrica en el flanco izquierdo a gloria del Rey Felipe II y de su secretario Gabriel de Zayas, agradecido a la visita que aquí le hicieron. A mi la pirámide me sirvió para echar una meadita, no con ánimo subversivo, sino porque me gusta mear al aire libre, y la pirámide me tapaba de la concurrencia.

Pirámide de Arias Montano a gloria del rey Felipe II. Siguiendo por la misma carretera HU-8105 se cruzan varias aldeas hasta llegar a Almonaster la Real, donde paré para visitar su mezquita.
La mezquita de Almonaster está emplazada en el interior del antiguo castillo medieval, y se construyó a finales del S. IX, sobre los antiguos restos de una basílica visigoda del siglo VI, y siguiendo los cánones cordobeses de la época califal. Tras la conquista cristiana en el siglo XIII, la mezquita se convirtió en la Ermita de la Concepción, y siglos después, el alminar se convirtió en campanario.
Se trata de la única mezquita andalusí que se ha conservado casi intacta en España en una zona rural, y en la actualidad compagina su función religiosa con la de centro cultural abierto al público. En ella se celebran todos los años unas Jornadas de Cultura Islámica.

Mezquita de Almonaster la Real. En esta ocasión, una verja me impidió subir con la moto hasta la misma mezquita, tuve que aparcar en un rellano a mitad de la cuesta, y terminar de subir andando.

Vista de Almonaster, desde la mezquita. Junto a mí caminaba una señora mayor, que subía lentamente casi sin resuello. Ya arriba charlamos un rato, me explicó que era la limpiadora y que iba a preparar la mezquita porque unas horas después había una boda. Es una mezquita que está abierta a diario y a la que siguen yendo musulmanes a rezar, pero curiosamente, también se celebran allí las bodas de casi todas las parejas de la zona, que deciden casarse por lo civil, previa firma, claro está, en el Juzgado o en el Ayuntamiento. Por ahora en España uno no puede casarse donde quiera, como hacen los estadounidenses. Coincidí en mi visita con dos parejas algo mayores que yo y por lo que comentaban, tenían un plan de viaje bastante parecido al mío.
Después he leído que es posible subir al alminar y disfrutar de las vistas, esto queda pendiente para una próxima visita que seguro la habrá, porque es un lugar especial, por su belleza, sencillez y apertura.

Torre o alminar, desde donde el muecín llama a la oración. Y a los pies de la torre, el aljibe. 
Sahn o patio de las abluciones, con pila de abluciones labrada en granito. 
El Mihrab, lugar de oración, situado en el muro de la qibla, orientado a la Meca Y seguimos nuestra ruta por la HU-8105 hasta Cortegana, donde subimos a su castillo. El castillo de Cortegana es una fortaleza medieval destinada al control fronterizo de la vía que atraviesa la Sierra de Aroche y comunica el Valle del Guadalquivir con el Alentejo portugués, formando parte de la llamada Banda gallega, línea defensiva que tenía como misión principal proteger al Reino de Sevilla ante posibles invasiones desde el país vecino, dadas las frecuentes disputas sobre las fronteras entre ambos reinos.
En los setenta fue rehabilitado y convertido en museo, y actualmente, todos los años se celebran en el castillo unas Jornadas Medievales.
Comparado con otros, no es muy grande, y tiene todo el aire de algunos modelos de Exin Castillos.

Castillo de Cortegana. 
Castillo de Cortegana II. Desde la zona amurallada, hay unas magníficas vistas del pueblo y del valle.

Vista de Cortegana desde el castillo. 
El valle desde el castillo. 
El valle desde el castillo II. Como en todos los edificios militares, junto a él hay un templo, en este caso una pequeña ermita que pude visitar.

Ave María Gratia Plena. 
Frescos en el interior de la ermita. 
Casita del ermitaño, con su visillo de croché. En Cortegana, abandonamos la magnífica y muy recomendable HU-8105, y volvemos a la N-433, que en unos pocos y tranquilos kilómetros nos lleva hasta Rosal de la Frontera, donde termina esta ruta, en la misma frontera con Portugal.
Había leído que en el pasado, había en Rosal de la Frontera un importante puente internacional, que ahora ya, había perdido su carácter fronterizo. Tenía curiosidad y había pensado parar en el puente a fumar un cigarro y tomar alguna foto, sin embargo, por más que miré, no encontré ningún puente en la frontera y después, buscando en Google Maps, he comprobado que por no haber, no hay ni río. Es verdad que poco antes de entrar en Rosal de la Frontera, pasas sobre el río chanza, pero aún lejos de la frontera. Este río, si que se vuelve fronterizo más al sur, y hay una carretera que lo cruza entre un país y otro, a unos 37 km de Rosal de la Frontera, desde las proximidades de la aldea onubense de Paymogo, a través de la HU-7400.
He quedado con mi amigo Joao para pasar unos días en Beja en mayo o junio, y rodar a fondo por el Alentejo. En ese viaje, buscaré este puente y entraré en Portugal por la rivera del chanza. Pero eso ya es otra historia.
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Ruta circular Sevilla – Llerena por la Sierra de Huelva y la Sierra Norte de Sevilla, con prolongación hasta Aracena.
La ruta 48 por las grandes dehesas andaluzas, es una ruta circular de unos 300 km con cuatro sectores, en mi caso, precedidos por un enlace Córdoba-Sevilla, y culminados con una prolongación hasta Aracena. En total, unos 500 km.
Para hacer el enlace tomé la A-431 pasando por Almodóvar del Río, Posadas, Palma del Río, y ya en Sevilla, Lora del Río, Alcolea del Río, Cantillana, Burguillos, Guillena y por fin Las Pajanosas. En total 135 km que me llevaron dos horas, incluido el desayuno en Alcolea del Río, en un bar amplio y limpio junto a la carretera, donde me sirvieron unas tostadas y un café magníficos.
Ya en las Pajanosas, arranca el primer sector de la ruta, que nos lleva hasta la Venta del Culebrín por la N-630, a través de la Ruta de la Plata, que sigue hasta Mérida y Portugal. Esta carretera es un verdadero regalo, por el paisaje de bosque mediterráneo con dehesas de encinas y alcornoques, y porque desde que entró en funcionamiento la Autovía de la Plata, esta vieja nacional está desierta, y sus curvas son continuas y suaves, permitiendo una conducción tan alegre como uno quiera. Con todo, en este viaje no la he disfrutado tanto como en otras ocasiones, primero porque encontré un par de tramos en obras, y también porque el Tomtom me sacó en un punto de la nacional, llevándome por una carretera destrozada que transcurría por un paisaje muy agreste en el que me crucé tan sólo con un ciclista de montaña. Viajar sólo y sin prisa te permite aceptar esos guiños del GPS, que con frecuencia te conducen a espacios realmente recónditos. Estuvo bien, aunque entre esta excursión y las obras, la experiencia de subir la N-630 a ritmo y del tirón, fue un poco interruptus. En el trayecto se recorren varias ventas y algunas aldeas de Sevilla como Las Nieves (desde donde parte la N-433 hasta Aracena y Portugal) y El Ronquillo; y de Huelva, como Santa Olalla del Cala, hasta Venta del Culebrín, donde termina este sector y entramos en Extremadura. En la Venta del Culebrín paré a repostar y fumar un cigarro.

Parada en la Venta del Culebrín, a la entrada de la provincia de Badajoz. El segundo sector avanza por Extremadura, por un páramo solitario desde Venta del Culebrín hasta Llerena, pasando antes por Pallares, a través de la EX-318 y la EX-103, carreteras estrechas, reviradas y solitarias.
Dice Pedro Pardo, autor de la guía España en Moto que yo tanto utilizo, que Llerena es la población andaluza más bonita de Extremadura. A mí, sin embargo, no me dio esa sensación. Llerena me parece a mí, un precioso pueblo extremeño, en la Campiña Sur de Badajoz. Paré a tomar un café y dar un paseo por la Plaza de España, con su imponente iglesia de Nuestra Señora de la Granada, y frente a ella, el portal de la Casineta, un pasaje con diez o doce arcos encalados.

Plaza de España de Llerena (Badajoz). Zurbarán, aunque pasó muchos años en Sevilla y también en Madrid, era extremeño y vivió unos años en Llerena, en una casa próxima a la plaza, en la que hay además una fuente diseñada por él.

Fuente de Zurbarán en Llerena (Badajoz) El tercer sector, entre el monte y el llano, nos conduce por la EX-200 hasta Guadalcanal, un breve paseo de 20 km por una carretera rápida y perfecta con magníficas vistas.
A partir de Guadalcanal se entra en el cuarto sector, que nos lleva de arriba a abajo por la Sierra Norte de Sevilla. Los primeros kilómetros por la A-433 hasta Alanís son relajados y con pocas curvas. Desde Alanís se sale, ya por la A-432, hacia Cazalla de la Sierra, con más curvas pero no demasiado exigentes. Llegué a Cazalla de la Sierra poco antes de las tres y con hambre, así que busqué un parque, me instalé en un banco, y me calenté una fabada que con una fruta y un cigarro, me dejaron como nuevo.
Cazalla de la Sierra es famosa por sus anisados y aguardientes, y tiene un Centro del Aguardiente con museo, jardín y tienda, cerca de la Plaza Mayor, así que hice intención de irme a la plaza, y tomarme un café y dar un paseo mientras abrían el Centro del Aguardiente. El problema fue que el Tomtom me la lió y me dió un paseo por todo el pueblo, y cuando finalmente llegué a la plaza, era imposible aparcar allí incluso para una moto, así que tuve que seguir y dar una nueva vuelta al pueblo, que también fue completa, y tampoco pude aparcar. Entonces el Tomtom me llevó a buscar espárragos por las huertas de la parte más alta del pueblo y en fin, empecé a acordarme de Bill Murray y El Día de la Marmota, y escapé de allí como pude, sin sentarme en la plaza, sin tomar café, y sin mi botella de aguardiente. Ya fuera del pueblo, paré en un bosquecillo, y con la ayuda de Google Maps comprobé que girando a mi derecha, continuaba la A-432 en dirección a El Pedroso, que sabía que estaba en mi ruta, y por allí tiré, un poco agobiado por todo el tiempo que había perdido. Por la noche, revisando en el hotel, vi que entre Cazalla y El Pedroso, la ruta pasaba también por Constantina, y que huyendo del secuestro de la marmota me lo salté. Fue una pena, porque la carretera entre Cazalla y Constantina es espléndida, ya tengo excusa para volver pronto por allí.
Desde El Pedroso continúas bajando hacia Sevilla por la A-432, hasta un punto en que la abandonas, para entrar en el quinto sector de la ruta por la A-3102 hasta Castilblanco de los Arroyos, saliendo ya de la Sierra Norte. Esta carretera me encantó, es la típica carretera rota y abandonada que para cualquier persona es una pesadilla, pero que a muchos motoristas nos encanta. Iba despacio pensando que esa carretera no debía usarla nadie salvo ciclistas y motoristas trail, cuando a la entrada de una curva me encontré de bruces, nada más y nada menos que con un autobús. Sólo puedo imaginar que iba vacío y que el chófer iba para su casa por el camino más corto… El caso es que los dos íbamos a una velocidad adecuada y pudimos cruzarnos sin problemas. Desde Castilblanco, sigues bajando hasta Burguillos, y luego al oeste hasta Guillena y Las Pajanosas, donde, ya muy cerca de Sevilla, empieza y termina esta ruta circular.
Al día siguiente tenía previsto hacer la ruta 49, que va de Sevilla a Portugal por la Sierra de Aracena, así que decidí prolongar la jornada haciendo el primer sector, para hacer noche en Aracena. Así que, por segunda vez en el día, volví a subir la N-630 desde Las Pajanosas hasta Las Nieves, donde tomé la N-433, que te lleva hasta Portugal pasando por Aracena. Como todas las nacionales es amplia y segura, pintada y con arcén, con curvas suaves, y un paisaje de dehesas ganaderas. Paré en una gasolinera para limpiar el casco, beber agua, tomar un café, descansar un poco y fumar un cigarro, y seguí mi ruta despacio, dejándome llevar, hasta llegar a Aracena.
En Aracena había reservado en el hotel Sierra de Aracena, un hotelito muy recomendable en pleno centro, con parking gratuito para motos y bicicletas. Es un hotel sencillo pero muy cómodo y con un personal muy agradable. Una ducha, ropa cómoda, y salí para dar un paseo y comprar algo de comer. Andé un buen rato y compré en un súper unas cervezas, pan, y cien gramos de jamón ibérico de bellota de la sierra de Huelva. Pasé por el hotel a coger algo de fruta, y me fui con mi picnic al parque de enfrente, donde, bien abrigado, con noche cerrada, cené y fumé bien agusto, viendo a los vecinos pasear a sus perros.
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«El Río de la Luz. Un viaje por Alaska y Canadá», de Javier Reverte.
Escribir sobre la obra de Javier Reverte es una temeridad, porque sabes que no vas a estar a la altura. Javier nos dejó en octubre de 2.020, pero nunca se irá del todo si nos seguimos emocionando con su obra.
J. Reverte es conocido por sus libros de viajes, aunque como él recordaba en las entrevistas, también escribía novela y poesía, y lo recordaba con cierto apuro, se sentía maltratado por la crítica en su faceta de novelista, decía que la crítica no aceptaba de buen grado que un autor hiciese cosas distintas… ,seguramente tenía razón. Yo no he leído sus novelas, pero sí puedo afirmar que en sus libros de viajes, el poeta que hay en él se asoma constantemente, sobre todo en sus descripciones de la naturaleza, de un gran lirismo y plasticidad. También en su prospección del alma humana, desde una mirada humanista, inteligente y sensible, también humorística, y siempre comprensiva con todas las personas y situaciones.

Javier Reverte Algo muy particular de Javier era su forma de preparar los viajes: siempre buscaba lugares habitados por sus grandes autores. Sus viajes tienen, pues, un impulso literario, y en este en concreto, sigue los pasos de Jack London. Así, “El Río de la luz: un viaje por Alaska y Canadá”, transcurre por los lugares que andaron Jack London y muchos miles de norteamericanos con motivo de la fiebre del oro, el Gold Rush, a finales del XIX y principios del XX, cuando se descubrió oro en el Klondike (Alaska).
El libro consta de cinco partes, que se corresponden con las cinco grandes etapas del viaje:
La primera parte cubre el trayecto de Vancouver a Skagway y cuenta el descubrimiento de oro en el Klondike, el origen del Gold Rush, los preparativos del viaje de London, la locura colectiva que llevó a miles de personas a abandonar sus casas y sus familias y embarcarse en una aventura que en muchos casos terminó en la ruina y en no pocos, en la muerte. Se viajaba desde San Francisco y Seattle en cualquier embarcación que pudiera flotar, con pasajes sobre excedidos y numerosos naufragios, en el peligroso mar del Paso del Interior.

Klondike Gold Rush «Vancouver es una bella ciudad, crecida en las orillas de la bahía de Burrard, en el Canadá occidental, y la ciudad más grande de la Columbia Británica«, sin embargo, Skagway, en el extremo sur de Alaska, aparece como una ciudad de escaso interés.
Aunque el motor principal sea Jack London, Javier también visita los lugares del escritor Malcolm Lowry, que vivió unos años en la Columbia Británica, y dedica una tarde a buscar, sin éxito, la casa en que vivió.
«Malcolm Lowry, el novelista inglés autor de Bajo el Volcán, una de las obras literarias del siglo XX que más admiro (…) «el epitafio que Lowry escribió para sí mismo y que a mí me suena mitad a tragedia y mitad a burla: Malcolm Lowry, un paria del Bowery. Su prosa florida fue vehemente y transida. Vivió por las noches y bebió todo el día y murió tocando el ukelele.”

Klondike Gold Rush II La segunda parte cubre el trayecto de Skagway a Whitehorse, y es la parte más western, las crónicas de Javier Reverte no sólo contienen referencias constantes a la historia y la literatura, también aparecen trufadas de referencias cinematográficas. Son tierras duras incluso en verano. Para llegar a las tierras del Yukón había que superar un paso de montaña de máxima dificultad, el Chilkoot Pass, entre Skagway y Whitehorse. Se ascendía a pié cargado con unos 50 kg de provisiones, que la Real Policía Montada del Canadá examinaba en la cima, para garantizar una mínima posibilidad de supervivencia en el invierno de Alaska.

El Chilkoot Pass Superado el Chilkoot Pass, los caminos eran tan duros y se cargaba tanto a las bestias, que los caballos se suicidaban. Así lo cuenta Reverte:
“Un miembro de la Real Policía Montada señaló que muchos animales intentaban suicidarse y que él mismo había visto a un buey intentando arrojarse por un precipicio. En ese mismo sentido, el periodista Tappan Adney escribía una crónica fechada el 25 de agosto de 1897: Ayer, deliberadamente, un caballo se arrojó desde la colina de Porcupine. Un hombre que lo vió me dijo: «Señor, me pareció verdaderamente un suicidio. Creo que un caballo puede suicidarse y hay muchos que lo hacen; creo que les importan menos los precipicios que el camino lleno de agujeros de cieno. Y yo no sé qué es mejor: si suicidarse o ser conducido por los hombres a través de esta senda.”
Ese camino se conoció como el Sendero de los Caballos Muertos, y sólo dejó de utilizarse cuando en febrero de 1899, las obras del ferrocarril, iniciadas en mayo del año anterior, llegaron al White Pass.
En los primeros años del Gold Rush, no había ley en los asentamientos mineros, más allá de la que impartían las asambleas de mineros. Estos asentamientos tomaban su nombre de los arroyos en los que buscaban oro, y estos a su vez, de la distancia a la que estaban del Klondike. Uno de estos asentamientos fue el Fortymile, y sus habitantes los fortymilers, gente dura, pero que se ayudaba mutuamente: «otro de los hábitos de los fortymilers era dejar sus cabañas siempre abiertas (como en Cicely) para cualquiera que llegase y tuviese necesidad de alojamiento: simplemente entraba y podía dormir en la cama que encontrara vacía. Las primitivas nobles reglas de la hospitalidad y la autarquía reinaban en la nueva ciudad”.
En esas tierras sin ley y con oro, surgieron hoteles, saloons, burdeles, salas de juego… en fin, todo lo que imaginamos cuando pensamos en una ciudad del oeste americano, puro western, en el que forjaron su leyenda pistoleros como Wyatt Earp, famoso Marshall en varias ciudades estadounidenses, y uno de los protagonistas del tiroteo en OK Corral en Tombstone, Arizona, junto con Doc Holliday, Virgil Earp y Morgan Earp. Wyatt forma parte de las figuras legendarias del Oeste estadounidense cuya vida ha inspirado numerosos westerns, estuvo en Alaska en estos años y Javier también sigue sus pasos.

Wyatt Earp La tercera parte, cubre el trayecto de Whitehorse a Dawson City, sector que Reverte realiza en canoa navegando el Yukón, durante siete días, con jornadas de diez horas diarias de remo, en una pequeña expedición de 6 personas en 3 canoas. Javier navegó el Yukón en canoa con 62 años.
Esta parte es bellísima por la descripción del entorno, la fauna y la vegetación, la vida de campamento, y los breves encuentros con otros expedicionarios y con los indios nativos. Es un trayecto peligroso en el que muchos murieron en el Gold Rush, y ellos mismos pasaron algún momento de seria dificultad que pudieron superar por la pericia de los guías. Sobre todo estuvieron en dificultades en el Laberge, un gran lago en el curso del Yukón, encajonado en muchos sectores por farallones de rocas que impiden salir del agua, además de un clima duro y cambiante en apenas minutos.
En una entrevista en la que Reverte contestaba preguntas a los lectores de El País, le preguntaron cómo se podía hacer su travesía por el Yukón, aquí os dejo su respuesta, por si os animáis: Puedes mirar en la web de la agencia «Tierras Polares», una agencia que organiza el viaje. Pregunta por Jaime Barrallo -mi amigo, que sale en el libro- él es el guía. Te encantará. O llámale de mi parte: . Van en junio, creo.
Justo antes de publicar este libro, había publicado “El Río de la Desolación: un viaje por el Amazonas”, viaje en el que contrajo la malaria y estuvo grave, tardó mucho en recuperarse y le afectó a todos los niveles, según él mismo contó en varias entrevistas. Después de esa experiencia, la travesía del Yukón fue para él una experiencia que le devolvería la vitalidad, y escribiría: «Porque el Yukon me insufló torbellinos de luz en el alma»…. Hablamos de un río salvaje, que entre mediados de octubre y mediados de mayo se hiela por completo, y que en sus últimos mil kilómetros, supera los tres kilómetros de anchura.

El río Yukón La cuarta parte cubre el trayecto de Dawson City a Vancouver, pero haciendo un gigantesco triángulo, subiendo en sucesivos vuelos en avioneta hasta el norte de Alaska, hacia lo salvaje, con paradas en St. Michael y Nome, ya en las costas del mar de Bering, desde donde hace dos excursiones al interior para ver osos, hasta encontrarlos a sólo unos metros de distancia.
En esta parte del viaje, escribe sobre Jack London:
London fue el último escritor que, en la estela de Twain y de Melville, nos cautivó con su esfuerzo por construir una épica propia del Nuevo Continente. Pese a la tragedia que a menudo empapa las páginas de los tres grandes escritores, todos ellos, en mi opinión, transmiten un optimismo vital muy americano: la tersa voluntad de enfrentarse a la naturaleza adversa.
En su novela John Barleycorn, en buena parte autobiográfica, el protagonista —su alter ego—, dice sobre la experiencia del Yukón: «Lo único que me traje desde las tierras del Klondike fue el escorbuto». No era del todo cierto, porque también viajaban con él las historias escuchadas en la cabaña de la isla de Split-up, su orgullo por el esfuerzo derrochado en el paso del Chilkoot y en los rápidos del White Horse, el aprendizaje del esfuerzo físico y la experiencia de la fuerza de la voluntad del alma humana. Como admitió tiempo después: «Fue en el Klondike en donde me encontré a mí mismo. Allí nadie hablaba y todo el mundo pensaba. Allí recogías la verdadera perspectiva de ti mismo. Y yo recogí la mía”.
Años después escribió: «Nunca gané un centavo en el Yukon. Sin embargo, la fuerza que me dio aquel viaje siempre me ha permitido ganarme la vida». En enero de 1900, tras arduos intentos por editar sus relatos, consiguió que una revista aceptase publicar su narración «La odisea del Gran Norte». De inmediato, la crítica y el público quedaron fascinados ante aquella forma épica de narrar, tan poderosa como sencilla. Y comenzó a ser conocido como «el Kipling del frío». Desde aquel cuento, publicó sin cesar numerosos relatos y novelas, llegando a ser el autor más leído de su tiempo. Murió famoso, alcoholizado, rico y joven en su hacienda californiana de Beauty Ranch, a la que en alguna ocasión llamó «el rancho de los sueños rotos». Era un día de noviembre de 1916

Jack London La quinta y última parte, cubre el trayecto de Vancouver a Liverpool.
Para cruzar Canadá de oeste a este, «había comprado billete en el coche-cama de un tren de la compañía VIA Rail, que realiza el mismo recorrido que el antiguo Canadian Railway entre Vancouver y Toronto, con una extensión a Montreal y Quebec«.
En el este, se embarcó en un carguero, “El nombre de mi barco, Eilbek, correspondía al de un barrio de Hamburgo. Era una nave perteneciente a la compañía Wappen-Reederei, botada en el año 2005, de 15.600 toneladas, 169 metros de eslora y 27,20 de manga”.
En la misma entrevista de El País a la que me refería más arriba, una lectora le preguntó cómo se podía conseguir un pasaje en un carguero, y Javier, como siempre, contestó amablemente:
En verano se viaja muy bien por el Atlántico. Le aconsejo que busque un «freighter» (carguero) en la web de www. thecruisepeople.can y pinche en «more», debajo de la lista de ofertas de cruceros de lujo. Hay un montón de ofertas y buenos precios.
He buscado esa web y no he conseguido localizarla, pero he encontrado otras páginas que ofrecen viajes en cargueros por todo el mundo, una aventura que me parece muy apetecible.
El relato de la travesía transatlántica es muy interesante, como único pasajero en el buque, conociendo de cerca el día a día a bordo, en el puente de mando, en la sala de máquinas, en el comedor de los oficiales… con profusas descripciones del mar y el cielo, reflexiones sobre sus lecturas, y diálogos muy jugosos con los marineros. El viaje termina en Liverpool, paseando por la calle, silbando “yellow submarine”.

“El río de la luz. Un viaje por Alaska y Canadá” – Javier Reverte. Plaza & Janes Editores. Año 2009 – 528 páginas. ISBN: 9788401389740 Si quieres recibir un aviso cuando publique nuevos contenidos, puedes suscribirte a La Gira Interminable introduciendo a continuación tu dirección de correo electrónico:
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